Federick—Federick, estás muy callado. ¿Qué te sucede? —preguntó Helen.Bajé la mirada, incapaz de articular palabra, al menos no sobre lo que realmente me atormentaba. Helen tomó mi mano y la acarició con ternura.—Si no te sientes cómodo contándome lo que te pasa, está bien. No te voy a presionar, pero no hace falta ser adivino ni científico para saber que lo que te tiene así tiene nombre propio y es rubiaSuspiré, tragando entero para reunir valor y responder.—Sí, has aprendido a conocerme, Helen. La verdad es que me estoy muriendo por Charlotte, pero soy consciente de que en la posición en la que estoy, ni siquiera podría luchar por ella. Esa mujer está rodeada de pretendientes, y son bastante buenos, para ser honesto.Helen soltó mi mano y se giró para mirarme.—¿Te crees menos que los demás? ¿Acaso crees que una mujer solo podría fijarse en ti por lo que tienes y no por lo que eres? —afirmó, irónica.—Para una mujer como Charlotte, sí. Mírame, ¿quién soy yo ahora? Ni siquiera t
CharlotteNo supe cuánto tiempo estuve llorando, pero después de desahogar toda mi frustración, levanté la cabeza y miré mi reflejo en el espejo. Me di cuenta de que mi maquillaje estaba corrido por todo el rostro, y las bolsas debajo de mis ojos se marcaban con grandes manchas oscuras. Arreglé mi cabello y tomé un paño húmedo para intentar restaurar mi imagen. Mi nariz estaba roja y mis pupilas dilatadas; la sensación que estaba experimentando en ese momento me resultaba familiar. Era la misma que había sentido cinco años atrás, cuando dejé la mansión de los Maclovin por primera vez, el día de aquella acalorada discusión con Magdalena.5 años atrásFederick salió hacia la oficina sin despedirse de mí. Las noches anteriores, la comunicación entre nosotros se había vuelto casi inexistente. Teníamos tanto que decirnos como pareja, pero ninguno de los dos se sentía preparado para abrirse. Esa mañana, la mansión estaba más desordenada de lo habitual. La sequía había llenado el aire de pol
CharlotteA veces, en las horas más silenciosas de la noche, el eco de mis propios pensamientos se convierte en un peso insoportable. En mi habitación, me siento atrapada entre la opulencia de la mansión y el vacío que me consume, como si ambos mundos estuvieran en constante conflicto. Mientras contemplaba mi reflejo en el espejo, me sorprendió la frialdad que se reflejaba en mi propio rostro. Acaricié mi mejilla dándome cuenta el mal paso del tiempo; sentí que algo andaba terriblemente mal.Llevaba ya tres años casada con el amor de mi vida, Federick Maclovin, un famoso inversionista. Era muy guapo, eso no se puede negar, pero su personalidad dejaba mucho que desear, pero ahí estaba yo, locamente enamorada, perdida en lo que, al comienzo, fue un amor entrañable y verdadero.—¡Charlotte! ¡Charlotte! —Los gritos de Magdalena me sacaron de mis pensamientos—. Muévete, ¿qué esperas? Ven a servir el desayuno. —Mi suegra me trataba peor que si fuera una simple empleada de servicio. Su despr
Dos años más tardeCharlotteEl tiempo fue apagando poco a poco el dolor que Federick dejó en mí. Durante mucho tiempo intenté descifrar por qué me había entregado esos papeles de divorcio de forma tan cruel, pero nunca logré encontrar una explicación que me convenciera.Regresar a mi hogar fue como un bálsamo. Mis padres y hermanos me acogieron con todo el amor que siempre habían tenido para mí. Era la menor, la favorita de mis padres, y durante esos meses hicieron todo lo posible por devolverme la felicidad que parecía haber perdido. Lejos de ser una campesina común, como los Maclovin siempre creyeron, yo era la heredera de los Feldman, una de las familias más influyentes en el mundo de la agricultura. Quién iba a imaginar que detrás de aquella "campesina humilde" se encontraba una fortuna tan inmensa.Federick nunca supo quién era realmente. Cuando me casé con él, decidí ocultar mi verdadero origen y posición. Para él y su familia, solo fui una empleada que había tenido la suerte d
Federick MaclovinPalidecí al escuchar las palabras de Diane. Si ella está en lo cierto, necesitaba averiguar qué está haciendo Charlotte aquí. Pero antes de que pudiera mover un dedo, el anfitrión del evento pidió a todos que tomaran asiento para anunciar a los empresarios del año. Mientras él hablaba por el micrófono, yo no podía concentrarme en nada más que en Charlotte, observando cómo todos a su alrededor la alababan. Y turbios pensamientos allanaron mi cabeza, como si estuviera cayendo ante sus encantos, unos que jamás me fije cuando estuve casado que pudiera tenerlos.«¿Será ella? ¿Será mi Charlotte?» Pensaba una y otra vez.—¡Señoras y señores! El gran premio a la empresa agrícola del año es para Industrias Feldman —anunció el anfitrión, señalando a Charlotte y a Dora. Vi cómo se abrazaban y reían juntas antes de subir al escenario. La atención de todos se centró en ellas.Solo entonces empecé a prestar atención cuando Dora tomó el micrófono.—Gracias por este reconocimiento.
