Charlotte miró por la ventana como cada mañana desde hacía dos años, solo que ese día era especialmente tenso, no solo porque era su aniversario de bodas, sino porque también era el segundo aniversario en el que la pasaría sola como desde que se había casado con Maximilien, quien desde hacía mucho ni siquiera era capaz de responderle las cartas.
Al principio fue difícil para ella lidiar con las habladurías, la gente decía que la habían dejado tirada porque seguramente no era virgen y el novio lo descubrió; otros decían que ella tenía una amante, otros que su esposo la tenía. Cada persona se hacía una historia diferente y claramente cada una más ridícula y humillante que la otra.
Durante semanas se habló en todos los medios de como el novio no dio la importancia suficiente a la boda y no se presentó, aunado a eso, no había un hijo y para familias tan poderosas como los Peterson, un heredero lo era todo.
Sus ojos se cristalizaron ante el abandono en el que estaba sometida, ni siquiera el personal la respetaba, podía escuchar las risillas, los murmullos y las miradas de lástima que recibía cada vez que se aparecía.
En esa casa era un mueble más, uno sin ninguna importancia y ella no podía estar más infeliz, pero que más daba, se dijo, lo hecho, hecho estaba y faltaban todavía doce meses para que el matrimonio terminara de una vez por todas.
Más de una vez lo leyó, buscando alguna traba para ella al cabo de los tres años, pero no halló nada, por fortuna y se dijo que todo lo que podía hacer, era aguardar el momento oportuno para largarse de una vez por todas lejos de su esposo.
En dos años y por mucho que lo intentó, ella aún seguía guardando un poco de amor para él, también esperaba que su marido le escribiera, se disculpara y comenzaran de nuevo, pero no pasó y su ausencia solo hizo que el personal le mirara como una basura.
Por una parte, lo entendía, todos en esa casa la veían como aprovechada, como la mujer que sacó provecho del antiguo dueño y aunque antes nunca nadie le trató mal debido a que el hombre que le protegió impedía malos tratos, siempre creyó que todos la veían como una mercenaria aprovechada.
Sin embargo, en ese momento, cuando el dueño de la casa y la fortuna era otro, las cosas cambiaron. Todo el personal la toleraba pero eran ásperos con ella.
En dos años no había recibido una sola señal de vida de su esposo. La última carta y correo los recibió dos días antes de la boda. Lo había leído tantas veces que ya se sabía de memoria el texto o más bien y cada día revisaba su correo o la correspondencia para saber si le había escrito de nuevo; sin embargo, nunca obtuvo nada de nuevo.
—Señorita Charlotte. —La voz del ama de llaves hizo que se girara a verla. Le molestó la soberbia con la que la mujer le miraba, pero entendía que su lealtad solo estaba del lado de los Peterson—. El señor Maximilien ha llamado para informar su llegada.
—¿Qué? —preguntó ella girándose de inmediato y con los ojos muy abiertos—. ¿Cu… cuándo llegará?
—Posiblemente en un par de horas —contestó la mujer mayor mientras Charlotte mantenía los ojos sobre ella—. Le aviso para que esté preparada para recibirle.
—¿Espera que salga a recibirlo como si fuera un rey? —preguntó Charlotte con su mal humor evidente—. ¿Me pide que salga a recibir al hombre que en dos años jamás me ha dado una señal de existencia?
—Es exactamente lo que pido —contestó la mujer de mala gana—. Esas fueron las indicaciones del señor.
Charlotte apretó los labios y sin decir absolutamente nada, salió de ahí rápidamente, dejando a la joven sola y sintiéndose más humillada que nunca.
Por su parte, la joven se arregló un poco el cabello y esperó en lo que ella llamaba su jaula de oro a que le avisaran de la llegada de su marido.
No tuvo que esperar mucho puesto que más pronto que tarde, llegaron a decirle que el auto de su marido, estaba arribando por el sendero.
Se levantó entonces de la cama y bajó con toda la calma del mundo hasta el vestíbulo donde el personal estaba completamente solícito y listo para recibir a su Amo, como perros amaestrados, se dijo.
