Capítulo 5 Aceptando su propuesta

Federick

Cargaba con la frustración de mi fracaso como una dura carga a mis espaldas que ni siquiera me dejaba respirar, en qué momento había permitido todo esto. Deprimido, regresé a mi apartamento de soltero, el lugar que  antes había usado para fiestas y encuentros ocasionales. Ahora, ese espacio pequeño debía servir como refugio para mi familia, ya que nuestra vida de lujos había desaparecido por completo.

Al llegar, encontré a toda mi familia en la sala principal, esperándome con una actitud que no era nada amistosa. Parecían estar al acecho, listos para atacar.

—¿Qué has solucionado, Federick? —preguntó mi madre, con los brazos cruzados y un tono exigente.

—¿Qué quieres decir con "solucionar", mamá? —respondí, sorprendido.

—La situación en la que estamos. Este apartamento de dos habitaciones es insuficiente. Solo nos queda la hacienda, que está lejos de la ciudad. ¿Qué vamos a hacer?

—Mamá, somos responsables de nuestras malas decisiones y de una pésima administración financiera. Estamos en quiebra, y no hay mucho que podamos hacer. Tendremos que trabajar como empleados y mantenernos por nuestra cuenta.

Mi padre, con desesperación en el rostro, se llevó la mano a la frente y dejó caer una lágrima.

—Es mi culpa —admitió—. Te entregué los negocios en tan mal estado que salir de la quiebra era casi imposible. Tienes razón, hijo. Tendremos que trabajar cada uno por su cuenta.

—Hermano, yo tengo veinte años, llevo apenas dos años en la universidad, nunca he trabajado, no se hacer nada, ¿Qué voy a hacer? —Diane se llevó las manos a la cabeza angustiada

No sabía qué decir. Durante años, traté de sobrellevar esta situación y mantener a la familia, lo que me convirtió en un hombre huraño y egoísta. Ahora, me sentía más solo que nunca.

A mi madre, le temblaban los labios  a causa del estrés, y  comenzó a caminar por la sala. Desesperada, haciendo que mis nervios colapsaran todavía más.

—mamá, por favor, cálmate, me tienes mareado de tanto dar vueltas —Ella se fue sobre mí, y me miró furiosa.

—¡Nunca he trabajado, Federick! ¿Qué se supone que voy a hacer? —dijo, frustrada.

—Ya te dije que no lo sé, mamá. No tenemos muchas opciones.

Todos recargaron sus miradas sobre mí, como si en mis hombros tuviera una solución inmediata, y lo peor, es que estábamos arruinados, consumidos por nuestras malas decisiones y por todo lo malo que hicimos en el pasado, pero no solo eso, mi familia pensaba que yo era quien debía resolver, y en mis manos, ni siquiera  podía solucionar mi propia vida.

Finalmente, todos abandonaron la sala sin ofrecer ninguna solución. Me quedé allí, solo, sin palabras de aliento. Mi empresa estaba al borde del cierre, y nuestros sueños, por los que tanto había luchado, estaban a punto de desmoronarse. Seguramente, si hubiera permanecido casado con Charlotte, nada de esto estaría ocurriendo.

Esa noche fue difícil para toda la familia. La desesperación se apoderaba de nosotros, y tendríamos que comenzar a desprendernos de todo lo que habíamos tenido: no solo las posesiones materiales, sino también el orgullo y la vanidad que ya no servían para nada.

A pesar de todo, mi madre no estaba dispuesta a rendirse. No quería perder los lujos a los que estaba acostumbrada. Así que, bien temprano por la mañana, se vistió con sus mejores prendas, se perfumó con el último buen perfume que le quedaba y, con la propuesta de Charlotte en mano, se dirigió directamente a su despacho.

Charlotte

Acababa de llegar a mi compañía, y justo llevaba cinco minutos de estar sentada en  mi escritorio, cuando escuche gritos en el pasillo, extrañada, me levante y fui hasta mi ventana, para darme cuenta de que era lo que sucedía.

¡No podía ser! Mis ojos estaban viendo la imagen de una magdalena muy afectada, buscando que mi secretaria la dejara hablar conmigo.

—¡Señora! Le he dicho que no puedo dejarla entrar a hablar con la señora Feldman, está muy ocupada —Geidy, mi secretaria, intentaba detener a Magdalena, que insistía en ver a toda costa.

—Mire, secretaria, no olvide su lugar. Avísele a la señora Feldman que Magdalena Maclovin está aquí. Ella sabe quién soy —replicó Magdalena con desdén.

—Ya le avisé, y me dijo que no tiene tiempo para usted —respondió Geidy, pero Magdalena no se daba por vencida.

—¡Qué se cree esta mujer? —Resopló Magdalena con desdén

Sin más, Magdalena se dirigió directamente hacia mi despacho, empujando a Geidy para abrir la puerta.

—Señora, ya le dije que no la pueden atender. ¿Qué parte no entiende? —insistió Geidy, tratando de detener a Magdalena. Esta se zafó con brusquedad.

—¡Suéltame, igualada! ¿Quién te crees? —Magdalena gritó, justo cuando la puerta de mi despacho se abrió. Salí para ver la escena de la pelea en la entrada.

—¿Qué pasa aquí? —pregunté en un tono sereno, pero firme.

—¡Charlotte! Cariño —saludó Magdalena con una ironía evidente.

—Magdalena, mi secretaria ya te dijo que estoy ocupada. Para hablar conmigo, debes sacar una cita, y mi agenda está disponible en 45 días.

Sentí que Magdalena me había dado una bofetada directa al rostro. Su ceño fruncido y la intensidad de su mirada me hicieron sentir que mi decisión era aún más acertada.

—He venido porque quiero aceptar la propuesta que nos hiciste a mi familia y a mí. Necesitamos el dinero con urgencia, y aquí estoy —dijo Magdalena con un tono desafiante.

No pude evitar sonreír con sarcasmo mientras la miraba de arriba abajo y cruzaba los brazos.

—Tu hijo no quiso aceptar la oferta, Magdalena, y las propuestas tienen un límite de tiempo. Mis fondos se han destinado a otra empresa que sí quiso salir de la quiebra.

—¿Qué? —Magdalena palideció—. Pero tú tienes muchísimo dinero. También podrías ayudarnos a nosotros.

Levanté las cejas y negué con la cabeza.

—Lamento mucho lo que están pasando, pero no tengo mucho dinero disponible para obras de caridad. Ahora, por favor, vete de mí compañía.

Magdalena estaba claramente indignada, pero en medio de su crisis, mantener el orgullo en alto parecía innecesario.

—Charlotte, por favor, por los viejos tiempos, hablemos —insistió, con un tono suplicante.

La miré de arriba abajo, puse los ojos en blanco y le hice un gesto para que entrara en mi oficina.

—Está bien, Magdalena. ¿Cuál es tu propuesta?

—¿Cómo? —dijo Magdalena, con su voz llena de desesperación—. Tú dijiste que nos podrías prestar el capital para salvar nuestra compañía a cambio de que te entreguemos su nombre. Pues acepto, te entrego el nombre de Industrias Maclovin, y prestas el capital. ¿Dónde firmo?

Siseé y le hice una mueca dramática.

—Te lo he explicado antes, Magdalena, eso ya no está disponible. Lo único que puedo ofrecerles en este momento es un empleo en mi oficina. Propongo que cada miembro de tu familia venga a trabajar conmigo, en diferentes puestos.

—¿Qué? ¿Tus empleados? ¡No! ¡De ninguna manera!

—Si consideras que nadie quiere arriesgarse con su compañía, que deben a todos los bancos y que nadie sabe hacer nada, deberías considerar mi propuesta. Les pagaré un buen salario por su trabajo.

—¿Por qué estás haciendo esto, Charlotte? —preguntó Magdalena, con su voz quebrada por la indignación.

—Los estoy ayudando. Si están de acuerdo, los espero mañana a las ocho de la mañana. A cada uno le delegaré sus funciones. Tendré consideración con ustedes; quizás sea una buena experiencia.

Observé cómo Magdalena se sonrojaba por la impotencia, con los ojos vidriosos. Apenas pudo tragar y asintió con la cabeza antes de salir de mi oficina, cabizbaja.

Magdalena  se desvaneció entre los pasillos del gran edificio, mientras que  yo me serví una copa de vino, ella tal vez, no era una mujer mala, sola una mujer arrogante, que pensaba que todo debía estar a sus pies, sin embargo, debía darle una lección a los  Maclovin , en especial a mi suegra y mi exesposo, nadie se imaginó las lágrimas que derrame desconsolada cuando me atacaron entre todos y me sacaron como un perro de esa mansión, como si no valiera nada, como si simplemente estuviera condenada a la miseria, como lo estaban ellos ahora.

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