Ruegos

Logró entonces que las ganas afloraran más y se impusieran encima de toda lógica.  La apretó de las caderas, hundiendo un segundo dedo en su vagina y mientras exploró su acuoso interior, su lengua jugó en la parte baja de su abdomen, acercándola cada vez más a ese umbral que empezaba a enviciar a Lexy.

La joven gimió al ritmo de los movimientos que sus dedos le dedicaron, esos que se deslizaron por sus paredes tibias y resbaladizas y cuando creyó que ya alcanza las estrellas, toda sensación placentera se acabó para retomar el silencio y el mismo frio que había sentido antes.

Se desesperó. Apretó las piernas, casi lita para llegar al orgasmo y gruñó rabiosa cuando entendió que el hombre estaba jugando con ella de un modo muy cruel.

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