Capítulo 38

Zebela

Caminé junto a Zael hasta el comedor, arrastrando una ansiedad que se había instalado en cada rincón de mi cuerpo. La anticipación de volver a verlo me tenía temblando, con las manos húmedas de sudor y la mente invadida por imágenes caóticas de las que luchaba por liberarme.

Desde el momento en que cruzamos el umbral, todas las miradas se volvieron hacia nosotros. Los comensales detuvieron sus conversaciones, sus ojos fijos en cada uno de nuestros movimientos. La incomodidad se intensificó, como si el aire en la sala se hubiera vuelto más denso.

Me sentí desnuda bajo el peso de sus juicios. La desaprobación se reflejaba en sus gestos, y en sus miradas se percibía una mezcla de rechazo y repulsión que me dejó helada.

De repente, un impulso me invadió: quería salir corriendo. Pero mis piernas permanecieron inmóviles, ancladas al suelo, mientras mi mente se debatía entre el pánico y la indecisión. No sabía qué decir ni qué hacer.

Mis ojos buscaron al alfa en la cabecera de la mesa
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