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FREYA
FREYA
Por: Paola Arias
Capítulo 1

Encontrándome frente al espejo, ante mi peor enemiga, no podía mover un solo músculo ni tampoco abrir los ojos. Me resultaba imposible mirarme una vez más después de muchísimo tiempo y ver lo que había quedado de mí.

Mi mente, en cuestión de segundos, se perdió en los malos recuerdos, haciendo que mis temblantes manos no pudiesen liberarme de esas cadenas que aún me ataban y me condenaban a recordar una y otra vez como un bucle sin salida el peor de los infiernos.

Estaba muerta por más que mi corazón latiera y algo muy dentro de mí me obligara a respirar. Por más que abriera los ojos y viera colores y formas a mi alrededor, todo para mí estaba oscuro, sin gracia alguna, sin belleza, sin esas tonalidades brillantes que antes me hacían sonreír y me encantaba tanto fotografiar.

El sol era eso, un cuerpo enorme que daba luz y calentaba cada día, pero que no llegaba a tocarme por ningún motivo, como si fuese un repelente y huyera de mí. Y la luna, de diferentes formas estaba allí, quieta y sin mucho que hacer, dándole un poco de iluminación a las oscuras y frías noches que pasaban ante mis ojos con desgano y aburrimiento.

Cuando se perdía todo en la vida, no había nada que pudiera hacerte cambiar de opinión. Solo la muerte le daría paz al alma y terminaría todo el sufrimiento que no solo se había tatuado en la piel, sino también que se había impregnado en el corazón y solo pedía una sola cosa a gritos: morir, acabar con el sufrimiento y los recuerdos que atormentaban día a día.

Por mucho tiempo deseé morir, el dolor en mi alma era mucho más fuerte al que había sido sometida en carne viva, y lo único que podía desear era un descanso a tanto sufrimiento. Necesitaba cerrar los ojos para siempre, olvidar que el amor me había hecho morir y que pagué las consecuencias aún después de muerta. Quería dejar de respirar y dejar de mirarme en el maldito espejo, ahí donde veía mi propio reflejo y lo único que podía sentir era un inmenso e inigualable odio y repulsión.

Culpaba a mi hermano mayor por haberme salvado. Lo odié por rescatarme, por no dejarme morir cuando se suponía había llegado mi momento, y odié aún más verlo llorar por mí, por no haber llegado a tiempo, por no haber estado para mí cuando más lo necesitaba, por cómo me sostenía en sus brazos y me pedía a gritos que no me rindiera, que no lo fuese a abandonar ni en ese momento ni nunca.

Odiaba respirar, odiaba mi horrible voz, odiaba verme reflejada en el más mínimo espejo, porque como toda flor hermosa y radiante que se marchitaba, había perdido todo y ya no quedaba absolutamente nada para halagar su beldad.

Era un cuerpo más sobre la tierra, esperando con total tortura que mis días llegaran a su fin y dejara de sentir lo que tanto corroía mi corazón, ese odio y dolor que no me permitía entender nada más que mi sufrir.

Pero así como deseaba la muerte, una parte de mí, esa que estaba en el fondo de mi ser y aún resguardaba lo que una vez había sido, ansiaba una oportunidad para vivir, una pequeña luz de esperanza que iluminara todo a mi alrededor y me hiciera sonreír de nuevo, esa vez, para siempre. Esa pequeña parte que relucía en mi interior cada vez que la soledad me envolvía y la tristeza se hacía insoportable, me decía que si había vivido era porque aún tenía una oportunidad de ser feliz, pese a que mi lado oscuro ya no tenía esperanzas absolutas de que aquello fuese posible.

Esa luz estaba muy cerca, quizá irradiando tanta luminosidad que me había dejado ciega y no lo podía apreciar en su totalidad. Por más que mi corazón latiera errático cuando Bruno estaba cerca, mis muros, forjados de sangre y lágrimas, no permitían que él se acercara ni un poco. Por más que lo negara, me hacía feliz que él estuviera conmigo en cada paso y me diera pequeñas ilusiones que se marchitaban al caer la noche, pero que al salir el sol volvían con fuerza y me mantenían a la expectativa y temerosa de lo que fuese a pasar, pero solo bastaba mirarme en el espejo y comprender que jamás tendría oportunidad alguna para ser feliz.

Era un monstruo y, por más que me dijeran lo contrario, no podía verme de otra forma. Mi rostro completamente desfigurado, irreconocible y deformado por el fuego que me consumió aquel día. Mi piel marchita y arrugada a lo largo y ancho de mi cuerpo me recordaba segundo a segundo cómo había terminado ese gran amor que tanto me marcó y acabó conmigo.

