CAPÍTULO 5. El fuego del infierno
Treinta y seis horas en el infierno. Era exactamente lo que Naiara sentía que había pasado desde que había escuchado a su ex prometido decir “No” en el altar frente a todos sus amigos, conocidos y por conocer.
La espera había sido infinita, el vuelo había durado doce horas en las que Naiara no había podido pegar los ojos, y había ahogado aquel odio que llevaba cocinándosele en la sangre con champaña y cosas más fuertes. Luego las filas interminables para salir del aeropuerto, para rentar un auto…
Finalmente había tenido que estacionarlo fuera de la carretera, porque de noche ya no podía conducir. Durmió incómoda y ansiosa, y al día siguiente el amanecer la recibió con resaca, dolor de cabeza y Jet Lag.
Aun así hizo su mejor esfuerzo por encontrar el camino hacia la hacienda de su abuelo en medio de todas aquellas carreteras y curvas de montaña. Los rayos de sol aun estaban muy bajos cuando se detuvo en lo alto de uno de los cerros y se sentó sobre el capó del auto, observando el inmenso paisaje que había a sus pies.
Sacó su teléfono e hizo lo que no había hecho en los últimos dos días: encenderlo. Y entonces la avalancha de mensajes y de audios casi saturó el aparato.
Al parecer todos tenían algo que decir. Había más de cien mensajes de Justin y todos eran iguales:
“Naiara, lo siento, mi amor, por favor déjame hablar contigo”
“Naiara ¿dónde estás? Me dijeron que te fuiste, me estoy muriendo de la preocupación”
“Mi amor, perdóname, esto fue un error, te juro que te lo voy a compensar”
Los mensajes de sus padres también eran todos iguales, solo que estos estaban llenos de acusaciones y de enojo.
“¿Dónde diablos te metiste, Naiara?”
“Eres tan egoísta. ¿Cómo pudiste abandonar a la familia en un momento de crisis?”
“¿De verdad tanto te cuesta aceptar que Nadia era la más indicada para estar con Justin?”
Y uno en particular de su madre la hizo reír con amargura.
“Naiara ¿¡te llevaste el dinero de los regalos de la boda de tu hermana?!”
—¡Ja, ahora resulta que era “su” boda! —escupió entre dientes.
Pero sin dudas el peor de todos aquellos mensajes venía precisamente de Nadia, y era nada menos que un video. Naiara contuvo el aliento mientras veía aquellos treinta segundos de su hermana saltando sobre Justin en medio de un concierto de gemidos. Y eso fue más que suficiente para que nuevas lágrimas de odio y de resentimiento le surcaran las mejillas.
Sacó el chip de su teléfono y lo dobló hasta romperlo por completo. Sentía que los sollozos le rompían el pecho, y supo que tenía que terminar con aquello, con Justin, con Nadia, con su familia. Abrió bruscamente el bolsillo delantero de su maleta y sacó sus votos matrimoniales, se los había aprendido de memoria y los había guardado allí para llevárselos a su luna de miel, pero ahora sabía que jamás cumpliría con ninguno de ellos.
Tomó el papel y empujó el botón del mechero del coche hasta que supo que estaba caliente.
Era algo estúpidamente simbólico, pero quemar aquel papel también era como quemar todos aquellos sueños que había tenido.
¡Jamás volvería con Justin, jamás perdonaría a su hermana, jamás entendería la traición de sus padres! Todo eso pensaba mientras la pequeña hoja ardía, hasta que se convirtió en una llamarada que la hizo dejar caer el papel a la tierra.
Lo vio arder y consumirse entre las piedras, mientras las cenizas llenas de pequeñas chispas eran arrastradas por el viento. Lloró por lo que había perdido, apretando duro los ojos y los puños con un gesto de impotencia, pero fue el olor lo que la hizo abrirlos, sorprendida. Solo a unos pocos metros las chispas habían prendido un pequeño arbusto, y el humo había asaltado su nariz en un segundo.
—¡Maldición! ¡Maldición! —exclamó asustada cuando todas aquellas ramitas parecieron combustionar a la vez en una pequeña bola de fuego—. ¡Agua, agua!
Corrió hacia su auto para sacar la única botella de agua que llevaba y corrió a vaciarla sobre el arbusto, pero apenas sirvió para mitigar algo el diminuto incendio.
—¡Joder! —gritó desesperada viendo cómo la hierba seca se prendía alrededor por las chispas.
