La noticia cayó como un balde de agua fría para todos. Los padres de Lucía, Clara y Pascual, no pudieron soportar la incertidumbre y la desesperación. La pequeña casa, antes cálida y acogedora, ahora solo era lugar asfixiante y opresivo, lleno de sombras y silencios incómodos. La decisión de Clara y Pascual de regresar al Pueblo Ciprés para exigir una solución se tomó en un impulso desesperado, casi sin pensarlo, como si al huir pudieran escapar del dolor que les corroía el alma.
—¡No podemos quedarnos aquí sin hacer nada!— dijo Pascual con voz quebrada, sus manos temblorosas mientras recogía unas pocas pertenencias. Clara asintió, sus ojos hinchados de tanto llorar.
—Haremos que Áster dé la cara por esto— murmuró Clara, más para convencerse a sí misma que a los demás.
Salieron apresurado
El silencio entre ellos era pesado, casi tangible, como una niebla densa que los envolvía, dificultando la respiración. Fausto finalmente levantó la mirada, sus ojos oscuros y cansados encontrándose con los de Loreta, llenos de desesperación y esperanza.—Entiendo que quieras proteger a tu hijo y a tu posible nieto —dijo Fausto, su voz cargada de un cansancio profundo—, pero no puedo permitir que Lucía sufra más de lo que ya ha sufrido. No puedo.Las palabras salieron con dificultad, como si cada una fuera un peso que añadía a la carga que ya llevaba. El bosque a su alrededor, con sus altos árboles y sombras alargadas, parecía empequeñecerlo, haciéndolo sentir atrapado. El viento helado susurraba entre las ramas, como si el mismo invierno se compadeciera de su dolor.Loreta, con lágrimas en los ojos, asintió lentamente, sus labios temblando
El pueblo de Ciprés, normalmente envuelto en una calma rutinaria, había cambiado drásticamente en los últimos días. La noticia del embarazo de Lucía, después de todo lo que había pasado con Áster, se había extendido como una ventisca invernal, susurrada de boca en boca, llevando consigo una mezcla de escándalo y compasión. Las calles, normalmente tranquilas, estaban llenas de gente que se reunía en pequeños grupos, susurrando y lanzando miradas furtivas hacia la casa de los padres de Lucía. El aire estaba cargado, no solo con el frío de la temporada, sino con la tensión que se había acumulado con cada nuevo rumor. En la plaza del pueblo, un lugar que solía ser lugar de reunión tranquilo, las conversaciones se habían vuelto acaloradas. Los enfrentamientos verbales entre los aldeanos eran ahora comunes, con opiniones divididas s
Las visitas de Loreta se habían vuelto casi rutinarias en la cabaña de Fausto, pero cada una traía consigo una mezcla de emociones para Lucía. El fuego en la chimenea, siempre encendido, arrojaba sombras titilantes sobre las paredes, pero no lograba disipar del todo la oscuridad que se había instalado en el corazón de Lucía. Ella llegaba con una sonrisa que intentaba iluminar la habitación, cargando en sus brazos paquetes cuidadosamente envueltos. Los pasteles que traía dejaban un aroma dulce en el aire, un contraste amargo con el estado de ánimo de Lucía. A pesar de su actitud amable y sus intentos por levantar el ánimo, Loreta no podía penetrar la barrera que rodeaba a Lucía, una tristeza tan profunda que parecía impregnar todo a su alrededor.—Te traje unos dulces que sé que te encantan, los hice yo misma —decía con entusiasmo, colocando los pa
El tiempo transcurría pero para Lucía, los días eran un borrón de horas indistintas, donde el sol apenas lograba calentar las habitaciones, y la nieve cubría el paisaje exterior con un manto blanco que parecía eterno. Los árboles desnudos, sus ramas retorcidas y cubiertas de escarcha, se alzaban como figuras fantasmales.Envuelta en una tristeza constante, últimamente se desplazaba por las habitaciones con una lentitud algo exasperante. Cada movimiento era un esfuerzo, no solo por el embarazo que avanzaba, sino también por la lucha que libraba diariamente. Sentía como si su vida se hubiera detenido, como si el tiempo se hubiera congelado junto con el paisaje invernal que observaba desde la ventana. Pasaba horas allí, mirando cómo las estaciones cambiaban de manera tan imperceptible que apenas podía notar la transición del otoño al invierno.Los días en que las hojas caían, desnudando los árboles, le recordaban su propia pérdida, el despojo de su antigua vida, de su alegría. Ahora, la
