Capítulo 7

—Dímelo tú —replicó su marido intentando no perder la compostura ante lo que él consideraba el cinismo de su esposa—. Mi viejo padre me odió toda su vida, no me quiso nunca, no importa cuando engañara a todos, las cosas fueron así. Me obligó a casarme contigo bajo la amenaza de que me desheredaría para dártelo todo y yo no soporté tantos años sus desplantes y maltratos solo para quedarme sin nada.

—Él dijo que tú lo habías pedido —corrigió la joven, quien para ese momento no entendía nada en absoluto—. Tu padre dijo que eras tú quien deseaba sentar cabeza y que me habías sugerido como potencial esposa.

—Qué estupidez, ¿por qué habría de desear como esposa a una usurpadora? ¡Mintió como siempre! —gritó enojado y ella retrocedió ante la furia de sus palabras—. Yo estaba con tu hermana y sabía que él nunca lo apoyaría, porque así era el cascarrabias, no aprobaba nada que yo quisiera, incluso si era bueno.

—Es que todo esto no tiene sentido. —Charlotte sollozó sin poder contenerse.

—Da igual como hayan sido las cosas —concluyó Maximilien —. Al final, tu hermana resultó una perra que se casó con otro creyendo que yo no tenía dinero. ¿Sabes que lo que más me repugna fue saber que el viejo tenía razón? Me dijo que mintiera a cualquier mujer sobre mi origen y que nadie me querría sin su apellido. Fue justo lo que hice y tu zorra hermana, se casó con otro creyendo que era un muerto de hambre.

—Ella nunca dijo que eras su pareja —aseguró temerosa—. Yo… yo no me habría casado contigo si lo hubiese sabido.

—Deja de mentir, eres igual de oportunista. No trates de engatusarme —Charlotte negó de manera repetitiva—. Me enfadé tanto con tu hermana por lo que hizo e incluso con mi padre por tener la razón y aun así me negué cuando el viejo me escribió para decirme que me casaría contigo o me olvidara de mi herencia, cuanto más hurgaba en las finanzas familiares, más comprendía que las dos, River y tú, eran iguales; tu firma en tantos retiros que iban a parar a una cuenta imposible de rastrear fue el colmo, muy inteligente de tu parte debo decir. Entonces después de ver todo eso, pensé: ¿por qué darle mi dinero a dos mujeres que son unas malditas oportunistas?

—Yo jamás hice esos retiros —refutó su esposa con determinación—. Sería incapaz de robarle al hombre que me dio cobijo cuando mi padre murió.

La carcajada de Maximilien resonó por toda la habitación.

—¿No es tu firma? —preguntó el hombre.

Charlotte miró los papeles unos segundos, pero luego de mucho revisar, terminó por asentir.

—No lo entiendo —dijo la castaña, visiblemente mortificada—. Yo no…

—¡Cállate! Resultaste peor que River, te acostabas con el viejo y luego lo convenciste para que me obligara a casar contigo, con su propia perra. —La silenció Maximilien y ella jadeó ante la acusación, llevando sus manos a la boca para cubrirse al sentirse tan humillada—. Eres despreciable, tanto como tu hermana, así que pensé que lo mejor sería hacerte pagar en lugar de enviarte a la cárcel, al final le importas un poco a tu hermana al parecer, ella se ha culpado de todo y, no dejas de ser una mujer, una muy caliente a juzgar por lo que le escribías a Marcus. Como sea, fingirte enamorada es el menor de tus males. Cuando este año acabe, no vas ni siquiera a reconocerte y de eso me voy a encargar yo. De tu hermana me ya estoy haciendo cargo.

—¡Eres un miserable! —gritó enfadada—. Yo jamás me acosté con tu padre, lo respetaba y amaba como si fuera el mío, jamás haría un acto tan vil y despreciable.

De nuevo, su esposo soltó una risa irónica.

—Tengo cartas de tu puño y letra confesando tus cochinadas con mi padre —argumentó Maximilien y ella negó con fervor—. Me crees estúpido, yo mismo las encontré entre las cosas del viejo y leí cada vulgaridad que le dijiste. ¡Eres simplemente una zorra!

Charlotte le volteó el rostro de una bofetada al sentirse completamente humillada.

—No vuelvas a decir que yo soy una zorra porque te vas a arrepentir —declaró furiosa—. Lo que sea que crees que hice, no fue así y te lo voy a demostrar, pero entretanto, ya sé porque tú padre no te amaba, eres simplemente repugnante.

—Tanto como tú, amorcito —se burló su marido y se acercó a ella para tomarla del cabello con fuerza, arrastrándola unos pasos hasta estamparla contra la pared—, pero hoy me siento fatal, tengo dos putas esperando por mí y el pene me va a reventar, así que, desquita el dinero que le robaste a mi familia y sírveme como lo que eres, una perra.

