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Capítulo 4. M*****a obsesión

Brooke miró a su madre, su corazón le dolió, aun así, le sonrió.

—Luces triste, hijo —susurró Molly, acariciando los rubios cabellos de Brooke.

—Cansado, mamá, estoy cansado. El trabajo me trae de un lado a otro —mintió, llevaba cuatro semanas sin empleo, había aplicado en diversas compañías, pero en ninguna había sido llamado. Sus pocos ahorros estaban terminándose y la liquidación que Caleb le había dado, sirvió para cubrir un par de meses anticipados en la clínica.

—Lo siento tanto, cariño, soy una carga muy pesada para ti.

—No digas eso, mamá, eres lo único bueno que tengo en mi vida. Haría cualquier cosa por ti —le aseguró.

Brooke había pensado en buscar un trabajo en algún restaurante de mesero, incluso estaba dispuesto a trabajar en algún club por las noches, luego de escuchar que la paga era buena, aunque el trabajo no era muy decente, ¿importaba? ¿A quién podía afectarle sino solamente a él? Y ante la necesidad de trabajo, no le haría caras a ninguna fuente de ingresos.

—Trabajas para pagar deudas, tratamientos que no van a funcionar, Brooke. Todo lo que hacen es calmar el dolor —musitó Molly con pesar.

Brooke tragó el nudo que se formó en su garganta.  Lo sabía, pero eso hacía que todo doliera el doble, sabía que todos sus esfuerzos no tendrían el resultado esperado, pero tenía el consuelo de que su madre iba a sufrir menos. Eso era un gran aliciente.

—No digas eso, mamá. La ciencia ha avanzado mucho y todos los días hay nuevos descubrimientos. No perdamos la fe, ¿sí? —murmuró con un nudo en la garganta.

Ella movió la cabeza.

—Me siento cansada, ¿te importa si duermo un poco?

Brooke negó, se estiró y le dio un beso en la frente.

—Duerme, mamá, si no estoy cuando despiertes, ten la seguridad de que volveré —le dijo.

Brooke hizo acopio de toda su fuerza de voluntad mientras la miraba cerrar los ojos, se mordió el puño para no sollozar. Estaba devastado, roto en muchas maneras, pero aún no tenía idea de cuan roto iba a llegar a sentirse.

—Descansa —susurró antes de salir de la habitación y solo entonces se permitió romperse en mil pedazos, solo en ese momento se permitió ser débil.

Brooke tomó un taxi para ir a casa, dejar a Caleb y renunciar al trabajo había sido también renunciar a los privilegios de los que había gozado en el pasado. Lo último que necesitaba era pensar en Caleb, en lo feliz que debía ser con Victoria, tampoco quería concentrarse en Gary, el culpable de que todo esto iniciara.

—¿Puede dejarme aquí, por favor? —preguntó Brooke al conductor, cuando pasaba frente a Golden Gate Park.

—¿Está seguro? —el taxista se mostró preocupado. Conocía a Brooke desde hacía cuatro meses y sabía que Molly estaba ingresada en la clínica, por lo que, le consideraba un amigo.

—Sí, tengo algo que hacer antes de volver a casa —respondió, tendiéndole un billete de diez dólares—. Quédese con el cambio —musitó, no era mucho, pero de alguna manera quería compensar al hombre que siempre le echó la mano. Quién en alguna ocasión le perdonó el no tener el dinero completo para pagarle.

Brooke no podía dejar de sentirse como un cangrejo, que, en vez de avanzar, iba caminando hacia atrás. Todo lo que había logrado con trabajo y esfuerzo se había ido a la m****a.

—Maldito seas, Gary Astor —gruñó con enojo.

Brooke pateó una pequeña piedra que se le atravesó en el camino, metió sus manos en los bolsillos y caminó por varios minutos, pensando en su situación.

—Deberías hacerte responsable de lo que provocaste —musitó, halando su chaqueta para cubrir sus mejillas cuando el frío lo azotó sin piedad. Era tarde para estar solo en el parque, pero no le importó, además, de repente tuvo una brillante idea. De una u otra manera, ya no había nada que perder. Lo había perdido todo…

Gary miró la pantalla de su laptop sin verla, no tenía interés alguno en lo que revisaba. Le preocupaba no saber nada de su hermano. Yeremi se había perdido por completo, le preocupaba que estuviera de regreso y no lo supiera. Le preocupaba más que tratara de buscar a Brooke, conocía a Yeremi, y sabía que nunca se quedaba con las ganas.

«Es como yo», pensó con amargura.

El recuerdo de la última vez que estuvo con Brooke hizo que su pene saltara a la vida y se apretara de manera incómoda dentro de su pantalón, presionando su pretina.

—Brooke —susurró.

Cuatro meses, habían pasado cuatro meses desde que se habían visto por última vez y aunque había rogado al destino no volver a encontrarse con él, no había dejado de pensar ni una sola vez en Brooke. Cada vez que veía un rubio en la pista de baile del antro, cada vez que veía un rubio caminando por la calle, pensaba irremediablemente en él.

—Maldita obsesión —gruñó. En eso se había convertido Brooke Gibson para Gary, era como un veneno que no podía sacarse de la sangre y que necesitaba volver a probar.

—Lo siento, señor, pero no puede entrar. ¡Señor! ¡Señor, por favor, no puede entrar!

El grito de la secretaria hizo que Gary saliera abruptamente de sus pensamientos, levantó la mirada cuando la puerta se abrió y allí estaba él. El causante de su deseo, Brooke Gibson.

