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Capítulo 5

Me apresuré a vestirme y arreglarme lo mejor que pude. Debía darle la razón a Bruno, el vestido que había usado el día de mi cumpleaños me quedaba muy bien. Era largo y se amoldaba a mi figura, resaltando mis curvas que, pese a mi delgadez, seguían estando allí. Por más cubierto que fuera el vestido se me veía bien y me hacía sentir bonita.

Quise maquillarme, hacerme un peinado lindo y ponerme unos tacones altos, pero no tenía nada de eso, así que dejé mi cabello suelto y mi rostro libre de todo. Aún se me veía el rostro enrojecido por las cicatrices de las cirugías, y quise cubrirme para que nadie me viera y sintiera pena o se preguntara qué me había pasado, pero no se veían mal, además de que me prometí dejar de ocultarme y mostrarle al mundo que había sido una sobreviviente más de la maldad que habitaba en el mundo.

Suspiré hondo y me llené de valentía para salir a la calle luego de mucho tiempo usando una máscara cuando Bruno tocó la puerta una vez más. Una sonrisa se dibujó en mi cara, me sentía muy emocionada con la salida de hoy, después de todo, volvía al mundo siendo Freya.

—Disfruta, no pienses en nada más que no sea en disfrutar de tu nueva vida —me di ánimos, sintiéndome emocionada y muy nerviosa a la vez—. Y... estás con él...

Abrí la puerta de la habitación y me encontré con su cálida y bonita sonrisa y una mirada que me repasó de pies a cabeza y brilló con más intensidad, dejándome cautivada con el color de sus ojos. Algunas veces eran muy verdes, un verde tan hermoso como el color de un mar, y otros parecía ser azul. Sin duda, sus ojos, eran una mezcla de maravillosos y únicos colores que transmitían paz y seguridad.

—¿Lista para la diversión? —preguntó, brindándome su brazo.

—Muy lista —enrollé mi brazo con el suyo y, sonriendo, salimos juntos del hotel a vivir un día diferente.

No tenía ni la menor idea a dónde iríamos, pero igual tampoco quise insistir con preguntas innecesarias. Simplemente me dejaría sorprender por él.

Bruno me llevó a un centro comercial bastante concurrido y enorme que en principio me hizo sentir fuera de tono, hacia mucho que no venía a uno y me sentía una completa extraña caminando entre la gente, pero lejos de lo que llegué a pensar, cada persona estaba en su mundo, hablando y riendo con sus acompañantes e ignorando a los que pasaran por su lado.

Hice lo mismo, dejé de pensar en lo que pudieran pensar de mí y mi aspecto y me dediqué a mirar cada tienda, buscando algo que llamara mi atención y me gustara, escuchando las opiniones que dejaba caer de tanto en tanto Bruno.

Entramos a la primera tienda luego de que me convenciera de que los vestidos acentuaban mi figura y mi belleza. Me dejé guiar por él hasta que la dependienta me enseñó una cantidad absurda de vestidos y me instó a probármelos ahí mismo. No estaba segura, pero eso era parte del plan y no me llevaría prendas que no me gustaran ni mucho menos que no me había probado con anterioridad.

Bruno se quedó dando vueltas por la tienda mientras entraba al vestidor y me media los vestidos que me había entregado. Eran muy hermosos y de un estilo que encajaba a la perfección con mi edad y mis gustos, pero me sentía tan avergonzada de salir del probador para mostrárselos y que me diera su opinión, aunque al mirarme al espejo, no podía evitar pensar en todo lo que había perdido y lo mucho que me arrepentía de haberme dejado sumergir por el dolor.

Pero nunca sería tarde para avanzar y comenzar de cero. Nunca sería tarde para ser feliz, y justo en ese instante, viendo como renacía de las cenizas y todo lo malo quedaba en el olvido, más ganas de seguir adelante y ser feliz se apoderaban de mí. Esas marcas que quedaban a la vista y el vestido no cubrían era parte de mi ser ahora, no me hacía sentir menos ni mal, simplemente eran marcas que estaban tatuadas y significaban un horrible final y un mejor comienzo de vida.

Sintiéndome llena de seguridad y con ansias de comerme el mundo para ser feliz, suspiré hondo y me enderecé, abriendo la puerta del probador para llamar a Bruno, pero quedé sorprendida al verlo a punto de abrir y entrar.

—Pensé que te había pasado algo —fue lo que dijo, mirándome con cierto escrutinio—. ¿Todo bien?

—Sí, todo bien, solo me media los vestidos, tranquilo, no es como que me vaya a ahogar con la tela.

Soltó una risita, pero fue más como un suspiro de alivio.

—¿Y bien? ¿Alguno te gustó? —inquirió—. Vi unos muy lindos que me gustaron, así que si quieres probártelos...

—Sí, pásamelos, por favor —le pedí y su sonrisa fue tan grande como brillante—. Yo me siento y me veo bien con los vestidos, pero ¿tú qué opinas? ¿Cómo me veo?

