CAPÍTULO 6. Fuego salvaje
Si hubiera sido supersticioso, Samuel se habría asustado. Tocar a aquella chica le provocaba como una electricidad extraña. Era como ver las columnas de humo levantándose hacia el cielo en el peor de los incendios forestales y saber que estaba a punto de meterse en aquel infierno.
Ella debía ser igual, como un fuego salvaje, porque Samuel sentía que podía meterse ahí, pero nada le aseguraba que saldría vivo después de eso.
Su voz era ronca y profunda cuando por fin la vio abrir los ojos, aturdida, y la apoyó entre el auto y su cuerpo, sosteniéndola. Aquellos ojos eran un par de pozos que podían tragarse su alma, y muy a su pesar le despertaron los peores intintos, los más feroces.
—Calma... eso... calma, solo es la adrenalina. Todo está bien...
Carraspeó cuando la sintió más firme y se separó solo un poco, estrujando lo que quedaba del papel en un puño y metiéndolo en su bolsillo.
—Responde ¿estás herida?
Naiara giró el antebrazo, mostrándolo porque realmente comenzaba a dolerle, y Samuel apretó los labios al ver la larga quemadura sobre él.
—No es nada, yo puedo… —empezó a decir ella y aquella voz tajante la detuvo.
—Tú nada, tú te quedas quieta. Voy por el botiquín del camión.
Naiara estaba lista para replicar, pero solo retrocedió vivamente cuando él se acercó, porque de verdad parecía que estaba a punto de comérsela.
—En el capó, te subes o te subo —gruñó y ante tanta variedad de opciones, optó por subirse sola.
Samuel puso junto a ella el botiquín y alcanzó su radio.
—Aquí Zazu1607.
“Adelante Zazu1607” se escuchó del otro lado.
—Tengo un incendio extinguido en la ruta 43. Repito, incendio extinguido en la ruta 43, solicito reemplazo de conductor —dijo Samuel y en pocos segundos obtuvo su respuesta.
“Anotado Zazu1607, te estoy mandando a Sergio”.
—Entendido.
Samuel dejó a un lado la radio y alcanzó el botiquín, sacando lo que necesitaba de urgencia para atender aquella herida, pero obviamente tenía que llevarla al hospital. Naiara apretó los labios con un gesto de dolor mientras él desinfectaba y vendaba, sin dejar por supuesto de protestar entre dientes.
Pasaron solo unos pocos minutos, y Samuel estaba pegando la última banda de tela adhesiva cuando otro camión llegó junto a ellos, y un hombre rubio y amable se bajó del asiento del copiloto.
—¿Todo controlado, hermano? —preguntó el otro bombero y Samuel puso en las manos de su mejor amigo las llaves del camión que llevaba.
—Sí, llévate a Zazu a la estación, yo me encargo de la gringuita —sentenció y los ojos de Naiara se abrieron con sorpresa.
—¿Encargarte…? ¿¡Disculpa!? ¡¿Cómo “encargarte”…?! —lo increpó con toda la actitud.
Y Sergio le hizo una mueca que probablemente significara: ¡Buena suerte! antes de largarse a toda prisa, porque era demasiado evidente que el fuego que se había extinguido en la maleza ya había prendido por otro lugar.
Samuel, por su parte, solo abrió la puerta del conductor de aquel auto rentado y miró a Naiara como si estuviera a punto de nalguearla.
—Sube, te voy a llevar al hospital más cercano —sentenció.
—¡Ah…! ¡Gra-gracias…! —musitó ella—. ¿Es parte del trabajo de ser bombero?
—No, no suelo acompañar extranjeras dramáticas, pero tengo que evitar que incendies algo más antes de salir de mi territorio —gruñó él y Naiara lo vio subirse al auto, pero no hizo lo mismo—. ¡Sube! —exclamó Samuel y la verdad era que podría haber estado gritándolo todo el día, pero finalmente se tuvo que bajar y darle la vuelta al coche—. ¿Qué? —la increpó molesto.
—¿No tienes ni una pizca de caballerosidad? ¿No te enseñaron a abrirle la puerta a las mujeres? ¿Ni siquiera a las gringuitas dramáticas? —siseó ella y Samuel se aguantó el gruñido de impotencia mientras abría la puerta del copiloto para que se subiera.
