Capítulo 4 El comienzo de una dulce venganza
Charlotte
Al escuchar a mi secretaria decirme la gran noticia de que mi querido exesposa estaba en mi oficina, sentí un aire de satisfacción invadiendo mi pecho. Moría por verle la cara a ese imbécil despues de nuestro ultimo encuentro en la entrega de los premios.
Su orgullo debe estar completamente aplastado para que se hubiera tomado la molestia de venir hasta aquí.
—Dígale al señor Maclovin que puede pasar —ordené a la secretaria. Ajusté mi vestido, apliqué un poco de perfume y me aseguré de que todo estuviera perfecto. No había lugar para la mujer demacrada de mi pasado; la nueva Charlotte estaba en control.
Unos minutos después, escuché los golpes en la puerta de mi despacho. Mi corazón se aceleró a pesar de mis intentos por mantener la calma. Cuando la puerta se abrió y vi a Federick, llevando un ramo de flores, sentí una mezcla de emociones. Cuántas veces había deseado algo así, cuántas veces me había imaginado recibiendo un gesto tan simple de su parte.
—Buenos días, Charlotte —saludó Federick con una efusividad que me pareció casi ridícula.
—Hola, Federick. ¿Cómo estás? —respondí, intentando mantener un tono cortante.
—Mira, te traje estas flores—dijo, extendiéndome el ramo. Las tomé en mis manos, y el aroma de las rosas me inundó. Me encantaban las rosas, especialmente si venían de él. Pero el resentimiento que llevaba dentro era tan profundo que no pude evitarlo. Arrojé el ramo a la caneca de la basura que tenía cerca.
—Muy amable de tu parte, Federick, pero no me gustan las flores. Me provocan alergia —dije con firmeza, tratando de esconder la emoción que me traicionaba.
Pude ver cómo su expresión cambió, el enojo brilló en sus ojos, pero logró mantener la compostura. ¿Dónde estaba la Charlotte que se habría derretido ante sus atenciones?
—Bueno, Federick, ¿leíste mi propuesta? —pregunté, manteniendo mi tono frío.
—Sí, Charlotte, la he leído. Precisamente por eso estoy aquí —respondió él.
Sonreí, satisfecha. Había caído en mi trampa, una trampa que le haría pagar por todo lo que me había hecho. Nos quedamos en silencio, observándonos. Era curioso cómo Federick parecía arrepentido, un arrepentimiento que nunca había mostrado antes. Después de pedir el divorcio y echarme de su casa bajo la lluvia, las cosas no le habían salido bien. No tuvo a nadie que lo atendiera, y la mujer con la que pensaba que estaba enamorado se fue con su amante, llevándose una fortuna.
Ahora él me extrañaba, lo veía en sus ojos, pensaba en mí todas las noches, y deseaba al menos mi compañía. Lo sabía, lo conocía, podría verlo a través de su desesperada expresión. Conocía tanto a Federick que podía jurar que en ese momento, me deseaba demasiado, y eso lo haría sufrir.
—Y dime, Federick, ¿qué pensaste sobre lo que te propuse? —le pregunté, manteniéndolo bajo mi mirada fija. Sentía que el poder estaba en mis manos, que finalmente había logrado el control que siempre deseé.
—Charlotte, sé que entre nosotros las cosas fueron difíciles en el pasado, pero quiero que sepas que mis intenciones ahora contigo son diferentes. Sin embargo, en cuanto a la propuesta, me parece algo extremista. Quiero aceptar tu oferta, pero no puedo entregarte el poder sobre mi compañía. He venido para ver qué podemos solucionar —dijo, con una mezcla de desesperación y esperanza en su voz.
Sacudí la cabeza, quitándome el anillo de diamantes y jugueteando con él en mis dedos. Observé cómo su nerviosismo crecía. En esta nueva faceta, yo le causaba inquietud y lo doblegaba por completo.
—Federick, desafortunadamente, es lo único que puedo ofrecerte en este momento. Si mi oferta no te interesa, es mejor que abandones mi oficina ahora. Tengo otras personas que atender —le dije, con mi tono firme y sin lugar a discusión.
