—No puedo creer que no tenga nada que ponerme —me quejé, mirando y revolcando toda la ropa que tenía sobre la cama—. ¿Por qué rayos no tengo nada mejor que ponerme, algo mucho más bonito?
Las faldas, los vestidos, los pantalones e incluso las camisas eran tan simples. No podía ponerme esa ropa tan anticuada y horrible para salir a cenar con Bruno, sería vergonzoso que él estuviera todo guapo mientras yo vestía unos harapos que hasta entonces me parecieron de los más horribles. No sé cómo pude decirle a mi madre que me comprara todo eso.
Rendida, soltando un suspiro, me senté en la cama aún con la toalla alrededor de mi cuerpo, apretando la tela entre mis manos con fuerza. Entre todas las prendas no había ninguna que me gustara y me hiciera sentir cómoda y bonita. Todas eran horribles, especiales para cubrir todas las imperfecciones de mi cuerpo.
No es que quisiera vestirme con prendas más reveladoras, pero sí unas que me hicieran sentir bien y a gusto. Toda esa ropa se la había pedido a mi madre para cubrir las quemaduras en mi piel, y no es que no se vieran ahora porque aún tenía partes que eran muy notorias, aun así, si quería aceptarme y quererme debía empezar por no cubrir lo que una vez tanto dolió y hoy me hacía más fuerte.
Sostuve entre mis manos aquella máscara que se había convertido en mi rostro hacía años, era horrible y nunca me gustó mirarla en lugar de mi cara, pero en ese momento solo podía desear esconderme hasta de mí misma. El asco que me tenía era inmenso, no era capaz de contemplarme en el espejo y ver esa belleza que mi madre e incluso Bruno seguían viendo en mí.
—Nueva vida, Freya, estás empezando una vida nueva...
Era hora de desprenderme del pasado para siempre, porque a veces sentía que me arrastraba a los recuerdos y me costaba asimilar todo lo que había vivido y lo que seguía viviendo por culpa del verdadero monstruo.
Con toda la fuerza que poseía y decidida a dejar en el olvido el pasado y empezar mi nueva vida por un camino libre de espinas y sangre, terminé partiendo la máscara en dos, escuchando como el material crujía entre mis manos y sintiendo como me liberaba de las cadenas invisibles que aún me sometían a vivir en el infierno.
Sintiéndome mejor que nunca y más libre de todo el dolor que esos seres despreciables me hicieron padecer alguna vez, hice trizas la máscara, deseando no haberla usado nunca, pero aunque no podamos volver al pasado y remediarlo, sí que se puede hacer un presente diferente y forjar un futuro plenamente feliz y en calma.
Podía sentir como las cadenas caían de mi cuerpo, liberándome de todas las tormentas que me ataban a la desdicha y al sufrimiento y me sentía un ave, lista para salir volando y explorar el inmenso cielo que se desplegaba ante sus alas.
Cogí toda la ropa y la tiré al suelo, no deseaba usar nada de eso nunca más en mi vida. Si iba a empezar de cero, eso incluía usar otro tipo de ropa, una que marcara mi esencia y beldad, que me hiciera sentir cómoda y a gusto y que cuando me contemplara al espejo viera a Freya, no a una mujer huyendo y escondiéndose de su dolor.
Así fue como me encontró Bruno, quedándose parado en la puerta con una expresión que denotaba su sorpresa al ver el desastre que había en la habitación.
—¿Pasó un huracán y no me di cuenta? —se preguntó como para sí mismo y reí, negando con la cabeza y quedándome sentada en el borde de la cama—. ¿Qué pasó aquí entonces?
—No quiero usar más nada de eso —dije y sus ojos se posaron en mí.
—¿Y por qué? ¿Qué hay de malo con la ropa?
—No tiene nada de malo, pero no hace parte de mi renacer.
Me miró por unos segundos y deslizó sus ojos de nuevo a la ropa, en especial, su mirada recayó en la máscara hecha pedazos en el suelo. Soltó un suspiro y se acercó, quedando a una distancia prudente.
—¿Y qué vas a ponerte para la cena? —inquirió, sin dejar de mirar la ropa regada en el suelo—. ¿Piensas salir en toalla?
Mi sonrisa se borró y mi rostro ardió de vergüenza. Había olvidado por completo que estaba desnuda y en toalla.
—B-Bueno, yo... Yo no pensé... Y es que no tengo... No tengo qué usar...
No sabía qué decir ni a dónde mirar. En ese momento deseaba que la tierra se abriera bajo mis pies y me tragara para siempre para no volver a pasar vergüenzas frente a él.
—Ay, Freya —volvió a suspirar—. La ropa que uses no define la perspectiva que tú tienes de ti misma.
—Pero no me puedes negar que me veo horrenda con esos harapos —mantuve la cabeza baja, apretando la toalla contra mi cuerpo.
