Conocía de memoria los gustos de ciertos clientes, llevaba trabajando tres años en el Club Apple Valley, como mesera de gente rica.
—Señor Fontana, su café sin azúcar.
—Gracias.
Amaba su trabajo, estaba cerca de la gente que movía el mundo, y percibir sus exclusivos perfumes y escuchar el cotilleo de los ricos. Nadie la veía, los ricos solo ven a los ricos, solían decir eso sus compañeros, podría decir que sí, pero ella soñaba. Nada le impedía soñar que un día estaría de ese lado tomando una margarita, o un coctel de nombre raro, tal vez degustando uno de esos platos mediterráneos frente al Potomac. Tenía que atender la mesa del señor Skyner, un tipo que trabajaba en el área de tecnología. Era un pobre tipo, bastante nerd para todos los efectos, pero forrado en dinero.
—Buenas tardes, señor Skyner.
—Hola, quiero comer algo que no tenga leche, soy intolerante a la lactosa, al maní, a las fresas, al camarón, ¡por Dios!, el camarón me puede matar… La nuez y perfumes demasiado fuertes.
Vio a una mesera llevar a la mesa contigua unos camarones.
—Por favor, aléjeme de esa monstruosidad.
—Descuide, hay una mesa fuera.
Lo redirigió a una mesa en las afueras, vista al Potomac. Saber las necesidades de cada cliente y adelantarse a sus pedidos era la clave.
—Ten —le dio una propina de cien dólares—. Has sido muy amable.
Era su día de suerte, se metió el dinero en el escote y fue a reunirse con sus compañeros. Uno de ellos a modo de broma le indicó.
—¿Ya besaste suficientes traseros, Eva?
—Solo uno —le mostró el billete.
—Deja ver esa preciosidad —se acercó curioso—. ¡Es de cien!
—Ganado a pulso.
Para Eva Montar, el mundo daba vueltas y en cada vuelta siempre podía suceder algo, como que un día podía ser parte de los ricos y ser servida, o seguir sirviendo y recogiendo propina. Fue a atender a una dama que siempre andaba sola, comía sola y parecía no molestarle ese asunto.
—Buenas tardes, espero haya tenido un gran día. Tenemos el especial de…
—Sí, si trae eso.
—¿Algo especial de beber?
—Vino.
La mujer parecía superior a todos, tan segura de sí misma y de su soledad. Fue a llevarle su pedido y la mujer parecía cavilar en sus pensamientos.
—Espero sea de su agrado.
—¿Sabes? Ten cuidado con lo que deseas.
Esas palabras sorprendieron a Eva.
—Este mundo parece tan especial, pero hasta el mismo demonio puede ser tu compañero de mesa.
¿Tenía que darle las gracias por el consejo?
—Gracias, por el consejo.
—No es un consejo, te veo en muchos problemas y tu vida nunca volverá a ser la misma.
Eso no parecía nada bueno, fue a paso lento, sus pies la mataban, pero tenía que colocar una sonrisa en su rostro sin dar a entender nada más.
Kasy, su mejor amiga, se acercó con el teléfono en la mano.
—Tengo el ritual perfecto de fin de año.
—¿Cuál es?
—Dice el influencer de moda que se debe elegir la tumba de un hombre rico y pedirle a su alma que nos dé riqueza y dejarle un ramo de lavanda en señal de humildad.
Eva entonces dijo muy segura.
—¡Yo puedo hacer eso!
—Es lo que pensé, tenemos que ir al cementerio antes de fin de año y hacer el ritual.
Estaba tan emocionada, su vida podía cambiar para siempre.
**
Había tenido el peor día de su vida, nunca esperó que su racha de éxito se fuese a la m****a en pocas horas. Apolo Sanders tenía el viso del éxito, lo que se decía el caballo ganador de su familia: arrogante, con una inteligencia hiriente, apuesto a rabiar y un físico envidiable, varios idiomas a su lista y con mucho dinero de por medio. En esos instantes solo pensaba en el escenario de la vida: él debía ser el payaso, en un instante su mundo se derrumbó, sentía que arrastraba sus pies y todo ese aire de señor se iba a la m****a. Solo deseaba un poco de consuelo, sí, consuelo, un abrazo, daría un millón de dólares por un abrazo fuerte y sincero, al llegar a casa su madre, Úrsula, una dama de sociedad, lo esperaba con unas invitaciones de lujo entre sus manos.
