Capítulo 2 - Feliz Año Nuevo, mi amor

Era nuestra duodécima canción, estas integraciones me estaban gustando, la parranda se sentía en su furor, pronto serían las doce para desearle una vez más un feliz año a mi mujer. Tomamos un descanso, apenas bajamos de la tarima improvisada, busqué a mi esposa, ella le hacía cariñitos a su sobrina Maco, que mi cuñada no me escuche, delante de ellos la llamo por su nombre, era una copia exacta de Maju. Me encantaba la familia de mi Diosa. —llegué a su lado, la tomé de la cintura.

—¿Preparándote para cuando tengamos a nuestra hija en brazos? —Le di un beso en la boca.

—Cariño, esos trámites se demoran mucho, pero con todos los sobrinos que tengo ya estoy bien entrenada. —volví a besarla.

—Dejen de ser exhibicionista, están ante un menor. —Nos dijo Maju, soltamos una carcajada—. Ya iban a ser las doce de la noche.

Maju cargó a su hija y nos fuimos reuniendo cada uno en su núcleo familiar, se escuchó la animación de la emisora y la cuenta regresiva. Abracé más a mi mujer, me encantaba el olor de Patricia.

—Debo confesarte algo. He adelantado los trámites de adopción, muy seguro en un par de meses nos entreguen un bebé.

Ella se dio la vuelta, sus ojos grises brillaron cuando la gente gritó FELIZ AÑO y los fuegos artificiales en manos de expertos contratados por Aurelio se escucharon en el fondo, Patricia brincó a mi cuello para poder alzarse y besarme.

—Te amo, te amo, y siempre te lo digo, eres mi salvación.

—Fuiste tú quien me salvaste, Diosa. Feliz año, gracias por estos cuatro años y medio de un feliz matrimonio, prométeme que ya no te ausentarás, ni preocuparás por no poder tener hijos. —Vi tristeza en su mirada, su sonrisa fue forzada, volvió su tristeza no se parecía a la alegría y tranquilidad que tenía en nuestro viaje—. Patricia, ya vamos a ser padres.

—¡Feliz año hijo!

Mis padres nos interrumpieron abrazándonos, luego fueron mis suegros, mis cuñados, mi primo, mi tía y todos los presentes. El tema quedó ahí, era una sentencia silenciosa. Las risas, las anécdotas y los buenos momentos familiares que surgían en dichas fechas nos envolvieron en un manto de tranquilidad de nuevo. Bailé con mi mujer, a las cuatro de la mañana caímos rendidos en la cama.

Siempre dormíamos desnudos y eso dentro de poco iba a cambiar, con un bebé será diferente. Tocaron a la puerta, gruñí, ¿quién demonio sería el imprudente? —Me puse mi bóxer, arropé el cuerpo desnudo de mi esposa, ese trasero solo se lo veía yo. Una camiseta, pantaloneta y abrí, era mi primo.

—Voy a matarte.

—Van a ser las nueve.

—Bueno, ¿es que tú no duermes?

—Con tres hijos, eso es una utopía, si dormí dos horas, es mucho.

—¡Ah! Entonces que mi primo me apoye en la desvelada.

—Sería una buena idea.

—No jodas, Alejandro.

—Arréglate, todos los hombres vamos al pueblo. —miré a Patricia.

—Dame diez minutos.

Si algo le agradezco al ejército cuando presté el servicio militar por voluntad era que aprendí a bañarme y arreglarme en tiempo récord. Llegamos al pueblo, la idea era comprar lo que se necesita para hacer un paseo de olla. Habíamos salido David, Carlos, Deacon, Alejo, César, Vladímir, Benjamín, Aurelio y Gustavo.

—¿Quién va a preparar el sancocho?

—Nosotros. —comentó Deacon. Solté una carcajada.

—Vamos a intoxicar a nuestras mujeres, padre e hijos. —dije.

—Ten un poco de fe. —habló César.

—No sé si Aurelio, Vladímir, Deacon, Benjamín, David o Gustavo sepan cocinar, pero a mí se me quema el agua, a mi primo todo se le quema o le queda crudo, César de patacón no sale y Carlos solo sabe hacer arepas.

—Para eso están los tutoriales de YouTube. —Comentó César.

Solté la carcajada. Y eso hicimos, en un carrito de supermercado fuimos guardando el listado obtenido por internet de ingrediente y fuimos metiendo lo que se necesitaría, no medimos cantidades, solo guardamos y completamos dos carros con los alimentos para el sancocho, el tercero lo tenía yo comprando mecatos para los niños.

Según el itinerario apenas lleguemos a la hacienda salimos para un arroyo cerca de la hacienda de Aurelio. David se había quedado conmigo, al igual que Carlos. Poníamos las bolsas en el carro de comida chatarra, muy seguro lo terminaremos comiendo nosotros y no los niños. Al mirar al lugar donde estaban las carnes frías, se encontraba el tipo que había visto en la clínica la otra vez cuando estuvimos desesperados por la salud de mi sobrino Eros. No dejaba de mirarme y se reía. ¡¿A este pendejo que le pasaba?! Me acerqué.

—Disculpa, es la segunda vez que te veo y en las dos ocasiones me miras y te ríes, ¿acaso te gusto?

—No me gustan los hombres.

—Entonces, ¿cuál es tu problema? —David se había acercado a mí. Carlos también llegó.

—Solo me pregunto cómo logras vivir con una mujer como la que tienes, mis respetos. Yo no podría ser tan liberal.

—¡¿Qué m****a quieres decir?! —El tipo alzó la ceja.

—Vaya, veo que no conoces ni sabes nada. Deberías investigarla. —El corazón me latió a mil. El tipo volvió a reírse y se fue.

—¿Qué fue eso? —preguntó David.

—No tengo la más puta idea, pero no es el primer tipo que ve a mi mujer y luego a mí, para terminar, riendo como diciendo pobre idiota.

—Patricia es atractiva. Esos son los gajes de tener a una mujer bonita. Anda no le preste atención.

David bajó la mirada y se puso a meter salchichas, nuggets, chorizos y todo lo que se les antojó. Carlos me miró.

—Mira, eres de los hombres que hasta no estar seguro no dejas el tema ahí. Toma, —me extendió una tarjeta—. Es de uno de los mejores investigadores del país, el otro David, sin dejar a un lado a Jenaro, pero ese si lo contactas César lo sabrá y no se vería bien, llámalo, contrátalo, que te traiga la vida de tu mujer desde su nacimiento para que quedes tranquilo. Ahora olvidarás este encuentro y disfrutarás de la reunión familiar.

—Sí, tienes razón. No tengo queja de mi mujer.

Tomé la tarjeta. Terminaré de pasar el día tranquilo, apena llegue a Bogotá, contactaré al investigador. De todas maneras, esto podía ayudarme a entender un poco lo que le ocurre a Patricia.    

  

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