Esposa abandonada, cruel amor
Esposa abandonada, cruel amor
Por: Vera Pollock
Capítulo 1

Dos años atrás.

—¿Por qué no te calmas, estás muy nerviosa? —dijo su hermana mayor, River, con un deje de molestia—. Eres la novia más fastidiosa que conozco, actúas como si te estuvieras casando con un príncipe.

—Lo siento, respondió Charlotte y sonrió a su hermana. Estoy tan emocionada y para mí si es un príncipe. Maximilien Peterson es el mejor hombre del mundo —respondió con aire soñador y lanzó un chillido de emoción que hizo a la otra hacer un gesto de desagrado—. Voy a casarme con el hombre más maravilloso que existe. ¿Crees que no es suficiente motivo para estar feliz?

—Querida, ni siquiera lo conoces, nunca lo has visto y todo lo que has recibido de él en meses, han sido esas ridículas cartas —añadió su hermana—. ¿No te has preguntado la verdadera razón por la que decidió casarse contigo? ¿Qué sabes tú si su padre lo obligó a aceptar tu mano en matrimonio?

—Max dice que me ama —insistió la menor de ellas—. Tal vez, como yo, lo hizo para darle tranquilidad a su padre mientras agonizaba en su lecho, pero claramente me ama y lo sé perfectamente, no vas a hacerme pensar lo contrario. Es claro que desde que Robert Petterson murió ha sido diferente para nosotras, fuimos sus protegidas desde que nuestro padre murió y con nuestra presencia llenamos el vacío que sentía luego de que su hijo partió al extranjero. Aun así, nos amaba y cuidó de que no termináramos en la miseria.

—Lo sé, es solo que me desconcierta que su hijo ni siquiera se haya presentado a su funeral, que simplemente nos haya dejado aquí como si nada y peor aún, que haya aceptado el matrimonio —aseguró River—. Algo no me gusta. Además, nunca entendí por qué te eligió a ti.

—El señor Maximilien fue quien eligió a la señorita —declaró el ama de llaves, quien se tomó el atrevimiento de hablar—. Supongo que, sus razones tendrá. La idea de contraer matrimonio con la señorita Charlotte vino de él y al señor Peterson en paz descanse, le hizo muy feliz la idea.

—¡Lo ves! —dijo Charlotte—. No importa y la verdad es que no sé de qué te quejas, cuando la propuesta llegó, estabas recién casada con tu esposo. Por cierto, ¿por qué nunca está contigo? ¿Vendrá a la boda?

—No vendrá. Ya estamos separados, pero no quiero hablar de eso ahora —anunció River de mala gana y viendo la cara de susto de su hermana—. Hablaremos de esto después. Ahora apresúrate, ya debe estar abajo y la gente está esperando.

Afortunadamente para ambas, pronto apareció el abogado de la familia y les pidió que bajaran puesto que el juez estaba listo y no había motivo para demorar la ceremonia.

Charlotte se miró al espejo y bajó emocionada junto a su hermana, viendo a la gente esperar por ellas y sosteniendo su ramo en las manos con toda la ilusión de una mujer que está feliz de convertirse en una esposa.

El juez estaba en su lugar y dándole la espalda, se encontraba, quien Charlotte asumía, era su novio Maximiliane.

Los nervios le apretaron el estómago. Se sintió emocionada de por fin conocer al hombre que llevaba meses escribiéndole cartas tan bellas, así que, emocionada, miró a su hermana y esta le dio una sonrisa tenue antes de alejarse e ir directamente a su lugar para que ella continuara los últimos pasos hasta el altar.

El calor que se apoderó de sus entrañas se acrecentó aún más en Charlotte, quien suspiró, pasó las manos por su lujoso y hermoso vestido y caminó hacia el juez antes de detenerse de golpe cuando vio al hombre girarse.

Un sujeto de aspecto de matón le observó. Tenía una enorme cicatriz en el rostro y al verla, la recorrio de arriba abajo.

—Señorita Charlotte —dijo el sujeto—. Mi nombre es Michael Watson, abogado del señor Maximilien Peterson. Le he entregado al juez el poder para ser yo quien firme el acta nupcial.

