Dos años más tarde
Charlotte El tiempo fue apagando poco a poco el dolor que Federick dejó en mí. Durante mucho tiempo intenté descifrar por qué me había entregado esos papeles de divorcio de forma tan cruel, pero nunca logré encontrar una explicación que me convenciera. Regresar a mi hogar fue como un bálsamo. Mis padres y hermanos me acogieron con todo el amor que siempre habían tenido para mí. Era la menor, la favorita de mis padres, y durante esos meses hicieron todo lo posible por devolverme la felicidad que parecía haber perdido. Lejos de ser una campesina común, como los Maclovin siempre creyeron, yo era la heredera de los Feldman, una de las familias más influyentes en el mundo de la agricultura. Quién iba a imaginar que detrás de aquella "campesina humilde" se encontraba una fortuna tan inmensa. Federick nunca supo quién era realmente. Cuando me casé con él, decidí ocultar mi verdadero origen y posición. Para él y su familia, solo fui una empleada que había tenido la suerte de entrar a su vida, una mujer más entre tantas, sin importancia. —Hija, ¿qué estás mirando? —mi madre, Dora, me interrumpió mientras hojeaba distraída el periódico. Mis ojos se habían detenido en un artículo que anunciaba un importante evento empresarial que tendría lugar en California. —Sobre una gran gala empresarial que se celebrará pronto —le contesté sin levantar la vista. —Nos han invitado —comentó—, pero dudo que tu padre quiera ir. Está cansado y quizá enviemos a uno de los abogados para que nos represente. Cerré el periódico, pero mi mente seguía atrapada en lo que acababa de leer. Sabía que los Maclovin también asistirían a la gala; después de todo, eran empresarios importantes, aunque ahora se encontraban al borde de la ruina. La idea de verlos allí, de enfrentarme a ellos, me llenaba de una extraña mezcla de emoción y ansiedad. ¿No sería el escenario perfecto para devolverles todas sus humillaciones? —No necesitamos enviar a ningún abogado, mamá. Yo misma iré al evento —anuncié, con una decisión que sorprendió incluso a mi madre. Dora me miró con los ojos abiertos de par en par, casi incrédula. —No es necesario, hija. Sabes quiénes van a estar allí, y no quiero que vuelvan a hacerte daño. Si se atreven, juro que me encargaré de ellos personalmente —dijo con una evidente preocupación Me giré hacia ella, esbozando una sonrisa serena. —Mamá, aquella Charlotte que ellos despreciaron y pisotearon murió el día en que Federick me echó de su casa como si no valiera nada. ¿Sabías que su empresa está en la quiebra? Bien, voy a presentarme con una oferta que no podrán rechazar. —Entonces iré contigo —respondió con firmeza—. No estás sola. Su abrazo me reconfortó, pero sabía que no era la misma mujer que un día se entregó por completo a alguien que jamás me valoró. Una semana después, ya estábamos a bordo de un avión privado rumbo a California, listas para lo que se avecinaba. El salón era un espectáculo de lujo y elegancia. Lo primero que noté fueron las imponentes puertas de caoba que se abrían hacia un vestíbulo iluminado por lámparas de araña, cuyos destellos dorados danzaban sobre el mármol pulido. El suelo de madera bajo mis pies resonaba suavemente, anticipando lo que sería una noche inolvidable. Al entrar, todos parecían ya estar en sus sitios, pero pude distinguir en una de las mesas principales a los Maclovin, dominando la escena con su presencia habitual. Magdalena, siempre ostentosa, llevaba un collar de diamantes que brillaba intensamente, mientras Diane, con un vestido similar, se sentaba a su lado. John estaba impecable en su esmoquin, pero era Federick quien capturaba todas las miradas. Era el soltero más deseado de la ciudad, y su sonrisa lo decía todo. Me preguntaba cuántas de esas mujeres lo veían como yo lo había visto alguna vez, sin imaginar quién era en realidad. De pronto, el murmullo del salón se detuvo, y todos los ojos se giraron hacia nosotras. Sentí el impacto de los tacones de mi madre y los míos resonando en el suelo mientras entrábamos. Dora, mi madre, caminaba con