Narrador. Federick se hundió en el asiento de su auto, apoyando la cabeza contra el volante. Las lágrimas cayeron con desesperación mientras trataba de calmarse, pero la confusión y el miedo lo superaban. Con las manos temblorosas, encendió el motor y arrancó de inmediato, pero conducir se sentía casi imposible. Un torrente de pensamientos caóticos invadía su mente, cada uno más oscuro y aterrador que el anterior, como si su mundo se desmoronara a su alrededor.No podía concentrarse, ni siquiera sabía exactamente a dónde ir. Solo aceleró por la avenida que conducía al hospital, con la esperanza de encontrar algo, cualquier pista que lo acercara a sus hijos.Mientras tanto, la policía estaba cerca de identificar la ambulancia en la que Joanne y las dos enfermeras huían con los gemelos. Dentro de ella, el ambiente era tenso, la angustia se reflejaba en los rostros de las mujeres. Joanne, con los ojos llenos de pánico, intentaba mantener la calma, pero la desesperación la invadía por co
Narrador Federick pisó el acelerador con toda la fuerza que pudo, sus manos sudorosas resbalando por el volante, mientras los nervios lo empujaban a conducir más rápido, sin importar los límites. Cada segundo parecía una eternidad.Cuando finalmente llegó al hospital, vio cómo una ambulancia se detenía frente a él, escoltada por patrullas de policía. En ese momento, supo que sus hijos estaban dentro. Sin dudarlo, saltó del auto y salió corriendo, dejando la puerta abierta, sin preocuparse por nada más que verlos vivos.Corrió hacia el estacionamiento, donde uno de los autos escoltas era el de John, quien había hecho todo lo posible por ayudar a encontrar a los gemelos. Pero cuando John lo vio, no tardó en seguirlo.—¡Federick! ¡Hijo! —gritó John, pero Federick no se detuvo. Su mirada estaba fija en la ambulancia, en ese preciso instante en que sus hijos finalmente iban a bajar. Su corazón latía desbocado, una mezcla de emociones lo embargaba: felicidad, tristeza, angustia y, sobre to
Federick ayudó a Charlotte a acomodarse en una silla de ruedas para que el trayecto hacia la unidad de cuidados intensivos fuera más fácil. Cada paso que daban por los pasillos aumentaba la tensión en el pecho de Charlotte. Sentía que su corazón palpitaba con fuerza, y sus senos comenzaban a inflamarse, mientras pequeñas gotas de leche brotaban de sus pezones. Algo en su instinto maternal, quizás las viejas creencias sobre cómo el llanto de los recién nacidos despertaba la leche en las madres, parecía cumplirse al instante.El camino, que parecía interminable para los dos padres, estaba lleno de ansiedad y emoción. Federick, igualmente nervioso, sentía una mezcla de gratitud y alivio recorriendo su ser. Tener a sus hijos a salvo lo hacía sentirse el hombre más afortunado del mundo.Cuando llegaron a la puerta de la unidad de neonatos, ésta se abrió, revelando a los pequeños en sus incubadoras, bajo la estrecha vigilancia de un equipo médico. Aunque no era el mismo lugar en el que Joan
Unas semanas más tarde La mansión de los Feldman estaba llena de una calidez inusitada, adornada con globos azules y blancos que daban un toque de frescura y alegría al aire. Los gemelos, después de superar su periodo de peligro, finalmente estaban listos para conocer su hogar, y nada podría haber sido más especial que este momento. Los padres, Federick y Charlotte, se sentían como si estuvieran flotando en una nube de felicidad, acompañados de todos sus seres queridos, que se habían reunido para celebrar la bienvenida de los pequeños.La gran fiesta estaba en pleno apogeo, con risas, música suave y una mezcla de caras conocidas entre los invitados. Las dos familias, los Feldman y los Maclovin, se veían por primera vez juntas después de tantos años, compartiendo no solo una ocasión especial, sino también la dicha de ver a sus hijos como padres, felices y llenos de amor.El auto de Federick se detuvo frente a la mansión, y el sendero hacia la entrada estaba adornado con cintas blancas
