Encontrándome frente al espejo, ante mi peor enemiga, no podía mover un solo músculo ni tampoco abrir los ojos. Me resultaba imposible mirarme una vez más después de muchísimo tiempo y ver lo que había quedado de mí.
Mi mente, en cuestión de segundos, se perdió en los malos recuerdos, haciendo que mis temblantes manos no pudiesen liberarme de esas cadenas que aún me ataban y me condenaban a recordar una y otra vez como un bucle sin salida el peor de los infiernos.
Estaba muerta por más que mi corazón latiera y algo muy dentro de mí me obligara a respirar. Por más que abriera los ojos y viera colores y formas a mi alrededor, todo para mí estaba oscuro, sin gracia alguna, sin belleza, sin esas tonalidades brillantes que antes me hacían sonreír y me encantaba tanto fotografiar.
El sol era eso, un cuerpo enorme que daba luz y calentaba cada día, pero que no llegaba a tocarme por ningún motivo, como si fuese un repelente y huyera de mí. Y la luna, de diferentes formas estaba allí, quieta y sin mucho que hacer, dándole un poco de iluminación a las oscuras y frías noches que pasaban ante mis ojos con desgano y aburrimiento.
Cuando se perdía todo en la vida, no había nada que pudiera hacerte cambiar de opinión. Solo la muerte le daría paz al alma y terminaría todo el sufrimiento que no solo se había tatuado en la piel, sino también que se había impregnado en el corazón y solo pedía una sola cosa a gritos: morir, acabar con el sufrimiento y los recuerdos que atormentaban día a día.
Por mucho tiempo deseé morir, el dolor en mi alma era mucho más fuerte al que había sido sometida en carne viva, y lo único que podía desear era un descanso a tanto sufrimiento. Necesitaba cerrar los ojos para siempre, olvidar que el amor me había hecho morir y que pagué las consecuencias aún después de muerta. Quería dejar de respirar y dejar de mirarme en el maldito espejo, ahí donde veía mi propio reflejo y lo único que podía sentir era un inmenso e inigualable odio y repulsión.
Culpaba a mi hermano mayor por haberme salvado. Lo odié por rescatarme, por no dejarme morir cuando se suponía había llegado mi momento, y odié aún más verlo llorar por mí, por no haber llegado a tiempo, por no haber estado para mí cuando más lo necesitaba, por cómo me sostenía en sus brazos y me pedía a gritos que no me rindiera, que no lo fuese a abandonar ni en ese momento ni nunca.
Odiaba respirar, odiaba mi horrible voz, odiaba verme reflejada en el más mínimo espejo, porque como toda flor hermosa y radiante que se marchitaba, había perdido todo y ya no quedaba absolutamente nada para halagar su beldad.
Era un cuerpo más sobre la tierra, esperando con total tortura que mis días llegaran a su fin y dejara de sentir lo que tanto corroía mi corazón, ese odio y dolor que no me permitía entender nada más que mi sufrir.
Pero así como deseaba la muerte, una parte de mí, esa que estaba en el fondo de mi ser y aún resguardaba lo que una vez había sido, ansiaba una oportunidad para vivir, una pequeña luz de esperanza que iluminara todo a mi alrededor y me hiciera sonreír de nuevo, esa vez, para siempre. Esa pequeña parte que relucía en mi interior cada vez que la soledad me envolvía y la tristeza se hacía insoportable, me decía que si había vivido era porque aún tenía una oportunidad de ser feliz, pese a que mi lado oscuro ya no tenía esperanzas absolutas de que aquello fuese posible.
Esa luz estaba muy cerca, quizá irradiando tanta luminosidad que me había dejado ciega y no lo podía apreciar en su totalidad. Por más que mi corazón latiera errático cuando Bruno estaba cerca, mis muros, forjados de sangre y lágrimas, no permitían que él se acercara ni un poco. Por más que lo negara, me hacía feliz que él estuviera conmigo en cada paso y me diera pequeñas ilusiones que se marchitaban al caer la noche, pero que al salir el sol volvían con fuerza y me mantenían a la expectativa y temerosa de lo que fuese a pasar, pero solo bastaba mirarme en el espejo y comprender que jamás tendría oportunidad alguna para ser feliz.
Era un monstruo y, por más que me dijeran lo contrario, no podía verme de otra forma. Mi rostro completamente desfigurado, irreconocible y deformado por el fuego que me consumió aquel día. Mi piel marchita y arrugada a lo largo y ancho de mi cuerpo me recordaba segundo a segundo cómo había terminado ese gran amor que tanto me marcó y acabó conmigo.
