Brooke miró a su madre, su corazón le dolió, aun así, le sonrió.
—Luces triste, hijo —susurró Molly, acariciando los rubios cabellos de Brooke.
—Cansado, mamá, estoy cansado. El trabajo me trae de un lado a otro —mintió, llevaba cuatro semanas sin empleo, había aplicado en diversas compañías, pero en ninguna había sido llamado. Sus pocos ahorros estaban terminándose y la liquidación que Caleb le había dado, sirvió para cubrir un par de meses anticipados en la clínica.
—Lo siento tanto, cariño, soy una carga muy pesada para ti.
—No digas eso, mamá, eres lo único bueno que tengo en mi vida. Haría cualquier cosa por ti —le aseguró.
Brooke había pensado en buscar un trabajo en algún restaurante de mesero, incluso estaba dispuesto a trabajar en algún club por las noches, luego de escuchar que la paga era buena, aunque el trabajo no era muy decente, ¿importaba? ¿A quién podía afectarle sino solamente a él? Y ante la necesidad de trabajo, no le haría caras a ninguna fuente de ingresos.
—Trabajas para pagar deudas, tratamientos que no van a funcionar, Brooke. Todo lo que hacen es calmar el dolor —musitó Molly con pesar.
Brooke tragó el nudo que se formó en su garganta. Lo sabía, pero eso hacía que todo doliera el doble, sabía que todos sus esfuerzos no tendrían el resultado esperado, pero tenía el consuelo de que su madre iba a sufrir menos. Eso era un gran aliciente.
—No digas eso, mamá. La ciencia ha avanzado mucho y todos los días hay nuevos descubrimientos. No perdamos la fe, ¿sí? —murmuró con un nudo en la garganta.
Ella movió la cabeza.
—Me siento cansada, ¿te importa si duermo un poco?
Brooke negó, se estiró y le dio un beso en la frente.
—Duerme, mamá, si no estoy cuando despiertes, ten la seguridad de que volveré —le dijo.
Brooke hizo acopio de toda su fuerza de voluntad mientras la miraba cerrar los ojos, se mordió el puño para no sollozar. Estaba devastado, roto en muchas maneras, pero aún no tenía idea de cuan roto iba a llegar a sentirse.
—Descansa —susurró antes de salir de la habitación y solo entonces se permitió romperse en mil pedazos, solo en ese momento se permitió ser débil.
Brooke tomó un taxi para ir a casa, dejar a Caleb y renunciar al trabajo había sido también renunciar a los privilegios de los que había gozado en el pasado. Lo último que necesitaba era pensar en Caleb, en lo feliz que debía ser con Victoria, tampoco quería concentrarse en Gary, el culpable de que todo esto iniciara.
—¿Puede dejarme aquí, por favor? —preguntó Brooke al conductor, cuando pasaba frente a Golden Gate Park.
—¿Está seguro? —el taxista se mostró preocupado. Conocía a Brooke desde hacía cuatro meses y sabía que Molly estaba ingresada en la clínica, por lo que, le consideraba un amigo.
—Sí, tengo algo que hacer antes de volver a casa —respondió, tendiéndole un billete de diez dólares—. Quédese con el cambio —musitó, no era mucho, pero de alguna manera quería compensar al hombre que siempre le echó la mano. Quién en alguna ocasión le perdonó el no tener el dinero completo para pagarle.
Brooke no podía dejar de sentirse como un cangrejo, que, en vez de avanzar, iba caminando hacia atrás. Todo lo que había logrado con trabajo y esfuerzo se había ido a la m****a.
—Maldito seas, Gary Astor —gruñó con enojo.
Brooke pateó una pequeña piedra que se le atravesó en el camino, metió sus manos en los bolsillos y caminó por varios minutos, pensando en su situación.