Cada uno pasó los pocos kilómetros que faltaban hasta el pueblo más cercano rumiando sus protestas.
—¡Por favor dime que solo estás en Villahermosa de paso, y que te largarás antes de mi siguiente turno de trabajo! —gruñó él deteniéndose frente al hospital y Naiara le dedicó su mejor sonrisa falsa.
—¡Ay, precioso, no tienes tanta suerte! —le respondió.
Samuel se bajó rezongando, pero en cuanto entró al pequeño Centro de Salud cada chica que pasaba a su lado trataba de sacarle una sonrisa.
Naiara puso los ojos en blanco, era verdad que tenía cuerpo para ser un conquistador y cara para ser un rompecorazones… pero ella ya no tenía ninguno que le rompieran, así que procuró ni mirarlo mientras en Urgencias se ocupaban apropiadamente de su quemadura.
Todos conocían a Samuel en aquel pueblo, así que nadie se molestó en pedirle que saliera mientras curaban a Naiara, y él la vio tragarse cada quejido de dolor con estoicismo, sin hacer ni un solo gesto mientras el médico intentaba animarla.
Era de verdad una chica muy hermosa, joven, determinada, temperamental…
“Debe ser una condenada mula cerrera”, pensó para sus adentros, porque no podía disfrazar el hecho de que ella lo miraba como si solo estuviera deseando pegarle con una palanca de hierro.
Finalmente el médico la dejó marchar, recetándole una crema para la quemadura, y los dos salieron del centro médico sin mirarse.
—¿Te puedo recomendar el hotel del pueblo? No es tan lujoso como a lo que debes estar acostumbrada pero es lo que hay —sentenció él. “Y sobre todo te hará querer marcharte muy pronto”, pensó.
—Y déjame adivinar. El único problema que tiene es que no vienes tú incluido en el precio de una noche —replicó la muchacha como si quisiera evitarle la coquetería incluso antes de que saliera de sus labios.
—¡No iba a decir eso…! —gruñó Samuel—. ¡Solo estoy tratando de ayudarte, aunque ciertamente no debería! ¡Estaba saliendo de mi turno por fin y me tropiezo con un incendio que provocaste solo para quemar sabe Dios qué, cuando en esta época del año está prohibido hacer fogatas o incluso asados! ¡Así que no me has hecho el día mucho más lindo!
—No te preocupes, con la cantidad de babas que vas dejando a tu paso, estoy bastante segura de que alguna terminará abriendo la boca para hacerte el día mucho mejor —siseó Naiara llegando a su auto.
Samuel gruñó acercándose a ella, y se detuvo solo cuando el sonido de su respiración y el olor a fresas que salía de su boca le dijeron que había pasado mucho más allá de su espacio personal.
—Si crees que eso es una ofensa, te equivocas —siseó.
—Si creíste que era un halago, entonces no me conoces —replicó Naiara.
Las respiraciones de los dos eran pesadas y desafiantes, y Samuel podía sentir el pecho de Naiara rozar contra el suyo, estremeciéndolo… pero antes de que aquellas chispas se salieran de control, una mujer salió corriendo del hospital, gritando su nombre.
—¡Señorita Bravo… señorita Bravo, se dejó la crema! —dijo con una sonrisa llegando junto a ella y Samuel retrocedió al escuchar aquel apellido.
De pronto fue como si estuviera en lo alto de una montaña rusa y a punto de caer.
—¿Bravo…? —balbuceó—. ¿Como los Bravo de El Mirador?
La muchacha clavó los ojos en él y asintió.
—Sí, mi abuelo es el señor Félix, yo soy Naiara Bravo… jamás a tu servicio, por supuesto —terminó remedando el protocolo con un guiño y se subió a su auto, marchándose de allí mientras Samuel se quedaba aturdido y con el corazón desbocado en plena calle, porque no podía creer que aquella niña, su niña, estuviera por fin de regreso.
