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Capítulo 4

—No puedo creer que no tenga nada que ponerme —me quejé, mirando y revolcando toda la ropa que tenía sobre la cama—. ¿Por qué rayos no tengo nada mejor que ponerme, algo mucho más bonito?

Las faldas, los vestidos, los pantalones e incluso las camisas eran tan simples. No podía ponerme esa ropa tan anticuada y horrible para salir a cenar con Bruno, sería vergonzoso que él estuviera todo guapo mientras yo vestía unos harapos que hasta entonces me parecieron de los más horribles. No sé cómo pude decirle a mi madre que me comprara todo eso.

Rendida, soltando un suspiro, me senté en la cama aún con la toalla alrededor de mi cuerpo, apretando la tela entre mis manos con fuerza. Entre todas las prendas no había ninguna que me gustara y me hiciera sentir cómoda y bonita. Todas eran horribles, especiales para cubrir todas las imperfecciones de mi cuerpo.

No es que quisiera vestirme con prendas más reveladoras, pero sí unas que me hicieran sentir bien y a gusto. Toda esa ropa se la había pedido a mi madre para cubrir las quemaduras en mi piel, y no es que no se vieran ahora porque aún tenía partes que eran muy notorias, aun así, si quería aceptarme y quererme debía empezar por no cubrir lo que una vez tanto dolió y hoy me hacía más fuerte.

Sostuve entre mis manos aquella máscara que se había convertido en mi rostro hacía años, era horrible y nunca me gustó mirarla en lugar de mi cara, pero en ese momento solo podía desear esconderme hasta de mí misma. El asco que me tenía era inmenso, no era capaz de contemplarme en el espejo y ver esa belleza que mi madre e incluso Bruno seguían viendo en mí.

—Nueva vida, Freya, estás empezando una vida nueva...

Era hora de desprenderme del pasado para siempre, porque a veces sentía que me arrastraba a los recuerdos y me costaba asimilar todo lo que había vivido y lo que seguía viviendo por culpa del verdadero monstruo.

Con toda la fuerza que poseía y decidida a dejar en el olvido el pasado y empezar mi nueva vida por un camino libre de espinas y sangre, terminé partiendo la máscara en dos, escuchando como el material crujía entre mis manos y sintiendo como me liberaba de las cadenas invisibles que aún me sometían a vivir en el infierno.

Sintiéndome mejor que nunca y más libre de todo el dolor que esos seres despreciables me hicieron padecer alguna vez, hice trizas la máscara, deseando no haberla usado nunca, pero aunque no podamos volver al pasado y remediarlo, sí que se puede hacer un presente diferente y forjar un futuro plenamente feliz y en calma.

Podía sentir como las cadenas caían de mi cuerpo, liberándome de todas las tormentas que me ataban a la desdicha y al sufrimiento y me sentía un ave, lista para salir volando y explorar el inmenso cielo que se desplegaba ante sus alas.

Cogí toda la ropa y la tiré al suelo, no deseaba usar nada de eso nunca más en mi vida. Si iba a empezar de cero, eso incluía usar otro tipo de ropa, una que marcara mi esencia y beldad, que me hiciera sentir cómoda y a gusto y que cuando me contemplara al espejo viera a Freya, no a una mujer huyendo y escondiéndose de su dolor.

Así fue como me encontró Bruno, quedándose parado en la puerta con una expresión que denotaba su sorpresa al ver el desastre que había en la habitación.

—¿Pasó un huracán y no me di cuenta? —se preguntó como para sí mismo y reí, negando con la cabeza y quedándome sentada en el borde de la cama—. ¿Qué pasó aquí entonces?

—No quiero usar más nada de eso —dije y sus ojos se posaron en mí.

—¿Y por qué? ¿Qué hay de malo con la ropa?

—No tiene nada de malo, pero no hace parte de mi renacer.

Me miró por unos segundos y deslizó sus ojos de nuevo a la ropa, en especial, su mirada recayó en la máscara hecha pedazos en el suelo. Soltó un suspiro y se acercó, quedando a una distancia prudente.

—¿Y qué vas a ponerte para la cena? —inquirió, sin dejar de mirar la ropa regada en el suelo—. ¿Piensas salir en toalla?

Mi sonrisa se borró y mi rostro ardió de vergüenza. Había olvidado por completo que estaba desnuda y en toalla.

—B-Bueno, yo... Yo no pensé... Y es que no tengo... No tengo qué usar...

No sabía qué decir ni a dónde mirar. En ese momento deseaba que la tierra se abriera bajo mis pies y me tragara para siempre para no volver a pasar vergüenzas frente a él.

—Ay, Freya —volvió a suspirar—. La ropa que uses no define la perspectiva que tú tienes de ti misma.

—Pero no me puedes negar que me veo horrenda con esos harapos —mantuve la cabeza baja, apretando la toalla contra mi cuerpo.

—Por supuesto que no. De esa manera solo te ves tú misma. Ven aquí y mírate —me indicó, estirando su mano hacia mí.

Levanté la cabeza y lo miré, frunciendo el ceño. ¿Qué quería que mirara?

Aunque dudosa, igual tomé su mano y me ayudó a ponerme de pie con suavidad. Mis nervios se dispararon ante el tacto y mi corazón se agitó con violencia en mi pecho. Me aferraba a la toalla como si mi vida dependiera de ella y fuese mi única salvación.

