Cap. 1 Cuestiones del destino

Kasy al reconocer de quién se trataba, solo pudo decir nerviosa.

—¡Disculpe, señor! ¡Disculpe!

La joven del móvil decía suplicando, pero su mirada estaba dirigida a la loca de cabello largo que lo miraba sorprendida.

—Vamos, Eva, vamos.

—¿Te he visto en algún lado?

—Solo en sus sueños.

Era jalada y corrían por entre las tumbas sin mirar atrás hasta que se escondieron cerca de unos árboles y Kasy comentó a su amiga.

—¿Te diste cuenta de quién era?

—Apenas si le vi la cara, mi corazón no soporta el susto.

—¡Era él!

—¿Quién?

—Apolo Sanders.

No esperó que alguien del club estuviera en el cementerio justo en esos momentos. Kasy se persignó y le dijo a su amiga.

—Si descubre quienes somos, adiós trabajo.

—No creo que nos haya reconocido —miraba a todos lados—, pero sí dio miedo.

Kasy exclamó asustada.

—¡Era la tumba de su padre!

—Supongo que ni se acordará de lo pasado, somos invisible para esa gente.

Kasy la miró y le recordó.

—Dijo que te le hacías familiar.

No le dio importancia a esas palabras y revisó el video complacida.

—Lo importante es que lo conseguimos —revisó el video.

—Sé que funcionará, que el alma del rico me va a abrir camino.

Eva Monar, era muy soñadora y a veces algo ilusa. Por lo pronto su sitio en redes era muy popular, ahora colgaba un video de un reto viral que se suponía daba suerte a los que lo hacían.

**

Otro día en las trincheras, como le decían a la atención VIP que debían de dar. Su uniforme consistía en una falda diminuta y una blusa blanca pegada al cuerpo y un mandil con encaje, una cofia blanca con negro y una sonrisa en el rostro. Su deber era atender de forma ágil y cordial a todos los señores poderosos de la ciudad, nunca mirarlos al rostro y siempre ser rápida con la atención, porque los ricos odiaban el retraso.

Regresó con una charola vacía y con una lista de los pedidos que debía entregar. Kasy se le acercó y le dijo en voz baja.

—Te cuento el chisme del momento.

—¿Cuál es?

—Dicen que Apolo Sanders rompió su compromiso con la bella Brenda Novak.

Cielos. Siempre le pareció raro que un rico dejara a otro rico.

**

Úrsula tomaba un cóctel y charlaba con su nuera, bueno, ex nuera.

—Apolo está raro, no me dice nada, pero sé que cumplirá con su compromiso.

—Odio el rechazo, sabes cómo eso me pone.

Brenda era una hermosa mujer de cabello castaño oscuro, muy sedoso y unas facciones delicadas, pero su mirada era otra cosa: parecía un águila dispuesta a atrapar a una presa.

—Querida, debe ser los nervios.

—¿Sabes cuánto está en juego?, mucho dinero y no me puedo dar el lujo de ser rechazada por nadie.

Eva llevaba los entremeses a la mesa.

—Su orden, señoras, espero que la disfruten.

Brenda le dio una mirada de desprecio. Ella puso su sonrisa de trabajo, claro porque había varios tipos de sonrisa. Por ejemplo, la del trabajo era una semi sonrisa cordial, nada exagerada para parecer profesional. La sonrisa genuina la reservaba para momentos gloriosos, pero de esos escaseaban en su vida.

**

Dietrich Novak, era uno de los chicos mimados de la ciudad, un excelente jugador de Polo, además de ser heredero de una gran fortuna y vivir de las regalías que su hermana solía darle. Esa tarde hablaba sobre lo pasado, con la ruptura de su compromiso.

—Hasta agradezco que Apolo salga de nuestras vidas, ese sujeto no le da la talla a mi hermana.

—¿Qué le habrá pasado a Apolo?

—Le dio miedo meterse con una mujer de verdad.

Todos rieron de sus palabras.

**

La enviaron a atender la mesa de Novak, llevaba unas bebidas cuando escuchó.

—La verdad es que a Apolo le faltan pantalones para casarse con un Novak.

Ella colocaba las bebidas en cada puesto y escuchaba los comentarios despectivos del grupo.

—¿Se les ofrece algo más?

Novak respondió en tono chocante.

—Sí, que quites tu horrible cara de delante de nosotros.

Algunos rieron. Eva entonces le respondió.

—No sea grosero.

Dietrich dijo a sus colegas.

—Nos salió respondona la cachifa.

—No soy una cachifa, soy una empleada que merece respeto.

—Por favor, anda con tu proletariado y no jodas a los poderosos.

Eva, con mucha determinación y poco sentido común, le señaló.

—Intente servirse sin el proletariado, apuesto que no da la talla.

Eso enojó a Dietrich, que se levantó y le gritó.

—¡Estás despedida!

Algunos miraron lo que pasaba.

—Eso sucederá cuando usted sea mi jefe.

—Cachifa insignificante, ¿acaso no sabes con quién te estás metiendo?

Ella se plantó frente a él y su gran boca respondió.

—Al menos el señor Sanders no ofende a los que lo atienden.

Todos la miraron con rostro sorprendido.