—Querido, deseo tu opinión sobre las invitaciones para tu boda.
En ese momento la idea de una boda o de un matrimonio arreglado, como lo era ese dichoso compromiso, se veía caricaturesco, por eso anunció.
—Suspende todo, no habrá boda.
Úrsula miró a su hijo con horror y exclamó.
—¡Apolo, estás loco!
—Sí, madre, me acabo de volver loco. No me voy a casar.
Subía a sus habitaciones y su hermana, Dallas, lo atajó en el camino.
—¿Qué le pasa al rey?
—No voy a casarme.
—Genial, por fin un poco de sentido común —celebró Dallas.
Su madre iba tras él.
—No puedes hacer esto, ¿sabes cuánto dinero tenemos metido en esa boda?
Dinero. Siempre el dinero era el centro de todo en su familia, por eso su madre al enviudar se hizo de otro hombre rico que vivía de sus regalías y de estar metido en el club jugando golf o degustando deliciosas margaritas con otros ricos como él.
—Si no la cancelas tú, lo haré yo.
Úrsula se plantó en la puerta de su habitación:
—¿No consideras los sentimientos de Brenda?
Para ese momento solo pensaba en irse de viaje lejos de todos. Su madre apeló al sentimentalismo.
—Brenda, te ama desde niño.
—Quiero estar solo.
—Hijo, no seas complicado, una mujer como Brenda es un tesoro.
Se encerró en el baño molesto y su madre daba vueltas en la habitación.
—¡Qué le pasa a este hombre!
Dallas, siempre dada a decir lo que pensaba, comentó.
—Él no quiere a Brenda, es más, nadie quiere a Brenda, solo tú y no es a ella, sino a su dinero.
—¡Basta!
Salió molesta y Dallas lo esperó recostada en su cama, cuando lo vio salir en toalla le silbó.
—¡Qué lindo es mi hermano!
—Dije que deseo estar solo.
—Escucha, estoy de tu lado. Brenda no sirve para esposa, es más, no la veo como la madre de tus hijos.
Apolo le respondió a su hermana.
—No pienso tener hijos.
—Haces bien, los gatos están de moda —rio por sus ocurrencias—, siempre creí que reaccionarías a toda esta locura.
Volvió a repetir con infinita paciencia.
—Dallas, quiero estar solo.
—Mi madre odiará todo esto y los Novak también, pero salvarás tu alma, hermano.
Se levantaba y salía canturreando, nadie como ella para tener la cabeza en las nubes. Tenía que ser duro y contundente, marcó un número. Espero a que le contestaran y la voz suave de Brenda se escuchó.
—Apolo.
—Brenda, tenemos que hablar.
Un breve silencio y ella le indicó.
—No acepto un no por respuesta, hicimos un trato y se va a cumplir.
—Lo siento, no puedo, si lo aceptas o no, es tu problema, pero no hay boda.
Ella se rio y le preguntó:
—¿Tienes otra mujer?
Esa podía ser la salida ideal y entonces le respondió.
—Sí.
—Vaya, no esperé eso del gran Apolo, ¿te enamoraste?
—Si por ella puedo acabar mi compromiso, debe ser que sí.
—Veremos qué tan digna es —cerró.
Parece que la idea no la tomó tan mal, ahora solo pensaba en hacer algo que juró nunca hacer: visitar la tumba de su padre. Desde que murió hace seis años, se juró no ir nunca a caer en esos clichés de hijos arrepentidos, dejando ramos ostentosos en las tumbas de sus deudos para paliar la conciencia. Él no tenía nada que paliar, fue un hijo que tomó todo lo que el dinero de su padre podía darle. Si fue un hijo bueno o malo, su padre nunca se lo aclaró y tampoco le importaba mucho ese hecho hasta ahora.
Se recostó en la cama a mirar al techo y su móvil sonó.
—¡Escucha maldito cerdo, mi hermana no es tu juego!