Pude ver cómo sus mejillas se enrojecieron, como si le hubiera dado una bofetada. Quería desaparecer, pero sabía que salir de mi despacho en ese momento no era la solución.
—Charlotte, tú sabes que mi compañía tiene un buen nombre en el mercado, y si nos prestas el capital, no habrá problema en que te lo devuelva —insistió, tratando de salvar la situación.
—¡Exacto! Tienen un buen nombre, pero no tienen dinero. Y yo no tengo una casa de beneficencia, Federick. Así que tienes dos opciones: aceptar mis condiciones o salir por esa puerta de inmediato —respondí, dando por terminado el tema.
Empecé a mirar la pantalla de mi laptop, tratando de mantener mi coraza de dureza. Por fuera, proyectaba una imagen de fortaleza que se había forjado a través del dolor y el daño que él me había causado. Pero por dentro, mi corazón ardía con el deseo de estar en los brazos del hombre que había amado tanto. Aunque el tiempo había pasado, no había dejado de amarlo, pero el dolor que me causó había sido tan profundo que borrarlo era casi imposible.
—Charlotte, cariño… —intentó Federick, buscando persuadirme.
—¿Cariño? ¿Estás loco? Creo que fue un error intentar hacer negocios contigo. Sal de mi oficina, por favor —respondí, cortante.
—No, Charlotte, discúlpame, era costumbre decirte así cuando estábamos casados. No quise ofenderte.
Me levanté de mi silla, colocando mis manos firmemente sobre el escritorio. Me incliné un poco, dejando que mi blusa se deslizara un poco, revelando parte de mi escote. Noté cómo Federick clavó sus ojos en mi pecho, y un ligero rubor se apoderó de él. Sacudió la cabeza, intentando desviar la mirada.
—Federick, sal de mi oficina, por favor. Tienes tres días para aceptar mi oferta, de lo contrario, no regreses. No voy a cambiar de opinión —le dije con firmeza.
—¡Eres muy cruel, Charlotte! ¿O más bien una falsa? —exclamó, visiblemente enfadado.
—¿Falsa yo? ¡Ja! ¿Qué quieres que te diga? —respondí, dejando ver mi desdén.
—Sí, eres una falsa. Cuando nos casamos, te presentaste como una simple campesina. Ahora, según tú, eres una multimillonaria y, además, una mujer muy arrogante.
—¿Según yo? ¡No, Federick! ¡Soy una multimillonaria! Ahora tengo el poder económico que me permite hacer propuestas como la que te hice. Si te sirve, bien; y si no, también —dije, mientras pasaba mi mano por el escote de mi blusa y la levantaba. Observé cómo Federick quedaba absorto en sus pensamientos.
El hombre me miró de arriba abajo con desdén y salió de mi oficina, cerrando la puerta de un duro golpe a sus espaldas.
Mi corazón se aceleró demasiado, amenazando con salirse de mi pecho. Tome aire profundamente y me levanté para servirme un vaso de agua, bebiendomela de un solo trago, buscando la calma que necesitaba en ese preciso momento. Nunca imagine que algún día me enfrentaría al hombre que ame con mi alma y mi corazón, y lo trataría de esa manera. Sin embargo, ese era el precio que él debía pagar por su traición.