Me enamoré sin mucho esfuerzo de un hombre que me mostró lo más bonito que había en su ser, que me elevó hasta lo más alto del cielo y me mantuvo segura por mucho tiempo. Julen era el hombre deseado, lo que toda mujer buscaba: un tipo atento, cariñoso y apasionado. Pero bien dicen que todo lo que brilla no es oro y, desde luego, tuve que vivir el peor de los infiernos para conocer su verdadero rostro, para darme cuenta que bajo la máscara de un buen hombre que decía estar enamorado, se escondía un demonio dispuesto a todo sin importar el daño que pudiese ocasionar.
Si había algún culpable de mi desdicha, ese era el maldito amor, que me había cegado de la peor de las formas y me había orillado al filo de la muerte, burlándose de mí, regocijándose con mi dolor y las lágrimas que al sol de hoy seguía derramando en completa soledad.
Quizá, por eso, me costaba salir de la tela blanca que envolvía mi rostro. Mis manos temblaban y mi corazón latía muy deprisa, lleno de miedo, porque hacía mucho que no me veía al espejo y me condenaba al horrible recuerdo de ser prendida en fuego vivo, sintiendo como la piel ardía, el aire escaseaba en mis pulmones y me retorcía y suplicaba en medio de mi agonía, pensando que una vez me contemplara en el espejo seguiría estando muerta en vida.
Podía sentir mi rostro húmedo bajo las vendas que envolvían mi rostro, recordando a detalle como el fuego se sentía contra mi piel, ardiendo con supremacía y acabando poco a poco con mi débil cuero.
Aquel recuerdo había quedado en mi piel y en mi alma por siempre y era tan difícil poder borrarlo, porque por más que hiciera el intento de erradicarlo de mi mente, al cerrar los ojos, podía verlo de pie, mirándome con esa inmutable indiferencia mientras mi piel ardía en agonía y sufrimiento, sonriendo de aquella retorcida manera que dejaba en claro lo mucho que disfrutaba del espectáculo sin sentir una pizca de remordimiento.
Hoy no era diferente por más que el escenario fuese distinto. Podía sentir el peso de su mirada en mí, pero esta vez curioso por saber el resultado de todas aquellas cirugías a las cuales me había sometido por decisión propia y que me harían tener un mejor aspecto.
—Vamos, preciosa, no llores. Y si lo haces, espero que sea de emoción —escuché una voz suave y reconfortante que aniquiló la presencia de un monstruo en cuestión de segundos y tiñó mis más temidas pesadillas e inseguridades en un rayo de esperanza—. Yo estoy aquí, y mientras lo esté, no tienes de qué temer.
—¿Y si el resultado no es el que esperaba?
—De igual manera seguirás siendo la más hermosa y con todo el derecho de ser feliz.
Bruno me tomó de la mano y me dio las fuerzas que por un instante sentí perder. Él tenía un don especial y un gran poder en mí, me despertaba de la muerte en la que me había sumido y me hacía pensar en alcanzar un punto alto que se encontraba a mi alcance pero a la vez lejano. Pero, sobre todo, se había convertido en una ilusión que latía en mi pecho con demasiada fuerza y me asustaba demasiado, porque aunque sabía que él jamás me haría daño, el miedo de salir muerta una vez más seguía latente en mi corazón.
Suspiré, soltándome de su agarre y fijando la vista en el espejo. Mis manos se movieron por sí solas, aún temblantes, y liberaron mi rostro de aquellas cadenas que ya no tenían peso ni poder sobre mí.
Lentamente y con el corazón a punto de estallar, me fui quitando las vendas que envolvían mi cara. Mi piel iba quedando expuesta a medida que la blanca tela caía, dejando entrever una piel fuera de rigurosidad y asquerosidad.
No sabía que mi corazón podía latir más fuerte, pero, lo hacía cada vez más violento conforme mi cara había quedado al descubierto y podía reconocer algunos rasgos de mi cara. Si bien las cirugías no habían sido 100% reconstructivas, ahora podía contemplarme al espejo sin sentir asco ni dolor.
Mis dedos se deslizaron por mi cara, con gran suavidad y sintiendo miedo de arruinar el trabajo que habían hecho conmigo. Las cicatrices eran tensas, se sentían duras al tacto y de un tono rojizo muy diferente a toda esa piel muerta que tenía hacia unos meses.
Aún así, podía verme, no como antes, pero podía ver a Freya aún sabiendo que hacia falta tiempo para sanar completamente y poder contemplar un mejor resultado. Me veía a mí misma y no a ese monstruo en el que me había convertido y lo enterraba junto a ese verdugo que había muerto.
