Federick Maclovin
Palidecí al escuchar las palabras de Diane. Si ella está en lo cierto, necesitaba averiguar qué está haciendo Charlotte aquí. Pero antes de que pudiera mover un dedo, el anfitrión del evento pidió a todos que tomaran asiento para anunciar a los empresarios del año. Mientras él hablaba por el micrófono, yo no podía concentrarme en nada más que en Charlotte, observando cómo todos a su alrededor la alababan. Y turbios pensamientos allanaron mi cabeza, como si estuviera cayendo ante sus encantos, unos que jamás me fije cuando estuve casado que pudiera tenerlos. «¿Será ella? ¿Será mi Charlotte?» Pensaba una y otra vez. —¡Señoras y señores! El gran premio a la empresa agrícola del año es para Industrias Feldman —anunció el anfitrión, señalando a Charlotte y a Dora. Vi cómo se abrazaban y reían juntas antes de subir al escenario. La atención de todos se centró en ellas. Solo entonces empecé a prestar atención cuando Dora tomó el micrófono. —Gracias por este reconocimiento. Pero nuestra compañía no habría alcanzado este éxito sin la gestión de nuestra brillante administradora, mi querida hija, Charlotte Feldman. El nombre resonó en mi cabeza como un ruido torturador. ¡Charlotte Feldman! No era el apellido de la mujer que conocía como mi esposa, pero, sin duda, era ella. Mi tensión cayó por completo, y un sudor frío comenzó a recorrerme. No podía creer que Charlotte no era solo una campesina, sino la hija de una familia agrícola influyente. Todo lo que creía saber se desmoronó frente a mí. Sentí que me iba a desmayar. Mis manos resbalaron de las barandas de mi silla, y casi vomito por la sorpresa. No era el único sorprendido. Mi madre, a mi lado, estaba en shock absoluto. —¡No me digas que es ella! ¡No puede ser esa arrastrada! —mi madre pataleaba incrédula, para ella era imposible ver como la mujer que ocupo un lugar en nuestra casa, y hasta llegó a ser su empleada del servicio, estaba siendo nombrada la ganadora de uno de los eventos más importantes del país, eso si que era realmente humillante para nosotros ¡De no creer! —Así es, mamá —respondió Diane, con una satisfacción que no podía ocultar. —No, no puede ser ella. ¿En qué momento se convirtió en la hija de los Feldman? ¿Sabes cuánto dinero tiene esa gente? —se preguntó mi madre con ironía Yo seguía en estado de shock. Me había alejado de una mujer tan especial por un capricho, y nunca imaginé que regresaría, y menos convertida en una figura tan poderosa. Solo deseaba que la tierra se abriera y me tragara de una vez. —¡Vámonos! —exclamé. —¿Qué? ¡No vamos a irnos, Federick! Ahora es el peor momento para irnos. ¿No te das cuenta lo que está pasando frente a nosotros? —Mi madre señaló hacia el escenario, donde Charlotte hablaba. —¿De qué estás hablando, mamá? —le pregunté, confundido—. Solo veo a una mujer ostentosa. No me siento cómodo aquí. Si ustedes no se van, me iré solo. —¿Eres idiota o qué, Federick? Esa mujer te amaba con toda su vida. Esta es la oportunidad perfecta para hablarle y volver con ella. Podría ser nuestra única chance de salvarnos de esta quiebra —me dijo mi madre, visiblemente interesada. La incredulidad me invadió al ver la perspectiva de mi madre. Negué con la cabeza y me puse la mano en la frente. —¿Qué te pasa, mamá? Eso nunca va a pasar. ¿Acaso te olvidas de cómo nos divorciamos? —Hijo, todos cometemos errores —dijo Magdalena con una nota de esperanza en su voz—. Debemos acercarnos a Charlotte. Es nuestra última oportunidad. Suspiré con pesadez y volví a mirar hacia el escenario. Mi empresa estaba al borde de la quiebra y necesitaba urgentemente una inyección de capital. Nadie quería arriesgarse a ayudarnos por miedo a perderlo todo. Y ahí, frente a nosotros, parecía estar nuestra salvación. ¿Sería posible que Charlotte aún sintiera algo por mí y estuviera dispuesta a ayudarnos? Finalmente, no pude evitar que mi madre insistiera en que habláramos con Charlotte. Ella había pasado de ser una simple campesina a una multimillonaria, y mi madre