Federick Cargaba con la frustración de mi fracaso como una dura carga a mis espaldas que ni siquiera me dejaba respirar, en qué momento había permitido todo esto. Deprimido, regresé a mi apartamento de soltero, el lugar que antes había usado para fiestas y encuentros ocasionales. Ahora, ese espacio pequeño debía servir como refugio para mi familia, ya que nuestra vida de lujos había desaparecido por completo.Al llegar, encontré a toda mi familia en la sala principal, esperándome con una actitud que no era nada amistosa. Parecían estar al acecho, listos para atacar.—¿Qué has solucionado, Federick? —preguntó mi madre, con los brazos cruzados y un tono exigente.—¿Qué quieres decir con "solucionar", mamá? —respondí, sorprendido.—La situación en la que estamos. Este apartamento de dos habitaciones es insuficiente. Solo nos queda la hacienda, que está lejos de la ciudad. ¿Qué vamos a hacer?—Mamá, somos responsables de nuestras malas decisiones y de una pésima administración financier
FederickCuando mamá volvió al apartamento, parecía otra persona. Aquella figura imponente y segura de sí misma había desaparecido, reemplazada por una sombra de lo que alguna vez fue, rota, humillada. Algo dentro de mí se retorció al verla así, y no pude quedarme quieto.—Mamá, ¿dónde has estado? —mi voz salió más dura de lo que pretendía, incapaz de ocultar el enojo. Ella no respondió. Solo se dejó caer en el sofá como si el peso del mundo la hubiera aplastado, mirando hacia la nada,—¿Qué quieres que te diga, Federick? —su voz se quebró mientras hablaba—. No hay soluciones. La riqueza se ha ido, nuestros amigos nos han abandonado. ¿Qué nos queda? ¿Qué nos queda? —repitió, como si buscara en el vacío una respuesta que no llegaría.Le tomé la mano, desesperado por ofrecerle algo, lo que fuera.—Nos queda la familia, mamá. Aún nos tenemos —intenté, casi suplicando que esas palabras significaran algo para ella, pero su mirada siguió perdida, distante.—No me vengas con ilusiones —espet
CharlotteMagdalena tragó saliva, echando un vistazo furtivo a su hijo, que estaba claramente incómodo y se sentía ridículo frente a la mujer con la que había estado casado, y que aparentemente nunca había querido. Esa imagen de perdedor era lo que alimentaba mis deseos de venganza, pues por más que lo deseaba, no podía olvidar el dolor causado por ellos.Federick no pudo soportarlo más y se dirigió directamente hacia mí. Se acercó tanto que me sorprendió por completo. Sentí su respiración robarme el aire. Y mis nervios me jugaron una mala pasada. Amaba el aroma de mi exmarido, y ahora me enfrentaba a él.—¿Qué es lo que pretendes con todo esto, mujer? —preguntó Federick desafiante. No pude evitar sostenerle la mirada, pero me sentí como si hubiera perdido la voz. No podía pronunciar una sola palabra. —¡Dime, Charlotte! —insistió.Di dos pasos atrás, tratando de no perder la compostura. Una sonrisa hipócrita se dibujó en mi rostro mientras intentaba suavizar la situación.—Bueno, qu
FederickMientras estábamos afuera de su oficina, mi familia y yo nos enredamos en una discusión, una completamente sin sentido, sin encontrar ningun acuerdo coherente.—¿Qué tal esa maniaca mujer? —Las manos de mi madre temblaban mientras hablaba—. ¿Cómo nos trató, hijo?—Mamá, ya sabíamos a lo que nos estábamos enfrentando. Salgámonos de aquí. Vamos a buscar algo de comer. ¿Quién tiene dinero? —Nos miramos entre nosotros, y todos negamos con la cabeza. Las tarjetas estaban colapsadas y el efectivo se había agotado.—Yo no—dijo Diane—. En realidad, nunca cargo dinero, siempre uso mi tarjeta, pero está cancelada.—¡Yo menos! —repitió John—. Todo mi efectivo se ha acabado.—Ni me mires, Federick. Yo también solo usaba tarjetas y todas están canceladas.Suspiré, mirando mi reloj. No habíamos comido nada en toda la mañana, y el rugido de mi estómago sólo aumentaba mi mal humor. Además del estrés que estaba atravesando, el hambre lo empeoraba.—Entonces, vámonos al apartamento. Allí debe
