Narrador Dora y George llegaron a la sala de recuperación justo cuando Charlotte acababa de despertar de la anestesia. Al verlos, sus ojos se iluminaron y, con una sonrisa, los saludó. — ¡Hola! ¿Y Federick? — preguntó en un tono suave. Dora se acercó a ella y, con todo el cariño del mundo, le dio un beso en la frente. — Está solucionando un problema relacionado con los gemelos — dijo la mujer, pero en lugar de tranquilizar a su hija, sus palabras provocaron un ataque de nervios en Charlotte. — ¿Qué? — Charlotte enderezó la cabeza, preocupada. — ¿Pasa algo con mis hijos? — Un escalofrío recorrió su cuerpo hasta llegar a su espina dorsal. George rodó los ojos ante las palabras de su esposa. — Claro que no, mi amor. Sólo está resolviendo unos asuntos, nada importante. Y cuéntanos, ¿cómo te sientes, cariño? — Papá, yo estoy bien, solo tengo dolor, pero supongo que es normal. Quiero ver a mis hijos. ¿Ustedes ya los vieron? — preguntó, angustiada. — Sí, hija, y son preciosos. Los v
Narrador Federick se tomó la cabeza entre las manos, su grito rasgó el aire, y las lágrimas inundaron su rostro. El dolor lo invadió con una intensidad que no había experimentado desde la pérdida de su hija. Pero esta vez era peor, mucho peor, porque sabía que sus hijos estaban en manos equivocadas, atrapados en una situación de la que no podía salvarlos. John apareció detrás de él, abrazándolo con firmeza, tratando de darle fuerza. —La policía ya está en camino, Federick. Necesito que te calmes, hijo, necesitamos que seas fuerte. —¡Papá! ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué? —Federick se desplomó, las piernas cedieron bajo el peso de su angustia. El dolor lo envolvía, como si todo su mundo se estuviera desmoronando. —Levántate, hijo, por favor. Confía en la policía, ya lo están manejando, acordonaron la ciudad, vamos a encontrarlos. —No puedo esperar, papá. Necesito ir por ellos. John bajó la mirada, la impotencia lo estrujaba tanto como a su hijo. —Lo sé, Federick. Lo sé. Va
Narrador. Federick se hundió en el asiento de su auto, apoyando la cabeza contra el volante. Las lágrimas cayeron con desesperación mientras trataba de calmarse, pero la confusión y el miedo lo superaban. Con las manos temblorosas, encendió el motor y arrancó de inmediato, pero conducir se sentía casi imposible. Un torrente de pensamientos caóticos invadía su mente, cada uno más oscuro y aterrador que el anterior, como si su mundo se desmoronara a su alrededor.No podía concentrarse, ni siquiera sabía exactamente a dónde ir. Solo aceleró por la avenida que conducía al hospital, con la esperanza de encontrar algo, cualquier pista que lo acercara a sus hijos.Mientras tanto, la policía estaba cerca de identificar la ambulancia en la que Joanne y las dos enfermeras huían con los gemelos. Dentro de ella, el ambiente era tenso, la angustia se reflejaba en los rostros de las mujeres. Joanne, con los ojos llenos de pánico, intentaba mantener la calma, pero la desesperación la invadía por co
Narrador Federick pisó el acelerador con toda la fuerza que pudo, sus manos sudorosas resbalando por el volante, mientras los nervios lo empujaban a conducir más rápido, sin importar los límites. Cada segundo parecía una eternidad.Cuando finalmente llegó al hospital, vio cómo una ambulancia se detenía frente a él, escoltada por patrullas de policía. En ese momento, supo que sus hijos estaban dentro. Sin dudarlo, saltó del auto y salió corriendo, dejando la puerta abierta, sin preocuparse por nada más que verlos vivos.Corrió hacia el estacionamiento, donde uno de los autos escoltas era el de John, quien había hecho todo lo posible por ayudar a encontrar a los gemelos. Pero cuando John lo vio, no tardó en seguirlo.—¡Federick! ¡Hijo! —gritó John, pero Federick no se detuvo. Su mirada estaba fija en la ambulancia, en ese preciso instante en que sus hijos finalmente iban a bajar. Su corazón latía desbocado, una mezcla de emociones lo embargaba: felicidad, tristeza, angustia y, sobre to
