Mi decisión

Dos años después.

En los últimos años, mi existencia se ha convertido en un torbellino de sufrimiento. Las paredes de mi prisión se ciernen sobre mí, aislándome del mundo exterior. El Alacrán, una figura sombría, visita mi reclusión mensualmente, dejando tras de sí un rastro de incertidumbre.

Madeline, una joven que labora en este oscuro lugar, se ha convertido en mi única conexión con la realidad. Aunque no he sufrido golpes ni privaciones alimenticias, la sensación de estar aprisionada persiste, enredándose en cada pensamiento.

Este purgatorio incesante me ha llevado a cuestionar por qué aún no han decidido poner fin a mi vida.

A medida que los años transcurrían, mi cuerpo se transformaba, adoptando la figura de una mujer. Aunque mis curvas y senos afloraban, mi interior permanecía marcado por la fragilidad de una niña rota.

La nostalgia por Marko se apoderaba de mí. Me preguntaba sobre su destino, imaginando si ya habría formado una familia con Elsa. De vez en cuando, su figura aparecía en las noticias, siguiendo los pasos políticos de su padre. Aunque me buscó incansablemente, el velo de la oscuridad tejido por "El Alacrán", como se rumoreaba, impidió su éxito.

—Alma — Madeline pronunció mi nombre, sacándome de mis pensamientos.

—¿Que ocurre, Maddy?— Pregunté

—Feliz cumpleaños, Alma. Al fin has cumplido dieciocho años.— Depositó un beso en mi mejilla.

—Lo había olvidado.

Ella sonrió y me entregó un paquete. — Sé que no es muy valioso, pero te lo entrego con mucho amor.

—Muchas gracias, Madeline. — Le regalé una sonrisa mientras abría el regalo, revelando una pulsera en su interior.

Tomé la pulsera en tono dorado y la coloqué alrededor de mi muñeca.

—No es nada, muchas felicidades. El Alacrán ha informado que vendrá a verte esta noche.— Anuncia Maddy.

Aún no comprendo porque ella no ha escapado de este lugar cuando tiene la posibilidad.

[...]

Esa misma noche me despedí de Maddy debido a que el Alacrán había ordenado que me trasladarán a otro sitio para charlar conmigo. Un hombre me cubrió la cabeza con una bolsa mientras me trasladaban en una de sus camionetas, aunque lograba vislumbrar algunos edificios de la ciudad.

Me percate de que me encontraba lejos de lo que alguna vez fue mi hogar. Después de dos años, aquel viaje me permitía ver la luz del sol o, en este caso, los rayos de la luna.

En una camioneta diferente a la suya, consciente de que cualquier intento de resistencia sería letal, evité provocar al hombre que me custodiaba. La paciencia se volvía mi mejor aliada.

Esperé en silencio mientras la camioneta se detenía tras dos largas horas. Aún simulando no ver nada, dos de sus secuaces me condujeron hacia la sala de la propiedad. En ese momento, él retiró la bolsa y pude ver su rostro.

—Espera aquí, alguien desea conocerte.— Anunció el Alacrán

— ¿Quién?... ¿Me venderás a alguien pedazo de hijo de puta?— Espete

—¡A pesar de los años, sigues siendo la misma estúpida! — Grita molesto — No ha nacido la persona que me grite y viva para contarlo, mucho menos una zorrita como tú.

Tragué grueso cuando él me apuntó en la frente con su propia arma.

—Si no te necesitará para mis planes, ya estarías tres metros bajo tierra.— Comenta

— ¡Entonces hazlo, mátame!— Lo rete—¡No tienes idea de lo feliz que seré cuando Marko por fin logre atraparte! Porque ni él ni los Ferrer se quedarán tranquilos con mi muerte, te lo aseguro.

Él reía fuerte como si hubiera contado el mejor de los chistes y le pidió a sus hombres que se marcharan. Ellos dudaron, pero asintieron.

—Ese imbécil ni siquiera, si llegara a ser gobernador o presidente, podría atraparme. Y en cuanto a ti, no le importas y nunca le importarás. Deberías culminar con tu absurda obsesión con él.

La incredulidad se apoderó de mí al percatarme de que él conocía mis sentimientos hacia Marko. Resultaba incomprensible que tuviera ese conocimiento, ya que la única persona a la que me había confiado era Maddy, y estaba segura de que ella nunca me traicionaría.

— Marko se casó y no le importó en lo absoluto tu desaparición.— Informa destrozando mi corazón.

Debí contener mis lágrimas en ese instante, ya que no deseaba demostrarle que sus palabras me estaban afectando.

— Podrías vengarte de ese idiota y de todas esas personas. Hace dos años vi una rabia que nunca había visto en tu mirada.

Era evidente que él deseaba usarme para obtener su venganza. Durante los últimos años había pensado que El Alacrán solo buscaba obtener dinero al secuestrar a Ana, pero ahora estaba claro que había algo más.

—¿Qué te hizo Emir? — Inquirí; sin embargo, él no respondió nada.

De repente, una tercera persona entró en la habitación. Era un hombre que parecía mayor, no anciano, pero sí de unos cuarenta o cincuenta años. Vestía de negro y una máscara cubría su rostro.

Él me miraba de una forma muy extraña y se acercó a mí con lentitud.

—No temas, Alma — Me pidió en un tono suave, centrando sus ojos cafés en mí.

—¿Quién es usted? — Cuestioné confusa.

—Eso no tiene importancia, puedes llamarme "Cuervo"... Soy quien se oculta tras las sombras y observa absolutamente todo permaneciendo desapercibido. No importa quién soy yo, sino quién eres tú.

Mis manos ascendieron hacia mi rostro, buscando aliviar el sudor frío que emanaba de mi frente, y solté un suspiro cargado de confusión. En ese momento, no lograba comprender absolutamente nada.

— ¿Quién soy yo? — Inquirí incrédula.

—Supongo que has escuchado sobre la historia de la familia Arismendi.— Comenta.

Asentí con la cabeza, reconociendo aquel apellido.

—Eran socios del señor Emir.— Pronuncié.

—Gustavo Arismendi era uno de los mejores amigos de Emir. Se conocían desde niños, compartían absolutamente todo y eran muy unidos. Gustavo adoraba a su amigo y lo consideraba su hermano, por eso no se percató de que le tendía una trampa.— Informa.

—¿Cómo una trampa? — Inquirí confusa.

— Emir estaba vinculado al narcotráfico. Traficaba en la compañía que ambos habían iniciado, y cuando Gustavo se percató, se enfadó demasiado. Él tenía una mujer y un bebé, no deseaba vincularse con delincuentes, quería un futuro digno para ti y tu madre. No deseaba manchar su apellido y entonces cometió un error, lo enfrentó.

—¡No puede ser! ¡Ellos no pueden ser mis!...

—Sí, ellos fueron tus padres — confirmó — Emir los envió a asesinar con unos sicarios, fingiendo un asalto. Ante la ley, quien traficaba en la empresa era tu padre y los asesinaron por un ajuste de cuentas.

Un torrente de lágrimas resbaló por mis mejillas, como una desgarradora cascada que llevaba consigo la revelación devastadora. Durante tanto tiempo, había llevado la creencia de que mis padres nunca me quisieron, pero la realidad golpeó con fuerza: estaban muertos, les arrebataron la vida de una manera cruel y despiadada, dejándome sumida en una profunda y desgarradora tristeza. El peso de la pérdida se hacía sentir, dejando en mi alma una herida que parecía imposible de cerrar.

—¿Cómo murieron? — Pregunté entre lágrimas.

— Es mejor que no te enteres. Si te he mantenido aquí durante los últimos años es para protegerte, pero ya tienes dieciocho años y puedes reclamar la herencia de tu padre, sin preocuparte por la amenaza que es Emir.