la gracia que la caracterizaba, pero sabía que era yo quien acaparaba la atención. Mi vestido rojo, ajustado a mi figura, y el escote en forma de corazón no dejaban espacio a la discreción. Sentí cómo los flashes de las cámaras se dirigían hacia nosotras, y cómo cada mirada se fijaba en mí. Había esperado este momento, y lo disfrutaba. Al levantar la vista, vi a Federick. Su expresión lo decía todo: estaba perplejo, incapaz de creer lo que veía. Era como si estuviera mirando a un fantasma, aunque sabía que era yo. La sorpresa en su rostro fue mi pequeña venganza, la confirmación de que no me reconocía, no al menos como la mujer que una vez despreció. —¿Quiénes son esas mujeres? —escuché a Magdalena preguntar, su voz cargada de envidia. —¿No sabes quién es? —respondió Diane—. Esa es Dora Feldman, la multimillonaria agricultora. Pero lo interesante es… ¿qué hace Charlotte con ella? Diane me había reconocido, aunque sabía que ya no era la misma mujer a la que todos ellos habían humillado. —Esa mujer no puede ser Charlotte, ¿Qué te pasa, Diane? ¿Acaso no la estás viendo bien? —Magdalena exhaló con incredulidad, sus ojos estaban entrecerrados mientras me observaban. —¡Mamá! Te juro que es Charlotte, la exesposa de Federick. Pero me confunde verla con esa mujer. No entiendo qué sentido tendría —respondió Diane, tratando de racionalizar lo que veía. Federick, por su parte, no podía apartar la mirada, sentía como sus ojos devoraban mi cuerpo, de arriba abajo, como tratando de asimilar, quien era la mujer que había llamado la atención con tanto entusiasmo, inclusive, me estaba robando la suya, cuando pensó que todo ya estaba superado. Cuando pasé al lado de la mesa donde estaban los Maclovin, no me molesté en mirar. Para mí, no existían. Sentí la mirada de Federick sobre mí, pero lo ignoré. Sabía que estaba ahí, lo localicé en cuanto entré al salón, pero no le daría el gusto de notarlo. Aun así, su reacción no pasó desapercibida; al pasar cerca, vi cómo su cuerpo se tensaba. Mi perfume debió traerle recuerdos, era el mismo que usaba en momentos especiales. Seguro estaba desconcertado. Desde la distancia, pude oír a Diane agitarlo. La escuché llamarlo repetidamente, intentando sacarlo de su estupor. —¿La has visto? —le preguntaba, con insistencia. —¿He visto qué? —respondió él, claramente desorientado. —¡A Charlotte, tonto! ¿Qué demonios le pasó? ¿Por qué está vestida así? ¿Y qué hace con Dora Feldman? —seguía preguntando, mientras el desconcierto crecía en su voz. Federick tartamudeaba. —No puede ser ella... Charlotte era una campesina. Nunca supe de su familia ni de sus orígenes, no tiene sentido que esté con una mujer como Dora Feldman. Diane, por su parte, no dejaba de sonreír. —Tú mismo lo acabas de decir, ni siquiera sabías quién era realmente tu esposa. Es Charlotte, ¡lo sé! —murmuraba con un toque de satisfacción. Sabía que, en el fondo, me reconocía, aunque no quería admitirlo. Y aunque ella y yo habíamos sido cercanas en algún momento, su familia me había rechazado, viéndome como una simple sirvienta.Federick MaclovinPalidecí al escuchar las palabras de Diane. Si ella está en lo cierto, necesitaba averiguar qué está haciendo Charlotte aquí. Pero antes de que pudiera mover un dedo, el anfitrión del evento pidió a todos que tomaran asiento para anunciar a los empresarios del año. Mientras él hablaba por el micrófono, yo no podía concentrarme en nada más que en Charlotte, observando cómo todos a su alrededor la alababan. Y turbios pensamientos allanaron mi cabeza, como si estuviera cayendo ante sus encantos, unos que jamás me fije cuando estuve casado que pudiera tenerlos.«¿Será ella? ¿Será mi Charlotte?» Pensaba una y otra vez.—¡Señoras y señores! El gran premio a la empresa agrícola del año es para Industrias Feldman —anunció el anfitrión, señalando a Charlotte y a Dora. Vi cómo se abrazaban y reían juntas antes de subir al escenario. La atención de todos se centró en ellas.Solo entonces empecé a prestar atención cuando Dora tomó el micrófono.—Gracias por este reconocimiento.