Me guio hasta el baño y me detuvo frente al espejo, quedándose detrás de mí y mirándome directamente a través de este. Sus ojos verdes decían mucho y nada a la vez, pero me sorprendía el nivel de tranquilidad que manejaba mientras yo estaba muriendo de nervios y vergüenza.

—Mírate y dime qué ves.

Aparté la mirada de sus ojos y miré mi reflejo. Mi cabello era un desastre que goteaba mis hombros y los humedecía. Mi cara estaba toda roja, incluso mi cuello y parte de mi pecho estaban sonrojados. El brillo en mi mirada era uno que no conocía y mi labio inferior estaba apresado con fuerza entre mis dientes.

¡Qué vergüenza que me viese de esa forma en la que estaba! Parecía una loca, por eso traté de peinar mi cabello con los dedos, quizá haciendo un intento de tranquilizarme.

—Dime qué ves.

—Un desastre —murmuré igual de bajo que él.

—Un desastre hermoso —su tibio aliento chocó en mi oreja, haciéndome temblar—. Freya, ¿no te das cuenta de lo bella que eres?

—Quizá en el pasado lo fui, pero ahora... Ahora no sé, quizás lo siga siendo, pero ante mis ojos solo puedo ver muchas marcas.

Dejando todo de lado, contemplé las marcas que aún se veían en mi piel, luciendo prominentes y haciéndome pensar que de nuevo debía usar esa ropa que había tirado al suelo para no tener que verlas nunca más. Esas marcas dolían tanto, quemaban como si me las estuvieran haciendo en ese mismo instante.

Hacía unos minutos pensaba en olvidar el pasado y dejarlo tres metros bajo tierra, pero era cuestión de verme en el espejo y sentir miedos de mi aspecto. Si yo no me aceptaba, ¿cómo me iban a aceptar otros? Esas quemaduras lo único que despertaban eran lástima y pena en los demás.

—Olvídate de esas marcas, ellas no existen. Mírate, ¿cómo es posible que no puedas ver lo que yo veo?

—¿Y qué ves tú?

—Una mujer preciosa —dijo, deslizando sus manos por mi cabello hasta llegar a las puntas y trazar con la yema de sus dedos mis hombros desnudos con suma suavidad—. Delicada, inteligente, fuerte, muy valiente. Una mujer que ha caído, pero que se ha levantado como ha podido y sigue brillando con su belleza y entereza, como el ave fénix, que renace de las cenizas y se hace mucho más fuerte.

Su caricia siguió un trazo por mi clavícula, justo donde una marca rosácea se contemplaba, pero a él poco parecía importarle o desagradarle, pese a que ante el tacto ya no se sentía tersa ni suave.

—No importa la ropa que uses, lo que pasa es que tú solo ves en esas prendas lo que pueden cubrir de ti y tanto te desagrada. Pero no tienes ni la menor idea de lo linda que te ves usando esas ropas "horrendas",

—No mientas, porque una mujer que se cubra todo el cuerpo no puede lucir hermosa.

—Desde luego que sí, es cuestión de saberlas combinar y de verse realmente como lo que es; una mujer hermosa. ¿O crees que necesitas mostrar piel para verte linda?

—No, claro que no...

Sonrió de costado, subiendo ahora sus caricias por mi cuello hasta llegar a mi rostro y palpar con extrema delicadeza cada parte de mi cara.

—Ahí tienes un punto, Freya, no necesitas usar minifaldas o escotes para verte linda.

—No pensaba usar eso, pero sí algo que... no sé, fuese distinto. No quiero seguir usando esa ropa porque precisamente me recuerda que se la pedí a mamá para no tener que verme las marcas en la piel.

—Entonces vayamos de compras y eliges ropa a tu gusto y que te haga sentir bien contigo misma.

Un silencio se extendió entre nosotros, uno que me recordó que estaba desnuda y que él seguía acariciándome y haciéndome sentir chispas bajo la piel.

—Bruno...

—¿Sí? —su mirada conectó con la mía a través del espejo y los nervios volvieron, esta vez concentrándose en la boca de mi estómago.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo aquí? —pregunté y frunció el ceño—. Sea como sea... Estoy desnuda y a menos que...

—No me hagas hablar, ¿sí? Porque luego de que digo las cosas a ti no te gustan y lo menos que quiero es terminar discutiendo contigo por mis pensamientos.

Me mordí los labios, sintiendo que el corazón en cualquier momento me explotaría.

—¿Y qué tipo de pensamientos son...? —me atreví a preguntarle.

Soltó una risita y se mordió su labio inferior, sacudiendo la cabeza y apartándose de mí, dejándome vacía y anhelando por más tiempo sus caricias.

—Créeme, no querrás saber lo que está pasando justo en este momento por mi cabeza —acercó sus labios a mi oreja y cerré los ojos tras el estremecimiento que me recorrió por la espalda—. Te aseguro que no es nada bueno y Dios sabe que mi madre crio a un caballero.

Mi respiración se cortó y sentí tantas cosquillas por la piel y un calor que se centró en partes de mi cuerpo que hacía mucho estaban muertas, despertando un deseo que me hizo sonrojar más de lo que me encontraba.

—Volveré a mi habitación. Ponte cualquier cosa, pero si me preguntas, el vestido que usaste para tu cumpleaños te queda muy hermoso —se dio la vuelta como si nada—. No tardes que nos espera una tarde de compras y una reservación en uno de los mejores restaurantes que me pudieron recomendar en la ciudad.

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