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Capítulo 4 - Vuelven las amenazas

Salí del baño, José Eduardo me esperaba al pie de las escaleras. Mi hogar era grande. Hace tres años la compramos y la personalizamos, tenía un patio grande, cuatro habitaciones, más las tres de servicio en la planta baja. Despacho, cuatro baños más el de servicio, patio, dos salas, comedor, cocina, garaje, era mucho más pequeña que la de Maju, y la de mis padres, ni que decir la de mis suegros en Valledupar.

Tanto José Eduardo como yo, somos del pensar en que una casa grande para nosotros dos solos sería deprimente. Yo adoraba la casa, era mi templo sagrado, donde me sentía segura, donde las ilusiones de los dos estaban en cada rincón. Porque cada lugar tenía nuestra huella, sudor y jadeos, literalmente, hemos hecho el amor en cada rincón de nuestro hogar.

De la mano salimos al garaje. Me he acostumbrado a eso, a lo posesivo que era mi esposo, a muchas mujeres podría fastidiarle, pero en mí, esa necesidad de José de tenerme cerca fue de gran ayuda para mi terapia, por eso era y será mi salvador.

De camino al orfanato, me había dicho que pasaríamos por la trabajadora social y luego nos llevaría al lugar donde se encontraban los bebitos para ver con cuál nos encariñábamos. Las manos me sudaban, llegamos a tiempo, luego nos llamaron, nos hicieron firmar varios papeles, pasada la hora salimos en dirección al lugar donde conocería a nuestra hija. Los nervios se apoderaron de mí cuando José Eduardo se estacionó al frente de ese lugar.

—No tengas nervios. —dijo la trabajadora social, nos bajamos del carro—. Respire, cierre los ojos y pídale a Dios que la ilumine y escoger a la criatura que su corazón le haga palpitar.

Estaba acostumbrada a este tipo de lugares, no de niños, pero sí de jóvenes rehabilitándose, entre las varias funciones que me puso a hacer el padre Castro estaba en darle clase a los niños de una fundación que tienen problemas con las drogas. Mi clase era de arte, no tenía nada que ver con mi profesión de relaciones públicas, y me había dedicado a la finca raíz.

A esos quince chicos les he enseñado a pintar, por un año tomé varios cursos de diferentes técnicas de pintura, no podía llegar a enseñarles barrabasadas. —La mano de José Eduardo me apretó, no era la única nerviosa—. Había varias habitaciones, con tantos niños. Maju y sus amigos estaban construyendo varias escuelas y eso me enorgullecía, siempre de mi hermana mayor, la cual era un orgullo para mí.

También sabía de los planes de Virginia y a Alejandro, los cuales querían hacer una clínica diferente por petición de Eros. Veremos con que salen. Por mi parte, aunque nadie lo sepa, daba clases de pintura a varios grupos de jóvenes descarriados quienes trataban de enderezar su camino y eso sí que me había ayudado. Gran parte del dinero que me consignaba las empresas de mi padre eran para ayudar a en esos lugares.

Mientras caminábamos mi esposo y yo nos soltamos de las manos, él continuó hablando con la trabajadora social y yo ingresé a ese pabellón que tenía quince corrales. Uno a uno los fui mirando, la antepenúltima cuna era de una niña de unos seis o siete meses, jugaba con sus piecitos, apenas la bebita me miró, sentí algo en el pecho, la saqué de la cuna y balbuceaba, sus ojos eran negros al igual que su cabello, cachetona preciosa y en un acto de ternura, la bebé puso su cabecita en mi hombro, la piel se me erizó.

—Diosa, hay otros niños…

Me giré, mis ojos estaban llenos de lágrimas, la niña salió del escondite de mi cuello, apenas escuchó la voz de José Eduardo y le extendió los brazos, al mirarme afirmé, el labio me tembló, ¡quería llevarme a la niña ya!, pero… sé que se tardarán un par de semanas más. Ella apoyó su cabecita en el hombro de mi esposo.

—¿Lo sentiste? —afirmó—. La quiero a ella —mi marido me limpió las lágrimas que salían de mí sin poder contenerlas.