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. .¡Hey, amores!
Por aquí de nuevo con una historia más. Les recuerdo que este libro será super cortico y no hace falta leer ningún otro para entenderlo, pero igual si les pica la curiosidad pueden leer primero "Deseo Enfermizo" para que conozcan a varios de los personajes que aquí se mencionan.
Espero que les guste y se enamoren de esta linda historia.
No olvides votar, comentar y guardar este libro en tu biblioteca si es de tu agrado. De antemano les agradezco todo el apoyo y el amor que le dan a mi trabajo.
¡Les deseo una lectura apoteósica!
Besos y abrazos 💋
La recuperación sería larga y de muchos cuidados, pero estaba dispuesta a todo por sanar tanto física como mentalmente. Mis traumas habían quedado tatuados en mi piel a fuego y en mi mente solo podía recordar una vez tras otra lo vivido, pero este renacer era único y majestuoso.Podía sentir como me ponía en pie y renacía de las cenizas, poco a poco volviendo a construirme a mí misma. Había llegado el momento de olvidar y enterrar el pasado y vivir y ser feliz en el presente y el futuro que venía.El camino sería largo y quizá lleno de tormentos, aún así, iba de la mano de mi familia y de aquel hombre que aún permanecía a mi lado luego de que la tormenta lo destruyera todo. Bruno me confundía y me hacía rabiar como sonreír, me daba luz y me llenaba de miedos con su manera de actuar y de decirme las cosas. Pero él era esencial en mi vida, se había convertido en alguien demasiado importante para mí.En nuestra larga estadía en Estados Unidos no había mencionado nada respecto al beso que
Me sentía muy emocionada, al fin saldría de la clínica y podríamos volver a casa, así como ya no tendría que usar más vendajes alrededor de mi cuerpo y mi rostro. Las cicatrices iban sanando de manera efectiva y rápida, tanto, que ya no se veían tan rojizas y no se sentían tan duras al tacto como en un principio.Mirarme en el espejo y ver un rostro y no un monstruo era gratificante y un alivio para mi alma. Ya no contemplaba a mi enemigo, ahora me veía, sintiéndome nuevamente yo misma y una persona como cualquier otra. Ya no había asco ni palabras hirientes contra mi propio aspecto, algo que me agradecía, porque no me había dado cuenta de lo mucho que me lastimaba diciéndome todo aquello que veía al espejo y no me gustaba y que aborrecía con el alma.Me había sumido tanto en el dolor y me había encerrado en mi trauma y mis deseos de morir que me arrepentía de no haber tomado la decisión de operarme hacía muchísimo tiempo, pero ahora eso no importaba, después de todo, luego de mi muer
—No puedo creer que no tenga nada que ponerme —me quejé, mirando y revolcando toda la ropa que tenía sobre la cama—. ¿Por qué rayos no tengo nada mejor que ponerme, algo mucho más bonito?Las faldas, los vestidos, los pantalones e incluso las camisas eran tan simples. No podía ponerme esa ropa tan anticuada y horrible para salir a cenar con Bruno, sería vergonzoso que él estuviera todo guapo mientras yo vestía unos harapos que hasta entonces me parecieron de los más horribles. No sé cómo pude decirle a mi madre que me comprara todo eso.Rendida, soltando un suspiro, me senté en la cama aún con la toalla alrededor de mi cuerpo, apretando la tela entre mis manos con fuerza. Entre todas las prendas no había ninguna que me gustara y me hiciera sentir cómoda y bonita. Todas eran horribles, especiales para cubrir todas las imperfecciones de mi cuerpo.No es que quisiera vestirme con prendas más reveladoras, pero sí unas que me hicieran sentir bien y a gusto. Toda esa ropa se la había pedido
Me apresuré a vestirme y arreglarme lo mejor que pude. Debía darle la razón a Bruno, el vestido que había usado el día de mi cumpleaños me quedaba muy bien. Era largo y se amoldaba a mi figura, resaltando mis curvas que, pese a mi delgadez, seguían estando allí. Por más cubierto que fuera el vestido se me veía bien y me hacía sentir bonita.Quise maquillarme, hacerme un peinado lindo y ponerme unos tacones altos, pero no tenía nada de eso, así que dejé mi cabello suelto y mi rostro libre de todo. Aún se me veía el rostro enrojecido por las cicatrices de las cirugías, y quise cubrirme para que nadie me viera y sintiera pena o se preguntara qué me había pasado, pero no se veían mal, además de que me prometí dejar de ocultarme y mostrarle al mundo que había sido una sobreviviente más de la maldad que habitaba en el mundo.Suspiré hondo y me llené de valentía para salir a la calle luego de mucho tiempo usando una máscara cuando Bruno tocó la puerta una vez más. Una sonrisa se dibujó en mi
