Charlotte se limpió las lágrimas antes de entrar a su habitación, estaba tratando de calmarse luego de que su marido le humillara frente a todos los empleados.
Sentía rabia y dolor, pero estaba enamorada de él, siempre lo estuvo y cada parte de sí seguía creyendo que era el amoroso hombre que le escribió cartas de amor.
Recordó las palabras de su protector, el padre de Maximilien, antes de morir:
«—Mi querida, Charlotte —musitó el cansado hombre mayor a la joven a la que amaba como una hija más y a la que había cobijado junto a su hermana una década atrás luego de que quedaran huerfanas, como una promesa a su mejor amigo, aunque en el fondo sabía que lo hacía para llenar el vacío que su propio hijo había dejado quince años antes al irse de su lado—. Promete que te casarás con Maximilien, él mismo lo ha pedido y la única manera en que puedo protegerte de mi interesada familia, es convirtiéndote en mi nuera.
—Yo no estoy segura de que sea lo correcto —manifestó temerosa, tomando la mano del anciano moribundo—. Podría conocerlo tal vez y...
—No hay tiempo —susurró el hombre apenas audible, en un silbido angustioso que la alertó—. Firma este convenio, confío en mi hijo y sé que te protegerá, sé que lo traerás de vuelta a casa y que cambiarás esta solitaria residencia en un florido hogar. Firma, Charlotte, es un acuerdo prenupcial para asegurar tu posición en esta casa.
Charlotte lo pensó un momento y finalmente tras un largo debate mental, estampó su firma para sellar su destino con el heredero de los Peterson».
—Ese fue el acuerdo que firmé y no recordaba —dijo para sí misma antes de dar un suspiro cansado.
Pensó que algo debió pasarle a Maximilien y que le provocó la amargura que sentía. En el fondo de su dolorido corazón aún creía que él la amaba de verdad y mientras tuviera esa esperanza en el corazón, sin duda, lo intentaría.
—¿Qué clase de esposa sería si no peleo por mi matrimonio? —se preguntó antes de abrir la puerta de la habitación principal—. Las mujeres amamos por completo o no amamos en absoluto, así que lo mejor será que me esfuerce por recuperar a mi esposo.
Se quedó callada cuando miró al hombre que ahora compartiría su vida con ella. Verlo ahí, tan fuerte y poderoso como parecía, se le antojó el momento más dulce de la cotidianidad.
Sin embargo, su marido no parecía pensar lo mismo, puesto que hizo un gesto de desagrado al verle y sin más se adentró al vestidor de la habitación que compartiría con ella, lo hizo seguido del ama de llaves, quien sin más se acercó a su patrón y esperó las indicaciones pertinentes.
—Coloque mi ropa, quite esos harapos de ahí —ordenó mientras Charlotte solo observaba cómo la mujer parecía incluso estar feliz de hacer lo que Maximilien le pedía. Le dio una mirada de soslayo y comenzó a sacar algunas de las prendas más preciadas de la chica—. También ordene que coloquen el cuadro justo frente a mi cama de inmediato.
—Por supuesto, señor. Pediré que lo hagan ahora mismo—confirmó la anciana mujer mientras Maximilien se quitaba la chaqueta y la lanzaba por ahí.
—¿Dónde esperas que ponga el resto de mi ropa? —le preguntó Charlotte a su esposo y fingió no tener el menor interés en hacerle saber que estaba enojada—. Es decir, podemos al menos considerar ampliarlo un poco para que ambos tengamos el espacio adecuado.
Lo escuchó bufar como si lo que salió de los labios de la mujer hubiese sido una tontería.
—Esta es mi habitación, no voy a discutir eso contigo ni con nadie —le contestó su marido—. Ni siquiera tengo interés en hacerlo. Toma tus baratijas y sal de mi habitación.
—¿Disculpa? —Volvió a preguntar la joven, tenía la barbilla temblorosa, el corazón latiendo más fuerte que nunca y sentía vergüenza sin saber el porqué si no había hecho nada malo—. No voy a salir de esta habitación porque es mía, eres mi esposo y no deberías estar tratándome así y mucho menos frente a la servidumbre.
—Esta es mi casa, tú eres una oportunista y yo te voy a tratar como me dé la gana mientras tragues de mi dinero, vivas de mi dinero y mientras el acuerdo que firmaste por ambiciosa esté vigente —declaró Maximilien con todo el desprecio que fue capaz de acumular en sus palabras—. Quedan doce meses antes de que el acuerdo de matrimonio termine, después de eso te llevarás mucho dinero en los bolsillos, pero te prometo que te habrás ganado cada centavo que haya en la cuenta porque serán los doce meses más largos y dolorosos de tu vida.