Se paró al frente, tomando su lugar y esperó a que su marido arribara hasta la puerta, así que en cuanto vio el carro llegar y detenerse frente a la entrada principal, sus latidos se dispararon, no supo si porque estaba furiosa, porque tenía miedo o porque aún estaba enamorada de él.
Las puertas de auto se abrieron y de ella bajaron cuatro hombres, entre ellos el abogado que se presentó a su boda, otro hombre que supuso era el chofer, uno más con aspecto de matón y otro hombre alto, que no supo cómo describir.
Maximilien bajó del auto y por primera vez se encontró con la mujer que ahora era su esposa. Le pareció tan pequeña y tan insignificante, incluso con esa ropa tan sencilla e insípida que se ponía, era como si aun fuera una cría colegiala.
Charlotte le parecía tan poco interesante, incluso desde el momento en que recibió el primer correo para decirle una sarta de tonterías en las que aclaraba que estaba conforme con el matrimonio y además llenó de halagos innecesarios el texto, pero a fin de cuentas, tomó aquello como lo que era, una estupidez, y comenzó a hacerle cartas estúpidas a través de su amigo, quien las escribía para él.
Por su parte, la joven estaba hiperventilando y supo cuál de todos era su marido desde el momento en que el hombre fijó la vista en ella y la recorrió de arriba abajo.
Le pareció que era incluso más guapo de lo que había imaginado. Cuando lo vio quitarse las gafas de sol, pudo observar sus ojos completamente azules y las enormes pestañas que los rodeaban.
Su oscuro cabello y su blanca piel acentuaba aún más la belleza de sus ojos. Su altura y el cuerpo completamente musculado dejaba claro que su marido era un hombre que se comprometía con su cuidado y apariencia.
Le dio una sonrisa débil, esperando que este la devolviera, en cambio, Maximilien la observó desde su lugar y le miró como si fuera una bolsa de basura que no merecía ni un segundo de atención, al menos eso hizo durante unos segundos antes de ver a los hombres que le acompañaban y seguir su camino hacia la entrada.
La azulada mirada del hombre se colocó sobre ella cuando se posicionó a su lado. Charlotte solo atinó a levantar sus azules ojos hacia él para enfrentarlo y no supo para qué, en realidad, pero le miró.
Volvió a sonreírle y bajó la mirada unos segundos, abrumada por las sensaciones.
Una especie de amor y odio a partes iguales se apoderó de ella, quien no tuvo de otra que volver a verlo.
Lo vio esbozar una sonrisa esta vez, pero no fue una amable, fue una risa de burla. Una que pudo ver, se contagió a su gente, puesto que la vio, después giró a verlos a todos y luego volvió a reír, como si les dijera que se avergonzaba de su esposa.
—Bienvenido —dijo Charlotte en un acto de amabilidad y tratando de contener el llanto.
—Me das la bienvenida a mi propia casa, mi amor —replicó su marido, haciendo especial hincapié en las palabras mi amor, con un deje irónico—. Tal vez no te has dado cuenta, pero esta siempre ha sido mi casa, no importa cuánto te haya hecho creer el viejo que eras alguien de la familia, no lo eres. El único Amo de esta propiedad soy yo, a quien obedecen es a mí y todo lo que ves aquí, me pertenece, incluyéndote. No gozas de ningún privilegio en esta casa, eres tan irrelevante o más insignificante que cualquier otro sirviente. Ya estoy aquí y te aseguro que las cosas van a cambiar por si pensabas que eras alguien importante.
—No voy a permitir que me trates como si fuera cualquier cosa —declaró ella tratando de imponerse—. Soy tu esposa y…
—¡A mí, me vas a permitir cualquier cosa, porque así lo decido y porque no puedes irte de esta casa hasta que a mí me dé la gana! —amenazó con un tono tan severo y acercándose a ella a solo un palmo de su cara, dejando que Charlotte sintiera el amaderado olor de la bebida y el ligero aroma a tabaco, los mismos aromas que en la correspondencia, Maximilien dijo odiar—. Ahora soy yo, quien te da la bienvenida a nuestro peculiar nidito de amor, querida esposa.
Charlotte le miró con los ojos muy abiertos. No entendía por qué estaba tan agresivo, irónico y grosero. Tampoco sabía a cuenta de qué venía todo ese maltrato, pero no pensaba permitir que Maximilien le pasara encima. Si quería una guerra, entonces le daría una batalla legendaria.