Me desplomé en el suelo, dejando que la realidad abrumadora me envolviera. Mis manos instintivamente buscaron refugio en mi rostro, intentando ocultar la incredulidad y el dolor que se apoderaban de mí. La cruel verdad de que nunca pude conocer a mis padres se manifestaba con una intensidad avasalladora, sumiéndome en una soledad abismal.

Culpa y desesperación se entrelazaban en mi corazón, y el responsable de ese oscuro destino era ese hombre que había despojado mi vida de las raíces que nunca llegué a conocer.

El Cuervo, testigo de mi quebranto, se acercó para ofrecerme un apoyo reconfortante. Sus manos gentiles buscaron mis mejillas, deteniendo las lágrimas que brotaban sin control.

—Tranquila, Alma.— Me intenta consolar.

—¿Que herencia?... No entiendo nada.— Expreso desconceetada.

—Hay una razón por la cual tú estás con vida— anunció con solemnidad, las palabras flotando en el aire con un peso significativo. Mientras mis emociones se agitaban, el Cuervo continuó.—Tú eres la única hija de Gustavo.

Sus palabras resonaron como un eco en mi mente, estableciendo un puente entre mi presente y un pasado que desconocía.

—Él estipuló que cuando cumplas la mayoría de edad podrías acceder a su fortuna. Una parte de las empresas te pertenece.

La duda nublaba mi confianza en el Cuervo; no podía dejar de cuestionar por qué me mantenía con vida si representaba una amenaza para Emir. Sentía que ocultaba parte de la historia y, además, la pregunta persistente: ¿cómo conocía todos los detalles?

—¿Cómo conociste a mis padres? ¿Quién eres tú? — Ataqué con preguntas.

—Si no quieres creerme, puedes investigar por tu cuenta. Solo basta con mirar a Monserrat para percatarse del parecido entre ustedes y tienes la mirada de Gustavo. Tus abuelos estarían felices al verte.— Explica.

Las palabras resonaron en mi interior, desatando una tormenta de emociones. La idea de tener una familia que me amaba, de no estar sola como Emir me hizo creer, era casi incomprensible.

Necesitaba encontrarlos, anhelaba sentir el amor y la protección que siempre había ansiado. Todo lo que había soñado estaba a mi alcance; no era una paria que ahuyentaba el afecto, tenía una familia que me esperaba.

—¿Tengo abuelos?— Inquirí, dibujando una sonrisa en mi rostro.

—Ahora tienes dos opciones, Alma. Reclamar tu herencia e iniciar una vida lejos o quedarte y ayudarme a vengarme de ese asesino. Te advierto que si te marchas, no podré protegerte como lo he hecho estos años.— Propone.

—No entiendo.— Pronuncié.

—Yo le pedí al Alacrán que te protegiera, por eso te encerró en ese prostíbulo.— Revela.

—¿Entonces el secuestro de Ana fue una mentira?— Indagué.

—El muchacho es muy impulsivo. Actuó por cuenta propia e intentó secuestrar a Ana, pero solo logró alertar a Emir.

—¿Quién es el Alacrán? ¿Cuál es su nombre y por qué odia a los Ferrer? ¿Y por qué tú deseas vengarte? Necesito respuestas, necesito confiar en ti.— Formule.

—A su tiempo lo sabrás. Solo debes saber que necesito protegerlo, es lo único que tengo y si revelo su identidad, correría peligro como tú. Alma, si decides irte, prometo ayudarte a recuperar lo que te corresponde, pero si decides quedarte, deberás hacer todo lo que yo te ordene — Aclaró.

Mis dudas eran más abundantes que las certezas, pero mi deseo de vengar a mis padres y acabar con los Ferrer superaba la incertidumbre. Tomé una decisión: quedarme.

No sabía que estaba marcando mi destino, las consecuencias serían fatales, pero ya había tomado mi decisión y no había marcha atrás.

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