Secuestro

— ¡Eres una estúpida! ¿De verdad creías que el joven Marko se fijaría en ti? — Gloria me gritaba burlona mientras yo fregaba el piso.

Una de las empleadas le había contado sobre mi beso con Marko, y ella no perdería la oportunidad de burlarse. La odiaba con todo mi ser.

— Solamente una mosquita muerta como Alma tiene el sueño de Cenicienta — Se burlaba Ana mientras se acercaba. Su risa resonaba en el aire, aumentando mi sensación de humillación.

Su cabello fluía en tonos dorados, brillando como un halo de luz, y sus ojos adoptaban el verde más cautivador.

A pesar de su belleza era uno de los seres humanos más despiadados que había tenido la desgracia de conocer.

— Mi hermano nunca se fijaría en ti. Él se casará con Elsa, una mujer de su clase y mi mejor amiga. — Ana espetó con desdén, arrojando sus palabras como dagas afiladas.

Respiré profundamente, luchando contra el impulso de dejar que sus insultos penetraran en mi ser. No permitiría que obtuvieran la satisfacción de verme llorar.

[...]

Desperté, sumergida en la rutina de otro día monótono.

Aquella mañana era especialmente desoladora, pues Elsa se había quedado a dormir en casa bajo el pretexto de acompañar a "Ana", aunque yo sabía que había buscado la habitación de Marko.

En el desayuno, el señor no dejaba de expresar su alegría por la relación de su hijo y su futura nuera, destacando los beneficios de la alianza entre ambas familias.

Mientras ellos se tomaban de las manos y compartían besos, mi mundo se desmoronaba por completo.

La idea de permanecer en esa casa, y mucho menos presenciar la boda, se volvía insoportable. Anhelaba escapar, pero la falta de un destino seguro me mantenía atrapada en ese tormentoso lugar.

— Señor Ferrer — Pronuncié su nombre antes de que él subiera a su carro y me regaló una mirada fría; él siempre me miraba de ese modo.

— ¡No tengo tu tiempo, Alma! ¡Tengo una reunión muy importante! — Me informó molesto.

—No le robaré más de cinco minutos, señor. Dentro de poco tiempo cumpliré los dieciocho años y quisiera saber qué ocurrirá conmigo. — Expresé desconcertada, y él rió con fuerza.

—¿Pretendes que siga costeando tu educación? — Inquirió en un tono burlón. — ¡No eres más que una malagradecida! ¡Me he encargado de matarte el hambre durante los últimos dieciséis años y pretendes que te siga manteniendo!

En ese instante, me percaté de que no podría asistir a la universidad a menos que yo pagara mis estudios.

—Yo no quise ofenderlo. — Me disculpé. — No me refería a mis estudios. Lo único que quiero es saber quiénes fueron mis padres y si tengo más familia.

— ¡No eres más que un error! — Me gritó molesto. — Tu madre era una cualquiera que se entregó al primer sinvergüenza que conoció, y por supuesto, él no se haría responsable de ti. Tu padre huyó y ella me dejó a tu cuidado al morir.

Mis lágrimas caían como la lluvia desbordada de una tormenta interna. Cada palabra de la impactante revelación de mi origen golpeaba mi alma, dejando cicatrices en mi interior.

— A nadie le interesas, Alma. Deberías estar agradecida de que me encargué de tu educación y no te dejé en la calle. Mantente en tu lugar y no te atrevas siquiera a mirar a mi hijo. — Me advirtió antes de alejarse.

Mis dedos temblorosos se dirigieron a mi rostro, deslizando con cuidado por mis mejillas para borrar las huellas de mis lágrimas. En ese momento, el sonido de mi nombre flotó en el aire, pronunciado por una presencia que conocía demasiado bien: Elsa Montesinos. La castaña de ojos verdes, el objeto del amor de Marko.

Sus ojos, tan distintos a los míos, irradiaban confianza y seguridad. Mientras limpiaba mis lágrimas, me encontré cara a cara con la mujer que había ocupado el lugar que yo anhelaba.

— ¡No te cansas de humillarte! — Elsa carcajea burlona — Tú no eres más que una recogida, Alma.

La mire con determinación, aguantando la humillación.

— ¡No me vuelvas a llamar así! — Espeto molesta.

— ¡Es la verdad, eres una recogida! ¡Cuando sea la señora Ferrer, me encargaré de que te corran de esta casa y mi suegro te interne en un sucio internado!— Me advierte

— Marko y la señora Mariel nunca lo permitirían.— Me defendí

— Mi suegra es solo una sombra en esta familia y mi marido hace lo que a mí se me antoja. Es solo mi títere.

En un arrebato de furia, no pude contenerme más y mi mano se estrelló contra su mejilla con un sonido resonante. El calor de la ira recorría mi cuerpo, y aunque la satisfacción momentánea se apoderó de mí, sabía que acababa de cruzar una línea.

Justo en ese instante, cuando el eco del golpe aún resonaba en el aire, la puerta se abrió bruscamente. Marko, con sorpresa y desaprobación en sus ojos grises, se encontró con la escena. Mi corazón latía con fuerza, consciente de que acababa de cometer un acto impulsivo y que la presencia de Marko complicaría aún más las cosas.

—¡Alma, ¿cómo te atreves a golpear a mi prometida?! — me grita molesto, nunca en mi vida me había gritado. Sus ojos grises parecían dagas.

—Marko, yo...— Pronuncié, pero no lograba emitir sonido alguno.

—Marko, mi amor, esta mujer me gritó. Me dijo que solo era una intrusa y una zorra, y que no te merecía — acusa, fingiendo sollozos.

—Marko, yo te juro que no... — intentaba defenderme, pero él no escuchaba razón.

—No quiero repetirte que Elsa será mi esposa y tendrás que aceptarlo. Si no la respetas, tendrás un problema conmigo. Discúlpate ahora mismo, Alma — exige.

Marko siempre había sido el amor de mi vida, y haría lo que sea por él, pero nunca había logrado dominar mi carácter ni él ni nadie.

—¡No me disculparé, Marko, porque yo no he hecho nada! ¡Deseo que nunca te arrepientas de esto! — sentencio antes de marcharme prácticamente corriendo.

Me sentía abrumada por una profunda tristeza, completamente devastada por la forma en que Marko me había tratado. Mientras el chófer conducía, me sumí en mis pensamientos, enfocando mi vista en la ventana en un esfuerzo por contener las lágrimas. La última cosa que quería era que alguien en el colegio me viera en ese estado.

De repente, un impacto sacudió el vehículo, haciéndolo detenerse bruscamente. Instintivamente, me lancé debajo del asiento cuando, en un abrir y cerrar de ojos, sonidos similares a fuegos artificiales retumbaron a mi alrededor. Solo más tarde comprendí que eran disparos.

Un grito se escapó de mis labios al percatarme de que el chófer estaba ahora bañado en sangre. Aunque vivía en una ciudad peligrosa, nunca imaginé que algo así me sucedería.

De repente, cuatro hombres encapuchados descendieron de la camioneta que se había estacionado frente a nosotros. Con pistolas en mano y amenazas contundentes, me obligaron a salir del automóvil. Me hallaba paralizada, incapaz de articular palabra o movimiento.

Cubrieron mi cabeza con una bolsa y nos llevaron a toda velocidad. En ese momento, supe que mi vida estaba dando un giro hacia un inesperado y aterrador capítulo. Ese fue el inicio de mi descenso a un verdadero infierno.

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