Estaban en pleno verano, la temperatura pasaba de los treinta grados aun en la mañana y la vegetación alrededor estaba seca y oscura, lista para encenderse con la más mínima ayuda y ella había aportado bastante.
—¡¿Qué hago, qué hago…!? —gruñó alcanzando la manta del avión y tratando de apagar aquello—. ¡Solo esto me faltaba, llegar a España a incendiar media montaña! ¡Mi vida no era ya lo bastante difícil! —gritó con frustración—. ¡Ahora solo me falta ir presa por pirómana! ¡Naiara Bravo, la nueva Miss Incendio Forestal…! ¡Aaaaah!
Naiara retrocedió sintiendo el calor punzante en su antebrazo, No se había dado cuenta de que la manga de su suéter se había prendido también y trató de quitárselo tan rápido como pudo, aunque no lo suficiente como para que no la lastimara.
—¡Joder, joder! —gritó desesperada—. ¿Cuál es el número de los putos bomberos en…? —Sus ojos tropezaron con el chip destrozado y Naiara sintió que el mundo le daba vueltas.
Supo que nada podía ponerse peor mientras veía aquel fuego extenderse, una oscura columna de humo le elevaba hasta el cielo y… y… y de repente el sonido de una sirena le retumbó en los oídos.
Un enorme camión en rojo y amarillo derrapó junto a ella y Naiara solo retrocedió para ver a aquel hombre que se lanzaba desde el asiento del conductor sin preocuparse por la altura.
Quizás fuera el miedo o quizás fuera el humo que ya la había aturdido, pero a Naiara se le pareció a un gigante molesto. Tenía el cabello oscuro y despeinado, y la camiseta gris se le pegaba a cada músculo mientras gruñía para abrir los sistemas del camión. Los tirantes del uniforme caían a los lados, mientras el sudor perlaba su cuello y sus brazos, de un color bronceado y brillante por el sol andaluz.
—¡Sal del maldito camino! —le gritó él sin mirarla y Naiara ahogó un gemido, apartándose cuando el agua empezó a salir del camión.
Fue cuestión de pocos minutos, lentos y agónicos, en que la mirada del bombero se mantuvo sobre el fuego mientras este se extinguía poco a poco. Y luego sus ojos tropezaron con lo que quedaba de aquel papel quemado, la causa del potencial desastre, y todo el agotamiento de la noche de guardia explotó en él de una vez.
—¿¡Tú hiciste esto!? ¡Eres una inconsciente! ¡Esperaba que fuera un accidente pero…! —rugió dándose la vuelta para enfrentar a la muchacha, y de repente se quedaron mirándose como si el mundo y todos sus pájaros se hubiera detenido en ese momento.
Naiara sintió que se tragaba la lengua al ver aquellos ojos negros, parecían un pasaje directo al fuego del infierno y por alguna razón no la dejaban respirar. Aquel hombre debía tener menos de treinta años, formido, alto, de expresión feroz, como el puto depredador más alto de la cadena alimenticia.
Y él solo se quedó allí, con el regaño suspendido en los labios mientras veía el temblor convulso en los de la muchacha. Ni siquiera sabía por qué, pero sentía como si fuera alguien a quien hubiera estado esperando durante un largo tiempo.
—¡Yo… yo no quería… no fue mi intención… lo siento…! —intentó balbucear Naiara, mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos y trataba de alcanzar lo que quedaba de sus votos de la mano de aquel hombre, pero un gesto brusco la detuvo justo por el antebrazo, arrancándole un gemido de dolor—. ¡Aaaah!
Él la soltó de inmediato, solo para alcanzar las puntas de sus dedos y tratar de darle la vuelta para revisarla, pero aquel dolor hizo que a Naiara se le nublara la vista y solo sintió aquellos brazos a su alrededor de nuevo, sosteniéndola, apretándola contra cada músculo cincelado y poderoso; y una voz ronca contra su oído mientras una mano enorme y caliente recorría su cara, aprisionaba su garganta y palpaba su pecho como si quisiera asegurarse de que su corazón seguía latiendo.
—¿Estás herida? ¡Contesta! ¡¿Estás herida?! —gruñó Samuel respirando pesadamente contra ella y Naiara se estremeció, porque aunque él estaba tratando de reanimarla, lo único que realmente estaba provocando entre los dos era el infierno.