—Veo que esta bebita los conmovió.

—¿Cómo se llama?

—Ustedes pueden nombrarla como lo deseen.

—María Paula si era niña y Andrés Camilo si es varoncito.

Al inicio de nuestro matrimonio habíamos acordado los nombres de nuestros futuros hijos.

—¿Se durmió? —me preguntó y afirmé.

—Qué raro. —miramos a la mujer que ingresaba—, ella es una ternura, pero le cuesta dormir. —José Eduardo y yo nos miramos sin dejar de sonreír.

—Queremos que sea esta bebé nuestra hija. —dijo mi esposo.

—Y al parecer ella también los escogió. Continuemos con los papeles que ya no falta nada más que firmen.

—¿Cuándo nos la podemos llevar?

—Se puede tardar de tres a cuatro semanas.

—¿Y puedo venir a verla?

—No es recomendable. Apenas todo esté listo podrán venir por ella.

Le quité la niña de los brazos a José, la tomé en mis brazos, le di un beso en la mejilla gordita, mi esposo igual, la acosté, no quería dejarla, a esa bebé la necesitaba.

—Patricia, debemos firmar unos papeles, luego podemos comprar las cosas para su cuarto. —Sus brazos me envolvieron y nos quedamos mirándola dormir.

—María Paula se ve linda. —dije.

—La mamá de María Paula Villalobos L’Charme se ve preciosa cargándola. —Yo no sé qué tenía, pero andaba con mucha sensibilidad.

—Nuestra hija tendrá al papá más bello del mundo.

—Ya me metió al bolsillo.  

  Había pasado una semana desde que firmamos los papeles de adopción de María Paula, el fin de semana pasado no salimos de la casa, especialmente del cuarto de nuestra hija, nos quedó preciosa, aunque también hicimos otras cosas. El cuarto parecía el de una princesa, la gama de los rosados y los morados predominaban.

Ayer llegó la trabajadora social a ver cómo vivíamos, donde dormiría la niña y se fue satisfecha al ver que ya todo estaba listo para recibirla. Acordamos no decir nada en la familia para que sea sorpresa el día que en brazos la presentemos como una nueva integrante de la familia. En tres días sería el cumpleaños de Ernesto, harán una reunión en su casa. Mi celular sonó y no miré quién era.

—¿Diga?

—Estoy cansado de que ignores mis mensajes, correos y llamadas. —El corazón me latió a mil, ¡maldito karma! —. Te espero el doce de enero a las tres de la tarde en la dirección que te enviaré a tu correo. Si no llegas, todo el portafolio tuyo, con todos los hombres con quien te acostaste, se lo enviaré a tu marido.

—Ese día tengo un compromiso familiar.

—¡Eso no me importa!, mira Patricia, aunque tú nunca aceptaste acostarte con mujeres, ni participar en un trío, solo era un hombre por un par de horas. Siempre te buscaban y eso me generaba mucho dinero. Siguen solicitándote, hasta han ofrecido una millonaria cantidad para volver a estar contigo. Varios te han reconocido.

Esa era la razón por la cual pasaba tan paranoica, sentía muchos nervios de que se le acerquen a José Eduardo y le digan. Esa era la razón por la cual en el viaje la pasé tan feliz. Ir al club para mí era un martirio. Me avergonzaba decirlo, pero muchos hombres pasaron por mi cama, por eso no me gustaba ir a ese lugar a menos que fuera estrictamente necesario.

» ¡Ya sabes!, no me obligues a desenmascararte, ¿tenemos un trato?

Terminó la llamada. El mundo se me vino de nuevo al piso, las manos me temblaron, la imagen de quien podría ofrecerme un poco de calma y un buen consejo, vino a mí. Tomé mi celular.

—Padre…

—¿Patricia?

—¿En qué momentos del día puedo pasar para hablar con usted? Padre… Las llamadas y amenaza de Rodrigo volvieron.

—A las cuatro puedes pasar hija, tengo un par de horas antes de prepararme para oficializar la misa.

—Gracias. En la tarde nos vemos.  

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