CAPÍTULO 2. Una esperanza rota
Naiara contuvo el aliento y nadie tuvo que decirle que se estaba poniendo pálida; quizás no tanto como su prometido, Justin, pero después de todo, Nadia les estaba arruinando su noche a los dos.
Y exactamente como era usual, a partir de ese momento la fiesta dejó de ser la cena de ensayo de su boda para convertirse en la celebración del embarazo de Nadia. Todos la rodeaban, le preguntaban por el bebé o por el padre del bebé, y Nadia se divertía manteniendo la intriga lo suficiente como para tener a todos dando vueltas a su alrededor como si fuera la abeja reina.
—¿Naiara, qué… qué está pasando? —La voz inquieta de Justin la hizo volverse para ver su rostro sombrío y molesto.
La muchacha intentó no verse demasiado decepcionada, pero era imposible, porque después de todo, su hermana había vuelto a robar uno de los momentos más importantes de su vida.
—Lo siento. De verdad lo siento —murmuró tratando de que aquellas lágrimas no salieran de sus ojos.
—¿Cómo que Nadia está embarazada? —gruñó Justin.
—Acabo de enterarme. Ya sé que no debía decirlo hoy, menos aquí —replicó Naiara respirando entrecortadamente, como si le fuera a dar un ataque de pánico de un momento a otro. Amaba a Justin y lo último que quería era que se sintiera ofendido justo antes de su propia boda—. Lo siento, cariño, pero sabes cómo es Nadia. ¡Todo tiene que ser siempre sobre ella!
Justin acarició su espalda con un gesto reconfortante mientras Naiara trataba de calmarse, pero el silencio se hizo extremadamente incómodo entre los dos hasta que su hermana se acercó a ellos.
—A ver. ¿Y los novios no me van a felicitar? —preguntó Nadia con tono socarrón.
Naiara apretó los labios y respiró hondo, porque quizás sí fuera egoísta como para querer que nadie arruinara su noche, pero no era una mala persona como para odiar a su hermana por eso. Así que finalmente abrió los brazos y la estrechó.
—Felicidades, Nadia, de verdad. Esta es una gran noticia para la familia —dijo con resignación—. ¿Cuándo nos presentas al afortunado?
—¡Ay, hermanita! ¡Si no fuera porque te quiero, me casaría mañana mismo con el afortunado! ¡Pero es tu boda, no quiero robarte el momento! —exclamó Nadia con una sonrisa totalmente sincera, y Naiara forzó la suya porque no le cabía ninguna duda de que su hermana era perfectamente capaz de hacerlo.
—Supongo que entonces la afortunada soy yo —murmuró por lo bajo, pero la verdad era que no se sentía así.
Su noche estaba arruinada. La familia de su prometido se veía incómoda y Justin solo negaba y gruñía de cuando en cuando, mientras Nadia, su madre y Rafael, su padre, hacían todo un escándalo por la llegada del nuevo bebé.
Quizás eso era lo que más le dolía de todo. Nadia era cinco años mayor que ella, y con lo hermosa que era debía ser una mujer completamente feliz, sin embargo seguía teniendo el síndrome de la princesa desplazada que quería recuperar su trono. Naiara no recordaba ni un solo instante de su vida en que su hermana mayor no hubiera tratado de hacerla a un lado o ser la protagonista.
Y aunque Naiara no creía que pudiera estropearle un acontecimiento tan importante como su boda, acababa de descubrir que Nadia tenía el poder para eso y mucho más.
Finalmente los invitados se fueron despidiendo y Naiara se giró hacia su prometido con el corazón estrujado.
—Mañana será diferente. Te lo prometo —intentó sonreírle—. Tendremos el día más especial de nuestras vidas y… ¡y seremos felices! ¡Seremos felices para siempre!
Justin se acercó para dejar un beso suave en su frente y la acompañó hasta la puerta de su casa antes de despedirse.
Naiara se encerró en su habitación y trató de contener aquellas lágrimas de frustración frente al espejo.
—Mañana… mañana me iré de aquí. Mañana todo estará bien… —se consoló porque eso era todo lo que le quedaba.
Justin se había graduado hacía unos años de la universidad, tenía un buen trabajo en la empresa de sus padres y estos acababan de regalarles un departamento por su boda. Así que Naiara podría alejarse por fin de su familia y salir de la sombra de Nadia y de los reclamos de sus padres.
Pero aun con la esperanza latiendo, no pudo evitar dormirse llorando y rezando para que al día siguiente a Nadia no se le ocurriera presentarse en la iglesia vestida de blanco.
Sus súplicas, por suerte, fueron escuchadas; pero mientras se bajaba de la limusina que la había llevado a la iglesia, con su precioso vestido blanco, su velo y su felicidad, lo primero que Naiara vio fue a su hermana con un vestido negro ajustado y despampanante.
Cerró los ojos con impotencia y solo unas pocas palabras salieron entre sus dientes.
—Nadia, ¿cómo pudiste vestirte de negro? ¡Es una maldit@ boda! —siseó y su hermana se encogió de hombros.
