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Capítulo 2

La recuperación sería larga y de muchos cuidados, pero estaba dispuesta a todo por sanar tanto física como mentalmente. Mis traumas habían quedado tatuados en mi piel a fuego y en mi mente solo podía recordar una vez tras otra lo vivido, pero este renacer era único y majestuoso.

Podía sentir como me ponía en pie y renacía de las cenizas, poco a poco volviendo a construirme a mí misma. Había llegado el momento de olvidar y enterrar el pasado y vivir y ser feliz en el presente y el futuro que venía.

El camino sería largo y quizá lleno de tormentos, aún así, iba de la mano de mi familia y de aquel hombre que aún permanecía a mi lado luego de que la tormenta lo destruyera todo. Bruno me confundía y me hacía rabiar como sonreír, me daba luz y me llenaba de miedos con su manera de actuar y de decirme las cosas. Pero él era esencial en mi vida, se había convertido en alguien demasiado importante para mí.

En nuestra larga estadía en Estados Unidos no había mencionado nada respecto al beso que me había robado en mi cumpleaños, y sus labios aún seguían ardiendo en mi boca y en mi mente, recordando la suavidad y la ternura con la que me sujetó de la nuca y saqueó mi boca en un beso que me despertó del letargo e hizo que todos los sentimientos que estaban guardados en lo más recóndito de mi ser salieran a flote.

A toda costa lo había querido ignorar, hacer de cuenta que nunca pasó, pero no ayudaba en lo absoluto que él estuviera día y noche a mi lado, siendo mi fuerza y mi motor, curando mis cicatrices y borrando con su mera presencia cualquier rastro de dolor. De no ser por él y su gran apoyo, ni siquiera me hubiese atrevido a someterme a las cirugías y pasar un tormentoso capítulo de mi vida.

Bruno no era más que el amigo molesto de mi hermano mayor, ese que siempre estuvo presente en cada paso que Nick diera, pero en lugar de ser una molestia como muchos lo eran, él siempre fue atento, respetuoso y en extremo amable conmigo. Siempre estaba ahí cuando menos lo esperaba hasta que se convirtió en un amigo más, uno que parecía ser más mi hermano que amigo por su exagerada protección.

Por muchos años me sentí su hermanita, sus tratos no eran más que tiernos y sobreprotectores, haciéndome recordar a mi hermano mayor. Él jamás mencionó sentimientos más profundos y por eso siempre me vi en sus ojos como la hermana de su amigo e incluso la misma sangre suya. Nunca pensé que él sentiría algo por mí y que esos sentimientos fuesen a durar por mucho tiempo.

Era libre de sentirme dudosa, después de todo, ¿quién guardaba sentimientos por otra persona por tantos años? Era una locura amar en silencio y por largo tiempo a una misma persona, sin decir nada o al menos encontrar otro amor en el camino, más cuando ese alguien había encontrado un amor y había forjado su camino lejos.

No sabía por qué se empeñaba tanto en cuidarme y darme su amor, tampoco comprendía cómo había hecho para que esos sentimientos nunca murieran, quizá era algo que hacía parte del verdadero amor o quizás no era más que un capricho, el sinsabor de haber quedado con el antojo. No quería pensar demasiado en el por qué Bruno decía amarme, porque una parte de mí le aterraba encontrar respuestas, mientras la otra, esa que latía en medio del desasosiego y la desesperanza, me decía todo lo contrario y moría por conocer las respuestas que tenía para darme.

Y era ese sentir el que me gritaba desesperado que me alejara de esos sentires y esa dependencia, porque, aunque Bruno no dijera nada y guardara sus sentimientos para sí, aquellos los podía palpar con tanta suavidad que quemaban mi corazón y me hacía desatar ilusiones que ya habían muerto.

Una vez amé con locura, entregando todo mi corazón y lo único que conseguí de vuelta fue la muerte. Me desviví por un maldito monstruo que no hizo más que jugar con mis sentimientos hasta hacerlos cenizas.

No. No podía darme el lujo de amar otra vez. El amor dolía, sangraba... Amar era el verdadero infierno sobre la tierra.

—¿Cómo te sientes? —Bruno me sacó de mis pensamientos con su pregunta, sonriéndome de esa manera que me ponía en alerta—. El doctor dijo que pronto podrías volver a casa.

—Me siento mucho mejor, aunque debo admitir que estoy sumamente cansada.

—Pronto estaremos en casa y podrás descansar de todo este tedioso y pesado proceso.