—¿De qué habla? —preguntó la joven.

—Mi cliente ha decidido que esto sea un matrimonio por poderes —continuó diciendo el abogado—. Es decir, de acuerdo con la ley, no necesita estar presente para casarse, para eso estoy yo aquí con el debido documento ante el juez, lo que me da a mí el poder de firmar cualquier documento en nombre de mi cliente, incluyendo su acta de matrimonio. No era necesario hacer una ceremonia, creí que le habían avisado. Llamé hace semanas para informar la situación y esperaba encontrarme con su abogado para que firmara por usted. No esperaba esto. —Charlotte le observó con los ojos llorosos—. Me temo que hubo falta de comunicación y la persona que me respondió, no le hizo saber el procedimiento.

Al ver que no hablaba en absoluto y que el abogado de difunto viejo Peterson revisaba el documento y veía la firma estampada de su homólogo, solo miró a Charlotte y asintió para dejarle claro que estaba todo en orden.

—El documento es legal y solo tu falta tu firma —dijo a Charlotte y miró al litigante de Maximilien, quien le dio una sonrisa de agradecimiento.

—¿Me está diciendo que solo debo firmar para estar casada, pero que mi esposo no consideró importante presentarse a su propia boda? —cuestionó la joven con la mandíbula tensa—. No firmaré nada.

—Me temo que no es opcional —respondió Michael, el litigante—. Usted firmó hace meses un contrato en el que se comprometía a desposar a mi cliente, a cambio de recibir una compensación monetaria efectiva luego de tres años de matrimonio, de incumplirse ese contrato, me temo que tendremos una disputa en la corte. —Le entregó el documento que Charlotte no recordaba haber firmado.

La joven se sintió enferma, pero por recomendación de su abogado y de su hermana, aturdida ante todas las cosas que escuchaba, gritó y estampó su firma en el contrato de matrimonio, desposando a Maximilien y saliendo del lugar corriendo hacia la planta alta.

No dejó que nadie le explicara nada, solo se fue y su hermana se vio enviando a todos fuera, diciendo que no habría recepción.

Los corrió a todos, inclusive a los abogados, quienes dijeron que llegarían el siguiente día.

Una vez a solas, River no pudo negar que sintió algo de gozo después de haber humillado a su hermana. Fue ella quien recibió la notificación del abogado del prometido de Charlotte, pero no la hizo llegar al suyo; al contrario, alentó a la más joven a preparar una fiesta e invitar a la gente.

Se sintió tan bien de verla sufrir, después de todo, a sus ojos, el viejo debió elegirla a ella y no a Charlotte para ser la esposa de su hijo.

River creía que ella se merecía ser la esposa del heredero Peterson y no Charlotte.

Se dio la vuelta y fue al despacho para servirse un trago.

Se encontró con Max, su antiguo amante, en el sillón principal. Lo había dejado meses atrás para casarse con otro hombre, pero al final todo salió mal puesto que su esposo al igual que ella, no tenía un centavo y se había casado con ella para salir de la banca rota. Así que su divorcio estaba por cumplirse y tendría que buscar un nuevo esposo, esta vez, cerciorándose de que fuera millonario de verdad.

—¿Cómo entraste aquí? —preguntó.

—No pido autorización para entrar en mi casa, River —declaró el hombre con ese tono profundo que lo caracterizaba y ella se mostró confundida ante la declaración—. Soy Maximilien Peterson, el hombre al que dejaste para casarte con otro sin siquiera avisar.

—¿Qué? —inquirió River—. Dijiste que te llamabas Maximilien Waller.

—Es el apellido de mi madre, no me gusta el Peterson —aclaró mientras ella empezaba a transpirar al verlo burlarse—. Me traicionaste a pesar de que dije que te amaba, pero bueno, no importa, ya soy un hombre casado y nada menos que con tu insípida hermana, supongo que es otra igual que tú. No me creo eso de que, de pronto le nació el amor por mí y terminó enviándome cartas de amor ridículas, ¿pero qué relevancia tiene ahora? Ninguna, ¿cierto? Sin embargo, quise estar aquí para decirte de frente que voy a hacerte pagar la traición, empezando con destrozar a tu única hermana.

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