no quería dejar pasar la oportunidad de aprovecharlo. Después de la premiación, la mayoría de los invitados se dirigieron al gran baile, pero Charlotte y su madre se estaban preparando para irse. Ellas solo buscaban hacer acto de presencia en ese momento; el resto podía esperar. A pesar de eso, Magdalena, siempre tan impulsiva, se acercó a ellas. —¡Nuera! ¡Qué gusto verte después de tanto tiempo! ¿Cómo has estado? —dijo mi madre con una sonrisa forzada. Charlotte y su madre intercambiaron miradas de falsa confusión y se rieron de la situación. —Disculpé, señora, ¿nos conocemos? —respondió Charlotte con un tono que dejaba claro su desdén, y pude ver cómo las mejillas de mi madre se sonrojaban de vergüenza. —¡Claro que sí, cariño! Soy tu suegra, Magdalena Maclovin —dijo mi madre, y en ese instante, deseé que el suelo se abriera y me tragara. La humillación era evidente. Charlotte intentó fingir que no me reconocía, moviendo la cabeza como si no se acordara. Sin embargo, cuando me acerqué a ellas, su semblante cambió de inmediato. Intentó alejarse, pero su madre la sujetó del brazo, instándola a enfrentarnos. —¡Charlotte! —exclamé, tratando de mantener mi voz firme. Vi cómo Dora fruncía el ceño y me miraba con desdén. No podía evitar que mi presencia pareciera una invasión. Charlotte parecía nerviosa y estaba a punto de irse corriendo, pero su madre la retenía, alentándola a no huir. —¡Ah, ya recuerdo! —Charlotte dio una sonrisa con la comisura de sus labios —Los Maclovin , bueno ya no soy su nuera señora, con permiso. —Charlotte quiso irse, pero mi madre la tomó del brazo. —Cariño, no te vayas. Ha pasado tanto tiempo, queremos hablar contigo —dijo mi mamá, un poco nerviosa. Le echó una mirada a Dora, como si le estuviera dando una orden, tal como solía hacer cuando Charlotte aún era mi esposa. —Hija, si necesitas hablar con ellos, yo te acompaño —respondió Dora, antes de que Charlotte pudiera decir algo. —Madre, no tengo nada que hablar con ellos. Todo quedó claro hace dos años. Vámonos, por favor. El conductor nos está esperando —Charlotte tomó del brazo a su madre, dejándonos a los Maclovin con la palabra en la boca. Mi madre se llevó la mano al pecho, completamente desconcertada. Charlotte había cambiado tanto: de aquella mujer sumisa y sonriente no quedaba nada. Ahora era imponente y desafiante. —Mamá, ¿qué demonios fue todo esto? No entiendo por qué accedí a la idea estúpida de hablar con ella —le reproché a mi madre, frustrado. —¡Ay, Federick! Es evidente que está herida, pero por su reacción me di cuenta de que todavía siente algo por ti. Apenas te vio, sus ojos brillaron y sus mejillas se ruborizaron. Aún se muere por ti, y nosotros vamos a aprovechar eso —mi madre sonreía esperanzada, como si aun quisiera verme con ella. La incredulidad me invadió. Las ideas de mi madre parecían completamente descabelladas. Un par de días después del evento estaba en mi oficina, en medio del caos que mi empresa se había convertido. Como CEO, estaba acostumbrado a lidiar con problemas, pero esto era algo completamente diferente. El despido masivo de empleados, las deudas acumuladas con los proveedores y la falta de contratos estaban llevando la compañía al borde del colapso. Cada notificación en mi buzón era una amenaza de cobro, y si la empresa cerraba, mi familia y yo no tendríamos ni para comer. Las ideas oscuras de mi madre no me dejaban en paz. Tal vez Charlotte aún guardaba algo de bondad en su corazón y, por respeto a nuestro pasado, podría ayudarnos. Pero sabía que había sido un completo cretino y que ahora estaba pagando las consecuencias. Entre las notificaciones de cobro, encontré una propuesta escrita por Industrias Feldman. Al principio, no podía creerlo. ¿Es una broma? ¿Qué podría querer la compañía de Charlotte de nosotros? me pregunté. Lo pensé mucho antes de abrir el sobre, pero al final lo hice. La propuesta ofrecía un enorme préstamo para salvarnos, a cambio de que trabajáramos para ellos y entregáramos nuestro nombre