—Por supuesto que no. De esa manera solo te ves tú misma. Ven aquí y mírate —me indicó, estirando su mano hacia mí.
Levanté la cabeza y lo miré, frunciendo el ceño. ¿Qué quería que mirara?
Aunque dudosa, igual tomé su mano y me ayudó a ponerme de pie con suavidad. Mis nervios se dispararon ante el tacto y mi corazón se agitó con violencia en mi pecho. Me aferraba a la toalla como si mi vida dependiera de ella y fuese mi única salvación.
Me guio hasta el baño y me detuvo frente al espejo, quedándose detrás de mí y mirándome directamente a través de este. Sus ojos verdes decían mucho y nada a la vez, pero me sorprendía el nivel de tranquilidad que manejaba mientras yo estaba muriendo de nervios y vergüenza.
—Mírate y dime qué ves.
Aparté la mirada de sus ojos y miré mi reflejo. Mi cabello era un desastre que goteaba mis hombros y los humedecía. Mi cara estaba toda roja, incluso mi cuello y parte de mi pecho estaban sonrojados. El brillo en mi mirada era uno que no conocía y mi labio inferior estaba apresado con fuerza entre mis dientes.
¡Qué vergüenza que me viese de esa forma en la que estaba! Parecía una loca, por eso traté de peinar mi cabello con los dedos, quizá haciendo un intento de tranquilizarme.
—Dime qué ves.
—Un desastre —murmuré igual de bajo que él.
—Un desastre hermoso —su tibio aliento chocó en mi oreja, haciéndome temblar—. Freya, ¿no te das cuenta de lo bella que eres?
—Quizá en el pasado lo fui, pero ahora... Ahora no sé, quizás lo siga siendo, pero ante mis ojos solo puedo ver muchas marcas.
Dejando todo de lado, contemplé las marcas que aún se veían en mi piel, luciendo prominentes y haciéndome pensar que de nuevo debía usar esa ropa que había tirado al suelo para no tener que verlas nunca más. Esas marcas dolían tanto, quemaban como si me las estuvieran haciendo en ese mismo instante.
Hacía unos minutos pensaba en olvidar el pasado y dejarlo tres metros bajo tierra, pero era cuestión de verme en el espejo y sentir miedos de mi aspecto. Si yo no me aceptaba, ¿cómo me iban a aceptar otros? Esas quemaduras lo único que despertaban eran lástima y pena en los demás.
—Olvídate de esas marcas, ellas no existen. Mírate, ¿cómo es posible que no puedas ver lo que yo veo?
—¿Y qué ves tú?
—Una mujer preciosa —dijo, deslizando sus manos por mi cabello hasta llegar a las puntas y trazar con la yema de sus dedos mis hombros desnudos con suma suavidad—. Delicada, inteligente, fuerte, muy valiente. Una mujer que ha caído, pero que se ha levantado como ha podido y sigue brillando con su belleza y entereza, como el ave fénix, que renace de las cenizas y se hace mucho más fuerte.
Su caricia siguió un trazo por mi clavícula, justo donde una marca rosácea se contemplaba, pero a él poco parecía importarle o desagradarle, pese a que ante el tacto ya no se sentía tersa ni suave.
—No importa la ropa que uses, lo que pasa es que tú solo ves en esas prendas lo que pueden cubrir de ti y tanto te desagrada. Pero no tienes ni la menor idea de lo linda que te ves usando esas ropas "horrendas",
—No mientas, porque una mujer que se cubra todo el cuerpo no puede lucir hermosa.
—Desde luego que sí, es cuestión de saberlas combinar y de verse realmente como lo que es; una mujer hermosa. ¿O crees que necesitas mostrar piel para verte linda?
—No, claro que no...
Sonrió de costado, subiendo ahora sus caricias por mi cuello hasta llegar a mi rostro y palpar con extrema delicadeza cada parte de mi cara.
—Ahí tienes un punto, Freya, no necesitas usar minifaldas o escotes para verte linda.
—No pensaba usar eso, pero sí algo que... no sé, fuese distinto. No quiero seguir usando esa ropa porque precisamente me recuerda que se la pedí a mamá para no tener que verme las marcas en la piel.
—Entonces vayamos de compras y eliges ropa a tu gusto y que te haga sentir bien contigo misma.
Un silencio se extendió entre nosotros, uno que me recordó que estaba desnuda y que él seguía acariciándome y haciéndome sentir chispas bajo la piel.
—Bruno...
—¿Sí? —su mirada conectó con la mía a través del espejo y los nervios volvieron, esta vez concentrándose en la boca de mi estómago.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo aquí? —pregunté y frunció el ceño—. Sea como sea... Estoy desnuda y a menos que...