—¿Por qué me tratas así? —cuestionó intentando entender qué pasaba—. No te he hecho daño, todo lo que hice estos años fue escribirte y respetarte como mi esposo. ¿Dónde está el hombre de las cartas?
—Estaba en Alemania conmigo pero ya estamos ambos en Boston, vendrá a cenar esta noche —le comunicó y sonrió—. Por cierto, siempre dijo que tus cartas eran ridículas.
—¿Le dejaste leer los correos y cartas que te enviaba a alguien más? —preguntó con la barbilla temblorosa—. ¡Eran privadas!
—Lo sé pero, tenía que leerlas para poderte escribir una respuesta —contestó mientras la confundida Charlotte arrugaba el entrecejo sin comprender—. ¿De verdad creíste que yo te escribía esas tonterías? Mi amigo es un ávido lector y a veces hace poesía, quien mejor que él para escribirte ñoñerías. Como sea, se alegrará de conocer a la mujer que le sacó tantas carcajadas con sus estupideces.
Charlotte se quedó callada durante algunos segundos, incapaz de poder comprender lo que estaba pasando, no lo creía y no sabía cómo tomárselo, pero definitivamente no entendía por qué su esposo estaba tratándola de esa forma.
—Eso es mentira —comentó la chica y llevó sutilmente la mano a su rostro, como si lo abanicara, para disimular que las lágrimas apenas eran contenidas—. No sé por qué estás haciendo esto, pero si es una broma de esposos es de muy mal gusto y yo no estoy dispuesta a tolerarlas. Quiero que seamos felices.
—¿Felices tú y yo? —preguntó el divertido hombre—. ¿Cómo se puede ser feliz con una mujer que se casó solo por dinero?
—¡Eso no es verdad! —replicó y se acercó a él para encararlo—. Yo me casé contigo porque tu padre me lo pidió.
—¿Qué obediente? —se burló Maximilien—. Me dirás que para ti diez millones de dólares al cabo de los tres años de matrimonio no fueron parte de la tentación para que mágicamente te enamoraras de mí.
—No sé de qué dinero hablas —insistió ella—. Yo pedí nada de eso.
Maximilien se apresuró a ir a su maletín, de donde sacó rápidamente un folder, lo abrió y lo colocó frente a su cara, casi estampándoselo en el rostro.
Charlotte miró las hojas y se la arrebató antes de leer por encima.
A su mente llegó entonces el convenio que firmó al padre de Maximilien en su lecho de muerte, el mismo que no leyó porque confió en el hombre que por años fue su protector y asumió que no había trucos ni tretas, que solo era un formalismo antes del compromiso y la boda.
—No lo leí —confesó avergonzada de sí misma—. Lo firmé y ya, creí que era un formalismo. Comencé a escribir los correos y cartas con la finalidad de conocerte, nada más.
Una carcajada irónica salió de la boca del hombre.
—Claro, ¿¡me crees estúpido!? —le exigió y ella negó un poco asustada por su altivo y peligroso tono de voz—. ¿Crees que no sé exactamente lo que haces? Fingirte la mártir, la buena; todo para que al final yo me compadezca. Ridícula.
—No tienes derecho a tratarme así —musitó Charlotte.
Los toques en la puerta los interrumpieron.
—Adelante —dijo Maximilien sin apartar la vista de su esposa.
Un hombre con un cuadro cubierto por papel estraza entró.
—¿Dónde lo coloco? —preguntó refiriéndose a la enorme pintura.
—Descúbrela y ponla justo ahí —contestó y señaló un punto en la pared, justo arriba del tocador y exactamente frente a la cama.
El ama de llaves entró en ese momento.
—El señor Marcus ha llegado ya —informó y Maximilien sonrió de medio lado antes de mirar a Charlotte.
Agradeció y la mujer se fue.
—Ya llegó Marcus, mi amigo, tu enamorado ficticio —se burló nuevamente—. Seguro está que le comen las ansias por ver a su novia por correspondencia.
Charlotte permaneció callada, con la vista acuosa al frente.
—No voy a bajar para que tú y tu amigo se sigan burlando de mí —dijo pero en ese momento uno de los hombres que colocaba el cuadro habló:
—¿Le parece bien aquí? —preguntó y Maximilien asintió.
—Mira —dijo a su esposa y la tomó con brusquedad de los hombros para girarla y hacerla ver el cuadro.
Los ojos de Charlotte se abrieron con horror al ver la pintura.