CharlotteUn toque de labial rojo en mis labios, un poco de rubor en las mejillas, y unos mechones ondulados cayendo sobre mis hombros. Ya estaba lista para regresar a la compañía y darles la bienvenida a los Maclovin.—Estás preciosa, mi amor, ¿a qué se debe tanta elegancia? —preguntó mamá, sorprendida al verme así.—Buenos días, mamá, no te sentí entrar.—Lo hice hace un momento, pero estabas tan concentrada frente al espejo... ¡Qué linda!—Estoy igual que siempre, mami. Bueno, con un par de ojeras gigantes —traté de bromear, mientras le daba el toque final a mi maquillaje, intentando disimular las manchas moradas debajo de mis ojos—. No pude conciliar el sueño en toda la noche.—¿Por qué no has dormido, mi amor? ¿Estás enferma?Me quedé en silencio. La única razón por la que no había pegado ojo en toda la noche tenía nombre: Frederick Maclovin.—Nada importante, mamá. Solo un poco de ansiedad, el cambio de ciudad me tiene algo desubicada, no es nada más —mentí, sin querer profundiz
Charlotte Llené otra copa de alcohol y me dejé caer en mi escritorio. Miré el reloj: las diez en punto. Justo esa hora... la misma en que me casé con Federick. Los recuerdos invadieron mi mente.Seis años atrás...—Me vuelve loco el aroma de tu piel, Charlotte, podría pasar horas respirándolo —me susurraba Federick mientras llenaba de besos mi pecho. Mis dedos se enredaban en su cabello, acercándolo más a mí.—Y yo adoro cada noche contigo —le dije, sintiéndome la mujer más afortunada tras un año a su lado.Sus labios bajaron lentamente por mi cuerpo, hasta mis caderas, donde se detuvo, haciendo que el placer me dominara por completo. Mi espalda se arqueaba involuntariamente, entregándome más a él. Cuando hubo saboreado hasta el último de mis deseos, sus besos descendieron por mis piernas, hasta mis pies, y entonces comenzó a besar cada dedo, uno por uno.—¡Detente! Me haces sentir tan avergonzada —le susurré, aunque mi cuerpo temblaba de deseo.—Eso me encanta, Charlotte —respondió,
NarradorFederick regresó tarde a su apartamento. Su familia había tenido un día extenuante, y el primer día de los Maclovin en Industrias Feldman había sido un completo desastre, al igual que su propia jornada. Se sentó en la penumbra, rodeado solo por el silencio, mientras se servía una copa. En ese instante, los recuerdos lo inundaron, y se arrepintió profundamente de haber hecho sufrir a la única mujer que realmente había amado.Al llegar el segundo día de trabajo para los Maclovin, las amenazas de Charlotte hicieron que esa mañana fueran un poco más puntuales. Sin embargo, Magdalena casi se derrumba al verse obligada a usar el uniforme de las trabajadoras de la cafetería; la sensación de humillación la abrumaba, y no soportaba lo que su exnuera le estaba haciendo. —Magdalena, aquí tienes la lista de cómo les gusta el café a los ejecutivos principales de la empresa —le dijo Greta, su compañera de trabajo, mientras le entregaba un papel con indicaciones. Apenas llevaba dos horas e
Federick Los días transcurrieron en relativa calma, al menos eso parecía. Charlotte creía que mi familia estaba haciendo su trabajo a la perfección, y yo me aseguré de que lo pensara. Ya había cerrado los dos negocios semanales que ella me exigió para mantener mi puesto en la compañía, así que era hora de rendirle cuentas.Sabía que Charlotte me esperaba en su oficina, habían pasado varios días desde nuestro último encuentro, y noté que la situación la tenía nerviosa. Toqué la puerta, y escuché cómo se sobresaltaba al otro lado. Seguro su corazón latía a mil por hora.—Adelante —ordenó con voz firme.Abrí la puerta y me asomé. Ella asintió, dándome permiso para entrar, y me dirigí directo a su escritorio.—Buenos días, Charlotte. Veo que ya cerraste los contratos con los empresarios que conseguí —dije con calma.—Hola, Federick. Sí, ya los he gestionado. Es importante que todo avance rápido. Siéntate, por favor —respondió, mientras me indicaba con la mano la silla frente a ella.Obe