Desde que nos dijeron que pronto nos darían a nuestra hija y en dos semanas nos la entregarán y desde entonces no había dejado de sonreír. Y ver a Patricia tan ilusionada a la espera de que nos sea entregada un ser para cuidar, me hacía el hombre más feliz de la tierra. Hasta puso un calendario al que diario tachaba el día, exactamente faltan dos semanas para tener a María Paula en su casa, en nuestras vidas. Esa bebita tenía algo que me hizo caer a sus pies.
Llegué a uno de los restaurantes, era el principal de la cadena de restaurantes que eran de propiedad de mi familia. Estábamos posicionados en uno de los mejores del país. Y la especialidad sin lugar a duda era nuestro vino y digo nuestro, porque mi abuelo en Chile tenía un gran viñedo, el cual por un tiempo lo manejé.
En una de mis vacaciones a Colombia conocí a Patricia y me quedé, ahora lo manejaba el viñedo a distancia, viajaba cada dos meses, mi tío abuelo era quien estaba a cargo. Solía pasar por los restaurantes sin avisar, verificaba que el servicio, el aseo, la atención sea la adecuada.
Se suponía que de los restaurantes se encargaría mi hermano menor y yo del viñedo, pero en un accidente de carro murió mi hermanito del alma, apenas tenía diecisiete años, en ese entonces yo tenía diecinueve. Esa era la tristeza familiar que siempre nos empañaba, por temporadas mi madre entra en depresión, solo podíamos acompañarla en su dolor, en los últimos años, mi Diosa había sido de gran ayuda, cada vez que mi madre caía en depresión ella corría a sacarla de ese estado al que ingresaba. Caminé por el restaurante.
—José Eduardo Villalobos Daza. —Me llamó un señor el cual nunca había visto—. Mucho gusto soy Rodrigo Cifuentes—. Lo saludé por cortesía, la verdad no lo conocía. Uno de los meseros le entregó la factura y la tarjeta confirmando que había terminado y se iba a retirar —. Exquisita la comida.
—Gracias, señor. —dijo Braulio, uno de nuestros trabajadores.
—Disculpe, no recuerdo que nos hayan presentado, suelo tener mala memoria.
—No se preocupe, además, no me conoce, pero si le menciona mi nombre a su esposa, ella si me conoce muy bien.
Ese desagradable comentario no fue agradable y yo no era una perita en dulce, por mi temperamento solía ser explosivo y en tema de mi esposa era excesivamente jodido. Ella me solía decir energúmeno celoso, nunca lo había negado. —Alcé mi ceja—, miré a ese Cifuentes como si fuera un desperdicio de basura—. Tranquilo amigo.
—No somos amigos.
—Lástima, —el tipo se levantó, era más bajo que yo—. Solo dile a tu esposa que la recuerdo mucho. Que pases una buena tarde. —Me dio rabia la forma en cómo dijo eso.
—¿De dónde conoces a mi mujer?
La risita de este tipejo me estaba fastidiando, a nada me encontraba de borrarle la risa con un puño.
—Pregúntale a ella, solo puedo decirte que la pondrás muy nerviosa, y eso pasará por lo importante que fui en su vida.
Debía estar rojo por la ira, ella tuvo varios novios antes que yo y eso estaba bien, no tenía problemas con eso. Pero el modo en cómo lo decía ese tipo, como si él fuera más importante que yo. Di un paso hacia él y el muy cobarde alzó las manos dando dos pasos atrás.
» Que tengas una buena tarde.
Se fue. Apenas desapareció el hombre, ese llamé al investigador que había contratado hace una semana para que me pasara algún reporte.
—Don José Eduardo.
—Julio, cuéntame.
—Señor, llego mañana sábado en la noche, si desea podemos vernos el domingo. Ya le tengo todo el informe, pero debo entregárselo de manera personal.
—Perfecto.
—Nos vemos hasta entonces.
Terminé la llamada, hasta el domingo tendré el informe y por fin mi mente se calmará, seguía insistiendo en que Patricia era una mujer diferente cuando salíamos de Colombia y apenas pisábamos Bogotá, se tensionaba, eso no era normal y quería saber por qué.
