La vida de Federica cambió de manera drástica, pasando de ser la flor dorada del pueblo a una sombra de lo que alguna vez fue. Todo comenzó en la fallida ceremonia de elección de compañera de Áster, un evento que había esperado con ansias, imaginando que sería el día en que su vida quedaría entrelazada con la del hombre que amaba. Durante mucho tiempo, los dos habían sido inseparables, y ella había soñado con un futuro brillante a su lado. Pero cuando el lobo de Áster eligió a otra muchacha como su compañera en medio de la ceremonia, Federica sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies.La pequeña plaza del pueblo, con sus antiguos adoquines y la fuente central rodeada de flores, había sido testigo de la ceremonia. La expectativa y la alegría flotaban en el ambiente, mientras los habitantes del pueblo se congregaban, ansiosos por
Federica había visto a Lucía en el pueblo varias veces desde aquel trágico día en que todo comenzó a desmoronarse. Antes, Lucía había sido una figura radiante, una costurera talentosa y siempre con una sonrisa en los labios. Sus manos, delicadas y precisas, creaban las prendas más finas y coloridas, y su risa resonaba alegremente por las calles cuando hablaba de su hermanito menor, Lou, con un cariño y orgullo que pocos podían igualar. Pero esos días habían quedado atrás. Ahora, cada vez que la veía pasar por el pueblo, rumbo a la casa que alguna vez había sido su hogar, Federica notaba un cambio profundo y desgarrador en ella.Caminaba con la cabeza gacha, sus hombros caídos como si cargara un peso invisible pero abrumador. Sus ojos, que antes brillaban con vitalidad, ahora parecían apagados, reflejando una tristeza que ni siquiera la compañía
Había aprendido desde muy pequeña a ocultar el dolor tras una sonrisa, a mantener en secreto las cicatrices de un pasado que la había forjado en silencio. A simple vista, era la eterna rosa dorada del pueblo, conocida por su calidez y amabilidad, pero nadie conocía la verdad sobre lo que había vivido.Recordó a su madre, una mujer que, al principio, había intentado minimizar la gravedad de la situación. Creía, o más bien, quería creer, que su esposo cambiaría, que los gritos se convertirían en susurros y que las manos alzadas dejarían de caer. Pero Federica, aun siendo solo una niña, entendía lo que estaba ocurriendo. Las noches se hacían interminables mientras escuchaba los sollozos ahogados de su madre en la habitación contigua, y su corazón infantil deseaba con todas sus fuerzas que pudieran escapar de aquella pesadilla.—Mamá, vámonos de aquí —le suplicaba Federica, su pequeña mano aferrada a la de su madre, sus ojos llenos de una madurez dolorosa que ningún niño debería conocer.A
Antes de marcharse, Lucía decidió hacer una última visita a su pueblo natal. Con pasos cautelosos, se dirigió a la casa de su familia. La brisa fresca le rozaba el rostro, pero ella apenas lo notaba; su mente estaba en otro lugar, atrapada entre el miedo y la desesperación. Al llegar, tocó suavemente la ventana de la habitación de Lou, con el temor de despertar a su padres.Lou la recibió en silencio, con una mezcla de preocupación y alivio en su rostro. Él ya sabía que algo estaba mal desde hacía tiempo, pero no había imaginado que las cosas hubieran llegado a este punto.—Lou —comenzó Lucía, con la voz quebrada—, no puedo seguir en esa casa. Tengo que irme.Lou asintió, con la mirada fija en los ojos cansados de su hermana. Sabía que las palabras de apoyo eran lo único que podía ofrecer en ese momento, aunque de
El cielo de la tarde estaba teñido de un gris plomizo, y la luz tenue que se filtraba entre las hojas de los árboles apenas iluminaba el pequeño claro donde Lucía y Ferus habían decidido detenerse a descansar. Lucía había caído en un profundo letargo, su cuerpo débil y su rostro empapado en sudor. La fiebre la había alcanzado días atrás, pero hasta ese momento no parecía haber sido tan grave. Ferus, con sus ojos grandes y llenos de preocupación, se mantenía a su lado, observando cómo su madre respiraba de forma entrecortada.—Mamá... —susurró, su voz temblando de miedo—. Mamá, despierta...La única respuesta que recibió fue el sonido áspero de la respiración agitada de Lucía. Su piel, normalmente bronceada, estaba ahora enrojecida, como si el calor de su cuerpo la estuviera quemando por dentro. Ferus intentó agitarla suavemente, pero no obtuvo ninguna reacción. Desesperado, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras sollozaba, llamando a su madre una y otra vez.El silencio
Lucía se sentó junto a la ventana, mirando hacia el pequeño pueblo que ahora llamaba hogar. Afuera, el sol del atardecer teñía el cielo de un suave tono anaranjado, y las sombras de los árboles se alargaban, extendiéndose sobre las casas. El silencio era una bendición, roto solo por el canto lejano de los pájaros y las risas ocasionales de Ferus, que jugaba cerca del río con otros niños del pueblo. La tranquilidad del lugar le proporcionaba un consuelo extraño, algo que no sentía desde hacía mucho tiempo. Pero a pesar de ello, había un vacío que la seguía como una sombra.Tomó la carta que acababa de escribir para Lou y la leyó una vez más, asegurándose de que las palabras fueran lo suficientemente claras pero no reveladoras. Había sido difícil expresar en palabras todo lo que sentía, pero más aún lo era compartir su nueva vida con alguien que todavía formaba parte de su antiguo mundo. Con cuidado, selló la carta y la dejó sobre la mesa, lista para ser enviada al día siguiente.—Tal v
Los últimos años de la vida de Áster habían sido como caminar por un campo minado, donde cada paso que daba lo hundía más en la desolación. Todo comenzó en aquel fatídico día de la ceremonia, cuando su vida cambió por completo. El viento soplaba suave, cargado de los olores familiares del bosque, pero su mente estaba nublada por la ansiedad. Se culpaba a sí mismo por no haber aceptado lo que el destino le había marcado: Lucía era su verdadera compañera. Aun así, cegado por su obsesión, eligió perseguir a Federica, decidido a probarle cuánto la amaba, aunque esa prueba lo llevaría a traicionar al lobo que vivía dentro de él.Recordaba con amargura cómo, en su ceguera, ayudó a Lucía a irse del pueblo. No fue un arranque de capricho como todos pensaron. Él se encargó de desviar las búsquedas, fingiendo no saber nada mientras la culpa le corroía el alma. "Debí haber pensado mejor antes de actuar", se repetía una y otra vez, como si esa frase pudiera cambiar lo irreversible. Los remordimie
La noche era oscura, casi opresiva, con el cielo cubierto de nubes que ocultaban la luna. El viento frío soplaba entre los árboles, arrastrando hojas secas por el suelo del bosque. A lo lejos, la silueta de la casa donde vivía Lucia se alzaba solitaria, rodeada por el silencio. Dentro, el calor del hogar contrastaba con la tempestad exterior, pero no había paz. Un aire de tensión invisible se sentía entre las paredes, como si el ambiente supiera lo que estaba por ocurrir antes de que sucediera.Áster se encontraba en las profundidades del bosque, su cuerpo temblando con una fuerza que no podía controlar. Sentía el tirón de su interior, una presión que había intentado contener durante mucho tiempo pero que finalmente había vencido su resistencia. El lobo dentro de él rugió, sus instintos primitivos reclamaban el control de su cuerpo, y sin poder detenerlo, Áster se transformó dolorosamente en su forma de lobo humanoide. Su respiración se volvió más rápida, sus sentidos se agudizaron, y