—Deberías hacerte responsable de lo que provocaste —musitó, halando su chaqueta para cubrir sus mejillas cuando el frío lo azotó sin piedad. Era tarde para estar solo en el parque, pero no le importó, además, de repente tuvo una brillante idea. De una u otra manera, ya no había nada que perder. Lo había perdido todo…
Gary miró la pantalla de su laptop sin verla, no tenía interés alguno en lo que revisaba. Le preocupaba no saber nada de su hermano. Yeremi se había perdido por completo, le preocupaba que estuviera de regreso y no lo supiera. Le preocupaba más que tratara de buscar a Brooke, conocía a Yeremi, y sabía que nunca se quedaba con las ganas.
«Es como yo», pensó con amargura.
El recuerdo de la última vez que estuvo con Brooke hizo que su pene saltara a la vida y se apretara de manera incómoda dentro de su pantalón, presionando su pretina.
—Brooke —susurró.
Cuatro meses, habían pasado cuatro meses desde que se habían visto por última vez y aunque había rogado al destino no volver a encontrarse con él, no había dejado de pensar ni una sola vez en Brooke. Cada vez que veía un rubio en la pista de baile del antro, cada vez que veía un rubio caminando por la calle, pensaba irremediablemente en él.
—Maldita obsesión —gruñó. En eso se había convertido Brooke Gibson para Gary, era como un veneno que no podía sacarse de la sangre y que necesitaba volver a probar.
—Lo siento, señor, pero no puede entrar. ¡Señor! ¡Señor, por favor, no puede entrar!
El grito de la secretaria hizo que Gary saliera abruptamente de sus pensamientos, levantó la mirada cuando la puerta se abrió y allí estaba él. El causante de su deseo, Brooke Gibson.
—Señor, lo lamento, no pude evitar que entrara —se disculpó la secretaria. La mujer estaba pálida y su respiración era agitada, temía un buen regaño por parte de Gary; sin embargo, él ni siquiera la miró, la despidió con un movimiento de mano, mientras se ponía de pie.
Brooke tembló al verlo de pie, parecía más alto de lo que recordaba y es que, casi no lo había visto de pie estando sobrio. La primera vez estaba drogado, la segunda, Gary estaba sentado, escudándose detrás de su escritorio, mostrando las fotos íntimas que le había tomado, mientras chantajeaba a Caleb, la tercera vez y hasta ese momento la última, no se había fijado en su altura.
Brooke negó, apartó los recuerdos de la última vez y se concentró en el presente; sin embargo, su distracción sirvió para no darse cuenta del momento que Gary pasó a su lado y cerró la puerta a su espalda.
—¿A qué debo el honor de tu visita, Brooke? —preguntó.
La voz de Gary sonó tan cerca del oído de Brooke, que sintió un escalofrío recorrer su espalda, la piel del cuello se le erizó y un cosquilleo llenó su vientre.
—Tienes que hacerte responsable —masculló con dificultad.
Gary respiró el aroma de Brooke, su pulso se aceleró y sus labios rozaron el cuello del muchacho sin pedirle permiso.
—¿Qué haces? —preguntó Brooke, sacudiendo la sensación que le provocó el aliento de Gary.
—Me hago responsable, ¿no es por eso que viniste? —cuestionó el magnate, acariciando la espalda de Brooke, apretando una de sus redondas nalgas.
—¡No! —gritó, alejándose de la mano de Gary, mirándolo con recelo.
—Entonces, ¿a qué has venido hasta mi oficina? —preguntó, dando un paso hacia Brooke, haciendo que él diera dos hacia atrás, chocando contra el sillón.
—Renuncié a mi trabajo por tu culpa. Tienes que darle una solución —dijo, moviéndose con rapidez
Gary miró a Brooke y sonrió.
—¿Qué es lo que sabes hacer? —preguntó, sorprendiendo al joven.
—Fui asistente de Caleb por muchos años…
—¿Vas a traicionarlo de nuevo?
—Estoy dándote referencias de mi experiencia, no pienso decirte una sola palabra sobre la ensambladora que sea comprometedor para mí. Estoy fuera de Belmont S.A., aun así, no pienso decirte nada.
—Puedo negarme a ayudarte —amenazó Gary.
—Estoy consciente de que puedes hacerlo, como consciente estoy de que no debí venir a verte. Ni siquiera debí pensar en ti como una solución, siendo que eres la fuente de todos mis males —aseguró, mirando hacia la puerta, midiendo la posibilidad de escapar.
Brooke era consciente de que se dejó llevar por un momento de desesperación, se había armado de valor y finalmente, terminó dándose cuenta de que Gary jamás movería un solo dedo para ayudarlo, no si no estaba dispuesto a vender a Caleb.
—¿Y qué piensas hacer? Si has venido hasta mi oficina es porque no te ha quedado más remedio. No te han llamado de ninguna otra empresa, ¿verdad? —dijo, dándole en el clavo.
Brooke apretó los dientes.
—Da lo mismo, puedo trabajar en lo que sea. De hecho, tu antro está reclutando personas para trabajar, tal vez allí sea aceptado —mencionó, moviéndose con rapidez para buscar la puerta.
Brooke no llegó muy lejos, las manos de Gary lo atraparon antes de que pudiera abrir la puerta y huir.
—No tan rápido, pequeño caracol —murmuró junto a su oído.
El corazón de Brooke martilló dentro de su pecho, su pulso se aceleró haciendo que su cuerpo temblara por el contacto.
—Déjame ir —pidió Brooke.
—Tienes razón, Brooke, no debiste buscarme. No soy un hombre bueno, tampoco un caballero que va a salvarte de todos los males —gruñó pegando su cadera a las nalgas de Brooke—. No soy bueno para ti, ni para nadie; sin embargo, tengo que admitir que estos cuatro meses han sido un completo delirio. Es imposible dejar de pensarte, te metiste en mi sangre como una droga.
Brooke tragó el nudo que se le formó en la garganta.
—No vine por sexo —se las arregló a decir, pese a que su cuerpo estaba reaccionando a la cercanía de Gary.
Brooke sabía que era una reverenda estupidez caer en el juego de Gary, cuando tuviera todo de él, tal vez lo echaría sin ninguna contemplación.
—Trabaja para mí, sé mi asistente y haz todo lo que hacías para Caleb. ¿Me estoy explicando? —le preguntó, sin apartarse del calor de Brooke.
—¿A qué te refieres con todo? —se atrevió a preguntar. Brooke debía estar buscando la manera de salir de esa habitación, alejarse de Gary, no obstante, la curiosidad le ganó. Sin importar lo cerca que estaba del filo de la navaja.
—Quiero el mismo trato que tenías con Caleb, quiero que seas mi sombra, que me seas tan fiel, como lo eres con él —espetó, girando el cuerpo de Brooke con rudeza.
Los ojos de Brooke se fijaron en los labios perfectos de Gary, su conciencia le reprendió por siquiera pensar en aceptar.
—¿Quieres que sea tu perro fiel? —preguntó con un hilo de voz.
Gary no respondió con palabras, lo hizo con un beso ardiente que dejó a Brooke fuera de base.
«Soy un enfermo, solo de esa manera puedo aceptar lo que Gary me ofrece», pensó Brooke con pesar, pero sin apartarse de la lengua adictiva de su nuevo jefe…
Brooke recargó la cabeza sobre la madera, su corazón estaba agitado y sus piernas temblaban. No tenía idea de cómo había hecho para volver a su departamento luego de estar en la oficina de Gary tras haber aceptado ser su asistente personal.Los dedos de Brooke acariciaron sus labios y el recuerdo del beso ardiente que habían tenido le quemó a fuego vivo. ¿Qué era lo que estaba mal con él? ¿Cómo podía agitarse de aquella manera ante el beso del hombre que más odiaba? ¿Por qué su cuerpo lo deseaba?Brooke no comprendía por qué lo deseaba, odiándolo como lo hacía. Gary no era su amigo, era su enemigo y no debía olvidarse de eso. Gary no era bueno, él mismo lo había mencionado. «¿Qué tipo de hombre enfermo soy para someterse de esa manera?», se preguntó.—Un hombre desesperado y arruinado —masculló, apretando sus manos en dos firmes y fuertes puños.Brooke se sentía perdido y presionado por las circunstancias. El no encontrar un trabajo que le aportara lo que necesitaba para pagar la hosp
—¿Tu oficina? —preguntó Brooke, desde dentro del auto, reacio a salir, pues era consciente de lo que habían hecho en ese sitio unos meses atrás.Gary se inclinó sobre la puerta antes de responderle.—Sí, ya te lo he dicho, tengo trabajo pendiente.—¿Y vas a pagarme horas extras? Te recuerdo que ya no estoy en horario laboral —pronunció Brooke, intentando poner trabas para no ir con él.Gary le sonrió.—Eres mi asistente, Brooke, estarás donde yo esté y si tengo que pagarte horas extras, lo haré. Ahora baja y acompáñame —le ordenó.Brooke se liberó del cinturón de seguridad y bajó. El frío le hizo temblar, algo que no pasó desapercibido para Gary, quien sacó un abrigo de la parte de atrás del auto y lo colocó en los hombros de Brooke, sorprendiéndolo.—No digas nada y date prisa —dijo, interrumpiendo lo que Brooke iba a decirle, pues ni él sabía el motivo de su acción.Brooke asintió, acomodó el abrigo sobre su cuerpo y caminó en completo silencio detrás de Gary y con cada paso que dab
Paul Raymond miró al joven rubio alejarse y sonrió; se giró para dirigirse al antro, pero terminó encontrándose cara a cara con Gary.—¿Qué haces aquí? —preguntó Gary. Había un matiz de enojo y rencor en su voz, pero Paul no se amedrentó.—¿No estás feliz de verme, querido sobrino? —preguntó Paul, cerrando la distancia entre ellos.—No tengo motivos para estar feliz de verte —le espetó con cierta rabia.Paul suspiró.—Te vi llegar con un apuesto rubio, ¿tuyo? —cuestionó, y Gary no pudo evitar el escalofrío que le recorrió el cuerpo; su columna se estremeció y tensó como la cuerda de un violín.—Mi asistente —espetó, trató de sonar desinteresado.—¿Qué es lo que le has hecho que se ha marchado llorando? ¿Es que nunca vas a aprender a tratar a las personas?Gary adivinó la burla en su tono de voz, apretó los puños con fuerza y trató de no pensar en Brooke.—Él es únicamente mi asistente, si no le gusta el trabajo, puede largarse.Paul sonrió.—Me alegra escucharlo, pensé que las cosas v
Gary maldijo una y otra vez; el dolor lo mantuvo de rodillas por varios minutos, tiempo que Brooke aprovechó para escapar de él.—Déjalo ir, es lo mejor para los dos —farfulló con los dientes apretados; sin embargo, no era tan fácil. Lo tenía metido en la piel y en la sangre.Brooke era el manjar que no debió probar, pero ¿cuántas veces tenía que decirse todo aquello? Ya lo había hecho y nada podía cambiarlo. Necesitaba verlo, olerlo, sentirlo.—Maldición, maldición —gruñó, levantándose del piso y sentándose en el sillón de piel.—Señor…Gary levantó la mirada para encontrarse con Cecilia. La joven estaba aferrada al pomo de la puerta, sus ojos brillaban, y él no pudo evitar evocar los recuerdos recientes. Cecilia tocando la mejilla de Brooke, acariciando su frente… la ira volvió a adueñarse de él.—¿Qué es lo que quieres? —preguntó de mala manera, provocando que Cecilia diera un pequeño salto del susto.—¿Se encuentra bien?—Estoy perfectamente bien, ahora déjame solo y busca a Brook
