No recuerdo grandes detalles del concierto. ¿Con cuál canción abrimos?, ¿con cuál cerramos?, ¿a qué hora sacaron al primer desubicado? Todo eso quedó borrado cuando vi a Dulce sin vida en nuestro cuarto de hotel.
—¿Qué hiciste muñeca? —creí gritar bien fuerte, pero la voz iba muda.
No había fuerzas para llorar. No pude sacarme las culpas. La suerte estaba echada; ella no volvería a abrir los ojos y yo no volvería a vivir.
Dejé en manos ajenas el arregló del asunto.
Arreglo… como si aquello tuviese solución.
Asunto… como si solo se tratara de un objeto.
Fingimos un secuestro en el que la niña apareció muerta… la gente c
Hay personas que llegan con el objetivo de cambiarnos los días. Algunos lo hacen de manera voluntaria; otros simplemente obedecen al destino.Inossa me cambió en ambos sentidos.Es preciso recordarles el momento en que nos conocimos. Me despedía de alguien que en realidad no había llegado a mi vida, cuando esta niña de cuerpo perfecto y mirada divina suplicó mi ayuda. Yo se la di sin dudarlo, porque, descubrí, necesitaba ayudar a alguien. Para sentirme con vida y mantener la llama encendida. Una llama que de a poco se extinguía en la habitación, con los reclamos de esa doña nadie que momentos antes decidió dejar de intentarlo por miedo a enamorarse.—Hay algo que no me cuadra.La sangre se hizo hielo y paseó sin remedio por todo mi cuerpo. De pies a cabeza. De corazón a cerebro.—Dices que
Ha pasado un año desde la última vez que charlamos al respecto. La semana pasada festejamos mi cumpleaños número veinticuatro, y en verdad he de agradecerle a Inossa por el esfuerzo.Invitó a gente cercana y se quitó de compromisos. Le habló a un par de músicos y a gente de la disquera. Estuvo mi agente, también, pero a Cristian lo omitió.—¿Y Cristian?—No quiero que tu fiesta huela a oficina.—¿Perdón?—Perdonado.—¿No te agrada Cristian?—No es mi persona favorita, aunque tampoco me cae tan mal como te cae a ti.—¿Por qué dices eso?—Julio, conmigo no tienes que fingir. El hombre estalla en envidia y lo sabes. No entiendo cómo sus fans no se dan cuenta, si cada día se toleran menos.Es cierto
‘’…diablo al que le hablaron tanto de su maldad que acabó por creérsela…’’Me aferro a las piernas de Yerania. Van empapadas en placer y yo me pierdo en el dulce aroma de su piel. Sé que hago mal. Sé que no debo de estar acá. Mi lugar es en casa, con la mujer que amo. ¿Qué hago en este burdel barato?La mujer de rizada cabellera me da un motivo; una respuesta con esos movimientos que lo desquician a cualquiera. Y la tomo de guía. Y voy a la derecha cuando he de ir a la izquierda. Y cambio de carril en plena curva. Y sonrío en funeral porque soy excepción a toda regla; diablo al que le hablaron tanto de su maldad que acabó por creérsela.Hace un par de meses que las cosas entre Inossa y yo no marchan bien. Lo que le conté sobre Cristian la cambió por completo
‘’…perdona la cobardía. Sé que irme ahora es egoísta, pero en verdad no puedo seguir al lado de tu peor enemigo. Quise ayudarte, quiero ayudarte aún a la distancia, y sin embargo, te rodea gente mala. Gente que no ve lo que eres y se traga el cuento de Doña apariencia. Eso imposibilita mi tarea. Agradezco la cabida en tu vida, el haberme compartido tan honesta alegría. A tu lado aprendí que la felicidad no es cosa de un día. El mundo gira pensando que un buen trabajo, amigos y amor verdadero es suficiente para ganarle la batalla al universo, pero se requiere más que eso. Se necesita estar cara a cara con la adversidad, luchar a muerte y poder cenar en la misma mesa. Hacerte amiga de quien te detesta, es algo que aprendí contigo y te lo agradezco. En verdad te lo agradezco. Mas ya no puedo seguir en el camino. No son mis ojos morados a causa de tus golpes lo que me alejan de ti. No di raz&oac
Soy feliz. De alguna extraña manera la partida de Inossa ayudó. Curioso ese ángel que aún en la ausencia se las arregla para guiarme.Sin embargo, no siempre fue así.Sí que le lloré cuando se fue. Sí que lamenté su adiós, y si la bebida no daba soporte, seguro habría adelantado mi fin.¿En qué momento todo cambió?He de darle crédito a los viejos del teatro. Hombres tan avanzados en edad como en intelecto.—¿Qué haces gastándotela con esta bola de ancianos? —me preguntaron la última noche que los vi.—Esta bola de ancianos me levantan el ánimo. Esta bola de ancianos le dan va
—De niño tuve mucho, pero era pobre.—¿Cómo es eso?—Solo tenía dinero, hijo. Montones de dinero invertido en algo que papá llamaba Bienes y le daba por apellido Raíces.Le di un trago al vino barato que don Matías ofreció aquella noche, y me entregué buen rato a la reflexión.Para cuando volví, el viejo ya era pobre de bolsillo pero rico en sentimientos.—Conocí de mujer y ella me enseñó de alegría. La vida me permitió unos cuantos hijos y un negocio que a menudo me regala sonrisas.Mientas más hablaba, más le entendía. Comprendí que la verdadera riqueza no está en las joyas ni en los viajes, sino en el anillo
Esta historia se escribió en viernes. Facundo (el más viejo de los viejos), sufrió una pulmonía en el primer día de diciembre. Sus nietos vinieron con la noticia. Para mi buena suerte (dentro de lo malo), yo no estaba cuando les avisaron. De haber estado, alguno de esos chiquillos me hubiese reconocido y se me acabaría el montaje.—Está más grave de lo que pensaba.—¿De verdad? —pregunto por preguntar.Mira que con eso no se juega, pero vale la pena alargar la tristeza.—El hombre está conectado a mil cosas, y tiene la mirada en el techo.—¿Está inconsciente?—Eso quisiera él, pero no. Está tan vivo como moribundo.Todos guardan silencio. Nadie pregunta por qué no fui a visitarlo. Supongo que est&aac
—¿Recuerdan a Cristian?—¿El hijo de puta? —pregunta MatíasSonríe.—Sí.—¿Estás seguro de querer hablar del tema, hijo? —pregunta Antonio.Ofrece una mirada que se parece a la de Facundo pero con menos fuerza, con menos mística, con menos muerte y más vida.Es curioso cómo esos hombres precisan de poco o nada para entenderme. De alguna forma saben que aquello tiene relación con Inossa; quien tiene mi vida entre sus manos, y aunque sospechan que ya es momento de charlarlo, prefieren preguntarme.Bien para constatarlo. Bien para darme un puente y no lanzarme de lleno al recuerdo.—No.—Pero debe hacerlo —dice Matías, y yo le agradezco el impulso.—Lo s