Capítulo 4 El comienzo de una dulce venganza CharlotteAl escuchar a mi secretaria decirme la gran noticia de que mi querido exesposa estaba en mi oficina, sentí un aire de satisfacción invadiendo mi pecho. Moría por verle la cara a ese imbécil despues de nuestro ultimo encuentro en la entrega de los premios.Su orgullo debe estar completamente aplastado para que se hubiera tomado la molestia de venir hasta aquí.—Dígale al señor Maclovin que puede pasar —ordené a la secretaria. Ajusté mi vestido, apliqué un poco de perfume y me aseguré de que todo estuviera perfecto. No había lugar para la mujer demacrada de mi pasado; la nueva Charlotte estaba en control.Unos minutos después, escuché los golpes en la puerta de mi despacho. Mi corazón se aceleró a pesar de mis intentos por mantener la calma. Cuando la puerta se abrió y vi a Federick, llevando un ramo de flores, sentí una mezcla de emociones. Cuántas veces había deseado algo así, cuántas veces me había imaginado recibiendo un gesto
Federick Cargaba con la frustración de mi fracaso como una dura carga a mis espaldas que ni siquiera me dejaba respirar, en qué momento había permitido todo esto. Deprimido, regresé a mi apartamento de soltero, el lugar que antes había usado para fiestas y encuentros ocasionales. Ahora, ese espacio pequeño debía servir como refugio para mi familia, ya que nuestra vida de lujos había desaparecido por completo.Al llegar, encontré a toda mi familia en la sala principal, esperándome con una actitud que no era nada amistosa. Parecían estar al acecho, listos para atacar.—¿Qué has solucionado, Federick? —preguntó mi madre, con los brazos cruzados y un tono exigente.—¿Qué quieres decir con "solucionar", mamá? —respondí, sorprendido.—La situación en la que estamos. Este apartamento de dos habitaciones es insuficiente. Solo nos queda la hacienda, que está lejos de la ciudad. ¿Qué vamos a hacer?—Mamá, somos responsables de nuestras malas decisiones y de una pésima administración financier
FederickCuando mamá volvió al apartamento, parecía otra persona. Aquella figura imponente y segura de sí misma había desaparecido, reemplazada por una sombra de lo que alguna vez fue, rota, humillada. Algo dentro de mí se retorció al verla así, y no pude quedarme quieto.—Mamá, ¿dónde has estado? —mi voz salió más dura de lo que pretendía, incapaz de ocultar el enojo. Ella no respondió. Solo se dejó caer en el sofá como si el peso del mundo la hubiera aplastado, mirando hacia la nada,—¿Qué quieres que te diga, Federick? —su voz se quebró mientras hablaba—. No hay soluciones. La riqueza se ha ido, nuestros amigos nos han abandonado. ¿Qué nos queda? ¿Qué nos queda? —repitió, como si buscara en el vacío una respuesta que no llegaría.Le tomé la mano, desesperado por ofrecerle algo, lo que fuera.—Nos queda la familia, mamá. Aún nos tenemos —intenté, casi suplicando que esas palabras significaran algo para ella, pero su mirada siguió perdida, distante.—No me vengas con ilusiones —espet