Era nuestra duodécima canción, estas integraciones me estaban gustando, la parranda se sentía en su furor, pronto serían las doce para desearle una vez más un feliz año a mi mujer. Tomamos un descanso, apenas bajamos de la tarima improvisada, busqué a mi esposa, ella le hacía cariñitos a su sobrina Maco, que mi cuñada no me escuche, delante de ellos la llamo por su nombre, era una copia exacta de Maju. Me encantaba la familia de mi Diosa. —llegué a su lado, la tomé de la cintura.
—¿Preparándote para cuando tengamos a nuestra hija en brazos? —Le di un beso en la boca.
—Cariño, esos trámites se demoran mucho, pero con todos los sobrinos que tengo ya estoy bien entrenada. —volví a besarla.
—Dejen de ser exhibicionista, están ante un menor. —Nos dijo Maju, soltamos una carcajada—. Ya iban a ser las doce de la noche.
Maju cargó a su hija y nos fuimos reuniendo cada uno en su núcleo familiar, se escuchó la animación de la emisora y la cuenta regresiva. Abracé más a mi mujer, me encantaba el olor de Patricia.
—Debo confesarte algo. He adelantado los trámites de adopción, muy seguro en un par de meses nos entreguen un bebé.
Ella se dio la vuelta, sus ojos grises brillaron cuando la gente gritó FELIZ AÑO y los fuegos artificiales en manos de expertos contratados por Aurelio se escucharon en el fondo, Patricia brincó a mi cuello para poder alzarse y besarme.
—Te amo, te amo, y siempre te lo digo, eres mi salvación.
—Fuiste tú quien me salvaste, Diosa. Feliz año, gracias por estos cuatro años y medio de un feliz matrimonio, prométeme que ya no te ausentarás, ni preocuparás por no poder tener hijos. —Vi tristeza en su mirada, su sonrisa fue forzada, volvió su tristeza no se parecía a la alegría y tranquilidad que tenía en nuestro viaje—. Patricia, ya vamos a ser padres.
—¡Feliz año hijo!
Mis padres nos interrumpieron abrazándonos, luego fueron mis suegros, mis cuñados, mi primo, mi tía y todos los presentes. El tema quedó ahí, era una sentencia silenciosa. Las risas, las anécdotas y los buenos momentos familiares que surgían en dichas fechas nos envolvieron en un manto de tranquilidad de nuevo. Bailé con mi mujer, a las cuatro de la mañana caímos rendidos en la cama.
Siempre dormíamos desnudos y eso dentro de poco iba a cambiar, con un bebé será diferente. Tocaron a la puerta, gruñí, ¿quién demonio sería el imprudente? —Me puse mi bóxer, arropé el cuerpo desnudo de mi esposa, ese trasero solo se lo veía yo. Una camiseta, pantaloneta y abrí, era mi primo.
—Voy a matarte.
—Van a ser las nueve.
—Bueno, ¿es que tú no duermes?
—Con tres hijos, eso es una utopía, si dormí dos horas, es mucho.
—¡Ah! Entonces que mi primo me apoye en la desvelada.
—Sería una buena idea.
—No jodas, Alejandro.
—Arréglate, todos los hombres vamos al pueblo. —miré a Patricia.
—Dame diez minutos.
Si algo le agradezco al ejército cuando presté el servicio militar por voluntad era que aprendí a bañarme y arreglarme en tiempo récord. Llegamos al pueblo, la idea era comprar lo que se necesita para hacer un paseo de olla. Habíamos salido David, Carlos, Deacon, Alejo, César, Vladímir, Benjamín, Aurelio y Gustavo.
—¿Quién va a preparar el sancocho?
—Nosotros. —comentó Deacon. Solté una carcajada.
—Vamos a intoxicar a nuestras mujeres, padre e hijos. —dije.
—Ten un poco de fe. —habló César.