—Renacuajo…
CAPÍTULO 7. Lágrimas de culpaTocaba una dramática despedida, polvo bajo las llantas de su auto… pero la verdad fue que Naiara solo pudo avanzar una calle, porque no tenía ni puñetera idea de por dónde tenía que irse.Puso los ojos en blanco con una mueca y se bajó frente al establecimiento más cercano, procurando no mirar al hombre que había quedado cincuenta metros atrás y la observaba como si acabara de golpearlo.Se acercó a la puerta, donde una muchacha solo un poco mayor que ella barría furiosamente, y saludó con cortesía.—Hola, ¿qué tal? ¿Sería tan amable de decirme por qué camino puedo llegar a El Mirador, a la hacienda del señor Félix Bravo? —preguntó y en un solo segundo todas las cabezas en aquel bar se giraron hacia ella, como si hubiera mencionado al mismísimo diablo.—Esto es un bar, no una agencia de viajes —espetó la muchacha sin mirarla—. Usa Go0gle Maps que para eso existe.Naiara frunció el ceño, porque una cosa era la falta de educación y otra muy distinta la agr
CAPÍTULO 8. Un lugar hostil—¡Tienes que irte!Aquella sentencia hizo que el cuerpo de la muchacha se tensara.—¿¡Quééééé…!? ¡No, abuelo…!—¡Tienes que irte, Naiara! ¿No lo entiendes? Si yo no mandé esto, entonces alguien más lo hizo. ¡Alguien te trajo aquí con… con todas estas mentiras! —aseguró su abuelo.—¿Entonces es mentira que querías que viniera? —preguntó ella con el corazón en un hilo.—¡No, hija, claro que no! ¡Pero es mentira que voy a vender la finca! ¡Es mentira que te haya mandado a llamar, y si alguien te mandó esto entonces… entonces fue para atraerte, porque saben que puedes ser un punto débil para mí, y pueden… pueden querer lastimarte, como lastimaron a tu abuela, y yo no puedo permitir eso…! ¡No voy a permitir eso, Naiara, así que vete, anda, súbete a tu auto y vete y…!El señor Félix miraba alrededor como si estuviera buscando algo que no fuera capaz de encontrar, y en cierto punto Naiara se dio cuenta de que estaba tan nervioso que estaba a punto de desvariar.—
CAPÍTULO 9. Un hombre asfixiadoEl chiquillo soltó a Naiara como si se estuviera quemando y retrocedió. Samuel Leal tenía fama de tener poca paciencia y un temperamento controlado hasta que alguien lo hacía estallar. Y por desgracia ahora parecía a punto de hacerlo.Naiara pasó saliva al verlo sin el uniforme de bombero forestal, pero en jean, camiseta informal y chaqueta de piel se veía todavía más condenamente guap… ¡peligroso! …se veía peligroso.—¿Qué carajo están haciendo aquí? ¿Cómo se le ocurrió pincharle las llantas…?—Mejor no te metas, Samuel, al final te conviene que… —intentó replicarle otro de los chiquillos, pero solo ahogó el final de aquella oración cuando la mano tosca de Samuel se estampó contra su pecho y lo levantó por la camisa, despegándole los pies del suelo.—¡¿Qué dijiste?! —rugió él y los otros dos muchachas salieron corriendo en vista de la paliza que estaban a punto de darle a su compañero.—¡Lo siento, lo siento! —exclamó el muchacho y Samuel lo dejó caer
CAPÍTULO 10. Un instinto entrenadoEl golpe furioso en la mesa hizo que Francisco Leal levantara la cabeza y mirara a su hijo con los dientes apretados, pero finalmente se echó atrás en la silla ejecutiva mirándolo con la misma displicencia que usaba con cualquiera de sus oponentes cada vez que peleaba por la alcaldía de Villahermosa.—¿Te quieres explicar? —respondió con tono severo y Samuel no se tragó ni por un segundo aquella inocencia.—¡Naiara! ¡Naiara Bravo! ¡La nieta del señor Félix!—¿Una de las hijas de Rafael? —lo increpó su padre como si tratara de recordar—. ¿Qué hay con ella…?—¿Por qué mejor no dejas de fingir? ¡Tú y yo nos conocemos demasiado bien como para saber que manejas este pueblo a tu antojo! —espetó Samuel—. A la muchacha la están molestando desde que llegó, no la ayudan, no quieren venderle en las tiendas, en la farmacia estuvieron a punto de negarle la ayuda más básica… ¡Y hace un rato un grupo de adolescentes le pincharon las llantas del auto! ¡¿De verdad es
