Capítulo53
La voz de Julieta no era alta, pero Dalia la oyó claramente.

En opinión de Dalila, hoy en día Julieta no era nada más que un juguete cautivo. ¿Cómo tenía coraje de clamar contra ella?

—Julieta, no olvides que Leandro me pidió que me encargue de tus comidas. ¿Quieres morirte de hambre?

Julieta ni le hizo caso, y metió su cabeza debajo del cobertor.

Dalila, quien estaba fuera no podía oír el movimiento de dentro, y se quedó descontenta. Entonces preguntó con una sonrisa:

—¿No estás curiosa por saber dónde tiré los restos de don Camilo? Ese viejo se metió en donde no le llaman. Así que lo arrojé al mar para alimentar a los peces. Probablemente ya no quedan ni los huesos. ¿No te sorprende? En cuanto a la caja, ya me deshice de ella; las pruebas que necesitabas han desaparecido. ¿Estás enojada?

Julieta agarró la colcha y apretó los dientes para aguantar el enfado de su corazón.

“¡Dalila! No la dejaré vivir. Mientras aún me quede aliento, la mataré, aunque acabe siendo enviada a prisión por
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