Capítulo 3

Charlotte se limpió las lágrimas antes de entrar a su habitación, estaba tratando de calmarse luego de que su marido le humillara frente a todos los empleados.

Sentía rabia y dolor, pero estaba enamorada de él, siempre lo estuvo y cada parte de sí seguía creyendo que era el amoroso hombre que le escribió cartas de amor.

Recordó las palabras de su protector, el padre de Maximilien, antes de morir:

«—Mi querida, Charlotte —musitó el cansado hombre mayor a la joven a la que amaba como una hija más y a la que había cobijado junto a su hermana una década atrás luego de que quedaran huerfanas, como una promesa a su mejor amigo, aunque en el fondo sabía que lo hacía para llenar el vacío que su propio hijo había dejado quince años antes al irse de su lado—. Promete que te casarás con Maximilien, él mismo lo ha pedido y la única manera en que puedo protegerte de mi interesada familia, es convirtiéndote en mi nuera. 

—Yo no estoy segura de que sea lo correcto —manifestó temerosa, tomando la mano del anciano moribundo—. Podría conocerlo tal vez y...

—No hay tiempo —susurró el hombre apenas audible, en un silbido angustioso que la alertó—. Firma este convenio, confío en mi hijo y sé que te protegerá, sé que lo traerás de vuelta a casa y que cambiarás esta solitaria residencia en un florido hogar. Firma, Charlotte, es un acuerdo prenupcial para asegurar tu posición en esta casa.

Charlotte lo pensó un momento y finalmente tras un largo debate mental, estampó su firma para sellar su destino con el heredero de los Peterson». 

—Ese fue el acuerdo que firmé y no recordaba —dijo para sí misma antes de dar un suspiro cansado.

Pensó que algo debió pasarle a Maximilien y que le provocó la amargura que sentía. En el fondo de su dolorido corazón aún creía que él la amaba de verdad y mientras tuviera esa esperanza en el corazón, sin duda, lo intentaría.

—¿Qué clase de esposa sería si no peleo por mi matrimonio? —se preguntó antes de abrir la puerta de la habitación principal—. Las mujeres amamos por completo o no amamos en absoluto, así que lo mejor será que me esfuerce por recuperar a mi esposo.

Se quedó callada cuando miró al hombre que ahora compartiría su vida con ella. Verlo ahí, tan fuerte y poderoso como parecía, se le antojó el momento más dulce de la cotidianidad.

Sin embargo, su marido no parecía pensar lo mismo, puesto que hizo un gesto de desagrado al verle y sin más se adentró al vestidor de la habitación que compartiría con ella, lo hizo seguido del ama de llaves, quien sin más se acercó a su patrón y esperó las indicaciones pertinentes.

—Coloque mi ropa, quite esos harapos de ahí —ordenó mientras Charlotte solo observaba cómo la mujer parecía incluso estar feliz de hacer lo que Maximilien le pedía. Le dio una mirada de soslayo y comenzó a sacar algunas de las prendas más preciadas de la chica—. También ordene que coloquen el cuadro justo frente a mi cama de inmediato.

—Por supuesto, señor. Pediré que lo hagan ahora mismo—confirmó la anciana mujer mientras Maximilien se quitaba la chaqueta y la lanzaba por ahí.

—¿Dónde esperas que ponga el resto de mi ropa? —le preguntó Charlotte a su esposo y fingió no tener el menor interés en hacerle saber que estaba enojada—. Es decir, podemos al menos considerar ampliarlo un poco para que ambos tengamos el espacio adecuado.

Lo escuchó bufar como si lo que salió de los labios de la mujer hubiese sido una tontería.

—Esta es mi habitación, no voy a discutir eso contigo ni con nadie —le contestó su marido—. Ni siquiera tengo interés en hacerlo. Toma tus baratijas y sal de mi habitación.

—¿Disculpa? —Volvió a preguntar la joven, tenía la barbilla temblorosa, el corazón latiendo más fuerte que nunca y sentía vergüenza sin saber el porqué si no había hecho nada malo—. No voy a salir de esta habitación porque es mía, eres mi esposo y no deberías estar tratándome así y mucho menos frente a la servidumbre.

—Esta es mi casa, tú eres una oportunista y yo te voy a tratar como me dé la gana mientras tragues de mi dinero, vivas de mi dinero y mientras el acuerdo que firmaste por ambiciosa esté vigente —declaró Maximilien con todo el desprecio que fue capaz de acumular en sus palabras—. Quedan doce meses antes de que el acuerdo de matrimonio termine, después de eso te llevarás mucho dinero en los bolsillos, pero te prometo que te habrás ganado cada centavo que haya en la cuenta porque serán los doce meses más largos y dolorosos de tu vida.

—¿Por qué me tratas así? —cuestionó intentando entender qué pasaba—. No te he hecho daño, todo lo que hice estos años fue escribirte y respetarte como mi esposo. ¿Dónde está el hombre de las cartas?

—Estaba en Alemania conmigo pero ya estamos ambos en Boston, vendrá a cenar esta noche —le comunicó y sonrió—. Por cierto, siempre dijo que tus cartas eran ridículas.