Cuatro años más tarde —¡Buenos días, mujer hermosa! —Federick se acercó a Charlotte y le dio un suave beso en la mejilla para despertarla.—Buenos días, mi amor... quiero dormir cinco minutos más —respondió Charlotte, tapándose la cabeza con las sábanas, renuente a levantarse.Federick se recostó a su lado, acariciándole la pierna con ternura.—¿Sabes qué podríamos hacer en esos cinco minutos? —le susurró al oído.Charlotte, al escuchar su voz tan cercana, destapó rápidamente su cabeza. La sensualidad en sus palabras la despertó de inmediato, avivando no solo su cuerpo, sino también sus deseos.—Me encantaría disfrutar de esos cinco minutos —dijo con una sonrisa traviesa—. Pon el pasador en la puerta, cariño, antes de que los gemelos se levanten. No quiero interrupciones.—Sabes que la abuela no los dejara venir hasta que estén listos, bueno, no tenemos cinco minutos, en realidad, tenemos unos veinte.Federick le quitó por completo la sabana, Charlotte gimió de emoción, y con audaci
CharlotteA veces, en las horas más silenciosas de la noche, el eco de mis propios pensamientos se convierte en un peso insoportable. En mi habitación, me siento atrapada entre la opulencia de la mansión y el vacío que me consume, como si ambos mundos estuvieran en constante conflicto. Mientras contemplaba mi reflejo en el espejo, me sorprendió la frialdad que se reflejaba en mi propio rostro. Acaricié mi mejilla dándome cuenta el mal paso del tiempo; sentí que algo andaba terriblemente mal.Llevaba ya tres años casada con el amor de mi vida, Federick Maclovin, un famoso inversionista. Era muy guapo, eso no se puede negar, pero su personalidad dejaba mucho que desear, pero ahí estaba yo, locamente enamorada, perdida en lo que, al comienzo, fue un amor entrañable y verdadero.—¡Charlotte! ¡Charlotte! —Los gritos de Magdalena me sacaron de mis pensamientos—. Muévete, ¿qué esperas? Ven a servir el desayuno. —Mi suegra me trataba peor que si fuera una simple empleada de servicio. Su despr
Dos años más tardeCharlotteEl tiempo fue apagando poco a poco el dolor que Federick dejó en mí. Durante mucho tiempo intenté descifrar por qué me había entregado esos papeles de divorcio de forma tan cruel, pero nunca logré encontrar una explicación que me convenciera.Regresar a mi hogar fue como un bálsamo. Mis padres y hermanos me acogieron con todo el amor que siempre habían tenido para mí. Era la menor, la favorita de mis padres, y durante esos meses hicieron todo lo posible por devolverme la felicidad que parecía haber perdido. Lejos de ser una campesina común, como los Maclovin siempre creyeron, yo era la heredera de los Feldman, una de las familias más influyentes en el mundo de la agricultura. Quién iba a imaginar que detrás de aquella "campesina humilde" se encontraba una fortuna tan inmensa.Federick nunca supo quién era realmente. Cuando me casé con él, decidí ocultar mi verdadero origen y posición. Para él y su familia, solo fui una empleada que había tenido la suerte d
Federick MaclovinPalidecí al escuchar las palabras de Diane. Si ella está en lo cierto, necesitaba averiguar qué está haciendo Charlotte aquí. Pero antes de que pudiera mover un dedo, el anfitrión del evento pidió a todos que tomaran asiento para anunciar a los empresarios del año. Mientras él hablaba por el micrófono, yo no podía concentrarme en nada más que en Charlotte, observando cómo todos a su alrededor la alababan. Y turbios pensamientos allanaron mi cabeza, como si estuviera cayendo ante sus encantos, unos que jamás me fije cuando estuve casado que pudiera tenerlos.«¿Será ella? ¿Será mi Charlotte?» Pensaba una y otra vez.—¡Señoras y señores! El gran premio a la empresa agrícola del año es para Industrias Feldman —anunció el anfitrión, señalando a Charlotte y a Dora. Vi cómo se abrazaban y reían juntas antes de subir al escenario. La atención de todos se centró en ellas.Solo entonces empecé a prestar atención cuando Dora tomó el micrófono.—Gracias por este reconocimiento.