Dietrich, era el hermano de Brenda y un pelmazo, no estaba para atender sus problemas menstruales. Se sobó las sienes y decidió que al día siguiente era el momento indicado para ir al cementerio.
**
Le llevaba flores y cuando vio el mausoleo, sintió pesar.
—Bien, parece que sucedió hace miles de años y solo pasaron seis.
Colocó solemne las flores y le dijo.
—Muy pronto estaré aquí, junto a ti.
Alguien pasó junto a él barriendo las hojas que caían y entonces escuchó su voz que decía.
—Vive tu vida.
Él giró la cabeza y entonces vio a un anciano barriendo y se levantó.
—¿Disculpe? ¿Dijo algo?
—Sí, dije que vivas tu vida.
—¡Por qué me dice eso!
El sujeto se apoyó en el palo de la escoba y le preguntó.
—¿Ese hombre era tu padre?
—Sí, murió hace seis años.
—Bien, supongo que todo padre desea que sus hijos vivan la vida que les toca y no vivir la vida que otros desean.
Apolo frunció el ceño y le dijo entonces.
—¿Acostumbra a interrumpir a los deudos?
—A veces…
Esas palabras molestaron más a Apolo que le increpó.
—¡Debería dedicarse a su trabajo y no a molestar a los dolientes!
El sujeto se alzó de hombros y murmuró.
—Los muertos son más educados que vos.
Apolo se pasó una mano por el rostro y miró la tumba de su padre y le dijo.
—Muy pronto nos veremos.
Salió a paso elástico y a la salida se tropezó con una señorita.
—Oiga, cálmese, parece que vio a un fantasma.
La bella señorita lo había empujado, vestía de negro y acomodó su cabellera castaña rojiza.
—Respete a las damas.
Apolo con ironía le respondió.
—Cuando vea a una lo haré.
La joven se detuvo y giró su cabello esparciendo un suave perfume a jazmín.
—De seguro debe ser la hora de los demonios y usted acaba de salir a molestar.
Una chica llegó corriendo a ella.
—¡Eva! ¡La encontré!
Eva sonrió radiante y miró al tipo del ceño fruncido.
—Hasta la vista, señor Demonio, mi reto me espera.
No entendió, pero algo le dijo que la siguiera y eso hizo, la vio ir por un sendero, tenía un ramito de lavanda entre sus manos y parecía apurada y se detuvo frente a la tumba de su padre.
—¿Qué m****a quiere ahí?
La vio colocar con solemnidad el ramito y de repente hacer una reverencia y la amiga filmar con su móvil.
—¡Oh poderoso, Señor! ¡Estoy ante su tumba para pedirle que me conceda el don de ser millonaria!
¡Qué!
—¡Poderoso, señor, deseo tener mucho dinero! ¡Por favor!
Eso lo enojó mucho y la que filmaba dijo emocionada.
—¡Sí, lo hiciste!
Ella celebró y miró la tumba.
—¡Gracias, señor!
Eso era el colmo, se acercó molesto y les gritó.
—¡Qué rayos hacen en la tumba de mi padre!
Eva lo miró sorprendida, sin saber cómo reaccionar ante tales palabras.