—No me hagas hablar, ¿sí? Porque luego de que digo las cosas a ti no te gustan y lo menos que quiero es terminar discutiendo contigo por mis pensamientos.
Me mordí los labios, sintiendo que el corazón en cualquier momento me explotaría.
—¿Y qué tipo de pensamientos son...? —me atreví a preguntarle.
Soltó una risita y se mordió su labio inferior, sacudiendo la cabeza y apartándose de mí, dejándome vacía y anhelando por más tiempo sus caricias.
—Créeme, no querrás saber lo que está pasando justo en este momento por mi cabeza —acercó sus labios a mi oreja y cerré los ojos tras el estremecimiento que me recorrió por la espalda—. Te aseguro que no es nada bueno y Dios sabe que mi madre crio a un caballero.
Mi respiración se cortó y sentí tantas cosquillas por la piel y un calor que se centró en partes de mi cuerpo que hacía mucho estaban muertas, despertando un deseo que me hizo sonrojar más de lo que me encontraba.
—Volveré a mi habitación. Ponte cualquier cosa, pero si me preguntas, el vestido que usaste para tu cumpleaños te queda muy hermoso —se dio la vuelta como si nada—. No tardes que nos espera una tarde de compras y una reservación en uno de los mejores restaurantes que me pudieron recomendar en la ciudad.
Me apresuré a vestirme y arreglarme lo mejor que pude. Debía darle la razón a Bruno, el vestido que había usado el día de mi cumpleaños me quedaba muy bien. Era largo y se amoldaba a mi figura, resaltando mis curvas que, pese a mi delgadez, seguían estando allí. Por más cubierto que fuera el vestido se me veía bien y me hacía sentir bonita.Quise maquillarme, hacerme un peinado lindo y ponerme unos tacones altos, pero no tenía nada de eso, así que dejé mi cabello suelto y mi rostro libre de todo. Aún se me veía el rostro enrojecido por las cicatrices de las cirugías, y quise cubrirme para que nadie me viera y sintiera pena o se preguntara qué me había pasado, pero no se veían mal, además de que me prometí dejar de ocultarme y mostrarle al mundo que había sido una sobreviviente más de la maldad que habitaba en el mundo.Suspiré hondo y me llené de valentía para salir a la calle luego de mucho tiempo usando una máscara cuando Bruno tocó la puerta una vez más. Una sonrisa se dibujó en mi
—Aquí traje los vesti... ¡Lo siento! ¡Lo siento!La voz de la dependienta nos sacó de la burbuja en la que nos habíamos sumergido y nos hizo separarnos de inmediato.Sentía la cara caliente mientras fijaba la vista en el suelo y trataba de normalizar mi respiración agitada, pero bajar la cabeza no fue una buena idea, puesto que pude corroborar lo que golpeaba duro contra mi estómago y Bruno trataba de cubrir con su mano.Más que avergonzada por dejarme llevar en un sitio público y ser pillada casi acribillada en un pequeño vestidor, estaba sorprendida de haber causado eso en un hombre, y no a uno cualquiera, sino especialmente a él.Después de todo, Bruno siempre se había mostrado sereno y tranquilo a mi alrededor. Era, por así decirlo, la segunda vez que perdía el control de sí mismo y tomaba lo que tanto quería sin importar absolutamente nada ni nadie.Al menos eso era lo que pensaba y me daba a entender, porque nunca mostró ningún indicio de estar enamorado de mí hasta el día en q
La tarde se nos fue en un abrir y cerrar de ojos. Estaba disfrutando tanto del momento que estábamos compartiendo juntos que, cuando llegamos al hotel, me di cuenta de todo lo que me había hecho comprar y no había tenido espacio ni para negarme. No tuve más opción que mirarlo con una sonrisa divertida en los labios en lo que él alegaba que me dejara consentir y no discutiera más.Dejé todo sobre la cama y alisté el vestido y los tacones rojos para la cena. Sentía que esa noche sería especial, y qué mejor que usar ese vestido que de solo mirarlo me reventaba el corazón al recordar ese delirante beso que me dio en el probador.Y claro, ese otro que le siguió. Aunque un poco tímido y recatado de mi parte, fui capaz de dárselo y sorprendernos a los dos.No tenía mucho tiempo porque la hora de la cena estaba próxima a dejarnos fuera de alguna reserva que nos obligaba a ser puntuales.Me metí al baño y me di una ducha refrescante, luego, con esa misma ansiedad y calma, salí para al fin pone