—El negro me hace ver delgada, quiero aprovechar cada momento sexi antes de que me crezca la panza. ¿Por qué te molesta? —replicó y su padre se acercó a ellas para ofrecerle el brazo a su hija menor.
—¡Ya basta, Naiara, deja que tu hermana sea feliz, que se ponga lo que quiera! Vamos —la apuró, y Naiara trató de respirar hondo para que nada arruinara su felicidad ese día.
Su corazón realmente estaba emocionado cuando caminó hacia el altar donde Justin la esperaba, y pronunció cada uno de sus votos de amor, protección y fidelidad con la voz temblorosa y los ojos cristalizados, porque estaba uniendo su vida al hombre que amaba.
—Naiara Bravo ¿aceptas a Justin Baker como tu amado esposo, para respetarlo y serle fiel en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe? —le preguntó el sacerdote y ella no dudó ni un segundo en responderle.
—¡Sí, sí acepto! —exclamó alcanzando el anillo que le extendía una de sus damas de honor y poniéndolo en el dedo de su prometido.
—Y tú, Justin Baker ¿aceptas a Naiara Bravo como tu amada esposa, para respetarla y serle fiel en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe?
La sonrisa en el rostro de Naiara era tan luminosa como el sorpresivo silencio que se hizo en aquella iglesia, mientras Justin levantaba los ojos hacia ella con expresión torturada antes de responder.
—…No.
CAPÍTULO 3. La peor humillaciónEl golpe de una bola de demolición en pleno pecho le habría dolido menos que aquella simple palabra: “No”; pero la verdad fue que Naiara se quedó tan aturdida como el resto de los presentes.—¿Qué…? Justin… —balbuceó retrocediendo.—Señor Baker —lo increpó el cura azorado—. Escuche bien la pregunta. ¿Acepta usted…?—¡Ya dije que no! —gruñó él en dirección al sacerdote, enviando una ola de murmullos entre los invitados antes de volverse hacia Naiara—. Lo siento… Lo siento, pero no puedo casarme contigo, yo…Naiara solo lo miraba con los ojos muy abiertos, repentinamente llenos de lágrimas mientras los de su prometido se humedecían también.—El bebé que está esperando Nadia es mío —sentenció con los dientes apretados y Naiara tuvo que cubrirse la boca para ahogar un grito de sorpresa.Su mirada se clavó en su hermana, que estaba sorprendentemente tranquila en medio de aquel caos, y pudo ver la satisfacción en su rostro.La gente se levantaba por todos lad
CAPÍTULO 4. Una carta perdidaEl dolor en su pecho era demasiado grande, pero aun así Naiara levantó la barbilla con un gesto desafiante, y no se limpió ni una sola lágrima mientras caminaba por aquella alfombra roja hacia la salida de la iglesia, entre los cuchicheos de todo el mundo.Llevaba el vestido roto, el maquillaje corrido y el corazón destrozado, y ni siquiera sabía cómo era capaz de dar un paso detrás de otro hasta llegar a la escalinata de la iglesia.Abajo estaba la limusina en la que había llegado, pero antes de que pudiera subirse a ella escuchó los gritos de su pro… ex prometido.—¡Naiara! ¡Naiara, por Dios, ¿qué pasó!? —exclamó Justin viendo la tela rasgada.—Suéltame.—¡Por favor no te vayas, escúchame! ¡Te amo, perdóname! ¡Naiara…!—¡Justin, déjala! —escucharon tras ellos y Naiara vio cómo su padre se acercaba apurado—. Deja que se vaya, tienes que estar en otro lugar ahora… la boda tiene que continuar.—¿Continuar? —Justin Baker frunció el ceño hasta que se dio cue
CAPÍTULO 5. El fuego del infiernoTreinta y seis horas en el infierno. Era exactamente lo que Naiara sentía que había pasado desde que había escuchado a su ex prometido decir “No” en el altar frente a todos sus amigos, conocidos y por conocer.La espera había sido infinita, el vuelo había durado doce horas en las que Naiara no había podido pegar los ojos, y había ahogado aquel odio que llevaba cocinándosele en la sangre con champaña y cosas más fuertes. Luego las filas interminables para salir del aeropuerto, para rentar un auto…Finalmente había tenido que estacionarlo fuera de la carretera, porque de noche ya no podía conducir. Durmió incómoda y ansiosa, y al día siguiente el amanecer la recibió con resaca, dolor de cabeza y Jet Lag.Aun así hizo su mejor esfuerzo por encontrar el camino hacia la hacienda de su abuelo en medio de todas aquellas carreteras y curvas de montaña. Los rayos de sol aun estaban muy bajos cuando se detuvo en lo alto de uno de los cerros y se sentó sobre el