—No sé si Aurelio, Vladímir, Deacon, Benjamín, David o Gustavo sepan cocinar, pero a mí se me quema el agua, a mi primo todo se le quema o le queda crudo, César de patacón no sale y Carlos solo sabe hacer arepas.
—Para eso están los tutoriales de YouTube. —Comentó César.
Solté la carcajada. Y eso hicimos, en un carrito de supermercado fuimos guardando el listado obtenido por internet de ingrediente y fuimos metiendo lo que se necesitaría, no medimos cantidades, solo guardamos y completamos dos carros con los alimentos para el sancocho, el tercero lo tenía yo comprando mecatos para los niños.
Según el itinerario apenas lleguemos a la hacienda salimos para un arroyo cerca de la hacienda de Aurelio. David se había quedado conmigo, al igual que Carlos. Poníamos las bolsas en el carro de comida chatarra, muy seguro lo terminaremos comiendo nosotros y no los niños. Al mirar al lugar donde estaban las carnes frías, se encontraba el tipo que había visto en la clínica la otra vez cuando estuvimos desesperados por la salud de mi sobrino Eros. No dejaba de mirarme y se reía. ¡¿A este pendejo que le pasaba?! Me acerqué.
—Disculpa, es la segunda vez que te veo y en las dos ocasiones me miras y te ríes, ¿acaso te gusto?
—No me gustan los hombres.
—Entonces, ¿cuál es tu problema? —David se había acercado a mí. Carlos también llegó.
—Solo me pregunto cómo logras vivir con una mujer como la que tienes, mis respetos. Yo no podría ser tan liberal.
—¡¿Qué m****a quieres decir?! —El tipo alzó la ceja.
—Vaya, veo que no conoces ni sabes nada. Deberías investigarla. —El corazón me latió a mil. El tipo volvió a reírse y se fue.
—¿Qué fue eso? —preguntó David.
—No tengo la más puta idea, pero no es el primer tipo que ve a mi mujer y luego a mí, para terminar, riendo como diciendo pobre idiota.
—Patricia es atractiva. Esos son los gajes de tener a una mujer bonita. Anda no le preste atención.
David bajó la mirada y se puso a meter salchichas, nuggets, chorizos y todo lo que se les antojó. Carlos me miró.
—Mira, eres de los hombres que hasta no estar seguro no dejas el tema ahí. Toma, —me extendió una tarjeta—. Es de uno de los mejores investigadores del país, el otro David, sin dejar a un lado a Jenaro, pero ese si lo contactas César lo sabrá y no se vería bien, llámalo, contrátalo, que te traiga la vida de tu mujer desde su nacimiento para que quedes tranquilo. Ahora olvidarás este encuentro y disfrutarás de la reunión familiar.
—Sí, tienes razón. No tengo queja de mi mujer.
Tomé la tarjeta. Terminaré de pasar el día tranquilo, apena llegue a Bogotá, contactaré al investigador. De todas maneras, esto podía ayudarme a entender un poco lo que le ocurre a Patricia.
