Capítulo 4.

Me siento estúpida, totalmente estúpida en cuanto salgo del apartamento. Me meto al ascensor y en cuanto las puertas se cierran no puedo evitar sentirme sucia, observo el sobre y los billetes dentro de él y me entran arcadas. Pensé que no tendría que pasar por esto, que lo recordaría con gusto, que tanto él como yo lo habíamos disfrutado y que recibir el sobre no iba a causar nada en mí porque mi hermanita tendría su operación y yo… bueno, yo el recuerdo de una buena experiencia.

Soy estúpida porque de ninguna manera nada cambiará el hecho de lo que pasó en aquel apartamento; él me compró y no hay más explicación a lo que pasó. El ascensor se detiene a lo que salgo de él, atravieso el lobby del edificio y salgo, en cuanto lo hago el hombre que nos trajo hasta acá se acerca.

—Con gusto la llevaré a donde desee, señorita.

—Tomaré un taxi —respondo cortante. Él frunce el ceño.

—El señor me pidió que la llevara.

—Dudo que eso haya pasado —le contesto—, voy a tomar un taxi.

Me alejo de él tan rápido como puedo y me acerco a la calle, para mi suerte, observo el taxi, lo detengo para subir en el e irme lo más rápido posible de aquí. Le indico la dirección al conductor y simplemente me mantengo en silencio en el camino tratando de olvidar lo que sea que me pase, lo que sea que me haya afectado tanto de esa conversación que escuché y simplemente me concentro en Lizzi y que tendrá su operación.

La chica revisa con detenimiento los documentos necesarios para la operación, revisa la consignación del dinero, revisa el expediente de mi hermana hasta que al fin levanta la mirada con una expresión de aprobación para finalmente regalarme una sonrisa.

—Todo está perfecto. El doctor le explicará con más detalle, pero la operación se realizará el día de mañana ya que es prioritaria y que todos los filtros están correctos, esto se le informe con el fin de que no haya confusión respecto a la primera valoración donde se le indicó que se le indicó que la niña estaría en observación por una semana —me explica detalladamente.

—Por supuesto, todo claro.

—Tomaremos el día de hoy para realizarle algunos exámenes físicos a la pequeña, tomas de sangre, radiografías todo para descartar cualquier infección reciente ¿cierto? Además, es importante que tenga en cuenta que la cirugía tiene una duración de aproximadamente cuatro a siete horas, y el tiempo de hospitalización oscila entre los siete y los veinte días, sin embargo, debo aclararle que son datos genéricos, todo depende de cada paciente. Después de la cirugía se le darán más detalles. ¿Tiene alguna duda?

—Sí, ¿con el dinero que le acabo de cancelar cubro solamente la cirugía? —ella asiente con una sonrisa.

—Así, este procedimiento no lo cubre su seguro por lo que usted deberá cancelar los días que la paciente permanezca en una habitación normal puesto que los días que estará en cuidados intensivos para monitorear todo, no tienen ningún costo para usted. Asimismo, todos los cuidados, tratamientos y medicamentos que la paciente requiere post cirugía.

—Por supuesto —susurro—, ¿puedo verla?

—Sí, claro, tiene diez minutos antes de que los exámenes comiencen.

—Gracias.

Me alejo del mostrador de mármol frío y toco dos veces antes de entrar a la habitación de Lizzi.

—Hola pequeña —digo antes de acercarme, lo hago, sentándome a su lado—. ¿El doctor estuvo aquí?

Sep —exclama luego de un suspiro—, me dijo un montón de cosas, algunas que entendí y otras que no, pero en conclusión me operará mañana.

—Lo sé, cariño —ella asiente y baja la cabeza levemente, incluso haciendo un leve puchero—. No debes tener miedo, Lizzi, todo saldrá bien.

—Lo sé, sé que estaré dormida y no sentiré nada, pero tú no estarás allí, eso es lo que me asusta. Tú siempre estás por y para mí.

Lizzi es una chica extraordinaria, cuando hablo con ella a veces siento que lo hago con alguien mayor. Siempre tan sensata, tan gentil, tan amable. Es como mi madre.

—Yo voy a estar aquí —toco su pecho, donde está su corazón. Ella alza las cejas.

—¡¿En el corazón malo?! Pero si lo van a votar —contesta a lo que río.