—¿Le dejaste leer los correos y cartas que te enviaba a alguien más? —preguntó con la barbilla temblorosa—. ¡Eran privadas!

—Lo sé pero, tenía que leerlas para poderte escribir una respuesta —contestó mientras la confundida Charlotte arrugaba el entrecejo sin comprender—. ¿De verdad creíste que yo te escribía esas tonterías? Mi amigo es un ávido lector y a veces hace poesía, quien mejor que él para escribirte ñoñerías. Como sea, se alegrará de conocer a la mujer que le sacó tantas carcajadas con sus estupideces.

Charlotte se quedó callada durante algunos segundos, incapaz de poder comprender lo que estaba pasando, no lo creía y no sabía cómo tomárselo, pero definitivamente no entendía por qué su esposo estaba tratándola de esa forma.

—Eso es mentira —comentó la chica y llevó sutilmente la mano a su rostro, como si lo abanicara, para disimular que las lágrimas apenas eran contenidas—. No sé por qué estás haciendo esto, pero si es una broma de esposos es de muy mal gusto y yo no estoy dispuesta a tolerarlas. Quiero que seamos felices.

—¿Felices tú y yo? —preguntó el divertido hombre—. ¿Cómo se puede ser feliz con una mujer que se casó solo por dinero?

—¡Eso no es verdad! —replicó y se acercó a él para encararlo—. Yo me casé contigo porque tu padre me lo pidió.

—¿Qué obediente? —se burló Maximilien—. Me dirás que para ti diez millones de dólares al cabo de los tres años de matrimonio no fueron parte de la tentación para que mágicamente te enamoraras de mí.

—No sé de qué dinero hablas —insistió ella—. Yo pedí nada de eso.

Maximilien se apresuró a ir a su maletín, de donde sacó rápidamente un folder, lo abrió y lo colocó frente a su cara, casi estampándoselo en el rostro.

Charlotte miró las hojas y se la arrebató antes de leer por encima.

A su mente llegó entonces el convenio que firmó al padre de Maximilien en su lecho de muerte, el mismo que no leyó porque confió en el hombre que por años fue su protector y asumió que no había trucos ni tretas, que solo era un formalismo antes del compromiso y la boda.

—No lo leí —confesó avergonzada de sí misma—. Lo firmé y ya, creí que era un formalismo. Comencé a escribir los correos y cartas con la finalidad de conocerte, nada más.

Una carcajada irónica salió de la boca del hombre.

—Claro, ¿¡me crees estúpido!? —le exigió y ella negó un poco asustada por su altivo y peligroso tono de voz—. ¿Crees que no sé exactamente lo que haces? Fingirte la mártir, la buena; todo para que al final yo me compadezca. Ridícula.  

—No tienes derecho a tratarme así —musitó Charlotte.

Los toques en la puerta los interrumpieron.

—Adelante —dijo Maximilien sin apartar la vista de su esposa.

Un hombre con un cuadro cubierto por papel estraza entró.

—¿Dónde lo coloco? —preguntó refiriéndose a la enorme pintura.

—Descúbrela y ponla justo ahí —contestó y señaló un punto en la pared, justo arriba del tocador y exactamente frente a la cama.

El ama de llaves entró en ese momento.

—El señor Marcus ha llegado ya —informó y Maximilien sonrió de medio lado antes de mirar a Charlotte.

Agradeció y la mujer se fue.

—Ya llegó Marcus, mi amigo, tu enamorado ficticio —se burló nuevamente—. Seguro está que le comen las ansias por ver a su novia por correspondencia.

Charlotte permaneció callada, con la vista acuosa al frente.

—No voy a bajar para que tú y tu amigo se sigan burlando de mí —dijo pero en ese momento uno de los hombres que colocaba el cuadro habló:

—¿Le parece bien aquí? —preguntó y Maximilien asintió.

—Mira —dijo a su esposa y la tomó con brusquedad de los hombros para girarla y hacerla ver el cuadro.

Los ojos de Charlotte se abrieron con horror al ver la pintura.

—Es River, tu hermana, mi amante. ¿Ya te había contado tu hermana que me la follé más veces de las que quisiera admitir? —preguntó mientras Charlotte miraba la pintura de su hermana completamente desnuda posando y sonriendo—. Le hice esa pintura a una foto que me mandó en alguna ocasión. —La mujer no pudo más y comenzó a derramar lágrimas—. Hay mucho que no te hemos contado de nuestro idilio, pero nos queda un año, hay tiempo. ¿Sabes? Pensándolo bien, es mejor que te quedes conmigo en esta habitación, tal vez un día me atreva a follarte y lo hagamos con tu hermana de testigo, no importa, ahora arréglate un poco y baja a divertirnos a mi amigo y a mí, no es una petición, es una orden. Si no bajas en diez minutos, haré que te lleven a rastras al comedor.

Salió de la habitación mientras Charlotte trataba de lidiar con lo que acababa de escuchar, lo asimilaba y ante todo lo que sentía, solo pudo emitir un grito rabioso.

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