—Aquí traje los vesti... ¡Lo siento! ¡Lo siento!La voz de la dependienta nos sacó de la burbuja en la que nos habíamos sumergido y nos hizo separarnos de inmediato.Sentía la cara caliente mientras fijaba la vista en el suelo y trataba de normalizar mi respiración agitada, pero bajar la cabeza no fue una buena idea, puesto que pude corroborar lo que golpeaba duro contra mi estómago y Bruno trataba de cubrir con su mano.Más que avergonzada por dejarme llevar en un sitio público y ser pillada casi acribillada en un pequeño vestidor, estaba sorprendida de haber causado eso en un hombre, y no a uno cualquiera, sino especialmente a él.Después de todo, Bruno siempre se había mostrado sereno y tranquilo a mi alrededor. Era, por así decirlo, la segunda vez que perdía el control de sí mismo y tomaba lo que tanto quería sin importar absolutamente nada ni nadie.Al menos eso era lo que pensaba y me daba a entender, porque nunca mostró ningún indicio de estar enamorado de mí hasta el día en q
La tarde se nos fue en un abrir y cerrar de ojos. Estaba disfrutando tanto del momento que estábamos compartiendo juntos que, cuando llegamos al hotel, me di cuenta de todo lo que me había hecho comprar y no había tenido espacio ni para negarme. No tuve más opción que mirarlo con una sonrisa divertida en los labios en lo que él alegaba que me dejara consentir y no discutiera más.Dejé todo sobre la cama y alisté el vestido y los tacones rojos para la cena. Sentía que esa noche sería especial, y qué mejor que usar ese vestido que de solo mirarlo me reventaba el corazón al recordar ese delirante beso que me dio en el probador.Y claro, ese otro que le siguió. Aunque un poco tímido y recatado de mi parte, fui capaz de dárselo y sorprendernos a los dos.No tenía mucho tiempo porque la hora de la cena estaba próxima a dejarnos fuera de alguna reserva que nos obligaba a ser puntuales.Me metí al baño y me di una ducha refrescante, luego, con esa misma ansiedad y calma, salí para al fin pone
Vivir. Eso era lo que estaba haciendo y en mi cabeza no había ningún otro pensamiento que no fuera disfrutar cada segundo que pasaba y vivía.En mi corazón no había espacio para sentir miedos, inseguridades o cualquier otro mal sentimiento que me hiciera esconder o huir de las bonitas experiencias que estaba teniendo junto a Bruno. Todo lo que hacía por mí era lo que en el fondo un día soñé y hasta ese momento estaba viviendo, siendo una mujer libre y sin temores. Quizá era un poco tarde para muchos, pero al fin me sentía feliz y que podía lograrlo todo en la vida… especialmente, que era amada y aceptada.Estos días han sido maravillosos. Había reído como nunca y había disfrutado con cada pequeña cosa que iba sucediendo. La emoción palpitaba en mi pecho, abriendo paso a las ilusiones con cada día que iba pasando. Esperaba el mañana con ansias locas de seguir ilusionándome con esta nueva vida que pintaba ser mágica y enamorándome cada segundo de un hombre que, aunque impaciente había e
Me sentía muy nerviosa, pensando que todos en casa iban a decirme algo en cuanto vieran mi nuevo aspecto, después de todo, era normal que reaccionaran si me había escondido tras una máscara por muchísimo tiempo, ocultando todas esas quemaduras que me hacían ver como un monstruo y me recordaban el infierno que había vivido.Pero toda preocupación se desvaneció en el mismo instante que llegamos y nos recibieron con abrazos y emoción, como si todos esos meses que estuvimos por fuera hubiésemos estado de vacaciones, como si hacía mucho no nos hubieran visto y al fin estuviéramos de regreso. Como cuando el soldado regresaba a casa luego de una larga misión.No hubo ningún tipo de comentario que me hiciera sentir incómoda; todo lo contrario, en lugar de eso, me abrazaron y preguntaron cómo había sido el viaje.Aún así, pude ver el brillo de felicidad en la mirada de mi madre. Todo junto a una sonrisa y unas lágrimas que no supo esconder. Se veía feliz mientras me apretaba contra su pecho, y