Aparezco en otro lugar y con la memoria desarmada. Sé que estoy muerto y que me llamo Julio Nassar. Sé que un duelo pasional me condenó a la silla eléctrica con tan sólo veintisiete primaveras en el bolsillo, pero no hay otros datos. Solo la extraña convicción de que llevo tiempo en el rodeo y que me ha tocado presenciar el mundo desde un plano castigado.
¿Tuve familia?
Supongo que sí. De lo contrario no sentiría un nudo en la garganta cuando veo a esa niña pelirroja de la mano de su madre, bajo protección de un padre que bien pondría el pecho a la bala con tal de salvar a su hija de cualquier ataque.
¿Por qué habría de salir lastimada? ¿Por qué siento que la conozco?
Mi cabeza se parte
Me aferro a lo que queda del escocés e intento disfrutarlo como si fuera el último de los tragos. Sé que no es así, que he de morir de una forma más dramática (no menos miserable) cuatro años más tarde, enamorado de una mujer cuyo nombre descubriré en algún sueño.Estoy acompañado de una linda morena. Intento besarla y me corresponde, pero algo en su mirada indica lo contrario. Encuentro indiferencia mientras se deja morder el labio inferior. Le resto importancia hasta que se vuelve insoportable.—¿Qué sucede?—Perdón.El mismo cuento de siempre. La chica que me obliga a quererla para luego reprocharme tal cariño. Sería sencillo si lo dijera tal cual. Si el perdón no viniera acompañado de excusas de segunda mano, yo aceptaría la derrota y seguiría triunfando. Pero no. Han de inyectarle misterio y se
La charla pasa a segundo término. ¿Quiénes somos? ¿Cómo llegamos hasta aquí? Son preguntas que no vale la pena responder. O quizás sí, pero antes debemos saber por qué tardamos tanto en coincidir.Su aparición en mi vida merecía hora estelar. Debía llegar con alfombra roja y en día festivo. Nuestro primer suspiro precisaba mucho más que esta rara mezcla entre lágrimas y alaridos.Dicen que uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo pierde, y ella me hizo ver que tenía nada y que perdía mucho. Que iba engañado por este laberinto de mundos inexistentes. Ella fue lo primero real que la vida me regaló.Sé que pronto mataré a alguien. O desapareceré a alguien. O algo así. Pero por un momento me permito sonreí
La perdí. La perdí para siempre, y lo peor es que sigue aquí. Vive pegada al largo ventanal; se aferra a la lluvia, al sol, a la noche, a la niebla, a donde sea que la lleve su gran tristeza.¿Saben cuál es la peor de las culpas? Esa que no sabemos de dónde vino. Porque te pierde pero te deja un mapa sobre la mesa. Un mapa que no entiendes, y es ahí donde nos juega chueco don destino.—¿Hasta cuándo?—Lo siento. Sé que debí contarte antes, pero..—¿Hasta cuándo dejarás de jugar a ser Dios?—¿A qué te refieres?—Uno es responsable de sus actos, no de la condena. Esa le toca al de arriba. Llevas días sin soltar una palabra. ¿Hasta cuándo, Julio?Es increíble. Inossa acaba de escuchar a un asesino y aún así quiere quedarse.—Tú
Martes, cuatro de la tarde. Julio Nassar está desaparecido.En algún lugar de Monterrey, una chica de melena alborotada reposa sobre los pies de Nassar. Lleva las muñecas abiertas de par en par; bañando el suelo de un rojo amargo que se burla de Julio.Hace meses coincidieron en un concierto. La niña de tan sólo quince años era fan de su música; él admiraba sus carnes frescas y mirada inocente. La mezcla perfecta; receta del diablo.—¿Cómo te llamas?—Dulce.La carita se le puso roja como tomate. Julio se entregó a la ternura y la invitó a cenar. Pudo ser directo, ahorrarse el rodeo y acostarse con ella, si quería, en pleno concierto. Pero no. Merecía un mejor guión.Llegaron a una pizzería de dudosa reputación que se hallaba en el centro. Julio conocí
—¿Estás bien?La pregunta de la chica bañó de rojo sangre las mejillas de Nassar.—Sí. Solo dame unos minutos.Se levantó de la cama y entró en debate con el espejo.¿Qué rayos te pasa?, discutía para sí, como esperando realmente una respuesta de esa pared transparente.—¿Sigues ahí?Desafortunadamente sí. Julio seguía ahí, aunque su mente viajaba por todos lados.Aquello representó más que una vaga frustración. No era el primero ni sería el último en no poder concretar el cortejo. Mil noches se había entregado a la lujuria y al placer ajeno. La balanza se equilibraba con una noche de impotencia, ¿no?
No recuerdo grandes detalles del concierto. ¿Con cuál canción abrimos?, ¿con cuál cerramos?, ¿a qué hora sacaron al primer desubicado? Todo eso quedó borrado cuando vi a Dulce sin vida en nuestro cuarto de hotel.—¿Qué hiciste muñeca? —creí gritar bien fuerte, pero la voz iba muda.No había fuerzas para llorar. No pude sacarme las culpas. La suerte estaba echada; ella no volvería a abrir los ojos y yo no volvería a vivir.Dejé en manos ajenas el arregló del asunto.Arreglo… como si aquello tuviese solución.Asunto… como si solo se tratara de un objeto.Fingimos un secuestro en el que la niña apareció muerta… la gente c
Hay personas que llegan con el objetivo de cambiarnos los días. Algunos lo hacen de manera voluntaria; otros simplemente obedecen al destino.Inossa me cambió en ambos sentidos.Es preciso recordarles el momento en que nos conocimos. Me despedía de alguien que en realidad no había llegado a mi vida, cuando esta niña de cuerpo perfecto y mirada divina suplicó mi ayuda. Yo se la di sin dudarlo, porque, descubrí, necesitaba ayudar a alguien. Para sentirme con vida y mantener la llama encendida. Una llama que de a poco se extinguía en la habitación, con los reclamos de esa doña nadie que momentos antes decidió dejar de intentarlo por miedo a enamorarse.—Hay algo que no me cuadra.La sangre se hizo hielo y paseó sin remedio por todo mi cuerpo. De pies a cabeza. De corazón a cerebro.—Dices que
Ha pasado un año desde la última vez que charlamos al respecto. La semana pasada festejamos mi cumpleaños número veinticuatro, y en verdad he de agradecerle a Inossa por el esfuerzo.Invitó a gente cercana y se quitó de compromisos. Le habló a un par de músicos y a gente de la disquera. Estuvo mi agente, también, pero a Cristian lo omitió.—¿Y Cristian?—No quiero que tu fiesta huela a oficina.—¿Perdón?—Perdonado.—¿No te agrada Cristian?—No es mi persona favorita, aunque tampoco me cae tan mal como te cae a ti.—¿Por qué dices eso?—Julio, conmigo no tienes que fingir. El hombre estalla en envidia y lo sabes. No entiendo cómo sus fans no se dan cuenta, si cada día se toleran menos.Es cierto