—Señor, lo lamento, no pude evitar que entrara —se disculpó la secretaria. La mujer estaba pálida y su respiración era agitada, temía un buen regaño por parte de Gary; sin embargo, él ni siquiera la miró, la despidió con un movimiento de mano, mientras se ponía de pie.

Brooke tembló al verlo de pie, parecía más alto de lo que recordaba y es que, casi no lo había visto de pie estando sobrio. La primera vez estaba drogado, la segunda, Gary estaba sentado, escudándose detrás de su escritorio, mostrando las fotos íntimas que le había tomado, mientras chantajeaba a Caleb, la tercera vez y hasta ese momento la última, no se había fijado en su altura.

Brooke negó, apartó los recuerdos de la última vez y se concentró en el presente; sin embargo, su distracción sirvió para no darse cuenta del momento que Gary pasó a su lado y cerró la puerta a su espalda.

—¿A qué debo el honor de tu visita, Brooke? —preguntó.

La voz de Gary sonó tan cerca del oído de Brooke, que sintió un escalofrío recorrer su espalda, la piel del cuello se le erizó y un cosquilleo llenó su vientre.

—Tienes que hacerte responsable —masculló con dificultad.

Gary respiró el aroma de Brooke, su pulso se aceleró y sus labios rozaron el cuello del muchacho sin pedirle permiso.

—¿Qué haces? —preguntó Brooke, sacudiendo la sensación que le provocó el aliento de Gary.

—Me hago responsable, ¿no es por eso que viniste? —cuestionó el magnate, acariciando la espalda de Brooke, apretando una de sus redondas nalgas.

—¡No! —gritó, alejándose de la mano de Gary, mirándolo con recelo.

—Entonces, ¿a qué has venido hasta mi oficina? —preguntó, dando un paso hacia Brooke, haciendo que él diera dos hacia atrás, chocando contra el sillón.

—Renuncié a mi trabajo por tu culpa. Tienes que darle una solución —dijo, moviéndose con rapidez

Gary miró a Brooke y sonrió.

—¿Qué es lo que sabes hacer? —preguntó, sorprendiendo al joven.

—Fui asistente de Caleb por muchos años…

—¿Vas a traicionarlo de nuevo?

—Estoy dándote referencias de mi experiencia, no pienso decirte una sola palabra sobre la ensambladora que sea comprometedor para mí. Estoy fuera de Belmont S.A., aun así, no pienso decirte nada.

—Puedo negarme a ayudarte —amenazó Gary.

—Estoy consciente de que puedes hacerlo, como consciente estoy de que no debí venir a verte. Ni siquiera debí pensar en ti como una solución, siendo que eres la fuente de todos mis males —aseguró, mirando hacia la puerta, midiendo la posibilidad de escapar.

Brooke era consciente de que se dejó llevar por un momento de desesperación, se había armado de valor y finalmente, terminó dándose cuenta de que Gary jamás movería un solo dedo para ayudarlo, no si no estaba dispuesto a vender a Caleb.

—¿Y qué piensas hacer? Si has venido hasta mi oficina es porque no te ha quedado más remedio. No te han llamado de ninguna otra empresa, ¿verdad? —dijo, dándole en el clavo.

Brooke apretó los dientes.

—Da lo mismo, puedo trabajar en lo que sea. De hecho, tu antro está reclutando personas para trabajar, tal vez allí sea aceptado —mencionó, moviéndose con rapidez para buscar la puerta.

Brooke no llegó muy lejos, las manos de Gary lo atraparon antes de que pudiera abrir la puerta y huir.

—No tan rápido, pequeño caracol —murmuró junto a su oído.

El corazón de Brooke martilló dentro de su pecho, su pulso se aceleró haciendo que su cuerpo temblara por el contacto.

—Déjame ir —pidió Brooke.

—Tienes razón, Brooke, no debiste buscarme. No soy un hombre bueno, tampoco un caballero que va a salvarte de todos los males —gruñó pegando su cadera a las nalgas de Brooke—. No soy bueno para ti, ni para nadie; sin embargo, tengo que admitir que estos cuatro meses han sido un completo delirio. Es imposible dejar de pensarte, te metiste en mi sangre como una droga.

Brooke tragó el nudo que se le formó en la garganta.

—No vine por sexo —se las arregló a decir, pese a que su cuerpo estaba reaccionando a la cercanía de Gary.

Brooke sabía que era una reverenda estupidez caer en el juego de Gary, cuando tuviera todo de él, tal vez lo echaría sin ninguna contemplación.

—Trabaja para mí, sé mi asistente y haz todo lo que hacías para Caleb. ¿Me estoy explicando? —le preguntó, sin apartarse del calor de Brooke.

—¿A qué te refieres con todo? —se atrevió a preguntar. Brooke debía estar buscando la manera de salir de esa habitación, alejarse de Gary, no obstante, la curiosidad le ganó. Sin importar lo cerca que estaba del filo de la navaja.

—Quiero el mismo trato que tenías con Caleb, quiero que seas mi sombra, que me seas tan fiel, como lo eres con él —espetó, girando el cuerpo de Brooke con rudeza.

Los ojos de Brooke se fijaron en los labios perfectos de Gary, su conciencia le reprendió por siquiera pensar en aceptar.

—¿Quieres que sea tu perro fiel? —preguntó con un hilo de voz.

Gary no respondió con palabras, lo hizo con un beso ardiente que dejó a Brooke fuera de base.

«Soy un enfermo, solo de esa manera puedo aceptar lo que Gary me ofrece», pensó Brooke con pesar, pero sin apartarse de la lengua adictiva de su nuevo jefe…

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