Kasy al reconocer de quién se trataba, solo pudo decir nerviosa.—¡Disculpe, señor! ¡Disculpe!La joven del móvil decía suplicando, pero su mirada estaba dirigida a la loca de cabello largo que lo miraba sorprendida.—Vamos, Eva, vamos.—¿Te he visto en algún lado?—Solo en sus sueños.Era jalada y corrían por entre las tumbas sin mirar atrás hasta que se escondieron cerca de unos árboles y Kasy comentó a su amiga.—¿Te diste cuenta de quién era?—Apenas si le vi la cara, mi corazón no soporta el susto.—¡Era él!—¿Quién?—Apolo Sanders.No esperó que alguien del club estuviera en el cementerio justo en esos momentos. Kasy se persignó y le dijo a su amiga.—Si descubre quienes somos, adiós trabajo.—No creo que nos haya reconocido —miraba a todos lados—, pero sí dio miedo.Kasy exclamó asustada.—¡Era la tumba de su padre!—Supongo que ni se acordará de lo pasado, somos invisible para esa gente.Kasy la miró y le recordó.—Dijo que te le hacías familiar.No le dio importancia a esas p
Apolo le preguntó con tono familiar.—¿Te está molestando Dietrich?No supo si era un ángel o un demonio, pero era una salida a su gran lío.—Cariño, me enojé mucho y cometí una pequeña tontería.El tipo se acercó a mirar el daño: estaba perdido, aunque ese tono naranja le pareció muy excéntrico, miró a Dietrich enojado.—Respira Dietrich, solo es un auto.—¿Conoces a esta mujer?—Claro que sí.Eva sabía que no la conocía de nada, salvo del cementerio y si le recordaba ese incidente se pudriría todo, se acercó a él y se refugió en sus brazos.—Es mi amorcito.—Y sabes cómo se llama la dama presente aquí.—Claro, es mi dulce…Ella susurró.—Eva.—Eva, mi dulce Eva.Todos estaban confundidos y Dietrich entonces dijo con horror.—¿Tu novia? ¡Dejaste a mi valiosa hermana por esta cosa!Era muy ofensivo ese sujeto.—Apolo sabe lo que es bueno, ¿no es cierto, cariño?—Así es, cariño.Cielos, el tipo, era un ángel de la guarda que olía a dioses y que estaba como un bizcocho de Pascua.—Lo si
Miraba su reloj con insistencia y repetía.—Dios, qué mierda, Dios…Se recostó en la pared del ascensor, pensando que tendría problemas si Sanders le retiraba su ayuda, cuando sintió que detrás de ella se deslizaban las puertas y cayó sentada en el suelo. Menudo lío en el que estaba.—¡Mi culito!Se incorporó con dificultad y, cuando se dio cuenta, estaba en una elegante oficina con sala y muebles color café. Vio un escritorio elegante y un bar del otro lado. Pinturas que adornaban las paredes, estaban dispuestas estratégicamente con luces que las realzaban. Sus pisadas fueron mermadas por la alfombra que amortiguó sus pasos; no había nadie visible.«Dios, qué raro».Miró una armadura completa bien puesta en una esquina.—¿Estoy en el museo?Se acercó a tocarla, nunca había visto una de cerca y esta era reluciente.—Impresionante.Echó un vistazo a todos lados, ni señas del poderoso. En la mesita de centro descansaba un hermoso terrario en donde convergían varias especies armoniosamen
Estaba nerviosa, podía ser la ganadora de cincuenta grandes. Llamó a Kasy y la citó en la tienda de ropa, ella fue muy interesada, pues deseaba saber qué le habían propuesto a su amiga. La vio de pie frente a la tienda, parecía rara, como nerviosa.—¡Ya estoy aquí!—Tardaste.—¿Qué hacemos en Apple Valley?—No sé, todo es muy raro, me dio esta tarjeta y me dijo que la mostrara aquí.—Es una tarjeta del tipo Apolo Sanders. Dios, me siento impresionada.Dentro de la tienda, dos empleadas observaban a las muchachas charlando.—Son pobres. Dios que oso que estén mendigando fuera de la tienda.—Visten con tal pobreza, fuera de onda.Las vieron entrar y se miraron sorprendidas.Las jóvenes miraban los costosos vestidos impresionados.—Esto es el paraíso, son divinos —comentó Kasy—, me muero.Una de las empleadas se acercó a ellas.—Parecen fuera de sus terrenos, chicas.Eva la miró extrañada.—¿Fuera de mis terrenos?—Bien, ¿qué deseas? Puedes mirar lo que quieras, no está a tu altura.Eso