CAPÍTULO 6. Fuego salvajeSi hubiera sido supersticioso, Samuel se habría asustado. Tocar a aquella chica le provocaba como una electricidad extraña. Era como ver las columnas de humo levantándose hacia el cielo en el peor de los incendios forestales y saber que estaba a punto de meterse en aquel infierno.Ella debía ser igual, como un fuego salvaje, porque Samuel sentía que podía meterse ahí, pero nada le aseguraba que saldría vivo después de eso.Su voz era ronca y profunda cuando por fin la vio abrir los ojos, aturdida, y la apoyó entre el auto y su cuerpo, sosteniéndola. Aquellos ojos eran un par de pozos que podían tragarse su alma, y muy a su pesar le despertaron los peores intintos, los más feroces.—Calma... eso... calma, solo es la adrenalina. Todo está bien...Carraspeó cuando la sintió más firme y se separó solo un poco, estrujando lo que quedaba del papel en un puño y metiéndolo en su bolsillo.—Responde ¿estás herida?Naiara giró el antebrazo, mostrándolo porque realment
CAPÍTULO 7. Lágrimas de culpaTocaba una dramática despedida, polvo bajo las llantas de su auto… pero la verdad fue que Naiara solo pudo avanzar una calle, porque no tenía ni puñetera idea de por dónde tenía que irse.Puso los ojos en blanco con una mueca y se bajó frente al establecimiento más cercano, procurando no mirar al hombre que había quedado cincuenta metros atrás y la observaba como si acabara de golpearlo.Se acercó a la puerta, donde una muchacha solo un poco mayor que ella barría furiosamente, y saludó con cortesía.—Hola, ¿qué tal? ¿Sería tan amable de decirme por qué camino puedo llegar a El Mirador, a la hacienda del señor Félix Bravo? —preguntó y en un solo segundo todas las cabezas en aquel bar se giraron hacia ella, como si hubiera mencionado al mismísimo diablo.—Esto es un bar, no una agencia de viajes —espetó la muchacha sin mirarla—. Usa Go0gle Maps que para eso existe.Naiara frunció el ceño, porque una cosa era la falta de educación y otra muy distinta la agr
CAPÍTULO 8. Un lugar hostil—¡Tienes que irte!Aquella sentencia hizo que el cuerpo de la muchacha se tensara.—¿¡Quééééé…!? ¡No, abuelo…!—¡Tienes que irte, Naiara! ¿No lo entiendes? Si yo no mandé esto, entonces alguien más lo hizo. ¡Alguien te trajo aquí con… con todas estas mentiras! —aseguró su abuelo.—¿Entonces es mentira que querías que viniera? —preguntó ella con el corazón en un hilo.—¡No, hija, claro que no! ¡Pero es mentira que voy a vender la finca! ¡Es mentira que te haya mandado a llamar, y si alguien te mandó esto entonces… entonces fue para atraerte, porque saben que puedes ser un punto débil para mí, y pueden… pueden querer lastimarte, como lastimaron a tu abuela, y yo no puedo permitir eso…! ¡No voy a permitir eso, Naiara, así que vete, anda, súbete a tu auto y vete y…!El señor Félix miraba alrededor como si estuviera buscando algo que no fuera capaz de encontrar, y en cierto punto Naiara se dio cuenta de que estaba tan nervioso que estaba a punto de desvariar.—
CAPÍTULO 9. Un hombre asfixiadoEl chiquillo soltó a Naiara como si se estuviera quemando y retrocedió. Samuel Leal tenía fama de tener poca paciencia y un temperamento controlado hasta que alguien lo hacía estallar. Y por desgracia ahora parecía a punto de hacerlo.Naiara pasó saliva al verlo sin el uniforme de bombero forestal, pero en jean, camiseta informal y chaqueta de piel se veía todavía más condenamente guap… ¡peligroso! …se veía peligroso.—¿Qué carajo están haciendo aquí? ¿Cómo se le ocurrió pincharle las llantas…?—Mejor no te metas, Samuel, al final te conviene que… —intentó replicarle otro de los chiquillos, pero solo ahogó el final de aquella oración cuando la mano tosca de Samuel se estampó contra su pecho y lo levantó por la camisa, despegándole los pies del suelo.—¡¿Qué dijiste?! —rugió él y los otros dos muchachas salieron corriendo en vista de la paliza que estaban a punto de darle a su compañero.—¡Lo siento, lo siento! —exclamó el muchacho y Samuel lo dejó caer
CAPÍTULO 10. Un instinto entrenadoEl golpe furioso en la mesa hizo que Francisco Leal levantara la cabeza y mirara a su hijo con los dientes apretados, pero finalmente se echó atrás en la silla ejecutiva mirándolo con la misma displicencia que usaba con cualquiera de sus oponentes cada vez que peleaba por la alcaldía de Villahermosa.—¿Te quieres explicar? —respondió con tono severo y Samuel no se tragó ni por un segundo aquella inocencia.—¡Naiara! ¡Naiara Bravo! ¡La nieta del señor Félix!—¿Una de las hijas de Rafael? —lo increpó su padre como si tratara de recordar—. ¿Qué hay con ella…?—¿Por qué mejor no dejas de fingir? ¡Tú y yo nos conocemos demasiado bien como para saber que manejas este pueblo a tu antojo! —espetó Samuel—. A la muchacha la están molestando desde que llegó, no la ayudan, no quieren venderle en las tiendas, en la farmacia estuvieron a punto de negarle la ayuda más básica… ¡Y hace un rato un grupo de adolescentes le pincharon las llantas del auto! ¡¿De verdad es