Me enamoré sin mucho esfuerzo de un hombre que me mostró lo más bonito que había en su ser, que me elevó hasta lo más alto del cielo y me mantuvo segura por mucho tiempo. Julen era el hombre deseado, lo que toda mujer buscaba: un tipo atento, cariñoso y apasionado. Pero bien dicen que todo lo que brilla no es oro y, desde luego, tuve que vivir el peor de los infiernos para conocer su verdadero rostro, para darme cuenta que bajo la máscara de un buen hombre que decía estar enamorado, se escondía un demonio dispuesto a todo sin importar el daño que pudiese ocasionar.

Si había algún culpable de mi desdicha, ese era el maldito amor, que me había cegado de la peor de las formas y me había orillado al filo de la muerte, burlándose de mí, regocijándose con mi dolor y las lágrimas que al sol de hoy seguía derramando en completa soledad.

Quizá, por eso, me costaba salir de la tela blanca que envolvía mi rostro. Mis manos temblaban y mi corazón latía muy deprisa, lleno de miedo, porque hacía mucho que no me veía al espejo y me condenaba al horrible recuerdo de ser prendida en fuego vivo, sintiendo como la piel ardía, el aire escaseaba en mis pulmones y me retorcía y suplicaba en medio de mi agonía, pensando que una vez me contemplara en el espejo seguiría estando muerta en vida.

Podía sentir mi rostro húmedo bajo las vendas que envolvían mi rostro, recordando a detalle como el fuego se sentía contra mi piel, ardiendo con supremacía y acabando poco a poco con mi débil cuero.

Aquel recuerdo había quedado en mi piel y en mi alma por siempre y era tan difícil poder borrarlo, porque por más que hiciera el intento de erradicarlo de mi mente, al cerrar los ojos, podía verlo de pie, mirándome con esa inmutable indiferencia mientras mi piel ardía en agonía y sufrimiento, sonriendo de aquella retorcida manera que dejaba en claro lo mucho que disfrutaba del espectáculo sin sentir una pizca de remordimiento.

Hoy no era diferente por más que el escenario fuese distinto. Podía sentir el peso de su mirada en mí, pero esta vez curioso por saber el resultado de todas aquellas cirugías a las cuales me había sometido por decisión propia y que me harían tener un mejor aspecto.

—Vamos, preciosa, no llores. Y si lo haces, espero que sea de emoción —escuché una voz suave y reconfortante que aniquiló la presencia de un monstruo en cuestión de segundos y tiñó mis más temidas pesadillas e inseguridades en un rayo de esperanza—. Yo estoy aquí, y mientras lo esté, no tienes de qué temer.

—¿Y si el resultado no es el que esperaba?

—De igual manera seguirás siendo la más hermosa y con todo el derecho de ser feliz.

Bruno me tomó de la mano y me dio las fuerzas que por un instante sentí perder. Él tenía un don especial y un gran poder en mí, me despertaba de la muerte en la que me había sumido y me hacía pensar en alcanzar un punto alto que se encontraba a mi alcance pero a la vez lejano. Pero, sobre todo, se había convertido en una ilusión que latía en mi pecho con demasiada fuerza y me asustaba demasiado, porque aunque sabía que él jamás me haría daño, el miedo de salir muerta una vez más seguía latente en mi corazón.

Suspiré, soltándome de su agarre y fijando la vista en el espejo. Mis manos se movieron por sí solas, aún temblantes, y liberaron mi rostro de aquellas cadenas que ya no tenían peso ni poder sobre mí.

Lentamente y con el corazón a punto de estallar, me fui quitando las vendas que envolvían mi cara. Mi piel iba quedando expuesta a medida que la blanca tela caía, dejando entrever una piel fuera de rigurosidad y asquerosidad.

No sabía que mi corazón podía latir más fuerte, pero, lo hacía cada vez más violento conforme mi cara había quedado al descubierto y podía reconocer algunos rasgos de mi cara. Si bien las cirugías no habían sido 100% reconstructivas, ahora podía contemplarme al espejo sin sentir asco ni dolor.

Mis dedos se deslizaron por mi cara, con gran suavidad y sintiendo miedo de arruinar el trabajo que habían hecho conmigo. Las cicatrices eran tensas, se sentían duras al tacto y de un tono rojizo muy diferente a toda esa piel muerta que tenía hacia unos meses.

Aún así, podía verme, no como antes, pero podía ver a Freya aún sabiendo que hacia falta tiempo para sanar completamente y poder contemplar un mejor resultado. Me veía a mí misma y no a ese monstruo en el que me había convertido y lo enterraba junto a ese verdugo que había muerto.

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¡Hey, amores!

Por aquí de nuevo con una historia más. Les recuerdo que este libro será super cortico y no hace falta leer ningún otro para entenderlo, pero igual si les pica la curiosidad pueden leer primero "Deseo Enfermizo" para que conozcan a varios de los personajes que aquí se mencionan.

Espero que les guste y se enamoren de esta linda historia.

No olvides votar, comentar y guardar este libro en tu biblioteca si es de tu agrado. De antemano les agradezco todo el apoyo y el amor que le dan a mi trabajo.

¡Les deseo una lectura apoteósica!

Besos y abrazos 💋

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