Durante algunos segundos, Charlotte solo miró al frente, furiosa y visiblemente confundida con todo lo que había escuchado. Levantó la vista hacia el cuadro de su hermana River, sintiendo el puñal de la traición clavarse profundamente en su interior, perforando su corazón para siempre. Trató de tranquilizarse, sobre todo cuando el sonido de la puerta y la voz de la servidumbre le hizo darse cuenta de que su esposo cumpliría su palabra y la haría bajar a la fuerza si no lo hacía por voluntad propia
—Un momento por favor, ahora bajo —dijo desde su lugar. Se envaró en su sitio, fue al baño, se lavó la cara, respiró profundo y avanzó hacia la puerta.
Dio un último suspiro al salir de la habitación y caminó hasta la planta baja, bajando las escaleras con lentitud pasmosa, como si con ello alargara el momento por siglos.
Mientras bajaba podía ver el inmaculado rostro de su esposo, aunque él no podía verla a ella puesto que Charlotte, lo veía en el reflejo de los cristales; sin embargo, no podía ver al otro hombre en el lugar, dado que estaba dando la espalda a la entrada y solo veía un pequeño pedazo de su brazo.
Se detuvo unos instantes en el pasillo y después de acomodar su cabello, abanicarse el rostro y limpiar sus sudorosas manos en la tela de su pantalón, se acercó.
Se detuvo unos segundos al ver el libro de medicina que estaba junto al mueble del teléfono. Lo había leído cientos de veces, demasiadas, a decir verdad, casi podía recitarlo y lo atesoraba tanto puesto que era de su padre y también era todo lo que conservaba de él.
Años atrás le habría gustado dedicarse a lo mismo que su padre. Mientras vivió a su lado, aprendió lo que pudo de él, era como su enfermera, pero luego de su muerte, dejó de lado todos sus sueños, tanto que no supo, puesto que terminó por convertirse en una donnadie.
—Tal vez deberías ser más considerado con tu esposa, al menos frente a la servidumbre. —Escuchó que dijo, quien asumió era, el amigo de su esposo y el hombre que supuestamente escribió las cartas. Ella seguía en negación con respecto a eso—. Hablar con ella no hará que se te caigan los testículos, solo sé razonable, hombre.
—¿Viniste a Boston para darme una catedra de cómo iniciar un matrimonio? —preguntó Maximilien a su amigo, lo hizo con un tono de burla tan evidente, que enfadó a Charlotte—. No seas ridículo, esa tipa vivirá el año más negro de su vida y te aseguro que no permitiré que se vaya de esta casa hasta que termine suplicando por su libertad.
Charlotte no esperó a escuchar más, se adentró e interrumpió la conversación de los hombres, quienes se giraron a verla de inmediato.
Observó entonces al amigo de su esposo, el mismo que había escrito las cartas, según las palabras de su esposo. Se sintió enferma al verlo, sabiendo que cada palabra suya, escrita en aquellos correos y cartas habían sido el motivo de risa y burla para ambos. Una sensación de náusea se coló en su interior y la hizo cerrar los ojos para calmarse e inhaló fuerte para evitar que ocurriera una situación más vergonzosa si es que eso era posible.
A su mente llegó el recuerdo de la vez que en correos hablaron de cosas íntimas, tan íntimas que harían ruborizar a una virgen y la sensación de asco se apoderó de sus entrañas.
—Cuánto se habrán reído de mí —musitó apenas audible.
—¿Disculpe? —dijo el hombre y de nuevo, Charlotte levantó la vista. Maximilien parecía divertido con la situación entre ambos.
Era tan opuesto a su marido. Mientras Maximilien era de tez muy blanca, ese hombre tenía la piel un poco más tostada, el cabello largo, incluso era mucho más grande y fuerte que su esposo. Tenía una cicatriz en la cara, una muy grande que recorría desde su pómulo hasta su barbilla. El cabello apenas rizado del hombre colgaba en una coleta apenas recogida mientras sus acerados ojos puntualizaban el tono de su piel al ser tan grises. Al verlos a ambos Charlotte solo sintió asco y más asco de ser la diversión de los hombres.
—Querida esposa —interrumpió Maximilien y ambos se giraron a verlo—. Este caballero de aquí es tu novio por correspondencia, espero que te guste, no sería un buen matrimonio si no te presentara al motivo por el cual nos enamoramos. —Lanzó una carcajada de burla—. Su nombre es Marcus Whitemoore, es mi mejor amigo y claro, nuestro cupido.
—Maximilien —advirtió el hombre y se acercó para retirar la silla para que Charlotte tomara asiento; sin embargo, la joven decidió ignorarlo y moverse hasta el otro lado para tomar su propio asiento.
En ese momento, la servidumbre llegó para servir, pero Maximilien detuvo a la joven y dio una orden:
—Mi esposa servirá, ustedes pueden retirarse —dijo mientras Charlotte levantaba la vista para verlo directamente a los ojos—. ¿Una esposa no debe servir a su marido y encargarse de la casa?
