Alma Méndez.Mi nombre era Alma, era lo único que conocía de mi pasado. Mis padres y cualquier conexión con mi pasado permanecían ocultos en las sombras del desconocido.Desde mi más tierna infancia, fui acogida por la señora Mariel en la opulenta mansión Ferrer. Su amor maternal me envolvía, a pesar de que su luz parecía eclipsada por una profunda depresión. El señor Emir, en cambio, era un hombre de hielo y autoridad. Un empresario prestigioso con aspiraciones políticas, me recordaba constantemente que le debía la vida. Su trato era hostil, como si mi existencia le resultara un estorbo.En esa familia acomodada, dos hermanos compartían mi día a día. Ana, de mi edad, me veía como una rival, mientras que Marko, el orgulloso hijo mayor, se convertía en mi protector silencioso. Lo había amado desde mi infancia.Entre quehaceres impuestos, golpes y soledad, la mansión se transformaba en un lugar sombrío. La señora Mariel, frágil en su carácter, no podía protegerme, y Marko, ajeno a mi
— ¡Eres una estúpida! ¿De verdad creías que el joven Marko se fijaría en ti? — Gloria me gritaba burlona mientras yo fregaba el piso.Una de las empleadas le había contado sobre mi beso con Marko, y ella no perdería la oportunidad de burlarse. La odiaba con todo mi ser.— Solamente una mosquita muerta como Alma tiene el sueño de Cenicienta — Se burlaba Ana mientras se acercaba. Su risa resonaba en el aire, aumentando mi sensación de humillación.Su cabello fluía en tonos dorados, brillando como un halo de luz, y sus ojos adoptaban el verde más cautivador. A pesar de su belleza era uno de los seres humanos más despiadados que había tenido la desgracia de conocer. — Mi hermano nunca se fijaría en ti. Él se casará con Elsa, una mujer de su clase y mi mejor amiga. — Ana espetó con desdén, arrojando sus palabras como dagas afiladas.Respiré profundamente, luchando contra el impulso de dejar que sus insultos penetraran en mi ser. No permitiría que obtuvieran la satisfacción de verme llora
El miedo me envolvía mientras mis manos dolían y mi rostro se asemejaba a un mar de marcas y moretones. Había pasado toda una noche encerrada y esposada a una cama, sin tener la menor idea de los deseos de esos individuos. La incertidumbre me atormentaba: ¿querían venderme, prostituirme, extraer mis órganos? No sabía qué tramaban.Mis ojos se posaban en la habitación, y debía admitir que, a pesar de la situación, tenía un aspecto lujoso. Era un contraste abrumador en comparación con el rincón donde solía dormir cada noche, más parecido a una especie de bodega apartada en la mansión.De repente, el sonido de la puerta resonó y una figura entró en la habitación. No podía discernir si era uno de los hombres que me había secuestrado o alguien completamente distinto.Era un hombre alto, con cabello oscuro como la noche y unos ojos verdes que me atemorizaban por la frialdad con la que me observaban. Algo en su presencia me resultaba extrañamente familiar, aunque no podía identificar qué era
Dos años después. En los últimos años, mi existencia se ha convertido en un torbellino de sufrimiento. Las paredes de mi prisión se ciernen sobre mí, aislándome del mundo exterior. El Alacrán, una figura sombría, visita mi reclusión mensualmente, dejando tras de sí un rastro de incertidumbre.Madeline, una joven que labora en este oscuro lugar, se ha convertido en mi única conexión con la realidad. Aunque no he sufrido golpes ni privaciones alimenticias, la sensación de estar aprisionada persiste, enredándose en cada pensamiento.Este purgatorio incesante me ha llevado a cuestionar por qué aún no han decidido poner fin a mi vida. A medida que los años transcurrían, mi cuerpo se transformaba, adoptando la figura de una mujer. Aunque mis curvas y senos afloraban, mi interior permanecía marcado por la fragilidad de una niña rota. La nostalgia por Marko se apoderaba de mí. Me preguntaba sobre su destino, imaginando si ya habría formado una familia con Elsa. De vez en cuando, su figura
Marko Ferrer. La indignación se apoderó de mí, un torbellino de emociones que ni siquiera una infidelidad podría igualar. Dos años de matrimonio con Elsa y descubrí que me había mentido, engañado de la manera más dolorosa. Lo más sorprendente era que no lo supe de ella; fue el médico de la familia quien me reveló la verdad. La traición pesaba en mi corazón, marcando esos años compartidos con una sombra de decepción y amargura. —¡Cómo pudiste hacerlo, Elsa! — Espeté molesto. —Marko, mi amor, yo te juro que no quise lastimarte. Estaba muy mal y fue la única solución que encontré — Ella llevó sus manos a sus mejillas, cubriendo su rostro y sollozando. —¡Matar a mi hijo no era una solución! ¡Tú sabes que yo anhelaba ser padre y no te importó! — Le grité molesto. —¡No iba a arruinar mi cuerpo ni mi vida por un mocoso llorón! ¡Yo nunca he querido ser madre y tú lo sabías cuando te casaste conmigo, pero aún así insistes!... Mi cuerpo es mi decisión.— Exclama. Al principio, cuando nos c
Al despertar, mis ojos se abrieron lentamente, revelándome una habitación ajena. La conexión con una máquina que facilitaba mi respiración destacaba en mi percepción. Mi mirada se posó en la imperturbable blancura de las paredes, y deduje que me encontraba en una clínica.Mis ojos se elevaron al notar la entrada de dos individuos. El primero, vestido de blanco, denotaba ser un médico de mediana edad. El segundo, sin embargo, era inconfundible, un rostro familiar que protagonizaba las noticias diarias.Sus ojos grises me escudriñaron con intensidad, como si intentara desentrañar mi identidad. El pelo oscuro, ahora más corto que hace años , y una candente barba en su rostro añadían un toque de atractivo.Se aproximó lentamente, sus pasos resonando en la habitación. Con delicadeza, acarició mis mejillas, como si temiera que su contacto pudiera quebrarme.— ¿Mi alma eres tú? — preguntó, pero no recibió respuesta alguna.— La paciente presenta signos de abuso sexual y físico — informó el m
Habían pasado dos días en los cuales me trataban con amabilidad. La señora Mariel y Marko estaban pendientes de mí, mientras que el señor Emir rara vez estaba en casa. Elsa se dedicaba a sus compras constantes, y Ana, quien estaba terminando la carrera, se encontraba de viaje por Europa.Durante esos días, los empleados continuaban maltratándome cuando ni Marko ni su madre estaban presentes. Gloria, la ama de llaves, era especialmente despectiva, considerándome una intrusa en la casa que Elsa y ella manejaban con mano firme.En un esfuerzo por integrarme, ayudaba a la señora Mariel a ordenar ropa para la fiesta benéfica organizada por Marko. Mientras doblábamos prendas, noté la mirada amorosa de la señora Mariel y no pude evitar devolverle una sonrisa. Siempre había anhelado tener una madre como ella, alguien que me tratara con el mismo afecto con el que cuidaba de Marko y Ana.A pesar de la aparente armonía, la relación entre Marko y Mariel era sólida, mientras que con Ana se llevaba
La tarde de compras con la señora Mariel fue toda una experiencia. Me sorprendió al elegir un vestido plateado para mí, revelador y elegante, con la espalda descubierta y un atractivo corte en V que resaltaba mi escote. Mi cabello, suelto y ondeante, llegaba hasta la cintura, y mi maquillaje realzaba mis ojos azules con una sombra delicada y un labial rosa claro. Al descender las escaleras, me encontré con la señora Mariel, quien ya estaba lista en un vestido blanco que resaltaba su elegancia. Su cabello rubio estaba recogido en un chongo, completando su look impecable. —Te ves hermosa — expresa mientras deposita un beso en mi frente. La mirada de Marko recorría mi figura de arriba a abajo, como si estuviera escaneándome, y en sus ojos se reflejaba claramente el desagrado. No podía olvidar el incidente del día anterior cuando lo vi besándose con su asistente, y esa molestia seguía ardiendo dentro de mí. —¿Qué te ocurre, hijo? ¿Por qué la miras así? — inquiere Mariel. —¡Ya se nos h