La luz del sol a tráves de mis parpádos me llevó a abrir los ojos y a estirar los brazos sobre la cabeza, sonmolienta y cansada. Las sabanas eran frescas y blancas, pero yo tenía tanto calor que me levanté y miré en torno. Ese lugar era muy distinto a mi pequeño cuarto en casa, no había botellas de alcohol ni el horrible olor a humedad que me despertaba cada mañana, sino un fresco aroma a flores y una vista estupenda de los bosques de alrededor.
Bajé los ojos y me miré las manos, rememorando el tacto de esa noche, hasta ruborizarme. Me llevé las palmas a mi rostro caliente, reviviendo todo lo ocurrido, cada caricia, palabra y sonido que llenó esa habitación.
—¿Ya ha despertado, señorita Clair? —una voz masculina cruzó la puerta, pero era diferente a la de él.
Me descubrí los ojos. Entonces noté que me hallaba sola en esa enorme habitación, la persona que debería estar a mi lado, simplemente no estaba. En su lugar, había una pequeña nota y sobre él, un cheque. Al tomar la nota, leí un corto agradecimiento y una disculpa por no poder seguir conmigo, terminando en una "compensación por esa grosería".
Tomé el chequé y mis ojos se abrieron ante la cantidad, era mayor a lo pactado, supuse que esa era su disculpa.
—Qué tipo... —me llevé una mano al pelo, sintiendo como la verguenza y el arrepentimiento se instalaban muy profundo en mí.
¿Así es como se sientes las prostitutas? Me pregunté saliendo de la cama y tomando mis cosas. Sabía que acabaría así, pero se siente humillante.
—El Ceo Baker me ha pedido llevarla a casa —agregó el hombre desde el otro lado de la puerta.
Con un ultimo suspiro y haciendo a un lado esa pesada sensación de indignidad, salí y me encontré con su empleado. Era un hombre maduro, alto y serio. Evité sus ojos y simplemente lo seguí en silencio por el pasillo, sosteniendo en mi puño el cheque por el que acababa de venderme.
Y conforme más pasaba el tiempo, me sentí peor. El viaje en helicopero me supo eterno y desagradable, y el viaje en auto hasta casa me desagrado aún más. Sabía que no era así, pero me sentía juzgada por todos, y más por mí misma. Ahora apenas y podía creer que hubiese aceptado hacer algo como eso, acostarme con un desconcido y por algo tan vanal como un puñado de dinero.
Yo no había sido educada así, yo tenía valores muy firmes, ¿pero qué me había pasado? Ahora la noche, que me había parecido tan mágica y maravillosa, me sabía a un recuerdo amargo y horrible.
—Espere, señorita Clair —me dijo el empleado de ese Ceo apenas paró frente a mi apartamento.
Suspiré desde la acera, sosteniendo mi bolso y con el cheque arrugado en mi puño. El hombre bajo de su costoso coche y me entregó una tarjeta de presentación. Al verla bien, vi el nombre de su jefe, el logo de su empresa y su dirección personal.
Alcé los ojos.
—¿Por qué me da esto? —pregunté y luego pensé en la razón—. ¿Piensa que... aceptaré visitarlo de nuevo?
¿Creía que podría llamarme cada que quisiera y que yo iría corriendo a su cama? La sola idea me asqueó, me supo indigna y enseguida negué.
—Lo que pasó, no volverá a ocurrir...
Sin alterarse, el hombre negó.
—No es nada de eso, señorita, solo me pidió darle su dirección en caso de que usted necesite ayuda. Podrá buscarlo, él la estará esperando.
Aunque su explicación parecía sincera, uní los labios con fuerza y quise devolverle la tarjeta. No entendía qué podría llevarme a buscarlo, cuando esperaba nunca más encontrarmelo y revivir lo ocurrido, solo eso deseaba, no verme más con él.
—Gracias —fue lo unico que dije antes de darle la espalda y subir hasta el edificio donde vivía.
Yo estaba segura de que nunca necesitaría buscar a ese hombre, incluso me vi tentada a tirar su tarjeta en el primer contenedor de basura que me encontré en las escaleras. Pero al final terminó en el fondo de mi bolso.
Aún me preguntaba qué haría con eso, cuando entré a mi departamento y el aroma fuerte del alcohol me dio de lleno. En mi pequeña sala, estaba mi novio y sus amigos, todos borrachos. Las botellas llenaban el piso y se derramaban por todos lados. Pero lo peor era el desastre tras eso, mi televisión y varios electrodomesticos que tanto me costó comprar, yacían rotos en pedazos imposibles de reparar.
