Salí del baño, José Eduardo me esperaba al pie de las escaleras. Mi hogar era grande. Hace tres años la compramos y la personalizamos, tenía un patio grande, cuatro habitaciones, más las tres de servicio en la planta baja. Despacho, cuatro baños más el de servicio, patio, dos salas, comedor, cocina, garaje, era mucho más pequeña que la de Maju, y la de mis padres, ni que decir la de mis suegros en Valledupar.Tanto José Eduardo como yo, somos del pensar en que una casa grande para nosotros dos solos sería deprimente. Yo adoraba la casa, era mi templo sagrado, donde me sentía segura, donde las ilusiones de los dos estaban en cada rincón. Porque cada lugar tenía nuestra huella, sudor y jadeos, literalmente, hemos hecho el amor en cada rincón de nuestro hogar.De la mano salimos al garaje. Me he acostumbrado a eso, a lo posesivo que era mi esposo, a muchas mujeres podría fastidiarle, pero en mí, esa necesidad de José de tenerme cerca fue de gran ayuda para mi terapia, por eso era y será
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