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Capítulo 5 - Desconfianza

Desde que nos dijeron que pronto nos darían a nuestra hija y en dos semanas nos la entregarán y desde entonces no había dejado de sonreír. Y ver a Patricia tan ilusionada a la espera de que nos sea entregada un ser para cuidar, me hacía el hombre más feliz de la tierra. Hasta puso un calendario al que diario tachaba el día, exactamente faltan dos semanas para tener a María Paula en su casa, en nuestras vidas. Esa bebita tenía algo que me hizo caer a sus pies.

Llegué a uno de los restaurantes, era el principal de la cadena de restaurantes que eran de propiedad de mi familia. Estábamos posicionados en uno de los mejores del país. Y la especialidad sin lugar a duda era nuestro vino y digo nuestro, porque mi abuelo en Chile tenía un gran viñedo, el cual por un tiempo lo manejé.

En una de mis vacaciones a Colombia conocí a Patricia y me quedé, ahora lo manejaba el viñedo a distancia, viajaba cada dos meses, mi tío abuelo era quien estaba a cargo. Solía pasar por los restaurantes sin avisar, verificaba que el servicio, el aseo, la atención sea la adecuada.

Se suponía que de los restaurantes se encargaría mi hermano menor y yo del viñedo, pero en un accidente de carro murió mi hermanito del alma, apenas tenía diecisiete años, en ese entonces yo tenía diecinueve. Esa era la tristeza familiar que siempre nos empañaba, por temporadas mi madre entra en depresión, solo podíamos acompañarla en su dolor, en los últimos años, mi Diosa había sido de gran ayuda, cada vez que mi madre caía en depresión ella corría a sacarla de ese estado al que ingresaba. Caminé por el restaurante.

—José Eduardo Villalobos Daza. —Me llamó un señor el cual nunca había visto—. Mucho gusto soy Rodrigo Cifuentes—. Lo saludé por cortesía, la verdad no lo conocía. Uno de los meseros le entregó la factura y la tarjeta confirmando que había terminado y se iba a retirar —. Exquisita la comida.

—Gracias, señor. —dijo Braulio, uno de nuestros trabajadores.

—Disculpe, no recuerdo que nos hayan presentado, suelo tener mala memoria.

—No se preocupe, además, no me conoce, pero si le menciona mi nombre a su esposa, ella si me conoce muy bien.

Ese desagradable comentario no fue agradable y yo no era una perita en dulce, por mi temperamento solía ser explosivo y en tema de mi esposa era excesivamente jodido. Ella me solía decir energúmeno celoso, nunca lo había negado. —Alcé mi ceja—, miré a ese Cifuentes como si fuera un desperdicio de basura—. Tranquilo amigo.

—No somos amigos.

—Lástima, —el tipo se levantó, era más bajo que yo—. Solo dile a tu esposa que la recuerdo mucho. Que pases una buena tarde. —Me dio rabia la forma en cómo dijo eso.

—¿De dónde conoces a mi mujer?

La risita de este tipejo me estaba fastidiando, a nada me encontraba de borrarle la risa con un puño.

—Pregúntale a ella, solo puedo decirte que la pondrás muy nerviosa, y eso pasará por lo importante que fui en su vida.

Debía estar rojo por la ira, ella tuvo varios novios antes que yo y eso estaba bien, no tenía problemas con eso. Pero el modo en cómo lo decía ese tipo, como si él fuera más importante que yo. Di un paso hacia él y el muy cobarde alzó las manos dando dos pasos atrás.

» Que tengas una buena tarde.

Se fue. Apenas desapareció el hombre, ese llamé al investigador que había contratado hace una semana para que me pasara algún reporte.

—Don José Eduardo.

—Julio, cuéntame.

—Señor, llego mañana sábado en la noche, si desea podemos vernos el domingo. Ya le tengo todo el informe, pero debo entregárselo de manera personal.

—Perfecto.

—Nos vemos hasta entonces.

Terminé la llamada, hasta el domingo tendré el informe y por fin mi mente se calmará, seguía insistiendo en que Patricia era una mujer diferente cuando salíamos de Colombia y apenas pisábamos Bogotá, se tensionaba, eso no era normal y quería saber por qué.

…***…

Llegué a la cita con el padre Castro, antes de ingresar llamé a José Eduardo.

—Hola, amor.

—Hola. —arrugué la frente, él siempre me decía Diosa—. ¿Pasa algo?

—No, nada, es solo que se me presentó un percance en el restaurante.

—¡Ah! Bueno amor, mi carro hoy tiene pico y placa, ¿a la salida puedes pasar por la parroquia del padre Castro para recogerme?

José Eduardo sabía que era una feligresa activa de la parroquia y daba clases en los centros de reposo y de paso para jóvenes, le dije que ese era un secreto, no quería que mi familia lo supiera. En un principio preguntó por qué, pero le dije que mis padres no entenderían lo de donar una gran parte de mi dinero, luego de eso nunca más volvió a preguntar. Se limitaba a pasar por mí en las diferentes instituciones.

—Claro. Cuídate.

Terminé la llamada, y me quedé mirando la pantalla del celular. ¿Se habrá enterado de algo? No, me habría gritado mil cosas, con lo explosivo que era. Debía de tener algún problema con los restaurantes. Llegué al despacho del padre. Tenía siete años recorriendo el lugar, yo no era religiosa, pero sí había encontrado a Dios. El fanatismo era nefasto para la mente del ser humano, había encontrado sanación de mi mente ayudando al prójimo y he aprendido a seguir los mandamientos, la fe llegó como una tabla de salvación, ser consciente que había un Dios que te amaba me ayudó mucho.

—Señora Patricia. —Me saludó Mila, quien salía del despacho del padre con una bandeja—. Siempre tan puntual.

—Hola, Mila.

Ingresé al despacho del padre. Sonrió con esa calidez, en miles de momentos he sentido que este señor tenía un don muy especial. Jamás lo había visto de mal genio, lo máximo que le había visto cuando estaba a punto de perder los estribos solo cerraba los ojos, se apretaba el puente de la nariz y pedía permiso para retirarse diciendo que luego hablaban, y se sentaba por horas en su banca a hablar con su jefe como le decía.

No conozco su pasado, solo agradezco a Dios que le diera la vocación de ser un guía espiritual, él estaba tocado por el espíritu santo. Si algo admiraba del padre Castro era verdadera fe sin llegar al fanatismo. Su manera de aconsejar era única.

—Patricia, qué alegría verte, aunque te vi el domingo pasado en la eucaristía.

—Hola, padre. —Me senté.  

—Cuéntame hija, me quedé un poco preocupado, pensé que con la intervención de César ese hombre te había dejado tranquila.

—La tranquilidad solo duró dos años, me llamó el fin de año y volvió a hacerlo de nuevo, ahora quiere hablar conmigo en la habitación de un hotel.

El padre me miró, por todos estos años he aprendido a conocerlo un poco. Esa mirada era de regaño, era un martirio quedar bajo la mirada fija vista del padre, en un segundo supe que insistiría en mi falta de sinceridad para con mi esposo, suspiré.

—No estoy preparada para confesarle a José Eduardo mi pasado, y menos ahora que estamos a puertas de que nos entreguen a nuestra hija.

—¿Entonces hija porque quieres mi consejo? No pierdas el tiempo conmigo y no me lo hagas perder a mí. —sabía que me iba a regañar—. Tengo contigo la suficiente confianza para decirte que tú misma estás cavando tu propia tumba. ¿Qué quieres? ¿Aplacar tu conciencia con la iglesia y así puedas dormir tranquila?

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