—Es River, tu hermana, mi amante. ¿Ya te había contado tu hermana que me la follé más veces de las que quisiera admitir? —preguntó mientras Charlotte miraba la pintura de su hermana completamente desnuda posando y sonriendo—. Le hice esa pintura a una foto que me mandó en alguna ocasión. —La mujer no pudo más y comenzó a derramar lágrimas—. Hay mucho que no te hemos contado de nuestro idilio, pero nos queda un año, hay tiempo. ¿Sabes? Pensándolo bien, es mejor que te quedes conmigo en esta habitación, tal vez un día me atreva a follarte y lo hagamos con tu hermana de testigo, no importa, ahora arréglate un poco y baja a divertirnos a mi amigo y a mí, no es una petición, es una orden. Si no bajas en diez minutos, haré que te lleven a rastras al comedor.
Salió de la habitación mientras Charlotte trataba de lidiar con lo que acababa de escuchar, lo asimilaba y ante todo lo que sentía, solo pudo emitir un grito rabioso.
Durante algunos segundos, Charlotte solo miró al frente, furiosa y visiblemente confundida con todo lo que había escuchado. Levantó la vista hacia el cuadro de su hermana River, sintiendo el puñal de la traición clavarse profundamente en su interior, perforando su corazón para siempre. Trató de tranquilizarse, sobre todo cuando el sonido de la puerta y la voz de la servidumbre le hizo darse cuenta de que su esposo cumpliría su palabra y la haría bajar a la fuerza si no lo hacía por voluntad propia—Un momento por favor, ahora bajo —dijo desde su lugar. Se envaró en su sitio, fue al baño, se lavó la cara, respiró profundo y avanzó hacia la puerta. Dio un último suspiro al salir de la habitación y caminó hasta la planta baja, bajando las escaleras con lentitud pasmosa, como si con ello alargara el momento por siglos. Mientras bajaba podía ver el inmaculado rostro de su esposo, aunque él no podía verla a ella puesto que Charlotte, lo veía en el reflejo de los cristales; sin embargo, no
Marcus enarcó una ceja al escucharla, incluso Maximilien la observó al verla tan agresiva en sus respuestas. A Maximilien le pareció que su mujer parecía imperturbable, como si aquello no le hubiera hecho ni pizca de mal y eso le sentó terrible, mientras para Marcus, el carácter de la esposa de su amigo resultó fascinante. El herededor de los Peterson vio el comportamiento defensivo de su esposo y para él fue solo un aviso de que tenía enfrente a un alacrán más ponzoñoso de lo que imaginó. Cuando terminaron de cenar, Maximilien se puso de pie y con toda la arrogancia que tenía, retiró el plato a su esposa. —Vas a ponerte más cerda —declaró y ella apretó los labios, pero finalmente tomó la servilleta y se limpió—. Lava los platos para que al menos hagas ejercicio y desde hoy te encargarás de las tareas de la casa, total el aspecto de vagabunda ya lo tienes. En fin, saldré un rato y cuando vuelva quiero todo limpio, sin excusa ni pretexto, voy a divertirme con mujeres de verdad.Char
Maximilien bebió el licor sin darse cuenta de nada, mientras tanto, Charlotte miró a ambas mujeres quienes atendían a su esposo sin importarle lo humillante que era para ella y mucho menos sin tomar en cuenta cómo podía sentirse de verlas ahí. Por su parte, Marcus estaba dormido en el sofá, producto de la terrible borrachera que traía encima, por lo que la mujer que le acompañaba tuvo que alejarse y en ese momento prestaba atención a Maximilien, el único que se mantenía en pie de los dos; lo besaba y le prodigaba toda clase de caricias gimiendo de manera exagerada con cada rose del hombre, a tal punto que Charlotte se vio rodando los ojos ante la, tan mala, actuación que estaba dando en ese momento. Se retiró de nuevo a la cocina y solo se detuvo unos segundos al ver que las mujeres estaban prácticamente semidesnudas, una de ellas, incluso, tenía los senos al aire y su esposo le daba toda su atención a las tetas de la suelta mujer, misma que no podía ser de otra manera más que vulgar
—Dímelo tú —replicó su marido intentando no perder la compostura ante lo que él consideraba el cinismo de su esposa—. Mi viejo padre me odió toda su vida, no me quiso nunca, no importa cuando engañara a todos, las cosas fueron así. Me obligó a casarme contigo bajo la amenaza de que me desheredaría para dártelo todo y yo no soporté tantos años sus desplantes y maltratos solo para quedarme sin nada.—Él dijo que tú lo habías pedido —corrigió la joven, quien para ese momento no entendía nada en absoluto—. Tu padre dijo que eras tú quien deseaba sentar cabeza y que me habías sugerido como potencial esposa.—Qué estupidez, ¿por qué habría de desear como esposa a una usurpadora? ¡Mintió como siempre! —gritó enojado y ella retrocedió ante la furia de sus palabras—. Yo estaba con tu hermana y sabía que él nunca lo apoyaría, porque así era el cascarrabias, no aprobaba nada que yo quisiera, incluso si era bueno.—Es que todo esto no tiene sentido. —Charlotte sollozó sin poder contenerse.—Da igu