Eva estaba ansiosa de saber si había logrado pasar la prueba, pues el ambiente en el que se movía Apolo Sanders era muy elitista. Estaban entrando a una suntuosa mansión, no sabía lo que realmente iba a ser allí y le preguntó.—¿Y bien?—Bien qué…—¿Pasé o no lo hice? Aunque creo que se lo creyeron.—¿Eso piensas?—Sí, hasta me cayeron bien todos ellos.—Mira tú.Entonces le preguntó con curiosidad.—¿Qué hacemos aquí?—Aquí vivo.Ella lo miró sorprendida y le preguntó.—¿Vamos a vivir juntos?, porque tendrás que hablar con mi padre para eso.—¡Ja!Bajó del auto y ella se quedó sentada esperando.—¡Baja del auto!—Los caballeros les abren las puertas a las damas.Esa petulante criatura se las daba de dama y se colocó las manos en la cintura.—No esperarás que te trate como si fueras mi novia, ¿verdad?Eva se apoyó en la puerta y le preguntó.—¿A tus novias las tratas con respeto?—Escucha… Ha sido una noche muy fastidiosa y… —la vio mirándose las uñas—, ¿me escuchas?—La manicura en es
Eva, fingiendo sorpresa, le dijo a Dietrich.—Dietrich, ¿por qué te sorprende tanto que tenga un trabajo de mesera? ¿Acaso es pecado?Clare miraba a uno y a otro esperando explicaciones, ¿Apolo con una mesera? Su hijo dijo con petulancia.—Bueno… Estimé que alguien como Apolo tendría una modelo de novia.Eva se tocó el cabello de manera coqueta y añadió.—Y soy modelo; sin embargo, mis padres desean que sea una persona útil a la sociedad, por eso me consiguieron un empleo como mesera en el club.Clare dijo con sorpresa ante ese hecho.—Interesante.—Allí fue donde conocí a mi bello Apolo.—¡Bello! —dijeron en coro.El aludido la miró con sorpresa.—Así le digo de cariño y nos vimos en ese evento de las Cruces… —lo acarició—, ¿recuerdas, cariño?Para ese momento tenía que seguirle el paso a Eva.—Sí, lo recuerdo.Eva le puso emoción a la historia.—Se rompió mi taco después de la pasarela y Apolo me ofreció su brazo como apoyo —lo tomó de la corbata—. Me volvió loca su caballerosidad.D
Úrsula se recompuso para decirle a la joven.—Así que eres la novia de mi hijo.—Sí. Usted tiene un hijo muy adictivo, le salió divino.Apolo se aguantó las ganas de reírse al ver a su madre sin palabras.—Tiene sus ojos, es lindo —lo acarició.—Ella es Eva Monar, mi novia —dijo galante.—Vaya…—He escuchado a Apolo hablar de usted y me siento honrada de conocer a tan dulce dama.Hanibal Carpentier se acercó a ellos con una sonrisa.—Se nota que no te conoce, Úrsula, dice que eres dulce.—Hola —lo saludó afable.—Eva, la Eva de Apolo, toda una tentación.—¿Ha encontrado otro grande?—Ja, sigo buscando —le guiñó el ojo.Eva sonreía divertida. Úrsula le dijo a su hijo.—Tenemos que hablar.—Ahora no, estoy con Eva.—Eva, no se morirá si no te tiene cerca.La joven le dijo entonces.—No lo crea, señora, su hijo se ha convertido en el aire para mí.Apolo la vio tan soñadora que hasta le creyó, su madre se acomodó el traje.—Quédate sin aire por un tiempo, vamos, hijo.Apolo se disculpó y f
Todavía no podía digerir que había perdido un millón de dólares.—¡Ay! Dios, un millón de dólares —decía dolida.Apolo meneó molesto la cabeza, entonces le aclaró.—Eso no era nada.—Para mí sí lo era, tú solo me pagarás cincuenta mil, ella me daría más.—Date por satisfecha.Ella lo miró molesta.—Perdí novecientos cincuenta mil dólares. Voy a llorar.—Ja.—Con eso podría haber comprado la casa de mis sueños, o iniciado un negocio.Entonces pensó: buscaré a la madre de Apolo, claro. Apolo, como si leyera su mente, comentó.—Mi madre te odia, no te lo dará de nuevo.Eva le cayó a golpes entonces.—¡Eres un tonto!—Eres una loca, ¿hubieras dejado mi trato por ese dinero?—Claro que sí, además el dinero vale más que el amor.Eso le sorprendió y le comentó.—Creí que eras de las que pensaba lo contrario.—Escucha, vi a mi madre irse un día por dinero con alguien más.Eso no se lo esperó.—No le importó que mi padre la amara o que yo la amara. El dinero siempre vence al amor.Entonces mane