Capítulo 4 El comienzo de una dulce venganza CharlotteAl escuchar a mi secretaria decirme la gran noticia de que mi querido exesposa estaba en mi oficina, sentí un aire de satisfacción invadiendo mi pecho. Moría por verle la cara a ese imbécil despues de nuestro ultimo encuentro en la entrega de los premios.Su orgullo debe estar completamente aplastado para que se hubiera tomado la molestia de venir hasta aquí.—Dígale al señor Maclovin que puede pasar —ordené a la secretaria. Ajusté mi vestido, apliqué un poco de perfume y me aseguré de que todo estuviera perfecto. No había lugar para la mujer demacrada de mi pasado; la nueva Charlotte estaba en control.Unos minutos después, escuché los golpes en la puerta de mi despacho. Mi corazón se aceleró a pesar de mis intentos por mantener la calma. Cuando la puerta se abrió y vi a Federick, llevando un ramo de flores, sentí una mezcla de emociones. Cuántas veces había deseado algo así, cuántas veces me había imaginado recibiendo un gesto
Federick Cargaba con la frustración de mi fracaso como una dura carga a mis espaldas que ni siquiera me dejaba respirar, en qué momento había permitido todo esto. Deprimido, regresé a mi apartamento de soltero, el lugar que antes había usado para fiestas y encuentros ocasionales. Ahora, ese espacio pequeño debía servir como refugio para mi familia, ya que nuestra vida de lujos había desaparecido por completo.Al llegar, encontré a toda mi familia en la sala principal, esperándome con una actitud que no era nada amistosa. Parecían estar al acecho, listos para atacar.—¿Qué has solucionado, Federick? —preguntó mi madre, con los brazos cruzados y un tono exigente.—¿Qué quieres decir con "solucionar", mamá? —respondí, sorprendido.—La situación en la que estamos. Este apartamento de dos habitaciones es insuficiente. Solo nos queda la hacienda, que está lejos de la ciudad. ¿Qué vamos a hacer?—Mamá, somos responsables de nuestras malas decisiones y de una pésima administración financier
FederickCuando mamá volvió al apartamento, parecía otra persona. Aquella figura imponente y segura de sí misma había desaparecido, reemplazada por una sombra de lo que alguna vez fue, rota, humillada. Algo dentro de mí se retorció al verla así, y no pude quedarme quieto.—Mamá, ¿dónde has estado? —mi voz salió más dura de lo que pretendía, incapaz de ocultar el enojo. Ella no respondió. Solo se dejó caer en el sofá como si el peso del mundo la hubiera aplastado, mirando hacia la nada,—¿Qué quieres que te diga, Federick? —su voz se quebró mientras hablaba—. No hay soluciones. La riqueza se ha ido, nuestros amigos nos han abandonado. ¿Qué nos queda? ¿Qué nos queda? —repitió, como si buscara en el vacío una respuesta que no llegaría.Le tomé la mano, desesperado por ofrecerle algo, lo que fuera.—Nos queda la familia, mamá. Aún nos tenemos —intenté, casi suplicando que esas palabras significaran algo para ella, pero su mirada siguió perdida, distante.—No me vengas con ilusiones —espet