Charlotte se limpió las lágrimas antes de entrar a su habitación, estaba tratando de calmarse luego de que su marido le humillara frente a todos los empleados.Sentía rabia y dolor, pero estaba enamorada de él, siempre lo estuvo y cada parte de sí seguía creyendo que era el amoroso hombre que le escribió cartas de amor.Recordó las palabras de su protector, el padre de Maximilien, antes de morir:«—Mi querida, Charlotte —musitó el cansado hombre mayor a la joven a la que amaba como una hija más y a la que había cobijado junto a su hermana una década atrás luego de que quedaran huerfanas, como una promesa a su mejor amigo, aunque en el fondo sabía que lo hacía para llenar el vacío que su propio hijo había dejado quince años antes al irse de su lado—. Promete que te casarás con Maximilien, él mismo lo ha pedido y la única manera en que puedo protegerte de mi interesada familia, es convirtiéndote en mi nuera. —Yo no estoy segura de que sea lo correcto —manifestó temerosa, tomando la mano
Durante algunos segundos, Charlotte solo miró al frente, furiosa y visiblemente confundida con todo lo que había escuchado. Levantó la vista hacia el cuadro de su hermana River, sintiendo el puñal de la traición clavarse profundamente en su interior, perforando su corazón para siempre. Trató de tranquilizarse, sobre todo cuando el sonido de la puerta y la voz de la servidumbre le hizo darse cuenta de que su esposo cumpliría su palabra y la haría bajar a la fuerza si no lo hacía por voluntad propia—Un momento por favor, ahora bajo —dijo desde su lugar. Se envaró en su sitio, fue al baño, se lavó la cara, respiró profundo y avanzó hacia la puerta. Dio un último suspiro al salir de la habitación y caminó hasta la planta baja, bajando las escaleras con lentitud pasmosa, como si con ello alargara el momento por siglos. Mientras bajaba podía ver el inmaculado rostro de su esposo, aunque él no podía verla a ella puesto que Charlotte, lo veía en el reflejo de los cristales; sin embargo, no
Marcus enarcó una ceja al escucharla, incluso Maximilien la observó al verla tan agresiva en sus respuestas. A Maximilien le pareció que su mujer parecía imperturbable, como si aquello no le hubiera hecho ni pizca de mal y eso le sentó terrible, mientras para Marcus, el carácter de la esposa de su amigo resultó fascinante. El herededor de los Peterson vio el comportamiento defensivo de su esposo y para él fue solo un aviso de que tenía enfrente a un alacrán más ponzoñoso de lo que imaginó. Cuando terminaron de cenar, Maximilien se puso de pie y con toda la arrogancia que tenía, retiró el plato a su esposa. —Vas a ponerte más cerda —declaró y ella apretó los labios, pero finalmente tomó la servilleta y se limpió—. Lava los platos para que al menos hagas ejercicio y desde hoy te encargarás de las tareas de la casa, total el aspecto de vagabunda ya lo tienes. En fin, saldré un rato y cuando vuelva quiero todo limpio, sin excusa ni pretexto, voy a divertirme con mujeres de verdad.Char
Maximilien bebió el licor sin darse cuenta de nada, mientras tanto, Charlotte miró a ambas mujeres quienes atendían a su esposo sin importarle lo humillante que era para ella y mucho menos sin tomar en cuenta cómo podía sentirse de verlas ahí. Por su parte, Marcus estaba dormido en el sofá, producto de la terrible borrachera que traía encima, por lo que la mujer que le acompañaba tuvo que alejarse y en ese momento prestaba atención a Maximilien, el único que se mantenía en pie de los dos; lo besaba y le prodigaba toda clase de caricias gimiendo de manera exagerada con cada rose del hombre, a tal punto que Charlotte se vio rodando los ojos ante la, tan mala, actuación que estaba dando en ese momento. Se retiró de nuevo a la cocina y solo se detuvo unos segundos al ver que las mujeres estaban prácticamente semidesnudas, una de ellas, incluso, tenía los senos al aire y su esposo le daba toda su atención a las tetas de la suelta mujer, misma que no podía ser de otra manera más que vulgar