—Sabes a lo que me refiero. Quise hablar contigo porque debo decirte algo. Te harán exámenes hoy —ella asiente—, pero no podré acompañarte, no te preocupes estaré cada minuto de tu operación aquí mañana, pero hoy no, descuida, estarás bien con el doctor.

—¿Por qué no puedes estar aquí?

—Debo solucionar algo en uno de mis trabajos, antes de ir al otro. Te lo expliqué, Lizzi, este es solo el comienzo, tendré que trabajar muy duro por ti, por nosotras.

—Sé que esto es caro y no tenemos dinero, no entiendo por qué tuve que nacer con un corazón dañado.

—Porque tienes mucho amor que no cabe en él —le respondo y ella sonríe con esa sonrisa que me mata.

Al llegar al club lo veo muy distinto a todas las veces; es de mañana así que las luces están apagadas, la música es inexistente, lo sillones están apilados y las chicas del aseo barren el escenario principal. Saludo a un par de chicas que practican pole dance en el escenario más pequeño, pero antes de hacer cualquier parada me dirijo directamente hacia la oficina de Amanda. Toco dos veces la puerta y escucho su voz invitándome a pasar.

—¡Jenn! —se sorprende al verme—. Estaba por llamarte. Siéntate —yo lo hago.

—Vengo de la clínica, operan a Lizzi mañana —ella sonríe.

—¡Eso es estupendo! Vaya, me alegro mucho.

—Sí, pero no vengo a hablar de eso…

—Te dije que te pagaría muy bien —me interrumpe antes de que pueda continuar—. Incluso hablé con él.

—Sí, sé que lo hiciste y sé que te dijo lo mucho que odió estar conmigo —ella suspira.

—No creí que diría eso frente a ti.

—No lo hizo —me apresuro a contestar—, pero se aseguró de que escuchara.

—Escucha, no encontrarás nada igual a él aquí, es poderoso y muy rico, yo sé por qué te lo digo. Hablé con él de nuevo, le pedí que te diera otra oportunidad.

—¡¿Qué hiciste qué, Amanda?! ¡Yo no quiero volver a ver a ese hombre! —exclamo totalmente enojada—, ni a ningún otro, yo bailo, yo no soy una puta. No tenías derecho de hacer eso.

—Lo hice por Lizzi.

—¡¿Por Lizzi?! Lo lamento Amanda, pero sé que si yo bailo no ganas nada, si me acuesto con él, con cualquiera, tengo que darte parte de dinero.

—No puedo obligarte a que me creas, Jennifer, pero lo hice por ella. Sabes que no es solo la operación, es el comienzo. Necesitas dinero y él te lo puede dar. Él está de acuerdo, quiere verte esta noche.

—No. —respondo con frialdad. Me levanto de la silla y le tiendo el mismo sobre que me dio con su parte del dinero. Ella lo toma—. Aquí tienes, te agradezco lo que hiciste por mí, pero renuncio.

—¡¿Qué?! —puedo sentir enojo en ella.

Opto por no responder nada e intentar irme, pero su voz me interrumpe.

—¿De qué vas a trabajar, Jennifer? ¿De mesera? ¡Ni mil mesas que limpies te darán lo que él te paga! —me doy la vuelta y la miro directamente a los ojos.

—Entonces limpiaré dos mil.

En cuanto salgo del club sus palabras me retumban; tiene razón, mi otro trabajo de mesera no me alcanzará ni para un solo medicamento de Lizzi, pero sé que Alex viene todo el tiempo y no quiero verlo, no quiero gastar mi talento en un escenario que no me aprecia. No quiero esto para mi vida y sinceramente también puedo elegir mis gustos sobre los de los demás. Lizzi ya tiene su operación, me las arreglaré con lo que falta.

Hoy es la operación de mi hermana, ayer luego del club fui a la cafetería y pedí turno completo, me lo dieron sin rehusarse, pues necesitaban el personal, ahora trabajaré todo el día allí, si embargo, hablé con José, mi jefe y fue bastante comprensible con la operación de Lizzi así que iré mañana. Sé que debería quedarme con ella, son días decisivos, pero de lo contrario no podré pagar su habitación. Sé que ella lo entiende.

Hace casi dos horas que Lizzi está en cirugía y yo tengo los pelos de punta. Estoy en la sala de espera que es bastante cómoda, pero mi cuerpo no puede relajarse. La niña de mis ojos está indefensa y débil en una cama y yo no puedo hacer nada por ella, solo esperar y es lo que me genera impotencia, el no poder hacer nada, el no poder estar con ella, el tener que convertirme en una persona paciente cuando no lo soy. Me estoy volviendo loca y ni siquiera he esperado la mitad de todo el tiempo que tendré que esperar.