CharlotteMagdalena tragó saliva, echando un vistazo furtivo a su hijo, que estaba claramente incómodo y se sentía ridículo frente a la mujer con la que había estado casado, y que aparentemente nunca había querido. Esa imagen de perdedor era lo que alimentaba mis deseos de venganza, pues por más que lo deseaba, no podía olvidar el dolor causado por ellos.Federick no pudo soportarlo más y se dirigió directamente hacia mí. Se acercó tanto que me sorprendió por completo. Sentí su respiración robarme el aire. Y mis nervios me jugaron una mala pasada. Amaba el aroma de mi exmarido, y ahora me enfrentaba a él.—¿Qué es lo que pretendes con todo esto, mujer? —preguntó Federick desafiante. No pude evitar sostenerle la mirada, pero me sentí como si hubiera perdido la voz. No podía pronunciar una sola palabra. —¡Dime, Charlotte! —insistió.Di dos pasos atrás, tratando de no perder la compostura. Una sonrisa hipócrita se dibujó en mi rostro mientras intentaba suavizar la situación.—Bueno, qu
FederickMientras estábamos afuera de su oficina, mi familia y yo nos enredamos en una discusión, una completamente sin sentido, sin encontrar ningun acuerdo coherente.—¿Qué tal esa maniaca mujer? —Las manos de mi madre temblaban mientras hablaba—. ¿Cómo nos trató, hijo?—Mamá, ya sabíamos a lo que nos estábamos enfrentando. Salgámonos de aquí. Vamos a buscar algo de comer. ¿Quién tiene dinero? —Nos miramos entre nosotros, y todos negamos con la cabeza. Las tarjetas estaban colapsadas y el efectivo se había agotado.—Yo no—dijo Diane—. En realidad, nunca cargo dinero, siempre uso mi tarjeta, pero está cancelada.—¡Yo menos! —repitió John—. Todo mi efectivo se ha acabado.—Ni me mires, Federick. Yo también solo usaba tarjetas y todas están canceladas.Suspiré, mirando mi reloj. No habíamos comido nada en toda la mañana, y el rugido de mi estómago sólo aumentaba mi mal humor. Además del estrés que estaba atravesando, el hambre lo empeoraba.—Entonces, vámonos al apartamento. Allí debe
CharlotteUn toque de labial rojo en mis labios, un poco de rubor en las mejillas, y unos mechones ondulados cayendo sobre mis hombros. Ya estaba lista para regresar a la compañía y darles la bienvenida a los Maclovin.—Estás preciosa, mi amor, ¿a qué se debe tanta elegancia? —preguntó mamá, sorprendida al verme así.—Buenos días, mamá, no te sentí entrar.—Lo hice hace un momento, pero estabas tan concentrada frente al espejo... ¡Qué linda!—Estoy igual que siempre, mami. Bueno, con un par de ojeras gigantes —traté de bromear, mientras le daba el toque final a mi maquillaje, intentando disimular las manchas moradas debajo de mis ojos—. No pude conciliar el sueño en toda la noche.—¿Por qué no has dormido, mi amor? ¿Estás enferma?Me quedé en silencio. La única razón por la que no había pegado ojo en toda la noche tenía nombre: Frederick Maclovin.—Nada importante, mamá. Solo un poco de ansiedad, el cambio de ciudad me tiene algo desubicada, no es nada más —mentí, sin querer profundiz
Charlotte Llené otra copa de alcohol y me dejé caer en mi escritorio. Miré el reloj: las diez en punto. Justo esa hora... la misma en que me casé con Federick. Los recuerdos invadieron mi mente.Seis años atrás...—Me vuelve loco el aroma de tu piel, Charlotte, podría pasar horas respirándolo —me susurraba Federick mientras llenaba de besos mi pecho. Mis dedos se enredaban en su cabello, acercándolo más a mí.—Y yo adoro cada noche contigo —le dije, sintiéndome la mujer más afortunada tras un año a su lado.Sus labios bajaron lentamente por mi cuerpo, hasta mis caderas, donde se detuvo, haciendo que el placer me dominara por completo. Mi espalda se arqueaba involuntariamente, entregándome más a él. Cuando hubo saboreado hasta el último de mis deseos, sus besos descendieron por mis piernas, hasta mis pies, y entonces comenzó a besar cada dedo, uno por uno.—¡Detente! Me haces sentir tan avergonzada —le susurré, aunque mi cuerpo temblaba de deseo.—Eso me encanta, Charlotte —respondió,