—¡Qué te pasa! —exclamó una de las presentes—, ¿crees que le importas a ese tipo?

Sabía que no, pero no pudo dejar de decirles.

—Tal vez si le importo.

Dietrich sacó su móvil y marcó un número.

—Roberson, tengo un problema con una cachifa altanera, quiero que la despidas.

¡Cuánta petulancia! Todos la miraban y Kasy se detuvo a ver lo que pasaba. Eva era recriminada por el odioso de Dietrich.

—¡Quiero que se largue de aquí por altanera!

El gerente estaba en esa pugna. Dios, escuchó a uno de sus compañeros que decía.

—¡Llegó Sanders!

Kasy estaba tan nerviosa y se apartó.

—Señorita Monar, por favor retírese.

—¡No puede hacerme esto!

—Señorita Monar, por favor pase a la oficina de recursos humanos.

Salía molesta y no iba a la oficina, sabía que tenía que hacer, si algo amaba ese petulante adefesioso era su auto, sacó sus llaves.

Fue al estacionamiento y encontró el auto convertible color naranja y comenzó a rayarlo con mucho placer; sin embargo, no esperó que Dietrich saliera con su séquito y la viera en esas.

—¡Mi auto! ¡No! ¡Llamen a la policía!

Eva volteó al escuchar la potente voz y vio al dueño, quedó congelada con las llaves en sus manos y la prueba de su locura, estaba en problemas, rayos, truenos, no podía escapar.

Dietrich llegó y vio el daño.

—¡Maldita sea!

—Se pudrió —comentó uno de sus amigos—, echado a perder.

Eva estaba pálida y congelada.

—¡Llamen a la policía!

¿Policía? Dios mío estaba perdido.

—¿Quién rayos te crees, m*****a cachifa?

Eva entonces lo miró, estaba más que furioso, era irá convertida en un hombre.

—Yo… yo…

—Dañaste mi auto, loca infeliz.

Y en verdad era en ese momento la chica más infeliz del planeta tierra.

—Yo le pagaré.

—¡Pagarme! —dijo irónico—. Claro que me pagarás, perra.

La tomó del brazo con violencia.

—Me tienes que comprar un auto nuevo.

Eso no se lo esperó y una de las chicas notó su uniforme.

—¡Qué dinero puede tener una empleada!

Más irá en el tipo y zarandeó a la muchacha con violencia.

—Me pagas, perra.

—Le pagaré lo juro.

—Escucha perra, haré que maldigas el día de tu nacimiento de pobretona, me pagarás.

Eva no tenía dinero, era soñadora, solo eso.

Uno de los guardias de seguridad llegó en esos momentos alarmados.

—¡Esa perra cretina me dañó mi auto!

Conocían a Eva y sabían que era una buena chica, pero loca al punto de hacer daño, no y entonces le indicó.

—La reportaré.

—¡No quiero que la reportes, idiota! Quiero que me pague mi auto.

Dietrich era conocido por sus berrinches y excentricidades, era petulante y cruel con los empleados.

—Estableceremos una investigación.

Dietrich lo abofeteó y Eva, sorprendida, lo empujó.

—¡No tienes que golpearlo! ¡Te pagaré el maldito auto si quieres!

Para ese momento era su gran boca hablando y no su razón. Dietrich se le rio en la cara y le dijo a la estúpida chica.

—Quiero verlo, pobretona.

Eso era mucha petulancia y Eva le respondió.

—Piensas que porque trabajo aquí soy pobre. Claro que no. Tengo dinero y un novio rico.

Todos se miraron sorprendidos por su respuesta.

—Él te pagará el dichoso autito.

Kasy le hacía señas de que se callase, pero ella ni miraba.

—Así que eres una de nosotros —la analizó—, porte tienes, pero no te he visto por los clubes y sitios de moda.

Eva le dijo con ínfulas.

—Es que yo sí estudio.

Ellos rieron y entonces Dietrich le preguntó.

—¿Cómo vas a pagar mi auto?

Ese tipo sabía qué preguntar y ella le indicó.

—Bueno, tengo ahorros.

Esa chica era petulante y osada.

—Quiero el dinero mañana.

—Mañana no… El sábado.

—¿Por qué el sábado?

—Es un buen día y para ese entonces mi novio habrá regresado de viaje.

Dietrich se le rio en la cara.

—¿Me consideras estúpido?

—Es lo que puedo prometer.

Dietrich se le acercó con petulancia y la observó.

—Dime tu apellido.

—¿Mi apellido?

—Quiero saber a qué papá rico debo enviarle la factura el sábado.

—Mi apellido es Monar.

—¿Monar? Es algo común.

—Para usted, para mí es especial, ser una Monar del Valle.

—¿Monar del Valle?

—Sí, bueno, anota mi número, no quiero que te salga una arruga por nada.

—¡Por nada! Era mi auto tuneado, valioso.

—Bien, puedo hacerlo, reparar si gustas, quedará mejor de lo que estaba.

—Quiero un auto nuevo.

—Bien, tendrás un auto nuevo.

—¿Tu novio de fantasía me lo dará? —espetó burlón.

Justo cuando su gran boca iba a responder.

—¿Qué pasa, cariño?

Todos voltearon a mirar a quién había dicho tales palabras y se toparon con Apolo Sanders.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo