Capitulo 2

Alexa

Estoy aquí sentada, viendo a Roxi tomar agua como si hubiera estado en un maldito desierto. Miro a Fernando, que está igual o más impaciente que yo, así que carraspeo y él me ve a los ojos y sonríe de lado. Yo pellizco el puente de mi nariz y él suelta una carcajada y me dice:

—Parece que la paciencia no es una de tus virtudes, ¿cierto?

Yo me pongo de pie y me dirijo hacia él. Me agacho un poco y sonrío.

—Realmente soy muy paciente, pero tú me exasperas. ¿Cómo puedes estar aquí tan tranquilo cuando tienes a todas las televisoras y revistas de chismes fuera de esta oficina olfateando la nuca y tú sin mover un dedo?

Él mantiene su vaso de agua cerca de sus labios, pero sus ojos están en mis senos. Cuando voltea a verme, sonríe de lado y me dice:

—Son lindas.

Yo vuelvo los ojos y me pongo de pie, no antes de decirle "idiota". Camino hacia el ventanal que está en la sala de juntas y suspiro. Ellos guardan silencio por un momento, entonces entiendo que no podré hacerlo. No puedo trabajar con él cuando se comporta de esta manera. Me doy la vuelta y me acerco a Fernando.

—Lo lamento, Fernando, pero no puedo hacer este trabajo. Dáselo a Alison, a Benjamín, a quien quieras, pero yo no puedo. No puedo trabajar con él, no puedo salvar su carrera cuando él no quiere que la salve, así que de verdad que lo siento.

Camino hacia la puerta y escucho que Fernando suspira, pero me quedo en shock cuando me dice:

—Alexa si sales por esa puerta, estás despedida. Y estoy hablando muy en serio, Alexa. Necesito que trabajes con Roxy. Sé que nadie más que tú podrá arreglar este problema, así que, ¿qué decides?

Yo cierro mis puños, molesta. No es posible que me esté diciendo esto, y menos ahora que tengo que pagar las colegiaturas de mis hijos. Me doy la vuelta y camino hacia ellos. Roxi mantiene una sonrisa en sus labios como si hubiera ganado el campeonato. Yo suspiro y asiento.

—Está bien, haré lo que me pides, pero solo una cosa te voy a decir: este es el último trabajo que cumplo para ti. Después de limpiar el trasero de este mocoso, me voy de tu empresa. Sabes que puedo conseguir trabajo donde sea, soy la mejor en lo que hago. Te vas a arrepentir, Fernando.

Fernando no dice nada más y yo me volteo hacia donde se encuentra este idiota. Me acerco a él y sonrío.

—Borra tu sonrisa de victoria, que tú también te vas a arrepentir de haberme obligado a esto. Así que levanta tu maldito trasero, que hay que ver cómo recuperar tu estúpida carrera.

Él borra su sonrisa y suspira. Yo empiezo a caminar hacia fuera de la oficina y él me sigue. Solo escucho que Fernando le dice: "Te dije que sería un grano en tu culo". Yo los ignoro y llego a la oficina de Fernando, tomo todos mis documentos y empiezo a caminar hacia el estacionamiento subterráneo. Ahí se encuentra el coche de Fernando, un hermoso deportivo. Tomo las llaves y el chico me ve con una ceja alzada y se cruza de brazos.

—Ese es tu coche. Vaya, mujer, tienes buenos gustos.

Yo me subo al coche y escucho el rugido del motor al encenderlo. Lo miro con una ceja alzada y le digo:

—Piensas en subir, o ahí te quedarás.

Él de inmediato se sube. Cuando veo que Fernando llega y empieza a gritarme:

—¡Alexa, no te atrevas! Sabes que mi coche no se toca, Alexa.

Yo no le doy tiempo a que diga nada más y acelero. Él corre tras de nosotros y yo salgo del estacionamiento. El chico me ve sorprendido y sonríe.

—¿Te das cuenta de que has robado un coche?

—Sí.

—¿Y no tienes miedo a que te despidan?

Yo me encojo de hombros, restando la importancia. Fernando se equivocó al amenazarme, así que, ¿qué más da?

—De igual manera quiere despedirme, así que no me importa.

Él suelta una carcajada y niega.

—Vaya, mujer, eres increíble. Apenas te acabo de conocer y ya me encantas.

Yo volteo y lo miro con una ceja alzada.

—Deja de decir estupideces y dime dónde vives.

Él sonríe y niega, coloca su dirección en la pantalla del coche y en menos de quince minutos ya estamos en una enorme mansión llena de seguridad. Dos enormes puertas de metal es lo que adorna al entrar. Me paro cerca de un pequeño panel con números y él se cruza por encima de mí y teclea un código. Cuando se acomoda en su asiento, volteo a verlo con los ojos entrecerrados.

—Sabes que pudiste haberme dicho el código y no pasar por encima de mí, ¿cierto?

—¿Y perderme el lujo de tocar esas nenas? No, Alexa, eso no me lo perdería por nada.

Yo vuelvo los ojos y arranco cuando se abren las enormes puertas. Cuando estaciono el coche y nos bajamos, le digo:

—Sabes que eres un idiota.

Él se encoge de hombros y sonríe.

—Lo sé, lo sé, me lo han dicho tantas veces.

Empezamos a caminar hacia la entrada de la casa y me detengo.

—Pues deberías dejar de comportarte así. ¿Cuántos años tienes, 18? Acaso eres un puberto hormonal.

