Capítulo 5

Marcus enarcó una ceja al escucharla, incluso Maximilien la observó al verla tan agresiva en sus respuestas. A Maximilien le pareció que su mujer parecía imperturbable, como si aquello no le hubiera hecho ni pizca de mal y eso le sentó terrible, mientras para Marcus, el carácter de la esposa de su amigo resultó fascinante.

El herededor de los Peterson vio el comportamiento defensivo de su esposo y para él fue solo un aviso de que tenía enfrente a un alacrán más ponzoñoso de lo que imaginó.

Cuando terminaron de cenar, Maximilien se puso de pie y con toda la arrogancia que tenía, retiró el plato a su esposa.

—Vas a ponerte más cerda —declaró y ella apretó los labios, pero finalmente tomó la servilleta y se limpió—. Lava los platos para que al menos hagas ejercicio y desde hoy te encargarás de las tareas de la casa, total el aspecto de vagabunda ya lo tienes. En fin, saldré un rato y cuando vuelva quiero todo limpio, sin excusa ni pretexto, voy a divertirme con mujeres de verdad.

Charlotte no respondió nada, solo le miró impertérrita y finalmente asintió sin más.

Su esposo entrecerró los ojos al verla tan sumisa y finalmente salió de ahí llevándose a su amigo, quien no podía con la vergüenza que sentía y lo miserable que estaba comportándose Maximilien y encima embarcándolo a él.

En cuanto se quedó sola, escuchó las risillas en la cocina, así que se acercó lentamente y una vez en la puerta escuchó lo que hablaban de ella.

—Ojalá la eche pronto —dijo el ama de llaves—. Mi patrón no merece a una oportunista y si él la ve así, es por algo.

—Sí, nunca me ha dado buena espina —concordó otra voz en el interior de la cocina.

—Estoy segura de que de alguna mala forma, con artimañas, logró que se casara con ella, algo le dijo ella al padre del joven amo para que la considerara y comprometiera después —insistió la tercera mujer—. Como sea, esperemos que se vaya pronto, tres años sirviéndole cuando ella es igual a nosotras es el colmo.

Charlotte entró a la cocina. Aún seguía administrando el dinero y todavía tenía el poder, se dijo que jamás lo perdería.

—Señoras, que bueno que están juntas —dijo mirando a las tres mujeres—. Mi esposo acaba de tomar la decisión de que sea yo quien se encargue de las labores de cocina y la casa en general. —No le pasó desapercibida la sonrisa que las mujeres intentaron ocultar—. Como dio una nueva indicación, también ordenó que tenemos que prescindir de absolutamente todo el personal doméstico. Me temo que están despedidas, por supuesto mañana mismo le entregaré la carta de recomendación que merecen y también pagaré los días que tienen trabajando y su liquidación. Pueden venir después del mediodía.

—Pero… llevo muchos años trabajando aquí, soy vieja ahora, ¿dónde conseguiré un trabajo? —preguntó la mujer mayor—. He sido el ama de llaves desde que él era un niño.

—Creo que no importa si usa un uniforme de un tono diferente —anunció Charlotte con ese tono calmo que le caracterizaba—. Para mi marido no deja de ser una sirvienta y le diría que me apena o que intercedería por usted, pero en primera ya se dio cuenta que a Maximilien mi opinión no le importa y en segunda, tal vez la próxima vez usted pueda pensar bien de qué lado coloca sus lealtades. Por favor abandone la casa a la brevedad y mañana mismo tendré su liquidación.

—No es justo —replicó el ama de llaves.

—No lo es, señora —concordó Charlotte y le dio una sonrisa victoriosa—, pero parece que en esta casa las cosas serán así, los inocentes pagarán. Creo que ya se dio cuenta. —Hizo una pausa en la que solo miró a la aturdida anciana—. Por favor abandone la casa, yo no puedo quedarme a charlar, como verá hay mucho que limpiar.

Se dio la vuelta y la dejó parada en medio de la cocina, muda como a todas las demás.

Fue a su habitación y se adentró, miró el cuadro y comenzó lanzando sobre él todo lo que encontró hasta que lo tiró y lo despedazó con su tacón.

Cuando terminó se dejó caer en la cama y sollozó durante mucho tiempo, hasta quedarse dormida.

Despertó largo rato después y al bajar fue con el jardinero para preguntar por las domésticas y este le dijo que ya se habían ido.

—¿También nos echarán? —preguntó el jardinero.

—No, al menos que estés contra mí —contestó riendo y por dentro se dijo a sí misma que ya era hora de que se comportaba como la bruja que tanto querían ver.

Se dio la vuelta y volvió a la casa, recogió los platos y los llevó al fregadero.

Los soltó de golpe cuando escuchó el sonido de la puerta y el escándalo proveniente de la entrada. Se encontró con su esposo, el amigo de este y dos mujerzuelas de lo más corrientes.

Los cuatro se caían de borrachos y las dos mujeres se detuvieron al verla.

—Es la frígida de mi esposa —dijo Maximilien y besó a una de ellas frente a Charlotte, quien, a pesar de todo, sentía el pecho oprimirse, no supo si porque estaba enfadada, desilusionada o porque en el fondo seguía enamorada de él—. No le hagan caso y tú —agregó refiriéndose a ella—. Tráenos unos buenos tragos.

Charlotte se dio la vuelta para ir por los tragos y al pasar cerca del mueble del teléfono, vio el libro de medicina de su padre, recordó entonces una de las tantas páginas y luego de ir a la cocina por vasos y por la botella, comenzó a prepararlo.

Estuvo sentada en la cocina durante largo rato, oyendo a su esposo humillarla, insultarla y pasar a las prostitutas frente a ella como si nada, así que se levantó y salió rumbo a la habitación del antiguo padre de Maximilien. En su camino vio a su marido besar y meter la mano bajo la ropa de una de las mujeres. Así que se metió al cuarto de su antiguo protector y rebuscó en sus cosas.

Nada se había tocado desde que murió y por ello mismo, su botiquín estaba intacto. Encontró un pequeño frasco, verificó la caducidad y aun estaban vigente las gotas que el anciano Peterson tomaba para la hipertensión pulmonar que padecía.

Sonrió recordando que el sildenafil también servía para la disfunción eréctil.

—¿Quieres vivir humillándome? —dijo mientras llegaba a la cocina y colocaba la tetera y agregaba unas gotas a los vasos de ellos—. Vamos a ver quién termina humillado esta noche. ¿Quieres una erección? Haré que la tengas, miserable.

Preparó una cargada, muy cargada, infusión para estreñimiento, y la colocó en el vaso para después colocar el alcohol.

El sildenafil puede causar diarrea, erecciones y con el té, seguro que vas a necesitar un pañal —dijo enfadada mientras su esposo gritaba que le llevara otro trago.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo