Federick
Cargaba con la frustración de mi fracaso como una dura carga a mis espaldas que ni siquiera me dejaba respirar, en qué momento había permitido todo esto. Deprimido, regresé a mi apartamento de soltero, el lugar que antes había usado para fiestas y encuentros ocasionales. Ahora, ese espacio pequeño debía servir como refugio para mi familia, ya que nuestra vida de lujos había desaparecido por completo.
Al llegar, encontré a toda mi familia en la sala principal, esperándome con una actitud que no era nada amistosa. Parecían estar al acecho, listos para atacar.
—¿Qué has solucionado, Federick? —preguntó mi madre, con los brazos cruzados y un tono exigente.
—¿Qué quieres decir con "solucionar", mamá? —respondí, sorprendido.
—La situación en la que estamos. Este apartamento de dos habitaciones es insuficiente. Solo nos queda la hacienda, que está lejos de la ciudad. ¿Qué vamos a hacer?
—Mamá, somos responsables de nuestras malas decisiones y de una pésima administración financiera. Estamos en quiebra, y no hay mucho que podamos hacer. Tendremos que trabajar como empleados y mantenernos por nuestra cuenta.
Mi padre, con desesperación en el rostro, se llevó la mano a la frente y dejó caer una lágrima.
—Es mi culpa —admitió—. Te entregué los negocios en tan mal estado que salir de la quiebra era casi imposible. Tienes razón, hijo. Tendremos que trabajar cada uno por su cuenta.
—Hermano, yo tengo veinte años, llevo apenas dos años en la universidad, nunca he trabajado, no se hacer nada, ¿Qué voy a hacer? —Diane se llevó las manos a la cabeza angustiada
No sabía qué decir. Durante años, traté de sobrellevar esta situación y mantener a la familia, lo que me convirtió en un hombre huraño y egoísta. Ahora, me sentía más solo que nunca.
A mi madre, le temblaban los labios a causa del estrés, y comenzó a caminar por la sala. Desesperada, haciendo que mis nervios colapsaran todavía más.
—mamá, por favor, cálmate, me tienes mareado de tanto dar vueltas —Ella se fue sobre mí, y me miró furiosa.
—¡Nunca he trabajado, Federick! ¿Qué se supone que voy a hacer? —dijo, frustrada.
—Ya te dije que no lo sé, mamá. No tenemos muchas opciones.
Todos recargaron sus miradas sobre mí, como si en mis hombros tuviera una solución inmediata, y lo peor, es que estábamos arruinados, consumidos por nuestras malas decisiones y por todo lo malo que hicimos en el pasado, pero no solo eso, mi familia pensaba que yo era quien debía resolver, y en mis manos, ni siquiera podía solucionar mi propia vida.
Finalmente, todos abandonaron la sala sin ofrecer ninguna solución. Me quedé allí, solo, sin palabras de aliento. Mi empresa estaba al borde del cierre, y nuestros sueños, por los que tanto había luchado, estaban a punto de desmoronarse. Seguramente, si hubiera permanecido casado con Charlotte, nada de esto estaría ocurriendo.
Esa noche fue difícil para toda la familia. La desesperación se apoderaba de nosotros, y tendríamos que comenzar a desprendernos de todo lo que habíamos tenido: no solo las posesiones materiales, sino también el orgullo y la vanidad que ya no servían para nada.
A pesar de todo, mi madre no estaba dispuesta a rendirse. No quería perder los lujos a los que estaba acostumbrada. Así que, bien temprano por la mañana, se vistió con sus mejores prendas, se perfumó con el último buen perfume que le quedaba y, con la propuesta de Charlotte en mano, se dirigió directamente a su despacho.
Charlotte
Acababa de llegar a mi compañía, y justo llevaba cinco minutos de estar sentada en mi escritorio, cuando escuche gritos en el pasillo, extrañada, me levante y fui hasta mi ventana, para darme cuenta de que era lo que sucedía.
¡No podía ser! Mis ojos estaban viendo la imagen de una magdalena muy afectada, buscando que mi secretaria la dejara hablar conmigo.
—¡Señora! Le he dicho que no puedo dejarla entrar a hablar con la señora Feldman, está muy ocupada —Geidy, mi secretaria, intentaba detener a Magdalena, que insistía en ver a toda costa.
—Mire, secretaria, no olvide su lugar. Avísele a la señora Feldman que Magdalena Maclovin está aquí. Ella sabe quién soy —replicó Magdalena con desdén.
—Ya le avisé, y me dijo que no tiene tiempo para usted —respondió Geidy, pero Magdalena no se daba por vencida.
—¡Qué se cree esta mujer? —Resopló Magdalena con desdén
Sin más, Magdalena se dirigió directamente hacia mi despacho, empujando a Geidy para abrir la puerta.
—Señora, ya le dije que no la pueden atender. ¿Qué parte no entiende? —insistió Geidy, tratando de detener a Magdalena. Esta se zafó con brusquedad.
—¡Suéltame, igualada! ¿Quién te crees? —Magdalena gritó, justo cuando la puerta de mi despacho se abrió. Salí para ver la escena de la pelea en la entrada.
—¿Qué pasa aquí? —pregunté en un tono sereno, pero firme.
—¡Charlotte! Cariño —saludó Magdalena con una ironía evidente.
—Magdalena, mi secretaria ya te dijo que estoy ocupada. Para hablar conmigo, debes sacar una cita, y mi agenda está disponible en 45 días.
Sentí que Magdalena me había dado una bofetada directa al rostro. Su ceño fruncido y la intensidad de su mirada me hicieron sentir que mi decisión era aún más acertada.
—He venido porque quiero aceptar la propuesta que nos hiciste a mi familia y a mí. Necesitamos el dinero con urgencia, y aquí estoy —dijo Magdalena con un tono desafiante.
No pude evitar sonreír con sarcasmo mientras la miraba de arriba abajo y cruzaba los brazos.
—Tu hijo no quiso aceptar la oferta, Magdalena, y las propuestas tienen un límite de tiempo. Mis fondos se han destinado a otra empresa que sí quiso salir de la quiebra.
—¿Qué? —Magdalena palideció—. Pero tú tienes muchísimo dinero. También podrías ayudarnos a nosotros.
Levanté las cejas y negué con la cabeza.
—Lamento mucho lo que están pasando, pero no tengo mucho dinero disponible para obras de caridad. Ahora, por favor, vete de mí compañía.
Magdalena estaba claramente indignada, pero en medio de su crisis, mantener el orgullo en alto parecía innecesario.
—Charlotte, por favor, por los viejos tiempos, hablemos —insistió, con un tono suplicante.
La miré de arriba abajo, puse los ojos en blanco y le hice un gesto para que entrara en mi oficina.
—Está bien, Magdalena. ¿Cuál es tu propuesta?
—¿Cómo? —dijo Magdalena, con su voz llena de desesperación—. Tú dijiste que nos podrías prestar el capital para salvar nuestra compañía a cambio de que te entreguemos su nombre. Pues acepto, te entrego el nombre de Industrias Maclovin, y prestas el capital. ¿Dónde firmo?
Siseé y le hice una mueca dramática.
—Te lo he explicado antes, Magdalena, eso ya no está disponible. Lo único que puedo ofrecerles en este momento es un empleo en mi oficina. Propongo que cada miembro de tu familia venga a trabajar conmigo, en diferentes puestos.
—¿Qué? ¿Tus empleados? ¡No! ¡De ninguna manera!
—Si consideras que nadie quiere arriesgarse con su compañía, que deben a todos los bancos y que nadie sabe hacer nada, deberías considerar mi propuesta. Les pagaré un buen salario por su trabajo.
—¿Por qué estás haciendo esto, Charlotte? —preguntó Magdalena, con su voz quebrada por la indignación.
—Los estoy ayudando. Si están de acuerdo, los espero mañana a las ocho de la mañana. A cada uno le delegaré sus funciones. Tendré consideración con ustedes; quizás sea una buena experiencia.
Observé cómo Magdalena se sonrojaba por la impotencia, con los ojos vidriosos. Apenas pudo tragar y asintió con la cabeza antes de salir de mi oficina, cabizbaja.
Magdalena se desvaneció entre los pasillos del gran edificio, mientras que yo me serví una copa de vino, ella tal vez, no era una mujer mala, sola una mujer arrogante, que pensaba que todo debía estar a sus pies, sin embargo, debía darle una lección a los Maclovin , en especial a mi suegra y mi exesposo, nadie se imaginó las lágrimas que derrame desconsolada cuando me atacaron entre todos y me sacaron como un perro de esa mansión, como si no valiera nada, como si simplemente estuviera condenada a la miseria, como lo estaban ellos ahora.
FederickCuando mamá volvió al apartamento, parecía otra persona. Aquella figura imponente y segura de sí misma había desaparecido, reemplazada por una sombra de lo que alguna vez fue, rota, humillada. Algo dentro de mí se retorció al verla así, y no pude quedarme quieto.—Mamá, ¿dónde has estado? —mi voz salió más dura de lo que pretendía, incapaz de ocultar el enojo. Ella no respondió. Solo se dejó caer en el sofá como si el peso del mundo la hubiera aplastado, mirando hacia la nada,—¿Qué quieres que te diga, Federick? —su voz se quebró mientras hablaba—. No hay soluciones. La riqueza se ha ido, nuestros amigos nos han abandonado. ¿Qué nos queda? ¿Qué nos queda? —repitió, como si buscara en el vacío una respuesta que no llegaría.Le tomé la mano, desesperado por ofrecerle algo, lo que fuera.—Nos queda la familia, mamá. Aún nos tenemos —intenté, casi suplicando que esas palabras significaran algo para ella, pero su mirada siguió perdida, distante.—No me vengas con ilusiones —espet
CharlotteMagdalena tragó saliva, echando un vistazo furtivo a su hijo, que estaba claramente incómodo y se sentía ridículo frente a la mujer con la que había estado casado, y que aparentemente nunca había querido. Esa imagen de perdedor era lo que alimentaba mis deseos de venganza, pues por más que lo deseaba, no podía olvidar el dolor causado por ellos.Federick no pudo soportarlo más y se dirigió directamente hacia mí. Se acercó tanto que me sorprendió por completo. Sentí su respiración robarme el aire. Y mis nervios me jugaron una mala pasada. Amaba el aroma de mi exmarido, y ahora me enfrentaba a él.—¿Qué es lo que pretendes con todo esto, mujer? —preguntó Federick desafiante. No pude evitar sostenerle la mirada, pero me sentí como si hubiera perdido la voz. No podía pronunciar una sola palabra. —¡Dime, Charlotte! —insistió.Di dos pasos atrás, tratando de no perder la compostura. Una sonrisa hipócrita se dibujó en mi rostro mientras intentaba suavizar la situación.—Bueno, qu
FederickMientras estábamos afuera de su oficina, mi familia y yo nos enredamos en una discusión, una completamente sin sentido, sin encontrar ningun acuerdo coherente.—¿Qué tal esa maniaca mujer? —Las manos de mi madre temblaban mientras hablaba—. ¿Cómo nos trató, hijo?—Mamá, ya sabíamos a lo que nos estábamos enfrentando. Salgámonos de aquí. Vamos a buscar algo de comer. ¿Quién tiene dinero? —Nos miramos entre nosotros, y todos negamos con la cabeza. Las tarjetas estaban colapsadas y el efectivo se había agotado.—Yo no—dijo Diane—. En realidad, nunca cargo dinero, siempre uso mi tarjeta, pero está cancelada.—¡Yo menos! —repitió John—. Todo mi efectivo se ha acabado.—Ni me mires, Federick. Yo también solo usaba tarjetas y todas están canceladas.Suspiré, mirando mi reloj. No habíamos comido nada en toda la mañana, y el rugido de mi estómago sólo aumentaba mi mal humor. Además del estrés que estaba atravesando, el hambre lo empeoraba.—Entonces, vámonos al apartamento. Allí debe
CharlotteUn toque de labial rojo en mis labios, un poco de rubor en las mejillas, y unos mechones ondulados cayendo sobre mis hombros. Ya estaba lista para regresar a la compañía y darles la bienvenida a los Maclovin.—Estás preciosa, mi amor, ¿a qué se debe tanta elegancia? —preguntó mamá, sorprendida al verme así.—Buenos días, mamá, no te sentí entrar.—Lo hice hace un momento, pero estabas tan concentrada frente al espejo... ¡Qué linda!—Estoy igual que siempre, mami. Bueno, con un par de ojeras gigantes —traté de bromear, mientras le daba el toque final a mi maquillaje, intentando disimular las manchas moradas debajo de mis ojos—. No pude conciliar el sueño en toda la noche.—¿Por qué no has dormido, mi amor? ¿Estás enferma?Me quedé en silencio. La única razón por la que no había pegado ojo en toda la noche tenía nombre: Frederick Maclovin.—Nada importante, mamá. Solo un poco de ansiedad, el cambio de ciudad me tiene algo desubicada, no es nada más —mentí, sin querer profundiz
Charlotte Llené otra copa de alcohol y me dejé caer en mi escritorio. Miré el reloj: las diez en punto. Justo esa hora... la misma en que me casé con Federick. Los recuerdos invadieron mi mente.Seis años atrás...—Me vuelve loco el aroma de tu piel, Charlotte, podría pasar horas respirándolo —me susurraba Federick mientras llenaba de besos mi pecho. Mis dedos se enredaban en su cabello, acercándolo más a mí.—Y yo adoro cada noche contigo —le dije, sintiéndome la mujer más afortunada tras un año a su lado.Sus labios bajaron lentamente por mi cuerpo, hasta mis caderas, donde se detuvo, haciendo que el placer me dominara por completo. Mi espalda se arqueaba involuntariamente, entregándome más a él. Cuando hubo saboreado hasta el último de mis deseos, sus besos descendieron por mis piernas, hasta mis pies, y entonces comenzó a besar cada dedo, uno por uno.—¡Detente! Me haces sentir tan avergonzada —le susurré, aunque mi cuerpo temblaba de deseo.—Eso me encanta, Charlotte —respondió,
NarradorFederick regresó tarde a su apartamento. Su familia había tenido un día extenuante, y el primer día de los Maclovin en Industrias Feldman había sido un completo desastre, al igual que su propia jornada. Se sentó en la penumbra, rodeado solo por el silencio, mientras se servía una copa. En ese instante, los recuerdos lo inundaron, y se arrepintió profundamente de haber hecho sufrir a la única mujer que realmente había amado.Al llegar el segundo día de trabajo para los Maclovin, las amenazas de Charlotte hicieron que esa mañana fueran un poco más puntuales. Sin embargo, Magdalena casi se derrumba al verse obligada a usar el uniforme de las trabajadoras de la cafetería; la sensación de humillación la abrumaba, y no soportaba lo que su exnuera le estaba haciendo. —Magdalena, aquí tienes la lista de cómo les gusta el café a los ejecutivos principales de la empresa —le dijo Greta, su compañera de trabajo, mientras le entregaba un papel con indicaciones. Apenas llevaba dos horas e
Federick Los días transcurrieron en relativa calma, al menos eso parecía. Charlotte creía que mi familia estaba haciendo su trabajo a la perfección, y yo me aseguré de que lo pensara. Ya había cerrado los dos negocios semanales que ella me exigió para mantener mi puesto en la compañía, así que era hora de rendirle cuentas.Sabía que Charlotte me esperaba en su oficina, habían pasado varios días desde nuestro último encuentro, y noté que la situación la tenía nerviosa. Toqué la puerta, y escuché cómo se sobresaltaba al otro lado. Seguro su corazón latía a mil por hora.—Adelante —ordenó con voz firme.Abrí la puerta y me asomé. Ella asintió, dándome permiso para entrar, y me dirigí directo a su escritorio.—Buenos días, Charlotte. Veo que ya cerraste los contratos con los empresarios que conseguí —dije con calma.—Hola, Federick. Sí, ya los he gestionado. Es importante que todo avance rápido. Siéntate, por favor —respondió, mientras me indicaba con la mano la silla frente a ella.Obe
Me detuve en el piso donde se encontraba la cafetería, justo después de que Federick saliera de mi oficina. Un repentino impulso me llevó a supervisar personalmente el trabajo de los Maclovin, y esta vez era el turno de Magdalena.Sin previo aviso, entré con determinación en la cafetería, pero me quedé momentáneamente en el umbral de la puerta al escuchar gritos provenientes de dentro. Quería entender qué estaba sucediendo, ya que parecía que las empleadas estaban en medio de una acalorada discusión.—¡Estoy cansada de hacer todo por ti, Magdalena! —gritó Greta, visiblemente furiosa.—¿Hacer qué? Ridícula, eres una empleada y debes cumplir con tus funciones. ¡Yo soy tu jefa! Y tienes que obedecerme —respondió Magdalena, elevando aún más la voz.—¡Tú no eres mi jefa! Que te hayan nombrado responsable de la cafetería no significa que tengas autoridad sobre nosotras. ¡Eso solo implica que te encargarás del maldito café! Estoy considerando poner una queja con la CEO.—¡Ja! —se carcajeó Ma