como garantía. Al final de la propuesta estaba la firma de Charlotte y toda su información de contacto. Sentí una oleada de repulsión. ¿Cómo se atrevía a hacerme esto? Nunca entregaría el poder de mi compañía, y aun después del divorcio, Charlotte seguía atormentando mi vida. Con furia, arrugué la hoja y la tiré a la basura. Pero mi decisión tuvo que cambiar cuando mi madre entró a mi oficina, visiblemente angustiada. —¡Hijo! ¡Pasó algo terrible! —Mi madre gritó llorando desesperada —Mamá, ¿qué pasó? Cálmate y explícame por favor —le dije, tratando de entender la gravedad de la situación. —Nos han echado de la mansión. La vendieron y nos sacaron a la calle como si fuéramos animales. Los nuevos dueños llegaron con el asesor del banco y nos sacaron de allí sin piedad. —¿Qué? ¿Cómo es posible? No me dijiste nada de esto, mamá. ¿Qué hicieron exactamente? —Fuimos a tu apartamento de soltero, pero estamos en la quiebra, Federick. Nos moriremos de hambre si no hacemos algo pronto. ¡Maldita sea! Necesitamos actuar con urgencia, por favor. La angustia en la voz de mi madre era palpable. Era la peor noticia que había recibido en días. Dudoso, me volví hacia la caneca de la basura, donde había arrojado la propuesta arrugada de Industrias Feldman. Me agaché, la saqué de nuevo y la examiné. —¿Qué es eso? —preguntó mi madre en medio de su caos —Nada importante, mamá —mentí, tratando de minimizar la situación. —Déjame ver —dijo ella, extendiendo la mano. Yo apreté el papel con fuerza. —¡Déjame ver! —ordenó con más firmeza, mientras intentaba arrebatármelo. Mi madre empezó a leer la propuesta, y su angustia se transformó en enojo cuando vio la firma de Charlotte. —¿Qué se cree esa m*****a campesina? —exclamó, furiosa. —Mamá, no es nada. No te preocupes, por supuesto que no voy a aceptar esto —respondí, intentando tranquilizarla, aunque mi voz sonaba insegura. —¡Claro que no! Ella no se quedará con nuestra compañía, que nos ha mantenido durante tanto tiempo. Pero tú necesitas hacer un gran sacrificio por la familia. La miré, confundido, frunciendo el ceño. —¿Un sacrificio? ¿A qué te refieres, madre? —Tienes que buscarla. Ya tienes sus datos, así que ve y habla con ella. Pídele dinero prestado, sedúcela, haz que vuelva a ti. Consigue lo que necesitamos. Mira, Federick, estamos en la calle, y la única salvación es Charlotte. Le di un fuerte golpe a mi escritorio y me levanté de un salto. —Ni lo pienses, mamá. Jamás volveré con mi exmujer. —Hijo, hazlo por nosotros, por favor. Necesitamos su ayuda. Estamos prácticamente en la calle. Si pudiera hacerlo, te juro que lo resolvería, pero está en tus manos. Por favor, Federick. Sentí una profunda frustración, sabiendo que no podía hacer mucho más por mi familia en este momento. A pesar de todo, mi madre tenía razón en una cosa: Charlotte era nuestra última esperanza. Así que, al día siguiente, aunque a regañadientes, me dirigí hacia la oficina de la mujer que había sido mi esposa.Decidido, me dirigí directamente a la sede de Industrias Feldman. En el camino, pasé por una floristería y me detuve. Recordé que cuando Charlotte fue mi esposa, siempre me había pedido un ramo de flores, algo que nunca me molesté en hacer. Ella se fue con la ilusión de que algún día se lo daría. Así que, decidí elegir uno de los ramos más hermosos y lo llevé conmigo hacia la oficina de Charlotte.
Al llegar a las instalaciones de Industrias Feldman, me sorprendió ver cuán moderno y lujoso era el edificio. Nunca imaginé que unos simples agricultores pudieran tener un lugar tan refinado. Desde el momento en que entré, cada rincón del lugar estaba decorado con un gusto impecable y ostentaba un nivel de riqueza que no había visto antes.
Me anuncié en la recepción y la secretaria me pidió que esperara en la sala de recepción. Mi corazón latía con fuerza. La idea de rogarle a mi exesposa por un préstamo o hablarle de nuestra desesperada situación me perturbaba profundamente. Pero no tenía otra opción si quería salvar a mi familia.
Cuando la secretaria me anunció, me imagine los ojos de Charlotte con un deseo profundo de echarme de su oficina, así como yo la había echado de mi vida. Sin embargo, era consciente de la propuesta que me había hecho, así que probablemente pensaba que había venido solo para aceptarla.
Capítulo 4 El comienzo de una dulce venganza CharlotteAl escuchar a mi secretaria decirme la gran noticia de que mi querido exesposa estaba en mi oficina, sentí un aire de satisfacción invadiendo mi pecho. Moría por verle la cara a ese imbécil despues de nuestro ultimo encuentro en la entrega de los premios.Su orgullo debe estar completamente aplastado para que se hubiera tomado la molestia de venir hasta aquí.—Dígale al señor Maclovin que puede pasar —ordené a la secretaria. Ajusté mi vestido, apliqué un poco de perfume y me aseguré de que todo estuviera perfecto. No había lugar para la mujer demacrada de mi pasado; la nueva Charlotte estaba en control.Unos minutos después, escuché los golpes en la puerta de mi despacho. Mi corazón se aceleró a pesar de mis intentos por mantener la calma. Cuando la puerta se abrió y vi a Federick, llevando un ramo de flores, sentí una mezcla de emociones. Cuántas veces había deseado algo así, cuántas veces me había imaginado recibiendo un gesto
Federick Cargaba con la frustración de mi fracaso como una dura carga a mis espaldas que ni siquiera me dejaba respirar, en qué momento había permitido todo esto. Deprimido, regresé a mi apartamento de soltero, el lugar que antes había usado para fiestas y encuentros ocasionales. Ahora, ese espacio pequeño debía servir como refugio para mi familia, ya que nuestra vida de lujos había desaparecido por completo.Al llegar, encontré a toda mi familia en la sala principal, esperándome con una actitud que no era nada amistosa. Parecían estar al acecho, listos para atacar.—¿Qué has solucionado, Federick? —preguntó mi madre, con los brazos cruzados y un tono exigente.—¿Qué quieres decir con "solucionar", mamá? —respondí, sorprendido.—La situación en la que estamos. Este apartamento de dos habitaciones es insuficiente. Solo nos queda la hacienda, que está lejos de la ciudad. ¿Qué vamos a hacer?—Mamá, somos responsables de nuestras malas decisiones y de una pésima administración financier
FederickCuando mamá volvió al apartamento, parecía otra persona. Aquella figura imponente y segura de sí misma había desaparecido, reemplazada por una sombra de lo que alguna vez fue, rota, humillada. Algo dentro de mí se retorció al verla así, y no pude quedarme quieto.—Mamá, ¿dónde has estado? —mi voz salió más dura de lo que pretendía, incapaz de ocultar el enojo. Ella no respondió. Solo se dejó caer en el sofá como si el peso del mundo la hubiera aplastado, mirando hacia la nada,—¿Qué quieres que te diga, Federick? —su voz se quebró mientras hablaba—. No hay soluciones. La riqueza se ha ido, nuestros amigos nos han abandonado. ¿Qué nos queda? ¿Qué nos queda? —repitió, como si buscara en el vacío una respuesta que no llegaría.Le tomé la mano, desesperado por ofrecerle algo, lo que fuera.—Nos queda la familia, mamá. Aún nos tenemos —intenté, casi suplicando que esas palabras significaran algo para ella, pero su mirada siguió perdida, distante.—No me vengas con ilusiones —espet
CharlotteMagdalena tragó saliva, echando un vistazo furtivo a su hijo, que estaba claramente incómodo y se sentía ridículo frente a la mujer con la que había estado casado, y que aparentemente nunca había querido. Esa imagen de perdedor era lo que alimentaba mis deseos de venganza, pues por más que lo deseaba, no podía olvidar el dolor causado por ellos.Federick no pudo soportarlo más y se dirigió directamente hacia mí. Se acercó tanto que me sorprendió por completo. Sentí su respiración robarme el aire. Y mis nervios me jugaron una mala pasada. Amaba el aroma de mi exmarido, y ahora me enfrentaba a él.—¿Qué es lo que pretendes con todo esto, mujer? —preguntó Federick desafiante. No pude evitar sostenerle la mirada, pero me sentí como si hubiera perdido la voz. No podía pronunciar una sola palabra. —¡Dime, Charlotte! —insistió.Di dos pasos atrás, tratando de no perder la compostura. Una sonrisa hipócrita se dibujó en mi rostro mientras intentaba suavizar la situación.—Bueno, qu