Mi bolso resbaló de mi hombro, junto al cheque. Y el sutil sonido atrajo la atención del grupo de hombres. Al verme de pie en la puerta, Sean se levantó del sillón y me señaló con una gran sonrisa ebria.
—¡Wow! Miren quién vuelve, chicos, ¡es la zorra de mi novia, Hannah!
Sus amigos rierón con él. Por mi parte, sentí el calor cubrir mis mejillas y mis ojos ponerse humedos. Yo lo sabía bien, nada de eso resultaría.
—¡Les dije que Hannah se estaba sacrificando por mí! ¡Fue y se acostó con mi jefe para ayudarme!
Bajé la mirada ante las risas de sus amigos. Yo había aceptado por él, porque me suplicó y dijo que nada cambiaría entre los dos, sin embargo, eso resultaba ser falso.
—¿No me digas que vas a llorar, Hannah? —Sean se me acercó y me tomó de la mandibula con una mano.
Me estampó contra la puerta a mis espaldas y yo apenas pude contener un quejido.
—Mirate, te ves exactamente como la perra facil que en realidad eres. Dime, ¿te gustó cogerte a mi jefe? ¿Qué tal lo hace? ¿Es mejor que yo?
Aparté el rostro, asqueada por la cantidad de alcohol en su aliento. Pero Sean malinterpretó mi acción.
—¿Ahora te doy asco? Supongo que es porque yo no tengo dinero como ese tipo. Ahora no querrás dormir conmigo, porque ya no soy suficiente para ti.
Sus dedos se clavarón dolorosamente en mi rostro, hasta que no pude seguir conteniendome y lo empujé. Ebrio como estaba, Sean perdió el equilibrió y cayó de espaldas al piso. Su cerveza se rompió y el contenido espumoso bañó el suelo.
Se hizo un silencio, pero fue muy corto, porque Sean enseguida se levantó y se lanzó contra mí. Grité pensando que me lastimaría, pero sus amigos, viendo la crítica situación, lo detuvierón hasta que se calmó. Unos minutos despues y aparentemente ya sobrío, Sean los corrió.
—¡Larguense de mi casa! —empujó a todos fuera del departamento y luego se volvió hacía mí.
Yo había recuperado mi bolso y la tarjeta, pero le aventé el chequé a la cara.
—Es tu dinero. Recuerda que tú pediste esto.
Lo miré desarrugar el papel y mirarlo a detalle. El cambio en su expresión casí me hace reír, pasó de la rabia a la incredulidad.
—Pagó bien, ¿no crees? Tienes todo ese dinero y un puesto asegurado, ¿qué más quieres? —inquirí, herida.
Pensé que su animo cambiaría, pero él cerró los ojos y apretó los dientes, luego hizo una pelota con el cheque. Cuando me vió, noté que seguía enfurecido.
—¿Qué mas quiero? Quisiera que mi novia no haya cogido con otro tipo —masculló viniendo a mí, como sí se sintiera traicionado.
No pude contener una expresión incredula.
—Sean, ¿qué dices? ¡Tú mismo me pediste acceder y firmar ese contrato! ¡Tú fuiste quién aceptó negociar a su novia a cambio de un puesto...!
—¡No es verdad! —gritó él—. La verdad, yo me arrepentí enseguida, Hannah y volví al hotel a buscarte para traerte conmigo, pero tú ya te habías ido con él. ¿Así de fácil eres?
Negué, incapaz de creer esa postura suya, haciéndose la victima y tratándome cómo sí yo fuese la unica culpable de toda esa situación, dejándome como la interesada y la mentirosa.
—¡¿A donde carajos te llevó Baker?! Eres tan fácil que seguro terminaste en un motel con él.
Volví a sentir las lágrimas acumularse tras mis parpádos, pero esta vez de frustración y crudo arrepentimiento. Todo lo que había hecho, había sido solo en beneficio de Sean, para ayudarlo a sentirse mejor y que se superará, para que algún día mi sueño de casarme se hiciera realidad.
Pero había sido una gran estupidez.
—Eres un imbécil —le escupí, dejando salir un par de lágrimas.
Su respuesta fue inesperada y dolorosa. Me sonrió con burla e insensibilidad.
—Y tú eres una completa zorra, Hannah. Me das tanto asco ahora que no creo poder seguir contigo.
