El llanto del gorrión: Cuarta parte.

El silencio entre ellos era pesado, casi tangible, como una niebla densa que los envolvía, dificultando la respiración. Fausto finalmente levantó la mirada, sus ojos oscuros y cansados encontrándose con los de Loreta, llenos de desesperación y esperanza.

—Entiendo que quieras proteger a tu hijo y a tu posible nieto —dijo Fausto, su voz cargada de un cansancio profundo—, pero no puedo permitir que Lucía sufra más de lo que ya ha sufrido. No puedo.

Las palabras salieron con dificultad, como si cada una fuera un peso que añadía a la carga que ya llevaba. El bosque a su alrededor, con sus altos árboles y sombras alargadas, parecía empequeñecerlo, haciéndolo sentir atrapado. El viento helado susurraba entre las ramas, como si el mismo invierno se compadeciera de su dolor.

Loreta, con lágrimas en los ojos, asintió lentamente, sus labios temblando

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