FederickMientras estábamos afuera de su oficina, mi familia y yo nos enredamos en una discusión, una completamente sin sentido, sin encontrar ningun acuerdo coherente.—¿Qué tal esa maniaca mujer? —Las manos de mi madre temblaban mientras hablaba—. ¿Cómo nos trató, hijo?—Mamá, ya sabíamos a lo que nos estábamos enfrentando. Salgámonos de aquí. Vamos a buscar algo de comer. ¿Quién tiene dinero? —Nos miramos entre nosotros, y todos negamos con la cabeza. Las tarjetas estaban colapsadas y el efectivo se había agotado.—Yo no—dijo Diane—. En realidad, nunca cargo dinero, siempre uso mi tarjeta, pero está cancelada.—¡Yo menos! —repitió John—. Todo mi efectivo se ha acabado.—Ni me mires, Federick. Yo también solo usaba tarjetas y todas están canceladas.Suspiré, mirando mi reloj. No habíamos comido nada en toda la mañana, y el rugido de mi estómago sólo aumentaba mi mal humor. Además del estrés que estaba atravesando, el hambre lo empeoraba.—Entonces, vámonos al apartamento. Allí debe
CharlotteUn toque de labial rojo en mis labios, un poco de rubor en las mejillas, y unos mechones ondulados cayendo sobre mis hombros. Ya estaba lista para regresar a la compañía y darles la bienvenida a los Maclovin.—Estás preciosa, mi amor, ¿a qué se debe tanta elegancia? —preguntó mamá, sorprendida al verme así.—Buenos días, mamá, no te sentí entrar.—Lo hice hace un momento, pero estabas tan concentrada frente al espejo... ¡Qué linda!—Estoy igual que siempre, mami. Bueno, con un par de ojeras gigantes —traté de bromear, mientras le daba el toque final a mi maquillaje, intentando disimular las manchas moradas debajo de mis ojos—. No pude conciliar el sueño en toda la noche.—¿Por qué no has dormido, mi amor? ¿Estás enferma?Me quedé en silencio. La única razón por la que no había pegado ojo en toda la noche tenía nombre: Frederick Maclovin.—Nada importante, mamá. Solo un poco de ansiedad, el cambio de ciudad me tiene algo desubicada, no es nada más —mentí, sin querer profundiz
Charlotte Llené otra copa de alcohol y me dejé caer en mi escritorio. Miré el reloj: las diez en punto. Justo esa hora... la misma en que me casé con Federick. Los recuerdos invadieron mi mente.Seis años atrás...—Me vuelve loco el aroma de tu piel, Charlotte, podría pasar horas respirándolo —me susurraba Federick mientras llenaba de besos mi pecho. Mis dedos se enredaban en su cabello, acercándolo más a mí.—Y yo adoro cada noche contigo —le dije, sintiéndome la mujer más afortunada tras un año a su lado.Sus labios bajaron lentamente por mi cuerpo, hasta mis caderas, donde se detuvo, haciendo que el placer me dominara por completo. Mi espalda se arqueaba involuntariamente, entregándome más a él. Cuando hubo saboreado hasta el último de mis deseos, sus besos descendieron por mis piernas, hasta mis pies, y entonces comenzó a besar cada dedo, uno por uno.—¡Detente! Me haces sentir tan avergonzada —le susurré, aunque mi cuerpo temblaba de deseo.—Eso me encanta, Charlotte —respondió,
NarradorFederick regresó tarde a su apartamento. Su familia había tenido un día extenuante, y el primer día de los Maclovin en Industrias Feldman había sido un completo desastre, al igual que su propia jornada. Se sentó en la penumbra, rodeado solo por el silencio, mientras se servía una copa. En ese instante, los recuerdos lo inundaron, y se arrepintió profundamente de haber hecho sufrir a la única mujer que realmente había amado.Al llegar el segundo día de trabajo para los Maclovin, las amenazas de Charlotte hicieron que esa mañana fueran un poco más puntuales. Sin embargo, Magdalena casi se derrumba al verse obligada a usar el uniforme de las trabajadoras de la cafetería; la sensación de humillación la abrumaba, y no soportaba lo que su exnuera le estaba haciendo. —Magdalena, aquí tienes la lista de cómo les gusta el café a los ejecutivos principales de la empresa —le dijo Greta, su compañera de trabajo, mientras le entregaba un papel con indicaciones. Apenas llevaba dos horas e
Federick Los días transcurrieron en relativa calma, al menos eso parecía. Charlotte creía que mi familia estaba haciendo su trabajo a la perfección, y yo me aseguré de que lo pensara. Ya había cerrado los dos negocios semanales que ella me exigió para mantener mi puesto en la compañía, así que era hora de rendirle cuentas.Sabía que Charlotte me esperaba en su oficina, habían pasado varios días desde nuestro último encuentro, y noté que la situación la tenía nerviosa. Toqué la puerta, y escuché cómo se sobresaltaba al otro lado. Seguro su corazón latía a mil por hora.—Adelante —ordenó con voz firme.Abrí la puerta y me asomé. Ella asintió, dándome permiso para entrar, y me dirigí directo a su escritorio.—Buenos días, Charlotte. Veo que ya cerraste los contratos con los empresarios que conseguí —dije con calma.—Hola, Federick. Sí, ya los he gestionado. Es importante que todo avance rápido. Siéntate, por favor —respondió, mientras me indicaba con la mano la silla frente a ella.Obe
Me detuve en el piso donde se encontraba la cafetería, justo después de que Federick saliera de mi oficina. Un repentino impulso me llevó a supervisar personalmente el trabajo de los Maclovin, y esta vez era el turno de Magdalena.Sin previo aviso, entré con determinación en la cafetería, pero me quedé momentáneamente en el umbral de la puerta al escuchar gritos provenientes de dentro. Quería entender qué estaba sucediendo, ya que parecía que las empleadas estaban en medio de una acalorada discusión.—¡Estoy cansada de hacer todo por ti, Magdalena! —gritó Greta, visiblemente furiosa.—¿Hacer qué? Ridícula, eres una empleada y debes cumplir con tus funciones. ¡Yo soy tu jefa! Y tienes que obedecerme —respondió Magdalena, elevando aún más la voz.—¡Tú no eres mi jefa! Que te hayan nombrado responsable de la cafetería no significa que tengas autoridad sobre nosotras. ¡Eso solo implica que te encargarás del maldito café! Estoy considerando poner una queja con la CEO.—¡Ja! —se carcajeó Ma
Federick La noche finalmente llegó. Todos sabíamos que mi madre fue despedida de la empresa de Charlotte y que no se sentía para nada bien, ella ya nos esperaba en el departamento.Cuando la puerta se abrió, los demás miembros de la familia comenzaron a llegar. Yo fui el primero en entrar, y en cuanto la vi, supe que algo no estaba bien.—Mamá, ¿estás bien? —me acerqué y me senté a su lado. Su piel estaba pálida, y sus ojos, demasiado rojos de tanto llorar.—No, Federick. La maldita de Charlotte me echó de su empresa como si fuera un perro —se cubrió la cara con las manos y comenzó a llorar desconsoladamente.—¿Te despidió? Dime, ¿qué pasó? —le pregunte aparentando que no sabía nada, pero en realidad, lo sabía todo. Los chismes no daban espera.—No hice nada. Esa mujer es cruel; simplemente me despidió porque quiso. Una de las empleadas de la cafetería me hizo quedar en ridículo, y Charlotte se dio cuenta. Sin siquiera escucharme, me sacó de su empresa.—Lo siento mucho, mamá, pero
PresenteFederick apretó los ojos, deseando quedarse a vivir en esos recuerdos donde el amor entre Charlotte y él era auténtico. Intentó acomodar su cabeza en varias posiciones, tratando de conciliar el sueño, pero su mente le estaba jugando una mala pasada. Pasó la noche en vilo, tanto que el despertar del día siguiente fue terrible.En su departamento, todo era un desastre. Con esfuerzo, logró conseguir el turno en el único baño y se arregló para la importante entrevista que tenía esa mañana. Aunque físicamente no se veía perfecto, mentalmente tenía todo bajo control. No iba a dejar que se le escapara ese negocio.Vestido con su mejor traje y, por supuesto, preparado con su mejor argumento, llegó a la gran compañía de alimentos agropecuarios, EpicFlavors. Allí lo esperaba el gran CEO, un hombre de treinta años, corpulento, alto, con cabello castaño y ojos café claro, que irradiaba una personalidad arrolladora.Federick sintió una punzada de envidia al ver el lugar donde estaba el ho