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Capítulo 3: Un trato con mi cruel esposo

Al día siguiente.

Mariza despertó, se levantó de la cama, se miró al espejo, sus ojos se llenaron de lágrimas una vez más. Luego rio como si estuviese loca.

—¡Vaya novia absurda!

Se quitó el vestido, sintió tanta rabia, que tomó unas tijeras del cajón, lo cortó, se sentía decepcionada, fue a darse un largo baño, se vistió.

Salió de ahí, y buscó en la maleta de Jorge Santalla, entonces sonrió al verla, era una tarjeta de crédito, la llevó consigo.

En el hospital.

Jorge pagó la cuenta del hospital, el doctor dio la orden para que Mónica saliera, siempre que estuviese guardando reposo en casa.

De pronto, Jorge recibió muchas notificaciones de transacciones bancarias.

«Compra por diez mil pesos»

«Compra por veintidós mil pesos»

«Compra por cincuenta mil pesos»

Se quedó perplejo, pensó si le habían robado la tarjeta, notó que solo llevaba consigo una tarjeta de crédito, la cartera estaba íntegra en casa.

—¿Será posible…? —murmuró

Vio a Mónica junto a su amiga Chantal.

—¿Me llevarás a casa?

Jorge asintió, salieron de ahí, subieron al auto.

Al llegar, Chantal se adelantó al departamento.

—¿Me acompañas arriba?

Él se negó.

Ella quiso volver a llorar.

—Basta de chantajes baratos, Mónica.

—¿Es por ella? ¿Te gustó? Dime, ¿ella te gusta?

Jorge se quedó callado.

—Mariza es una mujer hermosa, es de tu clase social, y no es la mujer repudiada por toda la sociedad, como yo —notó que la mujer hundió la mirada llorosa—. Pero, ella no es la mujer que amas, esa soy yo, ¿lo olvidaste? —ella quiso tocar su rostro, y él se alejó.

—No sé si te sigo amando, Mónica, tú me destruiste…

Ella sollozó.

—No digas eso, sé que me amas, siempre me has amado.

—Tú me enseñaste algo, el amor no es eterno, no das lo que recibes, así que, no sé si te amo.

—Si me dejas yo me muero, Jorge, por favor.

—No voy a dejar a Mariza por ti, ningún tonto haría eso.

Ella lloró.

—¡Ella solo quiere tú dinero!

—Tal vez, pero eso no te hace mejor que ella.

—¡Fui obligada! Debía dinero, por eso lo hice.

—Mientes, Mónica, pudiste pedirme dinero, pero preferiste esto, preferiste quemarlo todo. Mariza y yo somos un matrimonio por contrato, no somos nada real, eso no significa ningún cambio entre tú y yo.

Los ojos de Mónica se abrieron ilusionados.

—¡Déjala, no la amas, no debes amargar tu vida por esa mujer! Dale dinero, deshazte de ella, vuelve a mí, amor mío.

—No, ¿crees que todo es tan fácil? ¿Qué olvidaré tu traición? Estás equivocada, me heriste como no tienes una idea, Mónica, tal vez nunca te perdone.

—¡Moriré sin ti!

—No me amenaces, y no te hagas daño, vete a casa.

Jorge dio la vuelta, pero se detuvo ante sus palabras.

—Amor… —ella sollozó—. ¿Me llamarás? Al menos eso alejará mis ideas terribles sobre morir…

Él rodó los ojos, con desesperación, a pesar de que quería odiarla, tenía miedo de que se hiciera daño, no la amaba, al menos no sentía ese amor de antes, pero entonces, ¿qué era esa sensación?

«Sé que no la amo, no puedo amar a quien me traicionó de una cruel manera, entonces, ¿por qué tengo miedo de que algo malo le pase? ¿Por qué tengo terror de que sea por mi culpa?», pensó

—Te llamaré —murmuró

Ella lo escuchó, sonrió.

«Sé que me amas a mí, Jorge, te tengo donde quiero, no me vas a dejar, por las buenas o malas te quedarás conmigo, sufrirás lo que te toca sufrir, y no serás el único, te lo juro», pensó con una mirada cruel.

Jorge volvió a la casa, al llegar observó a Mariza en la sala, tenía una cantidad descomunal de paquetes en la sala.

—¿Así que fuiste a gastar cien mil pesos o más?

Ella esbozó una blanca sonrisa, llevaba un vestido, tacones y labial, se veía preciosa.

—¿Dijiste que era la esposa interesada? Bueno, solo te doy lo que esperas.

Él asintió con gran decepción, sonrió.

—Y yo que pensé que me amabas.

Ella se levantó.

—¿Quién amaría a un hombre que ni siquiera se ama a sí mismo y vuelve con la zorra de su ex? —exclamó con una burla en su mueca

Vio los ojos de Jorge centellar con rabia.

—Acepto tu trato, Jorge, seamos un matrimonio perfecto para la sociedad, pero al cerrar la puerta, eres un extraño para mí; puedes ir con tu querida ex, y yo puedo irme con cualquier hombre que sea mejor que tú.

Jorge se acercó a ella, enfurecido, la tomó de los brazos, la acercó a él.

Quedaron frente a frente, tan cerca, ella no apartó su mirada, observó como los ojos de Jorge recorrieron sus labios con un deseo inusual.

El corazón de la mujer latía con desesperación, quería que él no notara que temblaba, sintió su boca seca, como si esperara un beso que no llegaba.

—Al fin te quitas la máscara, bueno, al menos no dudaste en mostrar tu verdadera cara —Jorge la soltó—. Haz lo que quieras, mujer, no me interesa nada de tu vida, gasta todo mi dinero, y sé discreta con tus amantes, yo seré discreto con las mías.

Los ojos de Mariza le miraron con dolor, pero le dio la espalda, no iba a permitir que la viera.

—Bien.

Ella intentó irse, estaba dispuesta a subir a su habitación.

—Entonces, ese te amo de ayer, ¿era falso?

Mariza sintió que temblaba, quería gritar que no, que lo odiaba por romper su corazón, levantó la barbilla, tragó sus lágrimas.

—Era falso, tú no mereces mi amor.

—Felicidades, ayer casi me creo tu actuación, me alegra saber que no me equivoqué con una falsa mujer como tú.

Mariza subió de prisa, cerró la puerta, las lágrimas rodaron por sus mejillas.

«Nunca te volveré a querer, Jorge Santalla, ahora te aborrezco», pensó.

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