Federick ayudó a Charlotte a acomodarse en una silla de ruedas para que el trayecto hacia la unidad de cuidados intensivos fuera más fácil. Cada paso que daban por los pasillos aumentaba la tensión en el pecho de Charlotte. Sentía que su corazón palpitaba con fuerza, y sus senos comenzaban a inflamarse, mientras pequeñas gotas de leche brotaban de sus pezones. Algo en su instinto maternal, quizás las viejas creencias sobre cómo el llanto de los recién nacidos despertaba la leche en las madres, parecía cumplirse al instante.El camino, que parecía interminable para los dos padres, estaba lleno de ansiedad y emoción. Federick, igualmente nervioso, sentía una mezcla de gratitud y alivio recorriendo su ser. Tener a sus hijos a salvo lo hacía sentirse el hombre más afortunado del mundo.Cuando llegaron a la puerta de la unidad de neonatos, ésta se abrió, revelando a los pequeños en sus incubadoras, bajo la estrecha vigilancia de un equipo médico. Aunque no era el mismo lugar en el que Joan
Unas semanas más tarde La mansión de los Feldman estaba llena de una calidez inusitada, adornada con globos azules y blancos que daban un toque de frescura y alegría al aire. Los gemelos, después de superar su periodo de peligro, finalmente estaban listos para conocer su hogar, y nada podría haber sido más especial que este momento. Los padres, Federick y Charlotte, se sentían como si estuvieran flotando en una nube de felicidad, acompañados de todos sus seres queridos, que se habían reunido para celebrar la bienvenida de los pequeños.La gran fiesta estaba en pleno apogeo, con risas, música suave y una mezcla de caras conocidas entre los invitados. Las dos familias, los Feldman y los Maclovin, se veían por primera vez juntas después de tantos años, compartiendo no solo una ocasión especial, sino también la dicha de ver a sus hijos como padres, felices y llenos de amor.El auto de Federick se detuvo frente a la mansión, y el sendero hacia la entrada estaba adornado con cintas blancas
Cuatro años más tarde —¡Buenos días, mujer hermosa! —Federick se acercó a Charlotte y le dio un suave beso en la mejilla para despertarla.—Buenos días, mi amor... quiero dormir cinco minutos más —respondió Charlotte, tapándose la cabeza con las sábanas, renuente a levantarse.Federick se recostó a su lado, acariciándole la pierna con ternura.—¿Sabes qué podríamos hacer en esos cinco minutos? —le susurró al oído.Charlotte, al escuchar su voz tan cercana, destapó rápidamente su cabeza. La sensualidad en sus palabras la despertó de inmediato, avivando no solo su cuerpo, sino también sus deseos.—Me encantaría disfrutar de esos cinco minutos —dijo con una sonrisa traviesa—. Pon el pasador en la puerta, cariño, antes de que los gemelos se levanten. No quiero interrupciones.—Sabes que la abuela no los dejara venir hasta que estén listos, bueno, no tenemos cinco minutos, en realidad, tenemos unos veinte.Federick le quitó por completo la sabana, Charlotte gimió de emoción, y con audaci
CharlotteA veces, en las horas más silenciosas de la noche, el eco de mis propios pensamientos se convierte en un peso insoportable. En mi habitación, me siento atrapada entre la opulencia de la mansión y el vacío que me consume, como si ambos mundos estuvieran en constante conflicto. Mientras contemplaba mi reflejo en el espejo, me sorprendió la frialdad que se reflejaba en mi propio rostro. Acaricié mi mejilla dándome cuenta el mal paso del tiempo; sentí que algo andaba terriblemente mal.Llevaba ya tres años casada con el amor de mi vida, Federick Maclovin, un famoso inversionista. Era muy guapo, eso no se puede negar, pero su personalidad dejaba mucho que desear, pero ahí estaba yo, locamente enamorada, perdida en lo que, al comienzo, fue un amor entrañable y verdadero.—¡Charlotte! ¡Charlotte! —Los gritos de Magdalena me sacaron de mis pensamientos—. Muévete, ¿qué esperas? Ven a servir el desayuno. —Mi suegra me trataba peor que si fuera una simple empleada de servicio. Su despr