José Eduardo, después de nuestro matrimonio por lo civil me dejó en la casa, él trabajaría todo el día, yo quedé de pasar por Emmanuel. Después de un largo beso pude salir del auto. Mis princesas me esperaban, corrieron a mi encuentro, también le di un beso a Eduardo José que gateaba feliz al verme. Era una sensación de regocijo tremendo.Me cambié de ropa y con mis tres hijos me fui al invernadero, las niñas pintaban; al verlas vi a Eugenia María acomodándose la pulsera que le había dado su padre una vez regresamos de Coveñas. Por primera vez me sentía realmente feliz; ya no tenía ese temor de que descubriera algo, o el miedo de que un hombre por hacer la maldad le dijera cosas inapropiadas a mi marido. Sin duda lo que tanto suele decir el padre, él siempre pregonaba una de las tantas frases que dijo el hijo de Dios. «La verdad os hará libres». Y ahora lo experimentaba en carne propia, ese refrán lo afirmaba con creces. Es cierto, el pasado no debe importar, siempre que no interfier
Vamos rumbo a la finca de mis suegros. Si antes era feliz con Patricia, ¡Dios! Ahora lo que vivíamos y experimentamos era plenitud. Salimos muy temprano, Emmanuel iba profundo con sus hermanos, y yo conducía con la mano de mi mujer entre las mías. Miré por el retrovisor, ver al niño dormido me gustó mucho.—Lo has notado, ¿verdad? —afirmé.—Ya no anda tan precavido, ahora está confiando en nosotros.—Se siente seguro. Eso es gracias a ti José Eduardo. —Le di un beso en la mano.—No voy a negarte que me gusta mucho cuando Emmanuel ingresa al despacho a realizar las tareas a mi lado. O cuando mis hijas gritan en dúo ¡Eh papá! Y ¿dónde me dejas cuando Eduardo sale gateando a mi encuentro? Ahora no solo quiero llegar temprano a casa a besar a mi mujer, sino a estar con ellos. No concibo la vida sin ellos en este momento, se siente increíblemente, me siento pleno, Diosa.—Yo sí que menos, tres no nacieron de mí, pero los adoro de igual manera. —miró hacia atrás—. Me alegra tanto ver a Emma
Nos habíamos quedado callados por varios minutos, mi hijo se había quedado dormido, luego de un gran suspiro hablé.—Es que las palabras, si hubiera, no existe. Por experiencia te lo digo primo, no existe, pero cuando eres el único culpable de haber perdido lo que amabas, se enraíza en tu ser la culpa hasta el punto de que jode el presente.—Entonces… ¿Lo de David es un mal de amor? No me salgan ahora que es por mi Bonita. —saltaron los celos de César y más de uno sonreímos.—¡No empieces!, sabes perfectamente la connotación de ese supuesto beso en ese entonces, ya fue aclarado que era para darte celos por lo que le hiciste. ¡Fin del tema! —Lo amonestó Alejandro—. Juré no decirlo, así como les tengo confesiones a cada uno de ustedes, tampoco faltaré a la que le hice a David.» Virginia también se compadece ante el tema, a mi Belleza le cuesta ver solo a un caballero, un poco menos atractivo que yo, siga solo. Sabemos que su pasado es un lugar grande, pero no le quita lo caballero que
Abracé el cuerpo de mi esposa enfundado en una exquisita mini bata de seda. Ya no dormíamos desnudos, porque en cualquier momento se nos camuflaban dos princesas y trepaban por la cama para meterse en medio de los dos. Con mi nariz le acaricié su cuello, debía levantarme para ir a trabajar, —después de la celebración del matrimonio de mi tío. Esa parrada fue increíble, Alejandro terminó ronco de tanto cantar, la comida y en sí el estar en familia fue suficiente para hacer de la reunión una magnífica velada—. Nos concentramos en el trabajo, la familia y nosotros.El aroma de mi mujer era un hipnotizador llamado, jamás me cansaré de ella, nunca tenía suficiente… —hace dos días nos reunimos con Virginia para decirles cómo deseábamos la nueva casa, la cual será bastante grande, la vi feliz, aunque aún no sabemos qué hacer con la actual vivienda, pero algo estaba claro. Patricia no quería venderla. Por eso la conservaremos—. Besé su cuello, mis manos se acercaban a mi perdición… Pero salió