Cada paso que daba hacia la casa se sentía como una eternidad, un viaje corto pero cargado de emociones contradictorias. El viento seguía azotando el exterior, pero dentro de Fausto, la tormenta era aún más feroz. Entró a la casa con pasos vacilantes, el crujido de la madera bajo sus pies resonando en la silenciosa estancia. La cálida luz del fuego en la chimenea proyectaba sombras danzantes en las paredes, creando un contraste inquietante con la calma tensa que reinaba en el aire. El aroma a leña quemada y a hierbas secas llenaba la sala, mezclándose con un leve olor a sudor y sangre, señales evidentes de la lucha que acababa de ocurrir en el pequeño cuarto al fondo.Lucía estaba recostada en su cama, su cuerpo exhausto se hundía en los cojines. La suave luz del fuego iluminaba su rostro, revelando sus ojos hundidos por el cansancio y el dolor, pero también la expresión tierna que solo una madre puede tener al sostener a su hijo por primera vez. Sus manos temblaban ligeramente al acu
Loreta se movía por la casa con una energía incesante, como una especie de torbellino organizado. Su voz, siempre llena de entusiasmo, resonaba en cada rincón, entremezclándose con el sonido de sus pasos apresurados sobre el suelo de madera. —Lucía, creo que sería bueno que regresaras al pueblo. Al menos estarías con tu familia. Como la pareja destinada de Áster, deberías intentar llevarte bien con él por el bien del niño. Es tu deber— dijo, con una mezcla de preocupación y determinación en su tono.Fausto se había retirado a un rincón de la habitación, intentando disimular su incomodidad al escuchar la discusión, mientras Lou estaba de pie cerca de Lucía, con el rostro lleno de confusión.Lucía, hasta ese momento sumida en un silencio sepulcral, se levantó de un salto, su rostro palideciendo y luego enrojeciéndose por la ira. El contraste entre su furia y la calma relativa del entorno que era agudo y perturbador. Su voz, normalmente suave y contenida de se elevó en un grito tembloro
Para el pequeño Lou, aquel hogar se había convertido en un escenario frio y lleno desesperanza. Ver a su hermana apagarse un poco más cada día era una carga pesada que él llevaba con una madurez. Los recuerdos de los días llenos de risas y cariño eran como ecos lejanos, casi irreales comparados con la realidad que ahora enfrentaban. Era como si el tiempo se hubiera detenido en un invierno interminable, donde la alegría y la vitalidad se habían marchitado junto con las hojas de los árboles.Sin embargo, en medio de la oscuridad, el niño se aferraba a la esperanza con una fuerza que no dejaba de sorprender. Cada mañana, se levantaba antes que el sol, moviéndose por la casa con una precisión silenciosa. Ayudaba a preparar el desayuno, cuidando que cada detalle estuviera perfecto, desde la suavidad del pan hasta la temperatura de la leche. Sabía que esos pequeños actos, aunque insignificantes en apariencia, eran su manera de intentar reparar lo que estaba roto, de mantener a su hermana co
El tiempo empezó a correr, y con él, la vida en la casa se transformó de manera inevitable, dejando atrás el eco de la soledad que antes la habitaba. Sin embargo, este cambio no trajo consigo la paz que tanto anhelaban. Cada mañana, los primeros rayos de sol se filtraban a través de las ventanas, iluminando los rincones de la casa que antes habían estado sumidos en la penumbra. La luz danzaba sobre los suelos de madera, jugando con las sombras, pero en lugar de traer alegría, sólo acentuaba el contraste con la tristeza que persistía en el aire. Las risas que se oían de vez en cuando, el sonido de pasos ligeros y el murmullo de conversaciones cotidianas no lograban disipar la sensación de que algo fundamental había cambiado.Lucía, ahora ocupada con su rol de madre, parecía haberse resignado a esta nueva normalidad. Pasaba las horas atendiendo al pequeño Ferus, moviéndose con la gracia silenciosa de quien ha encontrado una razón para seguir adelante, pero no del todo por elección prop