Capítulo 4

Durante algunos segundos, Charlotte solo miró al frente, furiosa y visiblemente confundida con todo lo que había escuchado. Levantó la vista hacia el cuadro de su hermana River, sintiendo el puñal de la traición clavarse profundamente en su interior, perforando su corazón para siempre. Trató de tranquilizarse, sobre todo cuando el sonido de la puerta y la voz de la servidumbre le hizo darse cuenta de que su esposo cumpliría su palabra y la haría bajar a la fuerza si no lo hacía por voluntad propia

—Un momento por favor, ahora bajo —dijo desde su lugar. Se envaró en su sitio, fue al baño, se lavó la cara, respiró profundo y avanzó hacia la puerta.

Dio un último suspiro al salir de la habitación y caminó hasta la planta baja, bajando las escaleras con lentitud pasmosa, como si con ello alargara el momento por siglos.

Mientras bajaba podía ver el inmaculado rostro de su esposo, aunque él no podía verla a ella puesto que Charlotte, lo veía en el reflejo de los cristales; sin embargo, no podía ver al otro hombre en el lugar, dado que estaba dando la espalda a la entrada y solo veía un pequeño pedazo de su brazo.

Se detuvo unos instantes en el pasillo y después de acomodar su cabello, abanicarse el rostro y limpiar sus sudorosas manos en la tela de su pantalón, se acercó.

Se detuvo unos segundos al ver el libro de medicina que estaba junto al mueble del teléfono. Lo había leído cientos de veces, demasiadas, a decir verdad, casi podía recitarlo y lo atesoraba tanto puesto que era de su padre y también era todo lo que conservaba de él.

Años atrás le habría gustado dedicarse a lo mismo que su padre. Mientras vivió a su lado, aprendió lo que pudo de él, era como su enfermera, pero luego de su muerte, dejó de lado todos sus sueños, tanto que no supo, puesto que terminó por convertirse en una donnadie.

—Tal vez deberías ser más considerado con tu esposa, al menos frente a la servidumbre. —Escuchó que dijo, quien asumió era, el amigo de su esposo y el hombre que supuestamente escribió las cartas. Ella seguía en negación con respecto a eso—. Hablar con ella no hará que se te caigan los testículos, solo sé razonable, hombre.

—¿Viniste a Boston para darme una catedra de cómo iniciar un matrimonio? —preguntó Maximilien  a su amigo, lo hizo con un tono de burla tan evidente, que enfadó a Charlotte—. No seas ridículo, esa tipa vivirá el año más negro de su vida y te aseguro que no permitiré que se vaya de esta casa hasta que termine suplicando por su libertad.

Charlotte no esperó a escuchar más, se adentró e interrumpió la conversación de los hombres, quienes se giraron a verla de inmediato.

Observó entonces al amigo de su esposo, el mismo que había escrito las cartas, según las palabras de su esposo. Se sintió enferma al verlo, sabiendo que cada palabra suya, escrita en aquellos correos y cartas habían sido el motivo de risa y burla para ambos. Una sensación de náusea se coló en su interior y la hizo cerrar los ojos para calmarse e inhaló fuerte para evitar que ocurriera una situación más vergonzosa si es que eso era posible.

A su mente llegó el recuerdo de la vez que en correos hablaron de cosas íntimas, tan íntimas que harían ruborizar a una virgen y la sensación de asco se apoderó de sus entrañas.

—Cuánto se habrán reído de mí —musitó apenas audible.

—¿Disculpe? —dijo el hombre y de nuevo, Charlotte levantó la vista. Maximilien parecía divertido con la situación entre ambos.

Era tan opuesto a su marido. Mientras Maximilien era de tez muy blanca, ese hombre tenía la piel un poco más tostada, el cabello largo, incluso era mucho más grande y fuerte que su esposo. Tenía una cicatriz en la cara, una muy grande que recorría desde su pómulo hasta su barbilla. El cabello apenas rizado del hombre colgaba en una coleta apenas recogida mientras sus acerados ojos puntualizaban el tono de su piel al ser tan grises. Al verlos a ambos Charlotte solo sintió asco y más asco de ser la diversión de los hombres.

—Querida esposa —interrumpió Maximilien y ambos se giraron a verlo—. Este caballero de aquí es tu novio por correspondencia, espero que te guste, no sería un buen matrimonio si no te presentara al motivo por el cual nos enamoramos. —Lanzó una carcajada de burla—. Su nombre es Marcus Whitemoore, es mi mejor amigo y claro, nuestro cupido.

—Maximilien —advirtió el hombre y se acercó para retirar la silla para que Charlotte tomara asiento; sin embargo, la joven decidió ignorarlo y moverse hasta el otro lado para tomar su propio asiento.

En ese momento, la servidumbre llegó para servir, pero Maximilien detuvo a la joven y dio una orden:

—Mi esposa servirá, ustedes pueden retirarse —dijo mientras Charlotte levantaba la vista para verlo directamente a los ojos—. ¿Una esposa no debe servir a su marido y encargarse de la casa?

—En tu retrógrado cerebro sí, pero supongo que no tengo ningún problema en servirte a ti y a este vividor —reconoció Charlotte mientras el otro hombre carraspeaba ante la incomodidad.

Comenzó a servir y salpicó con la crema, primero, la ropa de su esposo, después cuando le sirvió a Marcus también y no se disculpó hasta después de sentarse para comer.

—Parece que además de todo eres una inútil —aseguró Marcus con desagrado, olvidando la caballerosidad inicial.

—Sí, lo siento, nunca antes fui parte de la servidumbre, pero supongo que sabes hacerlo y probablemente mañana me pongas el ejemplo, ¿no es así como los poderosos suelen dar cátedras a otros? Mostrando que son los mejores en todo —argumentó y después, sin esperar respuesta, llevó la cuchara a su boca y comenzó a comer.

—Me temo que le debo una disculpa. —Empezó diciendo Marcus, pero ella levantó la mano para frenar sus palabras.

—Aceptar que me debe una disculpa es como admitir que me importan sus acciones, señor Whitemoore —replicó con toda la serenidad que no sentía. Clavó los azules ojos sobre los grises de él y le sonrió con hipocresía—. Sin duda creo que ya se dio cuenta de que las damas como yo, no descomponemos nuestro peinado frente a barbajanes, mucho menos damos importancia a trivialidades. Usted en mi vida es un poco menos que nada, así que sus disculpas están de más. En fin, siga comiendo que se va a enfriar la merienda.

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