—Ha sido muy difícil y duro, pero ha valido la pena —confesé—. Gracias por motivarme y apoyarme, Bruno. Sin ti no hubiese tomado esta decisión.

—No tienes que agradecerme nada. Lo más importante es que tú te sientas bien y seas feliz contigo misma —sonrió—. Lo que más importa aquí eres tú y nadie más que tú.

Lo miré a los ojos y me perdí un instante en su verdosa y profunda mirada. Sus ojos eran intensos, no podía sostener la mirada por demasiado tiempo sin que los nervios me jugaran en contra y sintiera que mi corazón se desbocaba en el interior de mi pecho.

—¿Quieres que te ayude a cambiar las vendas? —inquirió y asentí sin decir ni una sola palabra.

Como cada día preparó todo para cambiarme los vendajes del rostro y del cuerpo, teniendo sumo cuidado y tratándome como si fuese una rosa a punto de perder sus pétalos.

Al principio me sentía sumamente avergonzada de que mirara todas las cicatrices que habían en mi cuerpo, pero para sus ojos no parecían existir, puesto que nunca decía nada y solo se dedicaba a cambiarme el vendaje, respetándome y haciéndome sentir segura bajo sus manos. Lo hacía con tanta delicadeza que cada roce era una caricia preciosa para mi alma atormentada.

—Están sanando muy rápido —murmuró, envolviendo mi pecho con nuevas vendas.

Me fue imposible no mirar sus labios, ellos estaban apretados en una delgada línea mientras sus ojos se paseaban con atención y a la misma calma velocidad en las que sus manos se movían, apretando las vendas y cuidando no presionar demasiado.

Me encantaría saber qué piensa de mi aspecto. Él ha dicho incontables veces que soy una mujer muy bella, pero me gustaría saber su verdadero pensamiento. Una mujer que ha sido quemada en su totalidad no puede verse bella ni mucho menos despertar pasiones. Sería una gran mentira si me dijera que aquellas partes de mi piel que aún seguían rigurosas y horribles le causaran algo más que lástima y pena.

—¿Cómo se ve? —externé mi duda sin poder evitarlo. Necesitaba saber cómo se veían, porque a diferencia de mi rostro, el resto de mi cuerpo apenas si había podido tener una reconstrucción del cuarenta por ciento.

—Muy bien, pero estoy seguro que con el tiempo se van a ver mucho mejor tal como lo dijo el doctor —respondió con lo que parecía ser sinceridad.

—¿Crees que...?

Callé, sacudiendo la cabeza con fuerza y guardando mis palabras para mí. Bruno levantó su mirada y ladeó el rostro, esperando que terminara de formular mi pregunta, pero aquella duda quedaría siempre sin resolver.

—¿Qué cosa? ¿Qué creo? —preguntó al ver que no iba a decir más.

—Nada, no me prestes atención, no era nada importante.

—¿Como que no es importante? Sabes que no tienes que temer a nada. Pregunta todo lo que quieras saber, sabes que siempre te voy a hablar con la verdad y desde el fondo de mi corazón.

—De verdad, era una estupidez.

Me tomó del mentón con suma delicadeza y me obligó a mirarlo a los ojos. Lo sabía, sabía cuál era mi pregunta y por eso me miraba de esa manera tan intensa.

Me agarró la mano y la llevó a su pecho sin decir nada, presionando la palma en el centro, justo donde su corazón latía desbocado, igualando los latidos del mío que en ese momento eran fuertes y erráticos.

—¿Sientes eso? —inquirió y asentí luego de negar—. Ese es mi corazón, explotando en mi pecho con demasiada fuerza al tener frente a mí a la mujer más bella que ha podido existir en este mundo. ¿Y sabes qué, Freya? No te puedes imaginar lo difícil que es para el tener en sus manos a la mujer más linda por la cual ha palpitado y no poder tenerla como tanto desea.

—Bruno, por favor...

—Lo sé, ya no diré más —me soltó y siguió con su labor inicial, pero sin dejar de sonreír de esa manera que me provocaba tantos aleteos en mi pecho y en mi estómago—. Solo te estoy respondiendo a la pregunta que me hiciste. Eres hermosa; hoy, ayer, hace un año, hace diez años. Siempre has sido preciosa, como el ángel más bello.

Bajé la mirada y sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas. No debía lastimarme, pero no dejaba de preguntarme por qué no me había enamorado de él antes y por qué no me había unido a él en lugar de haberme acabado la vida con ese despreciable ser que me había arruinado... Pero el destino había obrado de otra manera y primero debía conocer el sufrimiento antes que la verdadera felicidad.

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