«No puedo dejar de pensarte, no quiero que seas mi amante, Brooke. Podemos intentar ser algo más».Las palabras de Gary se repitieron en la cabeza de Brooke mientras su boca era devorada. Sus ojos lucharon para no cerrarse y ceder ante la tentación que representaba Gary para él. En otro tiempo, en otras circunstancias, tal vez habría confiado. Ahora era muy difícil hacerlo, y menos cuando se trataba del culpable de todos sus males.—Déjame —pidió, apenas Gary le dio un respiro.—Brooke.—Lo siento, pero no puedo confiar en ti. Estoy cansado de sufrir, Gary. Cansado de que todos me vean como un objeto.Los ojos de Gary recorrieron el rostro de Brooke. Levantó la mano y con su dorso acarició la mejilla del muchacho.—Sé que no merezco tu confianza, Brooke. Soy malditamente consciente de que te he causado daño, que no debí involucrarme contigo de ninguna manera. Pero aquí me tienes, siendo incapaz de alejarme de ti.Brooke tragó el nudo que se le formó en la garganta mientras trataba de
Brooke miró con discreción el rostro sereno de Gary; le parecía tan irreal estar sentado en el mismo auto con él, ocupando un mismo espacio y no estar tirándose pedradas. ¿Las últimas semanas realmente lo habían cambiado? Consideraba que no; nadie cambiaba de manera tan drástica; sin embargo, no podía negar que la actitud de Gary era la de un hombre diferente al que conocía.—Vas a darme una idea equivocada si continúas viéndome de esa manera.Brooke apartó la mirada con rapidez al saberse descubierto, se mordió el labio y apretó sus manos. Gary giró el rostro para ver a Brooke; él recargó la cabeza contra el vidrio de la ventana y cerró los ojos. No dormía, lo sabía. Simplemente estaba evitándolo.El trayecto al hospital fue silencioso, pero no incómodo; tener a Brooke en su auto era más que suficiente para sentirse bien.—Hemos llegado, Brooke —avisó antes de estacionar el auto en el sótano del hospital. Brooke se recompuso, asintió y abrió la puerta para salir del vehículo. Gary lo
Gary apretó los puños, se levantó y tomó a Yeremi por el cuello.—Mantén tus manos y tus pensamientos lejos de él —le gruñó.La tensión que manaba de él debió bastar para que Yeremi se echara atrás con sus intenciones; sin embargo, era un amante del peligro y más que una advertencia, para él fue una invitación. Una competencia y Brooke era el premio mayor.—¿Cómo harás para evitar que piense en él o que lo busque? —lo retó.Gary lo levantó de la silla y lo lanzó hacia la puerta.—No te atrevas a cruzarte en su camino, Yeremi. En esta vida te puedo perdonar hasta la cosa más estúpida, pero jamás te perdonaré si te acercas a él.Yeremi sintió el enojo en sus entrañas, tenía deseos de contradecir a su hermano y prometerle que se quedaría con Brooke, pero no era idiota y Paul tampoco le perdonaría que echara a perder las cosas…, por el momento.—Está bien —dijo. Yeremi levantó las manos en señal de derrota—. No lo buscaré.La ira brilló en los ojos oscuros de Gary, su mandíbula es
Las manos de Gary se deslizaron por el rostro de Brooke; con la yema de sus dedos acarició la curva de su cuello, dejando un sendero ardiente sobre su piel y un cosquilleo que encendió su deseo.Brooke jadeó, su piel se erizó cuando Gary presionó sus pezones con los dedos y apretó ligeramente.—No puedo detenerme —murmuró Gary, colocando su frente sobre la frente de Brooke.Su respiración estaba agitada, Brooke podía sentir los latidos de su corazón acelerarse bajo el toque de Gary, era demasiado bueno para detenerlo.—No lo hagas, no te detengas y dame todo de ti.Gary gruñó al escucharlo, bajó sus labios y atrapó los de Brooke. Sus lenguas se encontraron y la pasión se regó como pólvora por sus cuerpos.Brooke cerró los ojos y solo se permitió sentir, cerró su mente a todo, incluso a los gritos de la razón que luchaba para evitar la tentación. Él llevó las manos a la nunca de Gary y enredó sus dedos en sus cortos cabellos, presionó sobre su cuero cabelludo y lo atrajo a él.Gary lib