FederickMientras estábamos afuera de su oficina, mi familia y yo nos enredamos en una discusión, una completamente sin sentido, sin encontrar ningun acuerdo coherente.—¿Qué tal esa maniaca mujer? —Las manos de mi madre temblaban mientras hablaba—. ¿Cómo nos trató, hijo?—Mamá, ya sabíamos a lo que nos estábamos enfrentando. Salgámonos de aquí. Vamos a buscar algo de comer. ¿Quién tiene dinero? —Nos miramos entre nosotros, y todos negamos con la cabeza. Las tarjetas estaban colapsadas y el efectivo se había agotado.—Yo no—dijo Diane—. En realidad, nunca cargo dinero, siempre uso mi tarjeta, pero está cancelada.—¡Yo menos! —repitió John—. Todo mi efectivo se ha acabado.—Ni me mires, Federick. Yo también solo usaba tarjetas y todas están canceladas.Suspiré, mirando mi reloj. No habíamos comido nada en toda la mañana, y el rugido de mi estómago sólo aumentaba mi mal humor. Además del estrés que estaba atravesando, el hambre lo empeoraba.—Entonces, vámonos al apartamento. Allí debe
CharlotteUn toque de labial rojo en mis labios, un poco de rubor en las mejillas, y unos mechones ondulados cayendo sobre mis hombros. Ya estaba lista para regresar a la compañía y darles la bienvenida a los Maclovin.—Estás preciosa, mi amor, ¿a qué se debe tanta elegancia? —preguntó mamá, sorprendida al verme así.—Buenos días, mamá, no te sentí entrar.—Lo hice hace un momento, pero estabas tan concentrada frente al espejo... ¡Qué linda!—Estoy igual que siempre, mami. Bueno, con un par de ojeras gigantes —traté de bromear, mientras le daba el toque final a mi maquillaje, intentando disimular las manchas moradas debajo de mis ojos—. No pude conciliar el sueño en toda la noche.—¿Por qué no has dormido, mi amor? ¿Estás enferma?Me quedé en silencio. La única razón por la que no había pegado ojo en toda la noche tenía nombre: Frederick Maclovin.—Nada importante, mamá. Solo un poco de ansiedad, el cambio de ciudad me tiene algo desubicada, no es nada más —mentí, sin querer profundiz
Charlotte Llené otra copa de alcohol y me dejé caer en mi escritorio. Miré el reloj: las diez en punto. Justo esa hora... la misma en que me casé con Federick. Los recuerdos invadieron mi mente.Seis años atrás...—Me vuelve loco el aroma de tu piel, Charlotte, podría pasar horas respirándolo —me susurraba Federick mientras llenaba de besos mi pecho. Mis dedos se enredaban en su cabello, acercándolo más a mí.—Y yo adoro cada noche contigo —le dije, sintiéndome la mujer más afortunada tras un año a su lado.Sus labios bajaron lentamente por mi cuerpo, hasta mis caderas, donde se detuvo, haciendo que el placer me dominara por completo. Mi espalda se arqueaba involuntariamente, entregándome más a él. Cuando hubo saboreado hasta el último de mis deseos, sus besos descendieron por mis piernas, hasta mis pies, y entonces comenzó a besar cada dedo, uno por uno.—¡Detente! Me haces sentir tan avergonzada —le susurré, aunque mi cuerpo temblaba de deseo.—Eso me encanta, Charlotte —respondió,
NarradorFederick regresó tarde a su apartamento. Su familia había tenido un día extenuante, y el primer día de los Maclovin en Industrias Feldman había sido un completo desastre, al igual que su propia jornada. Se sentó en la penumbra, rodeado solo por el silencio, mientras se servía una copa. En ese instante, los recuerdos lo inundaron, y se arrepintió profundamente de haber hecho sufrir a la única mujer que realmente había amado.Al llegar el segundo día de trabajo para los Maclovin, las amenazas de Charlotte hicieron que esa mañana fueran un poco más puntuales. Sin embargo, Magdalena casi se derrumba al verse obligada a usar el uniforme de las trabajadoras de la cafetería; la sensación de humillación la abrumaba, y no soportaba lo que su exnuera le estaba haciendo. —Magdalena, aquí tienes la lista de cómo les gusta el café a los ejecutivos principales de la empresa —le dijo Greta, su compañera de trabajo, mientras le entregaba un papel con indicaciones. Apenas llevaba dos horas e