CAPÍTULO 6. Fuego salvajeSi hubiera sido supersticioso, Samuel se habría asustado. Tocar a aquella chica le provocaba como una electricidad extraña. Era como ver las columnas de humo levantándose hacia el cielo en el peor de los incendios forestales y saber que estaba a punto de meterse en aquel infierno.Ella debía ser igual, como un fuego salvaje, porque Samuel sentía que podía meterse ahí, pero nada le aseguraba que saldría vivo después de eso.Su voz era ronca y profunda cuando por fin la vio abrir los ojos, aturdida, y la apoyó entre el auto y su cuerpo, sosteniéndola. Aquellos ojos eran un par de pozos que podían tragarse su alma, y muy a su pesar le despertaron los peores intintos, los más feroces.—Calma... eso... calma, solo es la adrenalina. Todo está bien...Carraspeó cuando la sintió más firme y se separó solo un poco, estrujando lo que quedaba del papel en un puño y metiéndolo en su bolsillo.—Responde ¿estás herida?Naiara giró el antebrazo, mostrándolo porque realment
CAPÍTULO 7. Lágrimas de culpaTocaba una dramática despedida, polvo bajo las llantas de su auto… pero la verdad fue que Naiara solo pudo avanzar una calle, porque no tenía ni puñetera idea de por dónde tenía que irse.Puso los ojos en blanco con una mueca y se bajó frente al establecimiento más cercano, procurando no mirar al hombre que había quedado cincuenta metros atrás y la observaba como si acabara de golpearlo.Se acercó a la puerta, donde una muchacha solo un poco mayor que ella barría furiosamente, y saludó con cortesía.—Hola, ¿qué tal? ¿Sería tan amable de decirme por qué camino puedo llegar a El Mirador, a la hacienda del señor Félix Bravo? —preguntó y en un solo segundo todas las cabezas en aquel bar se giraron hacia ella, como si hubiera mencionado al mismísimo diablo.—Esto es un bar, no una agencia de viajes —espetó la muchacha sin mirarla—. Usa Go0gle Maps que para eso existe.Naiara frunció el ceño, porque una cosa era la falta de educación y otra muy distinta la agr
CAPÍTULO 8. Un lugar hostil—¡Tienes que irte!Aquella sentencia hizo que el cuerpo de la muchacha se tensara.—¿¡Quééééé…!? ¡No, abuelo…!—¡Tienes que irte, Naiara! ¿No lo entiendes? Si yo no mandé esto, entonces alguien más lo hizo. ¡Alguien te trajo aquí con… con todas estas mentiras! —aseguró su abuelo.—¿Entonces es mentira que querías que viniera? —preguntó ella con el corazón en un hilo.—¡No, hija, claro que no! ¡Pero es mentira que voy a vender la finca! ¡Es mentira que te haya mandado a llamar, y si alguien te mandó esto entonces… entonces fue para atraerte, porque saben que puedes ser un punto débil para mí, y pueden… pueden querer lastimarte, como lastimaron a tu abuela, y yo no puedo permitir eso…! ¡No voy a permitir eso, Naiara, así que vete, anda, súbete a tu auto y vete y…!El señor Félix miraba alrededor como si estuviera buscando algo que no fuera capaz de encontrar, y en cierto punto Naiara se dio cuenta de que estaba tan nervioso que estaba a punto de desvariar.—
CAPÍTULO 9. Un hombre asfixiadoEl chiquillo soltó a Naiara como si se estuviera quemando y retrocedió. Samuel Leal tenía fama de tener poca paciencia y un temperamento controlado hasta que alguien lo hacía estallar. Y por desgracia ahora parecía a punto de hacerlo.Naiara pasó saliva al verlo sin el uniforme de bombero forestal, pero en jean, camiseta informal y chaqueta de piel se veía todavía más condenamente guap… ¡peligroso! …se veía peligroso.—¿Qué carajo están haciendo aquí? ¿Cómo se le ocurrió pincharle las llantas…?—Mejor no te metas, Samuel, al final te conviene que… —intentó replicarle otro de los chiquillos, pero solo ahogó el final de aquella oración cuando la mano tosca de Samuel se estampó contra su pecho y lo levantó por la camisa, despegándole los pies del suelo.—¡¿Qué dijiste?! —rugió él y los otros dos muchachas salieron corriendo en vista de la paliza que estaban a punto de darle a su compañero.—¡Lo siento, lo siento! —exclamó el muchacho y Samuel lo dejó caer
