Después de todo lo que ellos dos dijeron “sin querer”, el volver a encontrarse a la hora de la cena fue un tanto incómodo. La mesa estaba puesta con esmero, los platos humeantes y la luz de las velas creando un ambiente acogedor. Sin embargo, el aire entre ellos estaba cargado de tensión, vergüenza y nerviosismo por las confesiones que habían compartido.Lucía y Fausto se sentaron uno frente al otro, sus miradas evitando encontrarse demasiado tiempo. El sonido de los cubiertos contra los platos parecía más fuerte de lo habitual, llenando el silencio que se había instalado entre ellos.—La cena esta deliciosa, Lucía —dijo Fausto finalmente, rompiendo el incómodo silencio. Su voz tenía un tono amable, pero había una leve vacilación.—Gracias —respondió Lucía, sonriendo tímidamente —Preparé tu guiso favorito.Fausto, mientras comía, reflexionaba sobre las palabras que había compartido con Lucía. Aunque se sentía avergonzado, también estaba aliviado de haber
El día del reencuentro llegó con un cielo despejado y una brisa suave que hacía danzar las hojas de los árboles en el bosque. Lucía, con los nervios a flor de piel, estaba en el claro designado, caminando de un lado a otro mientras Fausto intentaba calmarla.—Todo va a salir bien, Lucía —dijo Fausto con una sonrisa tranquilizadora —Tus padres solo quieren verte, y tu hermano seguramente estará emocionado de verte también.Lucía asintió, respirando profundamente para calmarse.—Gracias, Fausto. No sé qué haría sin ti. Sé que lo repito demasiado pero realmente es lo que siento.Mientras Lucía esperaba en el claro, Fausto fue a buscar a su familia. El sonido de los pájaros llenaba el aire. Cuando llegó al punto de encuentro, los padres de Lucía y Lou ya estaban allí, ansiosos pero esperanzados. Fausto lo
Así, el verano dio paso al otoño, y con el llegaron los cambios sutiles en el ambiente. Las hojas empezaron a caer, tiñendo el suelo de tonos dorados y rojizos. El aire se volvió más fresco, y el sonido del viento entre los árboles anunciaba la llegada de la nueva estación. Fausto se encargaba de asegurarse de que la casa estuviera completamente impermeabilizada. La cabaña, construida con troncos robustos, necesitaba protección extra para los meses fríos que se avecinaban. Fausto revisaba las ventanas, rellenaba las grietas con masilla y reforzaba el techo con nuevas capas de aislante. El crujido de la madera y el olor a resina llenaban el aire mientras trabajaba, cada golpe de martillo resonando.Mientras tanto, Lucía se ocupaba de hacer un nuevo juego de ropas invernales, tanto para ella como para Fausto. Con una destreza única, cosía abrigos de lana gruesa y bufandas tejidas con esme
Lou, extrañando a su hermana, aprovechaba cada oportunidad que tenía para visitar la casa donde ella vivía con Fausto. Sus padres le habían dado permiso, aunque siempre le recordaban que debía ser cuidadoso en el camino. Durante estos viajes, Lou había notado algo inquietante Áster, en su forma de lobo, seguía merodeando cerca de la casa de Lucía. Al principio pensó que quizás estaba siendo paranoico, pero no podía sacudirse la sensación de que Áster podría estar allí con intenciones oscuras. Aunque no entendía completamente el motivo detrás de este comportamiento, decidió mantenerse alerta, dispuesto a proteger a su hermana si fuera necesario.Por otro lado, Lou había llegado a conocer mejor a Fausto durante sus visitas. Le había sorprendido lo amable y atento que era. Fausto siempre trataba a Lucía con mucho cariño
Después de lo sucedido, Fausto se dedicó a arreglar todos los destrozos que Áster había ocasionado cuando entró violentamente a su casa. Los muebles volcados y las astillas de madera dispersas por el suelo eran un recordatorio constante del ataque. Con cada clavo que martillaba y cada trozo de madera que reemplazaba, sentía la pesada carga de la culpa apretándole el pecho. La familia de Lucía llegó poco después, en sus rostros la preocupación y el desconcierto se mostraba. Pascual caminaba de un lado a otro, incapaz de ocultar su ansiedad. Clara se acercó a Fausto con lágrimas en los ojos, agradeciéndole por cuidar de su hija, aunque Fausto no podía evitar sentir que había fallado.Lucía había sufrido un terrible shock y estaba recluida en su cama, como una muñeca rota. Su madre, su padre, y el pequeño Lou intentaron hacerla reaccionar, p
La noticia cayó como un balde de agua fría para todos. Los padres de Lucía, Clara y Pascual, no pudieron soportar la incertidumbre y la desesperación. La pequeña casa, antes cálida y acogedora, ahora solo era lugar asfixiante y opresivo, lleno de sombras y silencios incómodos. La decisión de Clara y Pascual de regresar al Pueblo Ciprés para exigir una solución se tomó en un impulso desesperado, casi sin pensarlo, como si al huir pudieran escapar del dolor que les corroía el alma.—¡No podemos quedarnos aquí sin hacer nada!— dijo Pascual con voz quebrada, sus manos temblorosas mientras recogía unas pocas pertenencias. Clara asintió, sus ojos hinchados de tanto llorar.—Haremos que Áster dé la cara por esto— murmuró Clara, más para convencerse a sí misma que a los demás.Salieron apresurado
El silencio entre ellos era pesado, casi tangible, como una niebla densa que los envolvía, dificultando la respiración. Fausto finalmente levantó la mirada, sus ojos oscuros y cansados encontrándose con los de Loreta, llenos de desesperación y esperanza.—Entiendo que quieras proteger a tu hijo y a tu posible nieto —dijo Fausto, su voz cargada de un cansancio profundo—, pero no puedo permitir que Lucía sufra más de lo que ya ha sufrido. No puedo.Las palabras salieron con dificultad, como si cada una fuera un peso que añadía a la carga que ya llevaba. El bosque a su alrededor, con sus altos árboles y sombras alargadas, parecía empequeñecerlo, haciéndolo sentir atrapado. El viento helado susurraba entre las ramas, como si el mismo invierno se compadeciera de su dolor.Loreta, con lágrimas en los ojos, asintió lentamente, sus labios temblando
El pueblo de Ciprés, normalmente envuelto en una calma rutinaria, había cambiado drásticamente en los últimos días. La noticia del embarazo de Lucía, después de todo lo que había pasado con Áster, se había extendido como una ventisca invernal, susurrada de boca en boca, llevando consigo una mezcla de escándalo y compasión. Las calles, normalmente tranquilas, estaban llenas de gente que se reunía en pequeños grupos, susurrando y lanzando miradas furtivas hacia la casa de los padres de Lucía. El aire estaba cargado, no solo con el frío de la temporada, sino con la tensión que se había acumulado con cada nuevo rumor. En la plaza del pueblo, un lugar que solía ser lugar de reunión tranquilo, las conversaciones se habían vuelto acaloradas. Los enfrentamientos verbales entre los aldeanos eran ahora comunes, con opiniones divididas s