Regreso a casa

Al despertar, mis ojos se abrieron lentamente, revelándome una habitación ajena. La conexión con una máquina que facilitaba mi respiración destacaba en mi percepción. Mi mirada se posó en la imperturbable blancura de las paredes, y deduje que me encontraba en una clínica.

Mis ojos se elevaron al notar la entrada de dos individuos. El primero, vestido de blanco, denotaba ser un médico de mediana edad. El segundo, sin embargo, era inconfundible, un rostro familiar que protagonizaba las noticias diarias.

Sus ojos grises me escudriñaron con intensidad, como si intentara desentrañar mi identidad. El pelo oscuro, ahora más corto que hace años , y una candente barba en su rostro añadían un toque de atractivo.

Se aproximó lentamente, sus pasos resonando en la habitación. Con delicadeza, acarició mis mejillas, como si temiera que su contacto pudiera quebrarme.

— ¿Mi alma eres tú? — preguntó, pero no recibió respuesta alguna.

— La paciente presenta signos de abuso sexual y físico — informó el m
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