—En tu retrógrado cerebro sí, pero supongo que no tengo ningún problema en servirte a ti y a este vividor —reconoció Charlotte mientras el otro hombre carraspeaba ante la incomodidad.
Comenzó a servir y salpicó con la crema, primero, la ropa de su esposo, después cuando le sirvió a Marcus también y no se disculpó hasta después de sentarse para comer.
—Parece que además de todo eres una inútil —aseguró Marcus con desagrado, olvidando la caballerosidad inicial.
—Sí, lo siento, nunca antes fui parte de la servidumbre, pero supongo que sabes hacerlo y probablemente mañana me pongas el ejemplo, ¿no es así como los poderosos suelen dar cátedras a otros? Mostrando que son los mejores en todo —argumentó y después, sin esperar respuesta, llevó la cuchara a su boca y comenzó a comer.
—Me temo que le debo una disculpa. —Empezó diciendo Marcus, pero ella levantó la mano para frenar sus palabras.
—Aceptar que me debe una disculpa es como admitir que me importan sus acciones, señor Whitemoore —replicó con toda la serenidad que no sentía. Clavó los azules ojos sobre los grises de él y le sonrió con hipocresía—. Sin duda creo que ya se dio cuenta de que las damas como yo, no descomponemos nuestro peinado frente a barbajanes, mucho menos damos importancia a trivialidades. Usted en mi vida es un poco menos que nada, así que sus disculpas están de más. En fin, siga comiendo que se va a enfriar la merienda.
Marcus enarcó una ceja al escucharla, incluso Maximilien la observó al verla tan agresiva en sus respuestas. A Maximilien le pareció que su mujer parecía imperturbable, como si aquello no le hubiera hecho ni pizca de mal y eso le sentó terrible, mientras para Marcus, el carácter de la esposa de su amigo resultó fascinante. El herededor de los Peterson vio el comportamiento defensivo de su esposo y para él fue solo un aviso de que tenía enfrente a un alacrán más ponzoñoso de lo que imaginó. Cuando terminaron de cenar, Maximilien se puso de pie y con toda la arrogancia que tenía, retiró el plato a su esposa. —Vas a ponerte más cerda —declaró y ella apretó los labios, pero finalmente tomó la servilleta y se limpió—. Lava los platos para que al menos hagas ejercicio y desde hoy te encargarás de las tareas de la casa, total el aspecto de vagabunda ya lo tienes. En fin, saldré un rato y cuando vuelva quiero todo limpio, sin excusa ni pretexto, voy a divertirme con mujeres de verdad.Char
Maximilien bebió el licor sin darse cuenta de nada, mientras tanto, Charlotte miró a ambas mujeres quienes atendían a su esposo sin importarle lo humillante que era para ella y mucho menos sin tomar en cuenta cómo podía sentirse de verlas ahí. Por su parte, Marcus estaba dormido en el sofá, producto de la terrible borrachera que traía encima, por lo que la mujer que le acompañaba tuvo que alejarse y en ese momento prestaba atención a Maximilien, el único que se mantenía en pie de los dos; lo besaba y le prodigaba toda clase de caricias gimiendo de manera exagerada con cada rose del hombre, a tal punto que Charlotte se vio rodando los ojos ante la, tan mala, actuación que estaba dando en ese momento. Se retiró de nuevo a la cocina y solo se detuvo unos segundos al ver que las mujeres estaban prácticamente semidesnudas, una de ellas, incluso, tenía los senos al aire y su esposo le daba toda su atención a las tetas de la suelta mujer, misma que no podía ser de otra manera más que vulgar
—Dímelo tú —replicó su marido intentando no perder la compostura ante lo que él consideraba el cinismo de su esposa—. Mi viejo padre me odió toda su vida, no me quiso nunca, no importa cuando engañara a todos, las cosas fueron así. Me obligó a casarme contigo bajo la amenaza de que me desheredaría para dártelo todo y yo no soporté tantos años sus desplantes y maltratos solo para quedarme sin nada.—Él dijo que tú lo habías pedido —corrigió la joven, quien para ese momento no entendía nada en absoluto—. Tu padre dijo que eras tú quien deseaba sentar cabeza y que me habías sugerido como potencial esposa.—Qué estupidez, ¿por qué habría de desear como esposa a una usurpadora? ¡Mintió como siempre! —gritó enojado y ella retrocedió ante la furia de sus palabras—. Yo estaba con tu hermana y sabía que él nunca lo apoyaría, porque así era el cascarrabias, no aprobaba nada que yo quisiera, incluso si era bueno.—Es que todo esto no tiene sentido. —Charlotte sollozó sin poder contenerse.—Da igu
