El tiempo empezó a correr, y con él, la vida en la casa se transformó de manera inevitable, dejando atrás el eco de la soledad que antes la habitaba. Sin embargo, este cambio no trajo consigo la paz que tanto anhelaban. Cada mañana, los primeros rayos de sol se filtraban a través de las ventanas, iluminando los rincones de la casa que antes habían estado sumidos en la penumbra. La luz danzaba sobre los suelos de madera, jugando con las sombras, pero en lugar de traer alegría, sólo acentuaba el contraste con la tristeza que persistía en el aire. Las risas que se oían de vez en cuando, el sonido de pasos ligeros y el murmullo de conversaciones cotidianas no lograban disipar la sensación de que algo fundamental había cambiado.Lucía, ahora ocupada con su rol de madre, parecía haberse resignado a esta nueva normalidad. Pasaba las horas atendiendo al pequeño Ferus, moviéndose con la gracia silenciosa de quien ha encontrado una razón para seguir adelante, pero no del todo por elección prop
El pequeño Ferus había crecido rápido y ahora tenía 3 años. Era un niño muy alegre y entusiasta, con una energía que parecía no tener fin. Corría y saltaba por la casa, sus pequeños pies haciendo eco en el suelo de madera mientras su risa inocente llenaba el aire. Aquella risa, tan pura y brillante, era un rayo de luz en medio de la penumbra que parecía envolver el hogar. Ferus no conocía otro sentimiento más que el amor, y lo demostraba cada vez que veía a Fausto. Con ojos llenos de admiración, lo seguía a todas partes, llamándolo "papá" con una devoción que Fausto encontraba difícil de aceptar.Para Fausto, la casa que una vez fue su refugio de tranquilidad se había transformado en un espacio de tensión constante. Cada risa de Ferus, cada pequeño paso que el niño daba hacia él, era un recordatorio de la vida que ahora llevaba, una vida que no había planeado ni deseado. Aunque con el tiempo había aprendido a tolerar la presencia del niño, en su interior se agolpaban sentimientos enco
La vida de Federica cambió de manera drástica, pasando de ser la flor dorada del pueblo a una sombra de lo que alguna vez fue. Todo comenzó en la fallida ceremonia de elección de compañera de Áster, un evento que había esperado con ansias, imaginando que sería el día en que su vida quedaría entrelazada con la del hombre que amaba. Durante mucho tiempo, los dos habían sido inseparables, y ella había soñado con un futuro brillante a su lado. Pero cuando el lobo de Áster eligió a otra muchacha como su compañera en medio de la ceremonia, Federica sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies.La pequeña plaza del pueblo, con sus antiguos adoquines y la fuente central rodeada de flores, había sido testigo de la ceremonia. La expectativa y la alegría flotaban en el ambiente, mientras los habitantes del pueblo se congregaban, ansiosos por
Federica había visto a Lucía en el pueblo varias veces desde aquel trágico día en que todo comenzó a desmoronarse. Antes, Lucía había sido una figura radiante, una costurera talentosa y siempre con una sonrisa en los labios. Sus manos, delicadas y precisas, creaban las prendas más finas y coloridas, y su risa resonaba alegremente por las calles cuando hablaba de su hermanito menor, Lou, con un cariño y orgullo que pocos podían igualar. Pero esos días habían quedado atrás. Ahora, cada vez que la veía pasar por el pueblo, rumbo a la casa que alguna vez había sido su hogar, Federica notaba un cambio profundo y desgarrador en ella.Caminaba con la cabeza gacha, sus hombros caídos como si cargara un peso invisible pero abrumador. Sus ojos, que antes brillaban con vitalidad, ahora parecían apagados, reflejando una tristeza que ni siquiera la compañía
Había aprendido desde muy pequeña a ocultar el dolor tras una sonrisa, a mantener en secreto las cicatrices de un pasado que la había forjado en silencio. A simple vista, era la eterna rosa dorada del pueblo, conocida por su calidez y amabilidad, pero nadie conocía la verdad sobre lo que había vivido.Recordó a su madre, una mujer que, al principio, había intentado minimizar la gravedad de la situación. Creía, o más bien, quería creer, que su esposo cambiaría, que los gritos se convertirían en susurros y que las manos alzadas dejarían de caer. Pero Federica, aun siendo solo una niña, entendía lo que estaba ocurriendo. Las noches se hacían interminables mientras escuchaba los sollozos ahogados de su madre en la habitación contigua, y su corazón infantil deseaba con todas sus fuerzas que pudieran escapar de aquella pesadilla.—Mamá, vámonos de aquí —le suplicaba Federica, su pequeña mano aferrada a la de su madre, sus ojos llenos de una madurez dolorosa que ningún niño debería conocer.A
Antes de marcharse, Lucía decidió hacer una última visita a su pueblo natal. Con pasos cautelosos, se dirigió a la casa de su familia. La brisa fresca le rozaba el rostro, pero ella apenas lo notaba; su mente estaba en otro lugar, atrapada entre el miedo y la desesperación. Al llegar, tocó suavemente la ventana de la habitación de Lou, con el temor de despertar a su padres.Lou la recibió en silencio, con una mezcla de preocupación y alivio en su rostro. Él ya sabía que algo estaba mal desde hacía tiempo, pero no había imaginado que las cosas hubieran llegado a este punto.—Lou —comenzó Lucía, con la voz quebrada—, no puedo seguir en esa casa. Tengo que irme.Lou asintió, con la mirada fija en los ojos cansados de su hermana. Sabía que las palabras de apoyo eran lo único que podía ofrecer en ese momento, aunque de
El cielo de la tarde estaba teñido de un gris plomizo, y la luz tenue que se filtraba entre las hojas de los árboles apenas iluminaba el pequeño claro donde Lucía y Ferus habían decidido detenerse a descansar. Lucía había caído en un profundo letargo, su cuerpo débil y su rostro empapado en sudor. La fiebre la había alcanzado días atrás, pero hasta ese momento no parecía haber sido tan grave. Ferus, con sus ojos grandes y llenos de preocupación, se mantenía a su lado, observando cómo su madre respiraba de forma entrecortada.—Mamá... —susurró, su voz temblando de miedo—. Mamá, despierta...La única respuesta que recibió fue el sonido áspero de la respiración agitada de Lucía. Su piel, normalmente bronceada, estaba ahora enrojecida, como si el calor de su cuerpo la estuviera quemando por dentro. Ferus intentó agitarla suavemente, pero no obtuvo ninguna reacción. Desesperado, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras sollozaba, llamando a su madre una y otra vez.El silencio
Lucía se sentó junto a la ventana, mirando hacia el pequeño pueblo que ahora llamaba hogar. Afuera, el sol del atardecer teñía el cielo de un suave tono anaranjado, y las sombras de los árboles se alargaban, extendiéndose sobre las casas. El silencio era una bendición, roto solo por el canto lejano de los pájaros y las risas ocasionales de Ferus, que jugaba cerca del río con otros niños del pueblo. La tranquilidad del lugar le proporcionaba un consuelo extraño, algo que no sentía desde hacía mucho tiempo. Pero a pesar de ello, había un vacío que la seguía como una sombra.Tomó la carta que acababa de escribir para Lou y la leyó una vez más, asegurándose de que las palabras fueran lo suficientemente claras pero no reveladoras. Había sido difícil expresar en palabras todo lo que sentía, pero más aún lo era compartir su nueva vida con alguien que todavía formaba parte de su antiguo mundo. Con cuidado, selló la carta y la dejó sobre la mesa, lista para ser enviada al día siguiente.—Tal v