La arrastró del cabello por el vestíbulo y frente a la servidumbre, quienes sintieron un poco de pena de ver la furia del hombre desatarse.Maximilien abrió la puerta principal para posteriormente tirar de su cabello de Charlotte hasta hacerla caer y arrastrarla de la entrada hasta la verja que daba a la calle, abrió y la lanzó sobre la acera, a gritos, con un escándalo que despertó a sus más cercanos vecinos, quienes curiosos se asomaron por sus respectivas ventanas a mirar lo que pasaba. Era medianoche y ni siquiera le dejó sacar su bolso para obtener dinero. Sin importarle, incluso, lo que pudiera pasarle siendo tan tarde.Afuera, los vecinos comenzaron a encender sus luces, con descaro y, luego de escuchar el escándalo, sobre todo porque Maximilien gritaba para que todos escucharan, como si esa fuera su intención.Charlotte no pudo más que llorar de la vergüenza que sentía, ahí tirada en la acera, con la ropa sucia, despeinada y avergonzada sintió que quería morirse al ser el centr
—No hay nada que me haga pensar que usted necesita ayuda de la que creo que imagina que yo estoy intentando darle —añadió Marcus en su defensa—. Mis intenciones, no soy aprovecharme de usted para hacerle creer que necesita un protector. En realidad, es solo estoy haciendo lo que cualquier ciudadano habría hecho, ofrecerle ayuda para que pueda ir con bien.—Como ya le dije, puedo pedir un taxi para ir a la casa de una amiga —replicó Charlotte, pero en el fondo le acompañara. —¿Y por qué no lo pidió? —inquirió Marcus a sabiendas de que el taxi pudo llegar hasta su casa si pagaba lo suficientemente alto como para que rodeara la propiedad por la carretera principal; no obstante, era claro que fue echada sin dinero y tendría que caminar.—Eso no es de su incumbencia —contestó ella y siguió su camino. Marcus suspiró y se arrepintió de ser partícipe del juego de su amigo, pero en el fondo sabía que a Maximilien algo le provocaba leer sus cartas y correos, no en vano los leía más de una vez
Con la plena seguridad de que su amiga no se molestaría ni le reclamaría por haber visto las fotos sin permiso y luego de quedarse un poco sorprendida por su actuar cuando le contara lo que había pasado, no pudo evitar que las alarmas se dispararan y formaran un poco de duda. Era como si su amiga no estuviera sorprendida de los hechos o más bien, como si quisiera hacerla disuadir.Aquello para ella fue un pincho en el corazón, pero no quería pensar mal de Magdiel, aun así y, a pesar de que Charlotte era consideraba su mejor amiga, algo le instaba a buscar, por ello y luego de darse cuenta de que no habría nada que ella pudiera ocultarle, decidió ver los recuerdos de su amiga, abrió el álbum para ver los recuerdos de Magdiel. Se encontró con muchas fotos en varias etapas de su vida y en diversos lugares. Sonrió y al mismo tiempo pasó las páginas rápidamente, dando un vistazo a cada foto y se detuvo cuando una de ellas atrajo su mirada. Era Magdiel, abrazada a River, su hermana. Le so
Cuando el taxi se detuvo frente a su casa, pagó el servicio y se bajó del auto. La vecina de enfrente le miró mientras salía con su coche y ella fingió que nada pasaba, así que se acercó a la verja.Notó que no tenía los candados electrónicos, lo que le hizo pensar que el jardinero al no saber nada, los había quitado puesto que salía a dar mantenimiento.Se adentró en la casa y recorrió hasta la entrada. Abrió la puerta y se metió.Jamás aquella casa le había parecido tan solitaria y lúgubre, pero ahí estaba, mirando el sitio que era su hogar y más bien empezaba a parecerse una casa de locos, extraña para ella misma.Vio el celular de su esposo y fue hacia el objeto, lo tomó en sus manos, pensando si debía o no revisarlo, pero se dijo que la manera en que tenía de conocer los secretos de cada uno, era precisamente a través de ellos. Rogó que no tuviera contraseña y para fortuna suya, no fue así.Vio el mensaje de Magdiel y lo leyó:«Charlotte va para tu casa, no seas estúpido, deja que