Un fuerte relámpago resonó en ese momento e iluminó toda la recámara. En el interior de esta, la atmósfera entre la pareja no podía ser más tensa y cargada de temor por parte de Charlotte.

Por su parte, Maximilien, con una expresión dura y ojos llenos de furia, parecía estar dispuesto a castigarla. Avanzó hacia su esposa con la respiración agitada y los puños cerrados, tan determinado que Charlotte creyó que la golpearía.

La mujer tembló de miedo, retrocedió al ver a su monstruoso marido caminar hacia ella como si quisiera matarla, buscando desesperadamente una salida. Su corazón latía con fuerza y sus asustados ojos se movían rápidamente por la habitación buscando una salida; no obstante, Maximilien quiso divertirse más con ella y su pánico. Con un movimiento brusco, la sujetó del brazo y tiró de ella con demasiada fuerza, hasta escucharla gritar.

—¡Suéltame, animal! —exclamó Charlotte con la voz quebrada por el miedo. Intentó liberarse, pero su fuerza era insignificante comparada con la de su marido. Clavó las uñas en la piel de Maximilien e intentó escapar, revolviéndose entre el feroz agarre.

—Te gusta ser una puta, no es así —dijo Maximilien con tono acerado, insultándola una y otra vez.

Mostrando la crueldad de la que era capaz y buscando tener a la mujer suplicante y horrorizada, comenzó a rasgar su ropa, tirando del delicado blusón de encaje que llevaba puesto, con una brutalidad despiadada que hizo que ella se viera suplicando en medio de sollozos. Los sonidos del tejido desgarrándose resonaron en la habitación, ahogándose con el llanto descontrolado de la pobre mujer, quien desesperada, intentaba salir de ahí.

Luchó, lo empujó, pataleó y gritó, pero Maximilien era implacable. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro, mezclándose con el sudor del esfuerzo que estaba haciendo pero nada parecía importar a su marido.

—¡Déjame ir! ¡Por favor, Maximilien, esto no está bien! Lo que haces es una aberración —suplicó en medio del llanto. Sus manos intentaban protegerse y estaba decidida a impedir que la ultrajara, así que lo rasguñó

Maximilien no la escuchaba y solo se detuvo cuando sintió el ardor de los arañazos que su esposa le estaba dando en su afán de liberarse, aun así, él buscaba asustarla hasta verla arrodillarse.

Estaba consumido por una ira, ciego de rabia, su mente se encontraba nublada por la furia y el resentimiento, no solo hacia ella y River, sino hacia su propio padre, quien ya no estaba y para él era mejor desquitarse con Charlotte. En ese momento, no veía a su esposa como una persona, sino como un objeto para su control, en ese instante la veía como un animal. Su crueldad no tenía límites, y cada acción estaba dirigida a quebrar su espíritu.

Finalmente, en un momento de descuido de su marido, Charlotte logró y corrió hacia la puerta; sin embargo, Maximilien la alcanzó rápidamente, sujetándola con aún más fuerza y arrestándola de vuelta hacia el centro de la estancia.

—¿A dónde crees que vas? —inquirió su esposo, su voz resonando con una furia aterradora. La arrastró sin importarle que ella parecía a punto de tener una crisis de pánico.

Luego de nos minutos, las fuerzas de su esposa comenzaron a agotarse y cada para él, la situación se tornó repetitiva y para nada divertida. Las lágrimas seguían corriendo por su rostro, pero su llanto se había convertido en un gemido silencioso de resignación, uno que no le divertía en absoluto, aun así, continuó torturándola psicológicamente como la bestia que era.

Sin ninguna ceremonia la lanzó contra la cama y la colocó boca abajo, bajando la cinturilla de su pantalón e intentando desbrochar el de ella, pero Charlotte se defendió, pataleó y se dio la vuelta manoteando para evitar que la forzara. Afortunadamente para ella, el dolor que sentía Maximilien lo hizo caer al piso, pero rápido se incorporó y la tomó de nuevo del cabello, esta vez para arrastrarla y sacarla de la habitación.

—¡Maldita! —vociferó al reponerse del dolor—. ¡Te vas a largar de mi casa como la puta barata que eres, sin nada! —gritó furioso y con ello la comenzó a bajar a arrastras por la escalera.

Vera Pollock

Hola, espero que esta novela les esté gustando. Si es así, no duden en dejarme sus comentarios, sus reseñas y así me ayudan a llegar a más personas a las que podría gustarle mi contenido. De antemano, muchas gracias por tanto. Con cariño, Lucy.

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