No sé por dónde empezar. Por el inicio, supongo. Pero ni yo sé cuándo comenzó todo. Quizás en la entrevista que nunca se dio, o en la desaparición de Regina, Carlos y el flaco. O por estos dos meses en los que Sophía y yo creamos un vínculo irrompible. Bien porque solo nos tenemos el uno al otro. Bien porque al fin decidimos querernos.
Le cuento a las estrellas lo que ocurrió aquella noche en la que, pensamos, le pondríamos fin a todo esto. Se sorprende al escuchar los detalles. Ni el cielo entiende por qué fuimos tan ingenuos.
¿Quién estaría interesado en la historia de un criminal como yo? O, mejor dicho, del monstruo en el que me han convertido. Porque a estas alturas ya no importa lo que soy. Los rumores se adueñaron de mi carne y de mis huesos. De mi mente y de mi miedo.
—¿Estará
Un día decidimos dejar de buscarlos. A Regina y a Carlos. Al flaco, cuya voz retumba en mi cabeza. Acá habla más de lo que habla en persona.—Es momento de dejarlos.—¿Por qué?—Es inútil, Nassar. Si algo les pasó ya no podemos rescatarlos. Si no, corremos peligro de que a la siguiente nos contesten y vengan a buscarnos. Es momento de dejarlos ir.Sigo sin poder contradecirla. No obstante, en esta ocasión agradezco no poder.—Mejor así —le digo.—Mejor así —me contesta.Encendemos el televisor y nos dejamos llevar por uno de esos comerciales de artículos falsos. Y dan la una y dan las dos. Y dan las tres y dan las cuatro. Apago la televisión para intentar dormir, cuando una pregunta de Sophía me lleva a otro sitio.—¿Realmente las quisi
Hay momentos en los que la demencia aparece como una buena opción. Para olvidarte del pasado y del presente; no pensar más en el futuro o quedarte en un buen ayer.Han pasado solo cinco días desde la desaparición de Sophía y yo ya la extraño toda una vida.Salió por algo para cenar, yo le insistí más de lo común que me dejara acompañarla. Como si algo presintiera, como si alguien me hubiese avisado que no volvería a verla.—Con cuidado —le dije mientras le daba un beso en la frente.Ella bajó la mirada y dijo…—Pronto mi rostro saldrá a la luz, la gente va a conocerme y seré tan buscada como tú. Traeré pocas cosas, que la semana siguiente nos vamos.—¿A dónde?—Tenemos ci
Pierdo más de veinte minutos intentando unir los trozos de la carta que accidentalmente rompí, hasta que lo logro. Leo detenidamente esa letra curveada que me trae algunos recuerdos, mas no se de quién. Me indica una fecha que a primera vista significa nada, solo que es de un año ya vivido. Abajo de ella, una dirección. Y en rojo sangre la suplica de ir antes de que sea demasiado tarde.Abandono la pieza y me dirijo a ese lugar que no sé dónde es, ni cómo llegaré, pero al que debo ir. Así la muerte me alcance en el camino.En cierto momento acabo en la camioneta de un desconocido en el que tengo que confiar porque no hay otra opción. La dirección, pronto me entero, está a un par de horas andando en auto; un día entero caminando.No hay tiempo. Necesito llegar y este suj
Lo que más odiaba de las mudanzas, era la burla constante de las paredes. Esas que me daban la bienvenida entre crujidos que no se oían pero se sentían. O los sentía yo, mejor dicho. Porque papá y mamá estaban distraídos en sus negocios.Hoy vuelvo a sufrir esa terrible sensación mientras camino sin saber a dónde voy. La sufro mientras busco a Sophía, mas en el fondo algo me dice que antes me encontraré con la muerte.La sufro, y me gusta sufrirla.Es una especie de tributo a esta vida gitana que se entendió más con el dolor que con el confort.—¿Sophía? —pregunto y el eco me responde.Camino unos cuantos metros hacia al frente. Luego giro a la derecha y encuentro nada. Me regreso. Tomo el carril de la izquierda y solo la humedad me acom
Es Gabriela. Logro distinguir lo que le queda de rostro. A sus pies está Inossa, que recibió el quinto disparo.Volteo a todos lados; busco desesperadamente a la autora de estos crímenes, mas no logro encontrarla. Pareciere que estoy solo.Estoy solo.He perdido la cabeza.Descubro mi demencia cuando a la distancia veo a Dulce caminar hacia mí.Trae puesta una bata blanca y lleva la mirada encendida.Pálida; evidencia de que me visita desde el más allá. Mi momento ha llegado. Ese para el que nadie nos prepara pero a todos nos llega. Ese al que le tememos sin medida; más por no saber lo que
‘’…esa mañana fuimos felices. Bebimos café negro sin azúcar, como yo siempre lo he tomado, como ella aprendió a beberlo desde que empezamos a querernos. Hojeamos el libro amarillo con diez mil números, cogimos uno al azar y lo marcamos. Seguimos con éstas bromas estúpidas… las llevamos de rutina. Como esas pequeñas memorias que uno recolecta para no perderse en la nada, para que el agobio del mañana no borre a quien amamos.…’’En eso y más pienso mientras invierto mis últimos pasos. Camino hacia la silla eléctrica; ahí todo acabará.La sensación se le parece a la de aquella noche, pero ahora no hay luces ni confusiones. O las hay, pero no rojas ni azules, y de la incertidumbre… ¿qué les digo? De tanto buscar respuestas uno se acostumbra a no en
Duré unas cuantas semanas en coma; tal parece que me quise suicidar después de cometer los asesinatos.Me aferro a pensar que Sophía fue real. Que no acabé loco cuando Cristian me intentó matar.Las autoridades apoyan mi deseo y me juzgan como cuerdo en tiempo récord.Mejor así. Que la prensa diga que fui un asesino incomprendido.De paso pago por la memoria de a quienes les hice daño. Incluyendo a Nancy, que solo fue un medio para acabarme.Estoy acabado.Ella merece quedar libre, y sin embargo, no muevo un dedo para salvarla.<
Veinte años después…En México es época de elecciones; el candidato perfilado a ganar amenaza con meter al país en una guerra donde lleva todas las de perder, y sin embargo, el tema principal no es ese, sino la misteriosa revelación de una mujer que asegura la inocencia del mítico Julio Nassar.—Julio era inocente —inicia tajante la mujer de blanca cabellera y mirada cristalina.—¿Entonces es cierto el mito de que estaba loco? —pregunta el presentador, alimentando un chisme popular.—Eso le hicieron creer.—¿Quienes?—Sus fantasmas.El público se burla, pero a la mujer parece importarle poco el escepticismo de estos jóvenes que odian a Nassar sin haberlo conocido.—Supongo que lo conoció —dice el conductor, intentando rescatar el hilo de