…***…
Llegué a la cita con el padre Castro, antes de ingresar llamé a José Eduardo.
—Hola, amor.
—Hola. —arrugué la frente, él siempre me decía Diosa—. ¿Pasa algo?
—No, nada, es solo que se me presentó un percance en el restaurante.
—¡Ah! Bueno amor, mi carro hoy tiene pico y placa, ¿a la salida puedes pasar por la parroquia del padre Castro para recogerme?
José Eduardo sabía que era una feligresa activa de la parroquia y daba clases en los centros de reposo y de paso para jóvenes, le dije que ese era un secreto, no quería que mi familia lo supiera. En un principio preguntó por qué, pero le dije que mis padres no entenderían lo de donar una gran parte de mi dinero, luego de eso nunca más volvió a preguntar. Se limitaba a pasar por mí en las diferentes instituciones.
—Claro. Cuídate.
Terminé la llamada, y me quedé mirando la pantalla del celular. ¿Se habrá enterado de algo? No, me habría gritado mil cosas, con lo explosivo que era. Debía de tener algún problema con los restaurantes. Llegué al despacho del padre. Tenía siete años recorriendo el lugar, yo no era religiosa, pero sí había encontrado a Dios. El fanatismo era nefasto para la mente del ser humano, había encontrado sanación de mi mente ayudando al prójimo y he aprendido a seguir los mandamientos, la fe llegó como una tabla de salvación, ser consciente que había un Dios que te amaba me ayudó mucho.
—Señora Patricia. —Me saludó Mila, quien salía del despacho del padre con una bandeja—. Siempre tan puntual.
—Hola, Mila.
Ingresé al despacho del padre. Sonrió con esa calidez, en miles de momentos he sentido que este señor tenía un don muy especial. Jamás lo había visto de mal genio, lo máximo que le había visto cuando estaba a punto de perder los estribos solo cerraba los ojos, se apretaba el puente de la nariz y pedía permiso para retirarse diciendo que luego hablaban, y se sentaba por horas en su banca a hablar con su jefe como le decía.
No conozco su pasado, solo agradezco a Dios que le diera la vocación de ser un guía espiritual, él estaba tocado por el espíritu santo. Si algo admiraba del padre Castro era verdadera fe sin llegar al fanatismo. Su manera de aconsejar era única.
—Patricia, qué alegría verte, aunque te vi el domingo pasado en la eucaristía.
—Hola, padre. —Me senté.
—Cuéntame hija, me quedé un poco preocupado, pensé que con la intervención de César ese hombre te había dejado tranquila.
—La tranquilidad solo duró dos años, me llamó el fin de año y volvió a hacerlo de nuevo, ahora quiere hablar conmigo en la habitación de un hotel.
El padre me miró, por todos estos años he aprendido a conocerlo un poco. Esa mirada era de regaño, era un martirio quedar bajo la mirada fija vista del padre, en un segundo supe que insistiría en mi falta de sinceridad para con mi esposo, suspiré.
—No estoy preparada para confesarle a José Eduardo mi pasado, y menos ahora que estamos a puertas de que nos entreguen a nuestra hija.
—¿Entonces hija porque quieres mi consejo? No pierdas el tiempo conmigo y no me lo hagas perder a mí. —sabía que me iba a regañar—. Tengo contigo la suficiente confianza para decirte que tú misma estás cavando tu propia tumba. ¿Qué quieres? ¿Aplacar tu conciencia con la iglesia y así puedas dormir tranquila?
