Esta historia se escribió en viernes. Facundo (el más viejo de los viejos), sufrió una pulmonía en el primer día de diciembre. Sus nietos vinieron con la noticia. Para mi buena suerte (dentro de lo malo), yo no estaba cuando les avisaron. De haber estado, alguno de esos chiquillos me hubiese reconocido y se me acabaría el montaje.
—Está más grave de lo que pensaba.
—¿De verdad? —pregunto por preguntar.
Mira que con eso no se juega, pero vale la pena alargar la tristeza.
—El hombre está conectado a mil cosas, y tiene la mirada en el techo.
—¿Está inconsciente?
—Eso quisiera él, pero no. Está tan vivo como moribundo.
Todos guardan silencio. Nadie pregunta por qué no fui a visitarlo. Supongo que est&aac
—¿Recuerdan a Cristian?—¿El hijo de puta? —pregunta MatíasSonríe.—Sí.—¿Estás seguro de querer hablar del tema, hijo? —pregunta Antonio.Ofrece una mirada que se parece a la de Facundo pero con menos fuerza, con menos mística, con menos muerte y más vida.Es curioso cómo esos hombres precisan de poco o nada para entenderme. De alguna forma saben que aquello tiene relación con Inossa; quien tiene mi vida entre sus manos, y aunque sospechan que ya es momento de charlarlo, prefieren preguntarme.Bien para constatarlo. Bien para darme un puente y no lanzarme de lleno al recuerdo.—No.—Pero debe hacerlo —dice Matías, y yo le agradezco el impulso.—Lo s
—Solo puedo decirte que con menos de treinta primaveras en el bolsillo me vivo la historia que siempre quise escribir.La entrevistadora me ofrece una mirada endiablada, que de no ser por ese baño miel que le endulza los ojos, acabaría a sus pies; suplicándole perdón o invitándole un paseo por el infierno.—¿Puedes responder a alguna de mis preguntas?Ya no me ve. Se dirige con el productor aunque me habla a mí; él ofrece disculpas sin hablar y yo me río en silencio para formar parte de esta temática de mundo frustrado.—Mi vida no siempre fue así, reina.—No sigo más con este payaso. Me retiro.Envuelven a la chica en un pequeño circulo; intentan convencerla de no cancelar la entrevista mientras yo me divierto con el escándalo. Mejor este que los montados por arpías
‘’…son las tres de la mañana. Estoy parado frente a ella, cuando un fuerte dolor de cabeza me eriza la piel. Es un dolor distinto, ajeno a la migraña que de niño padecí. Quiero correr, pero mis piernas no funcionan. Caigo de bruces en el intento, entonces me convenzo de lo peor. Voy a morir. Nadie me ha contado de los colores que hoy tengo frente a mis ojos. Son brillantes, pero queman. Un fuerte escalofrío me recorre todo el cuerpo, mientras lucho contra el miedo, la confusión y la ilusión. La ilusión de que este sea el fin de una vida digna de acabar así: entre mitos y misterios. La ilusión, también, de toparme con mis padres…—¿Cómo diste conmigo? —pregunta Gabriela con mirada inquieta, irrumpiendo estas ideas que pienso redactar en la noche.—No fue muy difícil. Busqué el sitio por internet y apareciste de inm
—¿Por qué no la buscaste?Su pregunta demanda contra-ataque. Como quien ya sabiendo la respuesta igual se divierte con el invento.—¿Quién dijo que no lo hice?Mi respuesta le duele. Su mirada la delata.—Cambiemos de tema.—No.—Entonces habla con el menú, que yo no vine de pañuelo.Se levanta respirando humo ardiente. Yo quiero detenerla, pero prefiero contemplar su enojo.Mejor así, me digo, aunque en el fondo muero de ganas por llegar hasta ella y explicarle que Inossa es parte de una vieja historia. A quien quise mucho, pero hoy nada me importa. Nada, claro, más allá de las gracias y el recuerdo. Ese no lo suelto ni lo soltaré, pues uno no olvida el lugar donde aprendió a sonreír.En el fondo sé que nada tiene que ver el cari&ntild
La ráfaga de luces entorpece mi camino, pero yo sigo firme. Los pasos se complican a causa de las gafas de sol que entran en conflicto con la lluvia.Voy perdido en mis memorias.—Es por acá —me extiende su brazo derecho el hombre alto y fornido, apuntando hacia el carril de la izquierda, donde varios pierden lo humano por llevar años encerrados.Atrás se quedan los buitres. Yo me preparo para ver a ese asesino que algún día llamé amigo.—¿Cómo estás? —la pregunta me sale del alma, aunque cualquiera pensaría que se trata de una noble venganza.—Estoy —Cristian responde con la cabeza agachada.Como si la vergüenza le pesara.—¿Por qué?Leva
Se parte el cielo mientras me aferro al largo ventanal de la estación de policías.—¿Qué te dijo?—Se disculpó.—¿Solo eso?Las preguntas del flacucho no nos llevan a ningún sitio, por eso su compañero regordete entra en acción.—Nunca quiso que lo visitaras.—Lo sé.—¿Por qué?—Estaba aquí porque descubrí que fue él quien intentó matarme. ¿No es lógico? —Los policías intercambian miradas y yo sigo en la ventana; como buscando en ella un pretexto para salir de esta nueva e inmensa burbuja—. ¿Es necesario todo esto?—¿Perdón?—Fingir que tengo algo que ver en la muerte de mi amigo.—Un amigo que quiso matarte.—Cristian murió en la cárcel. Si estuviera interes
Siento que la cabeza me da mil vueltas. No consigo entrar en razón ni logro acomodarme los pensamientos.¿En dónde estoy?La sequedad en la garganta acaba con lo gélido de mi espalda que está pegada al piso, y mi mirada va ciega pues estoy metido en una bolsa.—Creo que ya despertó —dice alguien a lo lejos.Su voz me perturba porque es idéntica a la mía.—¿Nassar? —pregunta una mujer en tono amable. No sé si responderle o hacerme el desentendido para averiguar en dónde estoy antes de enfrentar a mis posibles enemigos—. Sigue dormido —concluye.—¿No crees que nos pasamos con la dosis?La pregunta proviene de otra chica, auditivamente mayor.La sangre me sube y
Llevo dos semanas en este lugar, aunque bien puedo estar equivocado. Desde que llegué, o, mejor dicho, desde que me trajeron, no he tenido contacto con el mundo. Ni siquiera me han permitido acercarme al televisor que solo transmite una y otra vez esa vieja comedia donde el hermano ebrio triunfa, el bien portado fracasa, y en medio de ellos hay un niño que aprende lo peor de ambos.No me espanta Carlos ni su habilidad para imitarme. Tampoco me importa Regina ni sus guisos horripilantes. Ni el flaco mudo ni la niña de voz dulce que a menudo nos castiga con su ausencia. Lo que me pone la piel de gallina, es esta extraña sensación de confort.—¿Cuándo me dejarán saber qué hago aquí?—Pronto —responde Regina, porque es ella siempre la que habla—. ¿Cuándo fue la &u