Capítulo 6

Maximilien bebió el licor sin darse cuenta de nada, mientras tanto, Charlotte miró a ambas mujeres quienes atendían a su esposo sin importarle lo humillante que era para ella y mucho menos sin tomar en cuenta cómo podía sentirse de verlas ahí.

Por su parte, Marcus estaba dormido en el sofá, producto de la terrible borrachera que traía encima, por lo que la mujer que le acompañaba tuvo que alejarse y en ese momento prestaba atención a Maximilien, el único que se mantenía en pie de los dos; lo besaba y le prodigaba toda clase de caricias gimiendo de manera exagerada con cada rose del hombre, a tal punto que Charlotte se vio rodando los ojos ante la, tan mala, actuación que estaba dando en ese momento.

Se retiró de nuevo a la cocina y solo se detuvo unos segundos al ver que las mujeres estaban prácticamente semidesnudas, una de ellas, incluso, tenía los senos al aire y su esposo le daba toda su atención a las tetas de la suelta mujer, misma que no podía ser de otra manera más que vulgar y escandalosa.

Sin embargo, unos cuantos minutos más tarde, escuchó a su marido subir las escaleras a toda prisa y las risas de las mujeres por el vestíbulo.

Imaginó lo que estaba pasando y al menos un poco de placer sintió de saber que estaba humillándolo.

Salió de la cocina y las observó. Las dos la observaron en silencio. Una de ellas bajó la vista, un tanto avergonzada de hacerle pasar la humillación que estaba sufriendo con su presencia; sin embargo, para ese momento, a Charlotte aquello le sentaba tan bien, ya no se sentía triste; al contrario, la tristeza había dado paso al coraje y a los inmensos deseos de cobrarse la afrenta de su esposo.

—No se alarmen señoritas —dijo a las dos mujeres con un tono conciliador—. Cóbrenle doble cada una, se lo merecen y él se merece que lo estafen.

Las dos prostitutas sonrieron divertidas y más cuando ella fue a la oficina y tomó dinero de la caja fuerte, esa misma a la que todavía tenía acceso. Sacó suficiente y volvió para darles un poco.

—¿Es nuestro pago? —preguntó una de ellas—. Es demasiado dinero.

—No, es un regalo. —Les guiñó un ojo y las dos chicas se miraron antes de agradecer—. Es un regalo para que se rían de la vergüenza de mi marido apenas baje. Me encargué de que tenga diarrea y muchos cólicos, eso sí, con una erección duradera. Yo les estoy pagando para que le hagan sentir la misma humillación a la que él me acaba de someter y él les pagará por sus servicios y en silencio. No le gustará que en burdel se sepa que tiene problemas para controlar el esfínter y si no les paga, seguro que ustedes podrán decir pormenores entre los demás para que aprenda la lección, ¿no es así?

Las mujeres contuvieron la risa a sabiendas de que la joven quería venganza y se miraron entre sí antes de encogerse de hombros. Al final, a ellas solo les importaba el dinero y si les estaban pagando para eso, pues mejor para todavía. Después de todo, no eran prostitutas por gusto.

—Gracias y cuente con nosotras —añadió una de las chicas, dándole una sonrisa cómplice.

—Me alegra que entre mujeres nos entendamos —añadió Charlotte con un deje de cinismo—. Se quedan en su casa. Ah, ¿me harían un último favor?

—Por supuesto —anunció una de las mujeres.

—Serían tan amables de sacar a ese hombre de mi casa y dejarlo afuera, no es bienvenido aquí y ya es tarde para llamar al jardinero —pidió mientras las mujeres veían a un desmadejado Marcus sentado en el sofá, completamente rendido e inconsciente—. Sáquenlo fuera, lo más humillante que se pueda, yo me encargaré del resto.

—Claro, ya mismo nos encargaremos de eso —respondió la que parecía ser la más atrevida de las dos—. Es pesado pero nos las apañaremos.

—Les agradezco mucho —manifestó Charlotte y después de darles un asentimiento de cabeza, se dio la vuelta para irse.

Caminó con toda la dignidad que pudo reunir y fue escaleras arriba, rumbo a su cuarto. Se detuvo en la puerta y suspiró antes de adentrarse.

La escena que le recibió fue una digna de grabar.

Su marido estaba sentado en la cama, abrazándose a sí mismo, apretando su abdomen con ambos brazos y sudando frío mientras lo veía tensar la mandíbula.

Sintió un poco de pena, sobre todo cuando vio el erecto pene bajo ropa. El medicamento había hecho efecto y la erección clamaba ser liberada, pero con la diarrea y los calambres que seguro sentía con la infusión suministrada, pensó que debía estar pasándola muy mal.

Abrió la boca para decirle que podía ayudarlo a controlar el dolor y la diarrea, con la erección tenía que arreglárselas solo, pero antes de que pudiera decir nada, el hombre lanzó las primeras palabras.

—¿Cómo te atreviste a romper el cuadro? —preguntó parándose de la cama con dificultad e intentando llegar a ella—. ¡Ese cuadro estará ahí para recordar que me voy a follar a las hermanas más putas y perras que he conocido!

Toda la rabia que había mermado un poco al verlo padecer volvió y lo hizo con fuerza.

Charlotte apretó los dientes y levantó la barbilla para encararlo, pero no dijo absolutamente nada. En cambio, pensó en su padre, en que siempre soñó casarse con un hombre que la valorara como él lo hizo con su madre hasta el último día de su vida y sin embargo, todo lo que tenía era a un hombre que vivía para insultarla.

Se limpió las lágrimas que comenzaron a correr sin que pudiera contenerlas y ni siquiera se inmutó cuando lo vio doblarse del dolor e inhalar y exhalar para controlar los seguros cólicos que le provocaba el té que le dio.

—No voy a permitir que me hagas daño —dijo ella cuando por fin tuvo el coraje para hablar—. Mucho menos que sigas burlándote de mí, ni tú ni tu estúpido amigo. Si quieres convertir esta casa en un campo de batalla, hazlo. Yo voy a defenderme y te aseguro que voy a ser igual de mala que tú. No merezco que me trates como si fuera una cualquiera, soy tu esposa, lo hiciste por elección. Se supone que deberías amarme.

Maximilien soltó una carcajada que hizo que ella le mirara con resentimiento y a trompicones fue hasta uno de los cajones del vestidor, de donde sacó un portafolios con contraseña de seguridad. Después de ingresarla para abrirlo, sacó una carpeta que lanzó sobre ella.

—¿¡Qué has hecho con todo el dinero que le quitaste a mi padre a lo largo de todos estos años!? —cuestionó demandante—. ¡Me dirás que después de muerto te dejó una pensión vitalicia por haber sido su puta por años!

Charlotte tomó las hojas que se esparcieron por el piso y vio su firma en cada retiro de efectivo de la cuenta del padre de Maximilien a lo largo de todos esos años, incluso cuando ya estaba muerto.

—¿Qué es esto? —preguntó ella, sin entender por qué su firma estaba en todos esos documentos.

Vera Pollock

Hola, hermosas criaturas, espero que tengan un buen día. Quiero pasar por aquí para que agradecer que se den el tiempo de leer mi trabajo. Soy nueva en la plataforma y agradecería mucho que me dejaran sus reseñas y comentarios en mi novela. Espero que les guste y que si es así, me sigan para estar al tanto. De nuevo muchas gracias. Con amor, Lucy.

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