Él niega y abre las puertas de la mansión y entra. Yo voy detrás de él. Cuando entro, Dios, es la casa más grande y más hermosa que he visto, y vaya que he visto muchas, pero ninguna como esta. Hay un gran recibidor adornado con jarrones que tienen hermosas rosas. Él me ve atento a todos los movimientos que hago. Camino hacia la sala y no es diferente; mantiene un televisor gigante y predominan los colores blancos. La verdad es que me encanta. Cuando me doy cuenta, él ya se encuentra a mi lado con una sonrisa en su rostro.

—Es hermosa, ¿cierto? No es mía, es de mi madre. Hace poco se la regalé, pero no ha querido mudarse aquí. Dice que es muy grande para vivir ella sola, así que hasta que no decida mudarse, yo la ocuparé. Y respondiendo a tu pregunta, no, no tengo 18 años, tengo 25, pero yo no tengo la culpa de que tú seas tan sexy.

Yo bufó y me cruzo de brazos. Cuando hablo de su madre, pensé que diría algo diferente, pero no tenía que salir con una estupidez.

—Mejor, ¿por qué no me muestras el estudio para ponernos a trabajar?

Él niega y su estúpida sonrisa no se borra.

—¿Qué te parece si mejor te muestro mi recámara en lugar de ponernos a trabajar? Hacemos cosas más interesantes.

Yo respiro un poco porque no voy a mentir, me siento incómoda. No deja de insinuarse.

—Escucha, Roxy, lo que te voy a decir: soy tu agente y soy muy profesional en lo que hago. Por eso soy la mejor. No me involucro con mis clientes y mucho menos cuando tienen tu edad. Sabes que podrías ser mi hijo.

—Pero no lo soy. Relájate, Alexa, solo es un juego.

—Pues deja de jugar y hay que ponernos a trabajar. Estoy hablando muy en serio, así que muéstrame el despacho.

Él, un poco ya más serio, camina hacia el despacho. Yo lo sigo. Cuando entramos, coloco mi computadora en una pequeña mesa que se encuentra ahí. Veo que él se acerca al minibar y yo, sin quitar la vista de la pantalla, le digo:

—Ni siquiera lo pienses, así que deja ahí ese vaso y ven, siéntate aquí.

—Pero solo es un trago.

Yo lo miro con una ceja alzada y suspiro.

—Todavía no te terminas de recuperar de la resaca que te cargas y ya quieres empezar a beber otra vez. No, ni loco. Así que siéntate y guarda silencio.

Él deja caer el vaso y puedo ver su cara de fastidio, pero no me interesa lo que piense, así que empiezo a buscar noticias de él y todas las redes están inundadas de noticias amarillistas que no sé si sean verdad. Volteo a verlo y cierro mi laptop. Él me ve con los brazos cruzados como si estuviera haciendo una rabieta. Yo me pongo de pie y empiezo a caminar. Necesito pensar en cómo voy a sacar a este chico de tantos problemas. Me detengo frente a él y suspiro.

—Habla, ¿cuál es el problema? Quiero escucharlo de ti, porque si empiezo a creer todo lo que dice internet, saldré corriendo.

Él se encoge de hombros como si no le importara. Yo me siento frente a él y suspiro. M****a, esto va a ser más complicado de lo que pensé.

—Escucha, necesito que hables, que me digas qué es lo que en realidad sucede, porque necesito el empleo. Tengo dos universidades que pagar y la m****a de exesposo que tengo no se quiere hacer responsable. ¿Quieres que me corran?

Él sonríe, se pone de pie, toma una botella de agua y me da una.

—Eres muy inteligente, mira que usar la psicología conmigo, pero ¿quién te va a creer que tienes dos hijos universitarios? Eso no es posible, a menos que te casaras con 10 años, que no creo.

Yo suelto una carcajada y estoy segura de que mis mejillas se han puesto rojas. Empiezo a negar y tomo mi celular, busco una foto donde estamos mis dos hijos y yo y se la muestro. Cuando él la ve, abre tan grande los ojos que parece que se fueran a salir y voltea a verme.

—¿En verdad te casaste a los 10? M****a, eras una niña.

—Por supuesto que no, tengo cuarenta años. Mis hijos tienen 19 y 20. Sí, lo sé, de igual manera me casé joven, pero ya soy un poco mayor.

Él me ve de arriba a abajo y sonríe de lado y niega.

—Pues déjame decirte que eres hermosa y no eres tan grande.

Yo niego, espero que esta conversación haga que empiece a hablar y me diga lo que quiero escuchar.

—¿Y tú cuántos años tienes, 18?

Comienzo a reír y él suspira.

—La verdad, quisiera volver a tener 18, pero no, tengo 25.

—¿Ves? Podrías ser mi hijo y tus padres...

Él sonríe y toma un sorbo de su agua.

—Ellos... bueno, de mi madre ya te hablé y mi padre no tengo la menor idea de dónde esté. Dejó a mi madre cuando justo yo tenía 18. Parecíamos una familia normal, pero eso era solo apariencia. Cuando se dio cuenta de que era famoso, quiso buscarme, pero para ese entonces mi madre y yo ya no lo necesitábamos, así que solo ya no contesté sus llamadas.

Yo suspiro porque tengo miedo de que mis hijos pasen algo así. Yo lo miro a los ojos y tiene unos ojos muy lindos. Él sonríe y carraspeo un poco. Vaya que se siente tenso el momento.

—Bueno, no debemos juzgar. No sabemos por qué tu padre actuó de esa manera, pero ahora necesito saber en qué lío te metiste.

Él agacha la cabeza y suspira.

—Son muchas cosas: mujeres, alcohol y algunas sustancias no muy legales, ya sabes, píldoras...

Yo no lo dejo terminar y suspiro. Definitivamente, esto será una m****a. ¿Cómo sacaré de lodo a este chico?

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