El padre estaba bastante enojado, y no era para menos, en esto no le había hecho caso por puro miedo.—Mira Patricia, por años he tratado de convencerte a que le digas a José Eduardo y te has negado rotundamente, ya no tengo nada más por decirte, solo espero cuando estalle tu problema. Créeme, he orado tanto por ti y no para salvar tu alma, no, es con la intención de que puedas soportar la avalancha que te vendrá cuando alguien te desenmascare.» Él tal Cifuentes se aprovecha porque tú le has demostrado miedo, corres a pagarle el valor del chantaje. ¿Qué esperas?, que él de alguna manera logre doblegarte y caigas de nuevo en su cama, con la plena seguridad de que te hará un video y así podrá chantajearte con más eficiencia.—¡Eso jamás pasará! No quiero a otro hombre dentro de mi cuerpo, solo a mi esposo. Ya dejé las pastillas y hasta el momento voy muy bien. Con mi marido tengo suficiente.—Si él supiera, estaría feliz de escuchar que por su compañía y amor has logrado salir adelante
Mi mujer salió de la parroquia y me regaló esa bella sonrisa. Debía disculparme por haber sido tan energúmeno y contestarle a ella de esa manera tan seca. No tenía por qué enojarme si ese tipo fue algo de ella en el pasado, fue su pasado, no debía afectarme. Pero si iba a preguntarle cuando estemos en la casa, quién era ese hombre y que tan importante fue en su vida, ahora teníamos una cena con mis padres.—Hola, amor.Besó mis labios y no la deje ir, alargué esa deliciosa sensación, Patricia besaba increíble.—Estás preciosa, Diosa. Vamos, mis padres nos esperan para cenar.—Que bien, ¿vamos a contarle de María Paula?—Aún no, cuando nos la entreguen, que será máximo en dos semanas.—Ya no veo la hora de tenerla en mis brazos.—Me imagino que hablabas de nuestra futura hija con el padre Castro. —afirmó.—Hay que bautizarla.—Me lo imaginé. Como quieras Diosa.Llegamos a uno de los restaurantes de nuestra cadena, mis padres nos estaban esperando en la zona de reservados. Ellos adoraba
José Eduardo me miraba, analiza mis expresiones. «Dios ayúdame», ¡mal nacido hijo de mierda de Rodrigo!—Fue un mal novio.—Lo supuse, sé que tuviste tus novios amor, pero este tipo realizó ese comentario como si él fuera la gran cosa.—Fue un pésimo novio, lo dejé cuando intentó ponerme la mano.Eso no fue mentira, él intentó ponerme la mano cuando renuncié a la agencia. Fue hace muchos años.—Ese tipo, ¿casi te pega?, si lo vuelvo a ver en uno de los restaurantes, te juro que lo saco a patadas, Diosa. —Todo me temblaba, me paralicé ante la idea de confesar la verdad—. Ven aquí amor, no te pongas roja, soy celoso, pero no de alguien que es historia. Ven, quiero abrazarte.—¿Solo eso?—Nooo, —dijo con picardía—. Sabes que no.Le sonreí. Fue la primera vez que mi mente estaba a mil kilómetros de los brazos de mi esposo, Rodrigo acaba de amenazarme a través de él, me dio a entender que no estaba jugando. Ahora ¿qué quería de mí? Y si vuelvo a darle dinero sería su cajero automático y na
Le puse cita a Julio en el restaurante más cerca a nuestra casa, para que no se demore, más tarde pasar a recoger a Patricia quien quedó en la casa esperándome. La sensación de que podamos ser padres… eso me tienen contento, hasta feliz deseo que sea mañana para saber si seremos padres o no. —Le estreché la mano al investigador, ya solo quería que me dijera lo que le ocurre a mi mujer, para saber qué le pasaba y así poder ayudarla. No creo que sea algo grave.—Don José Eduardo.—Julio. —En ese momento llegó un mensaje a mi celular«¿Crees que tu mujer se encuentra en tu casa? Apenas saliste, vino a mí, ella siempre viene a mí, gracias por decirle que Rodrigo Cifuentes estaba en Bogotá». —Un calor recorrió todo mi cuerpo.«Estamos en el hotel a tres cuadras de tu casa, ven y compruébalo».—Don José Eduardo, ¿le pasa algo?—Debemos reunirnos mañana, debo irme. —Me levanté de la silla.—Tome, es el informe, por favor léalo hasta el final.—Gracias.Tomé el informe y como loco conduje has