Se alejó negando con la cabeza, mostrándome decepciondo y dólido. Luego tomó otra cerveza y su cheque. Se dirigió a la puerta.
—Ahora que dudo que tú y yo nos casemos, le daré un buen uso a este dinero que con tanto sacrificio te ganaste.
En cuanto salió, me dejé caer al suelo y no pude evitar sollozar con amargura. Abracé mi bolso y terminé sacando la tarjeta del Ceo, mirándola entre lágrimas.
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Ahora todo me parecía realmente estúpido, me había dejado engañar por los ruegos de mi novio esa noche, su suplica desesperada para que pasará esa noche con su jefe a cambio de es pila de dinero y ese gran ascenso, con la falsa promesa de que nada cambiaría en nuestra relación y que incluso al fin nos casaríamos... Y lo que era peor, me había dejado seducir por ese hombre, ese desconocido y su deslumbrante caballerosidad.—Eres tan tonta, Hannah —murmuré para mí misma, mirando la tarjeta de ese CEO mientras esperaba a que Sean volviera a casa.Quería hablar, solucionar las cosas, llegar a algo ...Pero Sean no apareció durante los próximos días, no volvió a casa ni tampoco me llamó. Pero supe que tomó el ascenso y que se divertía todas las noches en bares, restaurantes y centros nocturnos, pagando bebidas y fiestas para sus amigos con el dinero que ese hombre pagó por mí.Aun así, continué buscándolo porque no quería que nuestra relación de 8 años acabará así, llevábamos juntos tanto t
Empapada en lluvia, terminé en la entrada de una enorme propiedad, de pie frente a unas gruesas rejas de metal que triplicaban mi altura, sostenidas por dos sólidos muros de roca, y que tenían un par de ojos rojos vigilantes, cámaras de seguridad a cada lado. Sentí como los ojos del taxista permanecían en mi un momento, llenos de curiosidad por ese viaje a esa zona tan cara de la ciudad, donde solo había mansiones y costosos autos en sus entradas.Finalmente lo oí alejarse bajo la lluvia. Sostuve la tarjeta de Adam Baker un momento bajo mis ojos, dejando que se mojará mientras yo trataba de tomar valor. ¿Qué le diría al verlo? ¿Con que pretexto iba hasta su casa a esas horas de la noche?Antes de poder llenarme de cobardía, sacudí la cabeza y pulsé el clásico timbre en el muro. No oí nada, el sonido viajó por un inmenso patio repleto de árboles, césped y rosales, hasta entrar en la majestuosa casa del otro lado. Construida mayormente de roca, pero modernizada con ventanas del tamaño de
Qué tipo tan extraño... Pensé viendo esos ojos tan vivaces, cuando escuché su inesperada propuesta. Sin duda es cierto que los ricos son excéntricos.Yo había acudido allí por el bebé que tendría, porque él era el padre y quería saber qué se podía hacer... ¿Pero me proponía matrimonio? ¿Estaba dispuesto a casarse con una mujer que no conocía, con quién había compartido cama una sola vez, por ese hijo?Sí me hubiese pedido una respuesta inmediata, sin duda habría rechazado su propuesta, pero el CEO me dijo que lo pensará. Incluso me llevó a una habitación y me pidió quedarme allí esa noche, para no ir a casa de madrugada. Y yo acepté, solo porque estaba aturdida y empapada de pies a cabeza.La recamara que me prestó era gigante, el doble que el cuarto donde rentaba. Estaba muy bien amueblada: había cama, vestidor, un balcón, una mesita para tomar el desayuno y sillones para leer cerca de la chimenea. ¿Así vive la gente rica? ¿Sin preocupaciones?La alfombra bajo mis pies se sintió tan
Ese hombre se puso feliz cuando acepté ese matrimonio. Me envolvió en sus brazos, mientras yo aún trataba de digerir mis propias palabras. Lo estaba haciendo como un arranque de despecho, ¿pero no me arrepentiría?Luego de aceptar casarme con él, Adam se levantó y llamó a su asistente, Julieta y le pidió encargarse de preparar todo para realizar esa boda en los siguientes días. Salté de mi silla cuando lo oí solicitar boda civil y religiosa. Había imaginado que las cosas se realizarían como la última vez, con una simple firma en privado, que él me entregaría en ese mismo momento el acta de matrimonio y allí se acabaría el asunto.¿Pero ese tipo quería todo el paquete? Lo seguí por el jardín, hasta que terminó su llamada y se volvió, para ver la forma conmocionada en que yo lo miraba.—Vaya a casa, Hannah. Yo me encargaré de todo e iré a buscarla en cuanto pueda.Seguí parada frente a él, incapaz de mover las piernas.—¿Boda civil? —inquirí con la boca seca—. ¿Boda religiosa? ¿Por qué.