CAPÍTULO 11. La linda imagen de un hombre desn...Quizás era una locura, pero Naiara se sentía más a gusto en aquel lugar de lo que jamás se había sentido en la casa de sus padres en Boston. Casi no recordaba de su infancia allí, el dolor y el remordimiento habían bloqueado con el tiempo demasiadas cosas, pero si de algo estaba segura era de que allí se sentía en paz, protegida, y amada.Por suerte el teléfono fijo de la casa todavía funcionaba bastante bien, así que se ocupó de llamar a varios viveros, pero todos le decían más o menos lo mismo: ¿Cuántas hectáreas de terreno hay que llenar?Naiara no sabía mucho de eso, pero era una excusa tan linda como cualquier otra para salir a recorrer las plantaciones. Se despidió de su abuelo y pasó el día tan entretenida que ni siquiera recordó que debía comer.El rancho estaba dividido en dos: del arroyo a la izquierda, donde todo se había quemado, incluyendo la antigua casa grande; y del arroyo a la derecha, donde se levantaban los campos de
CAPÍTULO 12. Un respeto perdidoElla tenía su playera, y eso significaba que el torso de Samuel estaba desnudo, incluyendo esos pectorales que tenía tan cerca de su boca que…Naiara juraba que había tenido que morderse la lengua para no pasarla por allí. No supo si estaba conteniendo el aliento conscientemente o que de verdad no podía respirar, pero era obvio que era difícil apartar los ojos de su pecho. Todo el pectoral izquierdo sobre su corazón tenía un tatuaje, uno que llegaba al hombro y seguía por su brazo. Y aunque no podía verlo del todo por la poca luz, lo que veía era suficiente como para estremecerla.—¡No tienes derecho a hacer esto…! —gruñó ella tratando de cambiar su atención.—¡Ni necesidad, ni necesidad! —replicó Samuel apartándose con tono molesto, pero increíblemente no era con Naiara.Ni siquiera podía empezar a describir el grado de terror que había sentido mientras escuchaba sus gritos y la veía peleando en la corriente. Era dolorosamente consciente de todas las c
CAPÍTULO 13. ¿Un sueño o un recuerdo?La sensación era extraña, debía reconocerlo. Samuel quería nalguearla y abrazarla a la misma vez, consentirla y bes… ¡Nalguearla, quería nalguearla! Pero aquellas palabras hicieron que extendiera un brazo en su dirección y tocara su frente.—¡Joder! —gruñó por lo bajo. Tenía fiebre, y era obvio que lo que había sucedido le estaba pasando factura—. No pasa nada, solo te sientes un poquito mal, no es nada… —intentó consolarla.—Tengo mucho frío, ¿me puedes abrazar? —pidió ella con un puchero listo para berrinche—. También tengo hambre, y me duele la cabeza, Zazu, ¿me llevas a la casa?Samuel contuvo el aliento mientras sus ojos se abrían como platos, nadie lo había llamado así en quince años, eso solo se lo decía ella después de su obsesión temporal con El rey león. Eso significaba… ¿significaba que Naiara se había acordado de él? Sabía que era muy improbable, era muy pequeñita cuando se la habían llevado, pero…Ni siquiera sabía que eso que estaba
CAPÍTULO 14. Un hombre comprometidoNaiara sabía que tenía que adueñarse de su expresión, pero no dudaba de que la sorpresa le hubiera explotado en la cara como una bomba de relojería.—¿Cómo… no—novio…? —balbuceó porque por alguna extraña razón, o quizás por la forma en que Samuel se comportaba a su alrededor o la chispa que había entre los dos siempre, Naiara había asumido que era un hombre libre como el viento.—¡Pues eso, novio! —siseó Amanda—. ¿O qué esperabas? ¡Samuel es un hombre adulto, existía antes de que tú aparecieras, ¿sabes?! Tenía una vida hasta hace tres días que llegaste, y esa vida tiene una novia. ¿Qué te parece tan raro?Naiara negó de prisa, porque tener delante a una mujer furiosa porque su pareja estaba coqueteando con alguien más, le recordaba todo el dolor que había sentido por la traición de su hermana y de su prometido.—Lo siento, de verdad lo siento. No tenía ni idea… —intentó defenderse.—¡Pues eso espero, porque muy zorra tiene que ser una mujer para met