Me mantuve alejada de todos y nada que llegaba o me contestaba José Eduardo. David llegó hace unos diez minutos y se fue a hablar con César, yo seguía insistiendo en marcarle a mi marido, los nervios estaban a punto de jugarme una mala pasada. Volví a marcarle, la esperanza era lo último en perderse, pero se va a buzón. Seguía con el celular apagado.—¡Patricia! —me llamó Alejo—. ¿Dónde está el primo? Le marco y no me contesta,Los nervios en ese instante se apoderaron de mí, caminé hasta donde ellos cuando mi esposo llegó como un torbellino lleno de ira, decepción y tomado. Estaba tomado. Los ojos se me humedecieron, era evidente que mi matrimonio iniciaba su descenso. —¡CONFIÉZALO!Todos nos encontrábamos en la sala, adultos y niños, en plena sesión de fotos con la increíble decoración del cumpleaños. Por un momento todo se movía en cámara lenta, José Eduardo me miraba con asco, César de manera rápida se interpuso entre él y yo. Y David quedó muy cerca. Alejo se fue acercando.» ¡
Mi padre condujo mi carro, se llenaron de miedo al verme tan alterado, y no los culpo, mi hermano murió por un arranque de enojo y se estrelló al perder el control por la velocidad perdiendo la vida al instante. Por eso, ante el recuerdo de mi hermano, papá me quitó las llaves y mi madre nos seguía.Cuando abrí ese informe y supe la gran farsa de esposa que he tenido, fui por la caja de vino que me había pedido Alejo y le iba a entregar hoy. Me bebi la mitad, no estaba borracho, fue muy consciente de todo lo que le dije y me da ira el no poder decirle lo que era. Una bandida… Por más que trato de pensar en si me merecía tal traición, no encuentro una falla de mi parte, no era el hombre perfecto, pero sí la respeté hasta con el pensamiento.No era partidario de hacer este tipo de escándalos, pero ¡me vio la cara de idiota! Como un marica, las lágrimas salieron de mis ojos en el asiento del copiloto, un tipo de treinta y un años, llorando por una vieja, eso era estar muy jodido. ¿Con cu
Los paramédicos llegaron y terminaron de estabilizar a mi padre, todo pasaba de manera tan rápida. Primaba la salud de papá, no me perdonaría en la vida si muere por mi culpa. En este momento no me quedaba nada más que aferrarme a esa fuerza invisible que hacía magia en el alma y entregarle una vez más mis cargas al ser que todo lo podía. «Jesús, en ti confió». Tú que conocías mis miedos y sabías lo que a diario te imploraba, no me abandones. —Mis manos temblaban, mi madre se fue con papá dentro de la ambulancia, mientras César y Maju salieron detrás de ella.Solo escuché cuando mi hermana le gritaba a Virginia, a Blanca y a Fernanda que cuidaran de sus hijos. No me nombró a mí. Mi prima Socorro también salió detrás de ellos con su familia, y los papás de César hicieron lo mismo. Yo seguía en el mismo lugar, la gente pasaba por mi lado, era como si de la nada me volví invisible.Un par de manos me hicieron mirar abajo, una mano fue tomada por Julián y la otra por Samuel, mis sobrinos
Mientras David me llevaba a la clínica, mi mente se regresó a esos días como prepago. Rodrigo había escogido a un selecto grupo de chicas entre las que estaba yo para ir por un fin de semana a estar con unos comandantes guerrilleros, tremenda sorpresa la mía cuando al llegar mis ojos se cruzaron con los de David. Nos miramos y él me reconoció al instante, no esperó a que nadie hablara cuando se levantó de su mesa de comandantes y dijo que estaba muy necesitado, por eso se iba todo el fin de semana con una de nosotras. Llegó a nuestro lado, me tomó de la mano, los hombres silbaron y mientras él les sacaba el dedo del medio para hacerles pistolas me condujo hasta un lugar apartado, eran cabañas.—David…—Ahora no. Espera que estemos en la cabaña. —Al ingresar puso pasador, cerró todas las ventanas y encendió un interruptor—. Ahora nadie nos escuchará. ¡Siéntate!Estaba muy asustada, él podría decirles a mis padres, hermana o a mi cuñado, después de todo había sido uno de sus mejores ami