Llegamos hace tres días de Villavicencio, la pasamos increíble. Salí de la ducha, José Eduardo seguía en la cama. Corrí y me tiré sobre él.—Levántate flojo, debes trabajar.—Hoy no he tenido mi dosis de amor. —Sus ojos brillaron al ver que estaba desnuda—. Tramposa, te bañaste sin mí, debes pagar la penitencia. Pues lo siento, esposa mía, cobraré ahora mismo tu sanción.Salió de la cama, jaló mi pierna y como si no pasara nada me cargó como un bulto de papas, sacándome carcajadas, mientras nos dirigíamos a nuestro gigante baño me dio una nalgueada, abrió la ducha y aún conmigo sobre su hombro se mojó, con delicadeza me fue bajando.—¡Amor!, me dañaste el cepillado.Hice un puchero, la carcajada de mi marido se escuchó en todo el baño. Él adora mi melena y yo la detesto. —¡Ay, Diosa! Como me gustaría que pudieras meterte dentro del pecho, así supieras lo mucho que te amo y lo mucho que me pones con tus pucheros.José Eduardo me llevó a la pared, jamás me cansaba de él. Con mi espos
Salí del baño, José Eduardo me esperaba al pie de las escaleras. Mi hogar era grande. Hace tres años la compramos y la personalizamos, tenía un patio grande, cuatro habitaciones, más las tres de servicio en la planta baja. Despacho, cuatro baños más el de servicio, patio, dos salas, comedor, cocina, garaje, era mucho más pequeña que la de Maju, y la de mis padres, ni que decir la de mis suegros en Valledupar.Tanto José Eduardo como yo, somos del pensar en que una casa grande para nosotros dos solos sería deprimente. Yo adoraba la casa, era mi templo sagrado, donde me sentía segura, donde las ilusiones de los dos estaban en cada rincón. Porque cada lugar tenía nuestra huella, sudor y jadeos, literalmente, hemos hecho el amor en cada rincón de nuestro hogar.De la mano salimos al garaje. Me he acostumbrado a eso, a lo posesivo que era mi esposo, a muchas mujeres podría fastidiarle, pero en mí, esa necesidad de José de tenerme cerca fue de gran ayuda para mi terapia, por eso era y será
Desde que nos dijeron que pronto nos darían a nuestra hija y en dos semanas nos la entregarán y desde entonces no había dejado de sonreír. Y ver a Patricia tan ilusionada a la espera de que nos sea entregada un ser para cuidar, me hacía el hombre más feliz de la tierra. Hasta puso un calendario al que diario tachaba el día, exactamente faltan dos semanas para tener a María Paula en su casa, en nuestras vidas. Esa bebita tenía algo que me hizo caer a sus pies.Llegué a uno de los restaurantes, era el principal de la cadena de restaurantes que eran de propiedad de mi familia. Estábamos posicionados en uno de los mejores del país. Y la especialidad sin lugar a duda era nuestro vino y digo nuestro, porque mi abuelo en Chile tenía un gran viñedo, el cual por un tiempo lo manejé.En una de mis vacaciones a Colombia conocí a Patricia y me quedé, ahora lo manejaba el viñedo a distancia, viajaba cada dos meses, mi tío abuelo era quien estaba a cargo. Solía pasar por los restaurantes sin avisar
El padre estaba bastante enojado, y no era para menos, en esto no le había hecho caso por puro miedo.—Mira Patricia, por años he tratado de convencerte a que le digas a José Eduardo y te has negado rotundamente, ya no tengo nada más por decirte, solo espero cuando estalle tu problema. Créeme, he orado tanto por ti y no para salvar tu alma, no, es con la intención de que puedas soportar la avalancha que te vendrá cuando alguien te desenmascare.» Él tal Cifuentes se aprovecha porque tú le has demostrado miedo, corres a pagarle el valor del chantaje. ¿Qué esperas?, que él de alguna manera logre doblegarte y caigas de nuevo en su cama, con la plena seguridad de que te hará un video y así podrá chantajearte con más eficiencia.—¡Eso jamás pasará! No quiero a otro hombre dentro de mi cuerpo, solo a mi esposo. Ya dejé las pastillas y hasta el momento voy muy bien. Con mi marido tengo suficiente.—Si él supiera, estaría feliz de escuchar que por su compañía y amor has logrado salir adelante