Abrí la puerta en su totalidad y posé frente a él, dejando que sus ojos me recorrieran con esa lentitud avasallante que en cuestión de segundos hizo que mi corazón acelerara sus latidos. El vestido lila era hermoso, suave y de largo hasta un poco más arriba de las rodillas, con un escote sutil en forma de corazón que dejaba entrever el inicio de mis pechos y unos manguillos que caían bajo mis hombros. Se ceñía a mi carne como una segunda piel, resaltando cada una de mis curvas, haciéndome sentir cómoda y muy bonita.

Se silencio me tenía al borde de un colapso y que me mirara de esa forma en que lo hacía no ayudaba en lo absoluto. ¿Por qué no decía ni una palabra? Quedaría satisfecha si al menos me dijera que el color del vestido no me sentaba bien, pero que estuviera callado, mirándome con fijeza y acariciando su barbilla era como una especia de tortura para mí y mis pobres nervios que estaban a punto de explotar.

—No sé de qué otra manera decirte que eres hermosa —soltó al fin, cerrando los ojos por un instante y mi cara se tornó roja—. Freya, eres toda una diosa. El vestido te queda precioso.

—G-Gracias...

—Ponte este rojo — me extendió un vestido de entre arios que tenía colgados en el antebrazo.

Me apresuré a tomarlo y adentrarme de nuevo al vestidor, cambiándome el vestido a gran velocidad, emocionada como niña obteniendo sus caprichos y con el corazón latiendo a mil por segundo. Me sentía eufórica, no tanto por la idea de cambiarme vestido tras vestido, sino por la idea de dejar a Bruno sin palabras.

El vestido rojo era mucho más atrevido y sensual, diseñado para conquistar o salir de fiesta. El escote era más pronunciado de una manera elegante que no me hacía sentir incomoda ni mal, con una abertura en la pierna derecha que dejaba al descubierto parte de mi muslo y una marca bastante notoria que en ese momento me pasó desapercibida porque otras partes de mi cuerpo resaltaban aún más que una quemadura. Se ajustaba demasiado a mi cuerpo, resaltando todo aquello que no consideraba bonito ni sexi. Mi trasero se veía más respingón y mis caderas más anchas. Mis senos, aunque pequeños gracias al escote, se veían firmes.

Me contemplé a detalle en el espejo, maravillándome con lo que veía. Desde luego que me gustaba lo que reflejaba esta nueva apariencia, era una que me recordaba a la vieja Freya que siempre vestía sensual y bonita. Mi cabello se encontraba algo despeinado por el cambio constante de prendas, pero en lugar de hacerme ver mal, me daba un toque más salvaje. Mis mejillas estaban sonrojadas y hacía mucho que no veía ese brillo tan exorbitante en mi mirada.

Más que linda me sentía sexi, poderosa y especial.

Sonreí y salí del vestidor, sintiéndome tan apoteósica que no hubo nada que me frenara, ni siquiera unas simples marcas en mi piel.

—Este me encanta —dije, llamando la atención de Bruno que hablaba con la dependienta.

Mi sonrisa creció aun más al verlo, podía sentir como mi ego crecía ante esa mirada lenta y ardiente que me dio de pies a cabeza. Ese color de ojos tan indescifrables se vio más oscuros, nublados por un sentir que se veía reflejado en su pupila y en esa leve mordida que dejó en su labio inferior.

—Te quedó precioso, el rojo es tu color —me halagó la dependienta—. Justo le decía a tu novio que nos habían llegado unos modelos preciosos que de seguro te gustarán y se te verían igual o mucho más bonito como el que tienes. ¿Gustaría verlos?

—Sí, por favor.

Una vez solos, el aire fue más denso y su mirada mucho más profunda. Iba a hablar, romper el hielo, porque sí, deseaba saber lo que pensaba en ese instante, pero su voz gruesa y ronca me estremeció el alma:

—He soportado demasiado en mi vida y fui entrenado para sobrevivir en las peores circunstancias que te puedas imaginar, pero que haya salido bien librado en cada una no quiere decir que haya dejado de ser humano. Soy de carne y hueso como cualquier otro samaritano, y por mi madre, lo juro por ella, que esta es la peor de las torturas que he tenido que enfrentar —se acercó a paso lento, hasta hacerme retroceder y acorralarme en el interior del vestidor.

—¿Sí me queda bien el vestido?

—Eso no se pregunta, diosa, eso se siente.

Iba a preguntarle a qué se refería con exactitud, pero su boca fue más rápida y silenció todo a mi alrededor con un ardiente, posesivo y demandante beso, sujetándome de las caderas y pegándose a mi cuerpo en su totalidad, haciéndome entender de inmediato a lo que se refería.

Contrario a ese primer beso que me robó el día de mi cumpleaños, este era mucho más húmedo y lascivo, y no tuve ni fuerzas para separarlo porque me vi correspondiéndole con esa misma intensidad y pasión con la que él me besaba y me rozaba toda su humanidad.  

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