Me refugio en mis pensamientos, en los buenos, en tenerla en mi mente. Recuerdo cuando nació, cuando mis padres llegaron a casa con ella, yo me moría de la felicidad, era una niña y era todo lo que quería una hermanita. La había estado esperando por mucho tiempo después del parto, porque tuvo que quedarse hospitalizada por su problema que en ese tiempo los doctores describieron como algo banal, algo que no tenía importancia, pero empeoró, mis padres murieron y me quedé sola. Me convertí en mamá sin querer serlo, pero nada, nada de lo que he hecho, de lo que he sacrificado ha hecho que me arrepienta de haber estado feliz el día que la vi por primera vez. Fue el mejor día de mi vida.

Decido levantarme del sillón de la sala de espera e ir por un poco de café. Tal vez pueda hacerme respirar mejor. Llego a la sofisticada cafetería de la clínica y compro el café, sin embargo, trato de no demorarme demasiado pues quiero estar atenta en todo momento a la operación de mi hermana así que me vuelvo a llegar al lugar donde me encontraba, pero me llevo una sorpresa que no esperaba ver. Lo veo caminando hacia mí, con su traje hecho a la medida, su chofer camina detrás, pero yo solo puedo verlo a él. Dejo el café en la pequeña mesa de centro y acorto la distancia en cuanto él está más cerca.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto intentando que no note lo nerviosa que me he puesto. Él observa atentamente el lugar y sonríe de medio lado. ¡Carajo! No entiendo por qué tiene que hacer eso.

—Es una clínica costosa. No se parecen a las del gobierno.

—¿Y qué con eso? —le respondo a lo que él me mira.

—Me pregunto cómo la pagas. Solo eso.

¿Qué?

—Eso no es tu problema. Te hice una pregunta, ¿Amanda te dijo que estaba aquí?

—Son dos preguntas ahora. Escucha, Amanda no me dijo nada, puedo averiguar lo que me plazca de una persona al chascar los dedos. No se me hizo difícil encontrarte después de que me dejaste plantado ayer.

—Ya yo no trabajo en ese lugar —contesto alejándome de él y sentándome en uno de los sillones. Él por su parte se queda de pie.

—Eso dijeron, pero tengo entendido que pagaba bien ese trabajo y ahora viendo este lugar, sabiendo a quién tienes aquí sigo preguntándome cómo piensas pagarlo. Sé que lo que te di esa noche pagó la operación, pero ¿qué hay del resto? No creo que te haya quedado dinero —me levanto rápidamente del asiento y me acerco a él.

—Oye, Alexander, no voy a permitir que vengas aquí a restregarme tu puto dinero en mi cara, puedes hacer con él lo que quieras, pero escúchame muy bien, ni si fueras la única persona en el puto mundo que pudiera ayudarme con mi hermana volvería a coger contigo, de todas formas, no te gustó ¿cierto? No sé que haces aquí —él se ríe y eso hace que mi enojo aumente.

—Es eso, destruí tu pequeño ego —contesta con su puta sonrisa burlesca—, no entiendo por qué, no eres especial Jennifer, no eres más especial que cualquier puta de ese lugar.

Sin previo aviso, incluso para mi sorpresa, levanto mi mano y la estampo en su mejilla. Su rostro da media vuelta, pero rápidamente vuelve a mirarme con aquella sonrisa. Su chofer intenta acercarse, pero él levanta su mano deteniéndolo. Se acerca mucho más a mí, tanto que estamos a escasos centímetros de besarnos.

—No debiste hacer eso —susurra—, porque cuando estás acostumbrado a tenerlo todo, en el momento en que se te niega algo pierdes los estribos y no me conoces cuando pasa eso —se aleja—. No te preocupes, nos vamos a volver a ver y te juro que será en mi cama, no cierto, a ti te gusta hacerlo en los sofás.

Alex se aleja seguido de su chófer, mientras que yo me quedo casi temblando, en una mezcla de ira y nerviosismo. No entiendo cómo pude pegarle, pero tiene razón. Es muy probable que tenga que estar con él, aún cuando mi cerebro dice que no, pero mi cuerpo dice que sí.  

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