Nos saludamos entre todos. —Bueno, ya estamos todos. —comentó César, después de darnos la mano con los recién llegados. —¿Ustedes les pasaron los agradecimientos a Alejo? —Sí. Respondimos más de uno. Mi primo salió de su oficina, no tenía idea con lo que saldrá, pero vamos a quedar sorprendido con lo que este loco hizo. —Tengo la leve sensación, que nos vamos a arrepentir por haberte delegado el regalo de Fernanda. —Más de uno soltó la carcajada ante el comentario de César. —No será así. Por favor caballeros, vamos a la sala de juntas. Nos miramos entre sí, esto parecía prometer. Nos enfilamos a seguirlo y la secretaria contenía las ganas de reírse. ¡Carajos! —Creo que, si nos vamos a arrepentir, —habló David. Al ingresar no había nada. Salvo un atril con una manta negra. —¿Orjuela? —dijo Carlos—. No veo nada. —Qué poca fe me tienen. Se acercó al atril, quitó la manta y vimos un cuadro en alto relieve con una chancleta… Literalmente una chancleta en bronce, muy bien hecha, i
Los brazos de José Eduardo rodeaban mi cintura, después de ese almuerzo quedamos con mucho sueño los dos, por eso decidimos encerrarnos en la habitación asignada y me alegró que fuera la última; así no escucharían nuestras locuras.Tenía dos semanas de pasar con mucho sueño y una vez nos encerramos me quedé dormida. Al abrir los ojos vi que mi marido me tenía prisionera de sus brazos fuertes, le acaricié el cabello azabache, luego las cejas. Lo adoraba, desde que lo vi esa tarde ingresando con Alejandro a la casa de mi hermana Maju.Desde ese entonces despertó en mí una extraña necesidad, porque no era la típica sensación de llevármelo a la cama. —En aquel entonces mi deseo estaba siendo controlado por los medicamentos que ya había iniciado a ingerir unos tres meses antes de conocerlo.Debo aceptarlo, mi vida cambió desde que el padre Castro se presentó en mi vida, de hecho, desde que conocí del Creador. El haber encontrado la fe fue el inicio de mi recuperación. —Yo sabía de mi condi
Era nuestra duodécima canción, estas integraciones me estaban gustando, la parranda se sentía en su furor, pronto serían las doce para desearle una vez más un feliz año a mi mujer. Tomamos un descanso, apenas bajamos de la tarima improvisada, busqué a mi esposa, ella le hacía cariñitos a su sobrina Maco, que mi cuñada no me escuche, delante de ellos la llamo por su nombre, era una copia exacta de Maju. Me encantaba la familia de mi Diosa. —llegué a su lado, la tomé de la cintura.—¿Preparándote para cuando tengamos a nuestra hija en brazos? —Le di un beso en la boca.—Cariño, esos trámites se demoran mucho, pero con todos los sobrinos que tengo ya estoy bien entrenada. —volví a besarla.—Dejen de ser exhibicionista, están ante un menor. —Nos dijo Maju, soltamos una carcajada—. Ya iban a ser las doce de la noche.Maju cargó a su hija y nos fuimos reuniendo cada uno en su núcleo familiar, se escuchó la animación de la emisora y la cuenta regresiva. Abracé más a mi mujer, me encantaba el
Llegamos hace tres días de Villavicencio, la pasamos increíble. Salí de la ducha, José Eduardo seguía en la cama. Corrí y me tiré sobre él.—Levántate flojo, debes trabajar.—Hoy no he tenido mi dosis de amor. —Sus ojos brillaron al ver que estaba desnuda—. Tramposa, te bañaste sin mí, debes pagar la penitencia. Pues lo siento, esposa mía, cobraré ahora mismo tu sanción.Salió de la cama, jaló mi pierna y como si no pasara nada me cargó como un bulto de papas, sacándome carcajadas, mientras nos dirigíamos a nuestro gigante baño me dio una nalgueada, abrió la ducha y aún conmigo sobre su hombro se mojó, con delicadeza me fue bajando.—¡Amor!, me dañaste el cepillado.Hice un puchero, la carcajada de mi marido se escuchó en todo el baño. Él adora mi melena y yo la detesto. —¡Ay, Diosa! Como me gustaría que pudieras meterte dentro del pecho, así supieras lo mucho que te amo y lo mucho que me pones con tus pucheros.José Eduardo me llevó a la pared, jamás me cansaba de él. Con mi espos