La arrastró del cabello por el vestíbulo y frente a la servidumbre, quienes sintieron un poco de pena de ver la furia del hombre desatarse.Maximilien abrió la puerta principal para posteriormente tirar de su cabello de Charlotte hasta hacerla caer y arrastrarla de la entrada hasta la verja que daba a la calle, abrió y la lanzó sobre la acera, a gritos, con un escándalo que despertó a sus más cercanos vecinos, quienes curiosos se asomaron por sus respectivas ventanas a mirar lo que pasaba. Era medianoche y ni siquiera le dejó sacar su bolso para obtener dinero. Sin importarle, incluso, lo que pudiera pasarle siendo tan tarde.Afuera, los vecinos comenzaron a encender sus luces, con descaro y, luego de escuchar el escándalo, sobre todo porque Maximilien gritaba para que todos escucharan, como si esa fuera su intención.Charlotte no pudo más que llorar de la vergüenza que sentía, ahí tirada en la acera, con la ropa sucia, despeinada y avergonzada sintió que quería morirse al ser el centr
—No hay nada que me haga pensar que usted necesita ayuda de la que creo que imagina que yo estoy intentando darle —añadió Marcus en su defensa—. Mis intenciones, no soy aprovecharme de usted para hacerle creer que necesita un protector. En realidad, es solo estoy haciendo lo que cualquier ciudadano habría hecho, ofrecerle ayuda para que pueda ir con bien.—Como ya le dije, puedo pedir un taxi para ir a la casa de una amiga —replicó Charlotte, pero en el fondo le acompañara. —¿Y por qué no lo pidió? —inquirió Marcus a sabiendas de que el taxi pudo llegar hasta su casa si pagaba lo suficientemente alto como para que rodeara la propiedad por la carretera principal; no obstante, era claro que fue echada sin dinero y tendría que caminar.—Eso no es de su incumbencia —contestó ella y siguió su camino. Marcus suspiró y se arrepintió de ser partícipe del juego de su amigo, pero en el fondo sabía que a Maximilien algo le provocaba leer sus cartas y correos, no en vano los leía más de una vez
Con la plena seguridad de que su amiga no se molestaría ni le reclamaría por haber visto las fotos sin permiso y luego de quedarse un poco sorprendida por su actuar cuando le contara lo que había pasado, no pudo evitar que las alarmas se dispararan y formaran un poco de duda. Era como si su amiga no estuviera sorprendida de los hechos o más bien, como si quisiera hacerla disuadir.Aquello para ella fue un pincho en el corazón, pero no quería pensar mal de Magdiel, aun así y, a pesar de que Charlotte era consideraba su mejor amiga, algo le instaba a buscar, por ello y luego de darse cuenta de que no habría nada que ella pudiera ocultarle, decidió ver los recuerdos de su amiga, abrió el álbum para ver los recuerdos de Magdiel. Se encontró con muchas fotos en varias etapas de su vida y en diversos lugares. Sonrió y al mismo tiempo pasó las páginas rápidamente, dando un vistazo a cada foto y se detuvo cuando una de ellas atrajo su mirada. Era Magdiel, abrazada a River, su hermana. Le so
Cuando el taxi se detuvo frente a su casa, pagó el servicio y se bajó del auto. La vecina de enfrente le miró mientras salía con su coche y ella fingió que nada pasaba, así que se acercó a la verja.Notó que no tenía los candados electrónicos, lo que le hizo pensar que el jardinero al no saber nada, los había quitado puesto que salía a dar mantenimiento.Se adentró en la casa y recorrió hasta la entrada. Abrió la puerta y se metió.Jamás aquella casa le había parecido tan solitaria y lúgubre, pero ahí estaba, mirando el sitio que era su hogar y más bien empezaba a parecerse una casa de locos, extraña para ella misma.Vio el celular de su esposo y fue hacia el objeto, lo tomó en sus manos, pensando si debía o no revisarlo, pero se dijo que la manera en que tenía de conocer los secretos de cada uno, era precisamente a través de ellos. Rogó que no tuviera contraseña y para fortuna suya, no fue así.Vio el mensaje de Magdiel y lo leyó:«Charlotte va para tu casa, no seas estúpido, deja que
Dos años atrás. —¿Por qué no te calmas, estás muy nerviosa? —dijo su hermana mayor, River, con un deje de molestia—. Eres la novia más fastidiosa que conozco, actúas como si te estuvieras casando con un príncipe.—Lo siento, respondió Charlotte y sonrió a su hermana. Estoy tan emocionada y para mí si es un príncipe. Maximilien Peterson es el mejor hombre del mundo —respondió con aire soñador y lanzó un chillido de emoción que hizo a la otra hacer un gesto de desagrado—. Voy a casarme con el hombre más maravilloso que existe. ¿Crees que no es suficiente motivo para estar feliz? —Querida, ni siquiera lo conoces, nunca lo has visto y todo lo que has recibido de él en meses, han sido esas ridículas cartas —añadió su hermana—. ¿No te has preguntado la verdadera razón por la que decidió casarse contigo? ¿Qué sabes tú si su padre lo obligó a aceptar tu mano en matrimonio?—Max dice que me ama —insistió la menor de ellas—. Tal vez, como yo, lo hizo para darle tranquilidad a su padre mientra