Mi mujer salió de la parroquia y me regaló esa bella sonrisa. Debía disculparme por haber sido tan energúmeno y contestarle a ella de esa manera tan seca. No tenía por qué enojarme si ese tipo fue algo de ella en el pasado, fue su pasado, no debía afectarme. Pero si iba a preguntarle cuando estemos en la casa, quién era ese hombre y que tan importante fue en su vida, ahora teníamos una cena con mis padres.—Hola, amor.Besó mis labios y no la deje ir, alargué esa deliciosa sensación, Patricia besaba increíble.—Estás preciosa, Diosa. Vamos, mis padres nos esperan para cenar.—Que bien, ¿vamos a contarle de María Paula?—Aún no, cuando nos la entreguen, que será máximo en dos semanas.—Ya no veo la hora de tenerla en mis brazos.—Me imagino que hablabas de nuestra futura hija con el padre Castro. —afirmó.—Hay que bautizarla.—Me lo imaginé. Como quieras Diosa.Llegamos a uno de los restaurantes de nuestra cadena, mis padres nos estaban esperando en la zona de reservados. Ellos adoraba
José Eduardo me miraba, analiza mis expresiones. «Dios ayúdame», ¡mal nacido hijo de mierda de Rodrigo!—Fue un mal novio.—Lo supuse, sé que tuviste tus novios amor, pero este tipo realizó ese comentario como si él fuera la gran cosa.—Fue un pésimo novio, lo dejé cuando intentó ponerme la mano.Eso no fue mentira, él intentó ponerme la mano cuando renuncié a la agencia. Fue hace muchos años.—Ese tipo, ¿casi te pega?, si lo vuelvo a ver en uno de los restaurantes, te juro que lo saco a patadas, Diosa. —Todo me temblaba, me paralicé ante la idea de confesar la verdad—. Ven aquí amor, no te pongas roja, soy celoso, pero no de alguien que es historia. Ven, quiero abrazarte.—¿Solo eso?—Nooo, —dijo con picardía—. Sabes que no.Le sonreí. Fue la primera vez que mi mente estaba a mil kilómetros de los brazos de mi esposo, Rodrigo acaba de amenazarme a través de él, me dio a entender que no estaba jugando. Ahora ¿qué quería de mí? Y si vuelvo a darle dinero sería su cajero automático y na
Le puse cita a Julio en el restaurante más cerca a nuestra casa, para que no se demore, más tarde pasar a recoger a Patricia quien quedó en la casa esperándome. La sensación de que podamos ser padres… eso me tienen contento, hasta feliz deseo que sea mañana para saber si seremos padres o no. —Le estreché la mano al investigador, ya solo quería que me dijera lo que le ocurre a mi mujer, para saber qué le pasaba y así poder ayudarla. No creo que sea algo grave.—Don José Eduardo.—Julio. —En ese momento llegó un mensaje a mi celular«¿Crees que tu mujer se encuentra en tu casa? Apenas saliste, vino a mí, ella siempre viene a mí, gracias por decirle que Rodrigo Cifuentes estaba en Bogotá». —Un calor recorrió todo mi cuerpo.«Estamos en el hotel a tres cuadras de tu casa, ven y compruébalo».—Don José Eduardo, ¿le pasa algo?—Debemos reunirnos mañana, debo irme. —Me levanté de la silla.—Tome, es el informe, por favor léalo hasta el final.—Gracias.Tomé el informe y como loco conduje has
Me mantuve alejada de todos y nada que llegaba o me contestaba José Eduardo. David llegó hace unos diez minutos y se fue a hablar con César, yo seguía insistiendo en marcarle a mi marido, los nervios estaban a punto de jugarme una mala pasada. Volví a marcarle, la esperanza era lo último en perderse, pero se va a buzón. Seguía con el celular apagado.—¡Patricia! —me llamó Alejo—. ¿Dónde está el primo? Le marco y no me contesta,Los nervios en ese instante se apoderaron de mí, caminé hasta donde ellos cuando mi esposo llegó como un torbellino lleno de ira, decepción y tomado. Estaba tomado. Los ojos se me humedecieron, era evidente que mi matrimonio iniciaba su descenso. —¡CONFIÉZALO!Todos nos encontrábamos en la sala, adultos y niños, en plena sesión de fotos con la increíble decoración del cumpleaños. Por un momento todo se movía en cámara lenta, José Eduardo me miraba con asco, César de manera rápida se interpuso entre él y yo. Y David quedó muy cerca. Alejo se fue acercando.» ¡