¿Qué planes tenía ese hombre?Eso me pregunté durante toda la boda, mientras caminaba por un camino de pétalos en el jardín, mientras tomaba la mano que él me ofrecía, mientras oía al sacerdote hablar sobre el amor, mientras decíamos nuestros votos escritos por su asistente, mientras él deslizaba un anillo con un enorme diamante en mi dedo y los flashes de la prensa invitada nos cegaban.Todo ese show era solo formalidad; ya no podía dar un paso atrás y correr lejos. Mi firma estaba en ese contrato con un término "indefinido", donde la cláusula final dictaba que la única vía para un divorcio estaba atada a elección de Adam Baker.—¿Piensa que le he tendido una trampa, Hannah? —su voz me sacó de mis ensoñaciones.Miré en tornó, nos rodeaban multitud de gente rica con sonrisas en sus rostros. Adam y yo nos encontrábamos bailando sobre una plataforma desmontable de cristal, colocada en el centro del jardín. Ese era nuestro primer baile y sería el titular de un sinfín de artículos al día s
UN MATRIMONIO SURREALEse fue el titular que dominó las plataformas empresariales, las páginas de sociales y los periódicos en las calles en los días que siguieron a la boda. Mi vida, que antes había estado marcada por las carencias y un noviazgo que no me hacía feliz, se volvió de la noche a la mañana en una vida glamurosa y repleta de fortuna.Adam compró un auto nuevo para mi uso personal y cantidad de ropa de alta costura, accesorios de lujo y una pila de cosas innecesarias. Cubrió hasta la ultima de mis necesidades. También comenzó a ocuparse del bebé que aún no nacía. Acondicionó una habitación al lado de la nuestra con todo lo necesario para su hijo y a mí me envió a prestigioso hospital privado para que llevará el control del embarazo.Esa era la parte perfecta de ese matrimonio. Ese era el lado perfecto de mi esposo.La otra parte, era la otra cara de la moneda. Ser la esposa de un Ceo significaba pasar todos mis días sola en esa gran casa; desde el desayuno hasta la cena. Ada
—Acompáñame.Torcí el gesto y avancé tras él arrastrando los pies, maldiciéndome por no haber sido más precavida. Mi marido me guio hasta su oficina, que era muy grande. Tenía una magnífica vista completa de la ciudad a nuestros pies, mejor dicho, a sus pies. Mis ojos se dirigieron a los estantes altos y libreros que abarcaban toda una pared, llenos de archivos y libros; luego vi en el fondo, el escritorio gerencial en forma de L, hecho de madera de cedro y con una cubierta de cristal templado en su superficie.—Siéntate —me señaló un sofá negro de 3 plazas, forrado en piel, al centro de la oficina.Él se sentó frente a mí, en un sillón individual. Unió las yemas de los dedos cuando se inclinó, apoyando los codos en las rodillas y volcando toda su atención en mí. De traje y con esa mirada formal en su cara, parecía ser mi jefe a punto de despedirme.—Ahora, dime una cosa. ¿Viniste aquí para verlo? —noté su disgusto en cada palabra.Sabía bien que se refería a Sean, así que terminé asin
El llanto del bebé duró solo un instante, pero fue suficiente para hacer que me irguiera en el sofá y fijará toda mi atención en la puerta. A diferencia de mí, Adam no le prestó atención, se acomodó el traje y entró al baño un momento.Cuando salió, vino a mí. Pero a diferencia de hacía solo unos instantes, su expresión era serena y sus ojos, castaños, inmutables.—Te veré por la noche —me envió a casa.Tras un rápido beso en la coronilla, salió de inmediato de la oficina, como sí tuviera prisa. Cuando la pesada puerta se cerró tras él, yo me apresuré a guardarme las rotas medias en la bolsa y me alisé el vestido con manos ansiosas. Salí solo 1 minuto después de Adam, pero ya no lo encontré.Solo estaba su asistente Julieta en su lugar de trabajo. Junto a ella, había una puerta grande de doble hoja, con un letrero al costado que decía SALA DE JUNTAS PRESIDENCIAL.Sin saber cómo proceder, le sonreí a la chica. En mi cabeza, aún podía oír el eco del llanto de ese bebé.—¿Se demorará dema