—Dímelo tú —replicó su marido intentando no perder la compostura ante lo que él consideraba el cinismo de su esposa—. Mi viejo padre me odió toda su vida, no me quiso nunca, no importa cuando engañara a todos, las cosas fueron así. Me obligó a casarme contigo bajo la amenaza de que me desheredaría para dártelo todo y yo no soporté tantos años sus desplantes y maltratos solo para quedarme sin nada.—Él dijo que tú lo habías pedido —corrigió la joven, quien para ese momento no entendía nada en absoluto—. Tu padre dijo que eras tú quien deseaba sentar cabeza y que me habías sugerido como potencial esposa.—Qué estupidez, ¿por qué habría de desear como esposa a una usurpadora? ¡Mintió como siempre! —gritó enojado y ella retrocedió ante la furia de sus palabras—. Yo estaba con tu hermana y sabía que él nunca lo apoyaría, porque así era el cascarrabias, no aprobaba nada que yo quisiera, incluso si era bueno.—Es que todo esto no tiene sentido. —Charlotte sollozó sin poder contenerse.—Da igu
La arrastró del cabello por el vestíbulo y frente a la servidumbre, quienes sintieron un poco de pena de ver la furia del hombre desatarse.Maximilien abrió la puerta principal para posteriormente tirar de su cabello de Charlotte hasta hacerla caer y arrastrarla de la entrada hasta la verja que daba a la calle, abrió y la lanzó sobre la acera, a gritos, con un escándalo que despertó a sus más cercanos vecinos, quienes curiosos se asomaron por sus respectivas ventanas a mirar lo que pasaba. Era medianoche y ni siquiera le dejó sacar su bolso para obtener dinero. Sin importarle, incluso, lo que pudiera pasarle siendo tan tarde.Afuera, los vecinos comenzaron a encender sus luces, con descaro y, luego de escuchar el escándalo, sobre todo porque Maximilien gritaba para que todos escucharan, como si esa fuera su intención.Charlotte no pudo más que llorar de la vergüenza que sentía, ahí tirada en la acera, con la ropa sucia, despeinada y avergonzada sintió que quería morirse al ser el centr
—No hay nada que me haga pensar que usted necesita ayuda de la que creo que imagina que yo estoy intentando darle —añadió Marcus en su defensa—. Mis intenciones, no soy aprovecharme de usted para hacerle creer que necesita un protector. En realidad, es solo estoy haciendo lo que cualquier ciudadano habría hecho, ofrecerle ayuda para que pueda ir con bien.—Como ya le dije, puedo pedir un taxi para ir a la casa de una amiga —replicó Charlotte, pero en el fondo le acompañara. —¿Y por qué no lo pidió? —inquirió Marcus a sabiendas de que el taxi pudo llegar hasta su casa si pagaba lo suficientemente alto como para que rodeara la propiedad por la carretera principal; no obstante, era claro que fue echada sin dinero y tendría que caminar.—Eso no es de su incumbencia —contestó ella y siguió su camino. Marcus suspiró y se arrepintió de ser partícipe del juego de su amigo, pero en el fondo sabía que a Maximilien algo le provocaba leer sus cartas y correos, no en vano los leía más de una vez
Con la plena seguridad de que su amiga no se molestaría ni le reclamaría por haber visto las fotos sin permiso y luego de quedarse un poco sorprendida por su actuar cuando le contara lo que había pasado, no pudo evitar que las alarmas se dispararan y formaran un poco de duda. Era como si su amiga no estuviera sorprendida de los hechos o más bien, como si quisiera hacerla disuadir.Aquello para ella fue un pincho en el corazón, pero no quería pensar mal de Magdiel, aun así y, a pesar de que Charlotte era consideraba su mejor amiga, algo le instaba a buscar, por ello y luego de darse cuenta de que no habría nada que ella pudiera ocultarle, decidió ver los recuerdos de su amiga, abrió el álbum para ver los recuerdos de Magdiel. Se encontró con muchas fotos en varias etapas de su vida y en diversos lugares. Sonrió y al mismo tiempo pasó las páginas rápidamente, dando un vistazo a cada foto y se detuvo cuando una de ellas atrajo su mirada. Era Magdiel, abrazada a River, su hermana. Le so