CAPÍTULO 10. Un instinto entrenadoEl golpe furioso en la mesa hizo que Francisco Leal levantara la cabeza y mirara a su hijo con los dientes apretados, pero finalmente se echó atrás en la silla ejecutiva mirándolo con la misma displicencia que usaba con cualquiera de sus oponentes cada vez que peleaba por la alcaldía de Villahermosa.—¿Te quieres explicar? —respondió con tono severo y Samuel no se tragó ni por un segundo aquella inocencia.—¡Naiara! ¡Naiara Bravo! ¡La nieta del señor Félix!—¿Una de las hijas de Rafael? —lo increpó su padre como si tratara de recordar—. ¿Qué hay con ella…?—¿Por qué mejor no dejas de fingir? ¡Tú y yo nos conocemos demasiado bien como para saber que manejas este pueblo a tu antojo! —espetó Samuel—. A la muchacha la están molestando desde que llegó, no la ayudan, no quieren venderle en las tiendas, en la farmacia estuvieron a punto de negarle la ayuda más básica… ¡Y hace un rato un grupo de adolescentes le pincharon las llantas del auto! ¡¿De verdad es
CAPÍTULO 11. La linda imagen de un hombre desn...Quizás era una locura, pero Naiara se sentía más a gusto en aquel lugar de lo que jamás se había sentido en la casa de sus padres en Boston. Casi no recordaba de su infancia allí, el dolor y el remordimiento habían bloqueado con el tiempo demasiadas cosas, pero si de algo estaba segura era de que allí se sentía en paz, protegida, y amada.Por suerte el teléfono fijo de la casa todavía funcionaba bastante bien, así que se ocupó de llamar a varios viveros, pero todos le decían más o menos lo mismo: ¿Cuántas hectáreas de terreno hay que llenar?Naiara no sabía mucho de eso, pero era una excusa tan linda como cualquier otra para salir a recorrer las plantaciones. Se despidió de su abuelo y pasó el día tan entretenida que ni siquiera recordó que debía comer.El rancho estaba dividido en dos: del arroyo a la izquierda, donde todo se había quemado, incluyendo la antigua casa grande; y del arroyo a la derecha, donde se levantaban los campos de
CAPÍTULO 12. Un respeto perdidoElla tenía su playera, y eso significaba que el torso de Samuel estaba desnudo, incluyendo esos pectorales que tenía tan cerca de su boca que…Naiara juraba que había tenido que morderse la lengua para no pasarla por allí. No supo si estaba conteniendo el aliento conscientemente o que de verdad no podía respirar, pero era obvio que era difícil apartar los ojos de su pecho. Todo el pectoral izquierdo sobre su corazón tenía un tatuaje, uno que llegaba al hombro y seguía por su brazo. Y aunque no podía verlo del todo por la poca luz, lo que veía era suficiente como para estremecerla.—¡No tienes derecho a hacer esto…! —gruñó ella tratando de cambiar su atención.—¡Ni necesidad, ni necesidad! —replicó Samuel apartándose con tono molesto, pero increíblemente no era con Naiara.Ni siquiera podía empezar a describir el grado de terror que había sentido mientras escuchaba sus gritos y la veía peleando en la corriente. Era dolorosamente consciente de todas las c
CAPÍTULO 13. ¿Un sueño o un recuerdo?La sensación era extraña, debía reconocerlo. Samuel quería nalguearla y abrazarla a la misma vez, consentirla y bes… ¡Nalguearla, quería nalguearla! Pero aquellas palabras hicieron que extendiera un brazo en su dirección y tocara su frente.—¡Joder! —gruñó por lo bajo. Tenía fiebre, y era obvio que lo que había sucedido le estaba pasando factura—. No pasa nada, solo te sientes un poquito mal, no es nada… —intentó consolarla.—Tengo mucho frío, ¿me puedes abrazar? —pidió ella con un puchero listo para berrinche—. También tengo hambre, y me duele la cabeza, Zazu, ¿me llevas a la casa?Samuel contuvo el aliento mientras sus ojos se abrían como platos, nadie lo había llamado así en quince años, eso solo se lo decía ella después de su obsesión temporal con El rey león. Eso significaba… ¿significaba que Naiara se había acordado de él? Sabía que era muy improbable, era muy pequeñita cuando se la habían llevado, pero…Ni siquiera sabía que eso que estaba