Vivir. Eso era lo que estaba haciendo y en mi cabeza no había ningún otro pensamiento que no fuera disfrutar cada segundo que pasaba y vivía.En mi corazón no había espacio para sentir miedos, inseguridades o cualquier otro mal sentimiento que me hiciera esconder o huir de las bonitas experiencias que estaba teniendo junto a Bruno. Todo lo que hacía por mí era lo que en el fondo un día soñé y hasta ese momento estaba viviendo, siendo una mujer libre y sin temores. Quizá era un poco tarde para muchos, pero al fin me sentía feliz y que podía lograrlo todo en la vida… especialmente, que era amada y aceptada.Estos días han sido maravillosos. Había reído como nunca y había disfrutado con cada pequeña cosa que iba sucediendo. La emoción palpitaba en mi pecho, abriendo paso a las ilusiones con cada día que iba pasando. Esperaba el mañana con ansias locas de seguir ilusionándome con esta nueva vida que pintaba ser mágica y enamorándome cada segundo de un hombre que, aunque impaciente había e
Me sentía muy nerviosa, pensando que todos en casa iban a decirme algo en cuanto vieran mi nuevo aspecto, después de todo, era normal que reaccionaran si me había escondido tras una máscara por muchísimo tiempo, ocultando todas esas quemaduras que me hacían ver como un monstruo y me recordaban el infierno que había vivido.Pero toda preocupación se desvaneció en el mismo instante que llegamos y nos recibieron con abrazos y emoción, como si todos esos meses que estuvimos por fuera hubiésemos estado de vacaciones, como si hacía mucho no nos hubieran visto y al fin estuviéramos de regreso. Como cuando el soldado regresaba a casa luego de una larga misión.No hubo ningún tipo de comentario que me hiciera sentir incómoda; todo lo contrario, en lugar de eso, me abrazaron y preguntaron cómo había sido el viaje.Aún así, pude ver el brillo de felicidad en la mirada de mi madre. Todo junto a una sonrisa y unas lágrimas que no supo esconder. Se veía feliz mientras me apretaba contra su pecho, y
—Tenemos algo importante que decirles —interrumpí, sintiendo que Bruno me apretaba las manos con fuerza.—¿De qué se trata, hija?Miré al hombre que estaba detrás de mí, mirándome con sorpresa, como si dedujera que lo que iba a decirles a todos era nuestra relación. Le sonreí y afirmé el agarre de nuestras manos, segura de compartir con mi familia lo nuestro.No había razón o motivo para dilatar la noticia o mantenernos ocultos del mundo, no era como que nuestra relación fuese prohibida o mal vista. En ese instante quería que todos supieran de lo nuestro, que ese hombre guapo y todo un caballero había logrado traspasar mis barreras y llegar a mi corazón, que había derribado todos los muros que había forjado de acero con su paciencia y amor. Quería compartir con ellos mi felicidad y emoción, una que hasta ahora iniciaba y no sabía si seguiría siendo así, pero que en ese momento me sacaba más sonrisas que nunca.—Bruno y yo estamos juntos, en una relación —solté sin rodeos, dejándolos a
Encontrándome frente al espejo, ante mi peor enemiga, no podía mover un solo músculo ni tampoco abrir los ojos. Me resultaba imposible mirarme una vez más después de muchísimo tiempo y ver lo que había quedado de mí.Mi mente, en cuestión de segundos, se perdió en los malos recuerdos, haciendo que mis temblantes manos no pudiesen liberarme de esas cadenas que aún me ataban y me condenaban a recordar una y otra vez como un bucle sin salida el peor de los infiernos.Estaba muerta por más que mi corazón latiera y algo muy dentro de mí me obligara a respirar. Por más que abriera los ojos y viera colores y formas a mi alrededor, todo para mí estaba oscuro, sin gracia alguna, sin belleza, sin esas tonalidades brillantes que antes me hacían sonreír y me encantaba tanto fotografiar.El sol era eso, un cuerpo enorme que daba luz y calentaba cada día, pero que no llegaba a tocarme por ningún motivo, como si fuese un repelente y huyera de mí. Y la luna, de diferentes formas estaba allí, quieta y
La recuperación sería larga y de muchos cuidados, pero estaba dispuesta a todo por sanar tanto física como mentalmente. Mis traumas habían quedado tatuados en mi piel a fuego y en mi mente solo podía recordar una vez tras otra lo vivido, pero este renacer era único y majestuoso.Podía sentir como me ponía en pie y renacía de las cenizas, poco a poco volviendo a construirme a mí misma. Había llegado el momento de olvidar y enterrar el pasado y vivir y ser feliz en el presente y el futuro que venía.El camino sería largo y quizá lleno de tormentos, aún así, iba de la mano de mi familia y de aquel hombre que aún permanecía a mi lado luego de que la tormenta lo destruyera todo. Bruno me confundía y me hacía rabiar como sonreír, me daba luz y me llenaba de miedos con su manera de actuar y de decirme las cosas. Pero él era esencial en mi vida, se había convertido en alguien demasiado importante para mí.En nuestra larga estadía en Estados Unidos no había mencionado nada respecto al beso que